sábado, 27 de noviembre de 2010

LA FUNCIÓN “MEFISTOFÉLICA” DEL DINERO


Como es sabido, Mefistófeles es el diabólico agente de la obra dramática Fausto, de Goethe, que tienta y conduce a Fausto -escéptico y cansado por una larga, solitaria e infructuosa búsqueda de la sabiduría exclusivamente a través de los libros y las probetas- a la consecución de todos aquellos deseos que no impliquen la verdad buscada, pues eso es justamente lo que el diablo no puede darle a Fausto. Es por esta razón por la que hemos venido a denominar una determinada concepción del dinero como “mefistofélica”, precisamente aquélla que lo considera como medio para la realización mágica de los deseos. Semejante concepción se correspondería con un tipo humano que podríamos llamar “fáustico”, que es el que viene a concebir la vida como mera realización de deseos, siendo lo más peligroso de ello que acaba, a su vez, identificándose con Mefistófeles, es decir, convirtiéndose en un “comprador” de voluntades (o lo que es lo mismo, que pretende imponerse o someter a otros seres humanos de una manera o de otra, sea por medio del poder económico o político, la dominación psicológica, la acumulación de saberes sin voluntad liberadora, y un largo etcétera).

En relación a la economía, esta función que hemos dado en llamar mefistofélica del dinero crea una inevitable distorsión en la misma, puesto que una buena parte de los bienes que se producen no tiene como finalidad satisfacer necesidades objetivas humanas, sino las más subjetivas, por cuanto responden a prótesis relativas al apuntalamiento de falsas identificaciones sociales, enraizadas en la naturaleza clasista de nuestras sociedades, así como en los roles que en ella se imponen. En consecuencia, la función “mefistofélica” -o “fáustica”- del dinero, acaba con la verdadera función de la economía, que no es otra que la satisfacción material de las auténticas necesidades humanas.

Resulta asimismo de lo más común considerar la acumulación de dinero como un signo de poder. Sin embargo, cabe hacer otro planteamiento completamente diferente. El dinero es, de hecho, el reconocimiento social de los límites del poder de llevar a cabo realizaciones sin la solidaridad de los demás (necesitamos del trabajo ajeno para obtener lo que necesitamos). De este modo, el dinero representa los límites de nuestro poder y nunca es muestra de soberanía real. Por ello, la acumulación de dinero en fines puramente particulares lo que demuestra es la falta de solidaridad con las carencias de los demás y el exceso, a su vez, de carencias propias en su dimensión espiritual.

Oskar Kokoschka, Aquello por lo que luchamos (1943)
Así pues, cuanto más dinero se ambiciona, más se revela la propia impotencia y debilidad. Puede decirse sin temor, pues, que son los más débiles los que aspiran a la acumulación de dinero porque no pueden confiar en sí mismos, o -valga la paradoja-, sólo quieren confiar en sí mismos, y necesitan para ello del poder de esa varita mágica que es el dinero para suplir su propia impotencia. De hecho, por el dinero nadie se distingue verdaderamente, porque al necesitar mucho también se manifiesta que se carece de mucho.

Relacionado con este tema le recomendamos: EL DINERO.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Red Consciencial de Andalucía: puesta en marcha

Somos muchos los que venimos sintiendo que, además de nuestro propio trabajo personal y en entidades y grupos diversos dirigido al despertar consciencial, en el sentido amplio de la expresión, se hace cada vez más necesaria una labor de encuentro y comunicación entre todo@s los que compartimos tal objetivo.

En este marco, una treintena de entidades y grupos ubicados en Andalucía han considerado oportuno efectuar una autoconvocatoria para mantener un encuentro, que tuvo lugar en el día de ayer, miércoles 24 de noviembre, con un doble objetivo:

-que todos los que estamos trabajando en dicha línea nos re-conozcamos, y

-que intercambiemos nuestras iniciativas y agendas respectivas, con el fin de que cada grupo divulgue no sólo sus actividades, sino también las de todos los demás.

Y, a partir de ahí, lo que vaya surgiendo, dejando que las cosas fluyan desde la perspectiva de Unidad que a tod@s nos motiva.

La reunión sirvió para ahondar en armonía y consciencia en tales objetivos y para abrir una línea de trabajo a la que paulatinamente se puedan ir sumando otros grupos similares del conjunto de Andalucía. En este orden, la globalidad de las intervenciones y reflexiones tuvieron como telón de fondo tres grandes ejes:

-el convencimiento de que estamos ya experimentado y vamos a vivir en el inmediato futuro una aceleración de acontecimientos que, contribuyendo al despertar consciencial de cada persona y de la Humanidad, hace y hará más preciso que nunca aunar fuerzas y buscar sinergias entre los que venimos trabajando, por un camino y otro, por una u otra vía, en pro de tal despertar;

-la visión compartida de que cada grupo o entidad puede ser contemplado cual pieza de un motor -en este caso, de un motor consciencial- animado e impulsado por la búsqueda de sinergias y puntos encuentros entre la totalidad de ellos (aquello que en última instancia, como se señaló en la reunión, a todo@s nos une); y

-la voluntad de que, de este modo, se conforme en Andalucía un motor consciencial que se sume a los otros muchos que están surgiendo en tantos puntos del planeta como anuncio y plasmación de la Nueva Tierra y la Nueva Humanidad.

Bajo estas líneas se recoge la relación completa de los grupos y entidades autoconvocados.

Para mayor información o para establecer cualquier tipo de contacto, este es el email de referencia: redconsciencialdeandalucia@gmail.com
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+Asociación Ahimsa Aljarafe de Bormujos
+Asociación Alma y Vida
+Asociación Jing Chi Shen Andalucía
+Asociación Aletheia de Córdoba
+Asociación AMIRA
+Asociación Arias Montano
+Asociación Nueva Conciencia Planetaria
+Asociación para el desarrollo personal “Pangea”
+Asociación para el despertar de la conciencia: amor, verdad y libertad universal (LOAU)
+Asociación Educ-Artes
+Asociación Vía Libre
+Aula de Familia de Puebla del Río
+Centro de Psicología y Desarrollo Personal “Despertar”
+Centro Integral de Yoga
+Círculo Sierpes de Granada
+Círculo Sierpes de Sevilla
+Comunidad Los Portales
+Confidencias en el Camarote, Programa de Radio y TV
+Editorial Ituci Siglo XXI
+El Molino de Aracena
+Escuela de Terapia Gestal de Jerez de la Frontera
+Fundación Andaluza Nuevo Mundo (FANUM)
+Fundación Escuela Superior de Estudios Espirituales
+Los 11 del Rinconcillo
+Nueva Tartessos
+Mandalas de Luz, Grupo de Trabajo
+ONG Tomares Comparte
+Opus Philosophicae Initiationis España
+Proyecto Avalon
+Radio Tierra Viva
+Soka Gakkai de España
+Talleres de Oración y Vida del Padre Ignacio Larrañaga

domingo, 21 de noviembre de 2010

EL SÍNDROME DE PIGMALIÓN: DARWIN Y MARX

Francisco Almansa González


El proceso por el cual la ciencia pone de manifiesto presencias antes ocultas, y que por lo mismo antes constituían límites para la acción humana -y, dado lo cual, también para su libertad-, se llama objetivación. Objetivar implica, pues, poner ante sí de alguna manera una realidad antes oculta, pero que, en la medida que ha sido des-cubierta, nos ofrece unas posibilidades antes en-cubiertas; porque ser objetivado es una y la misma cosa que ser relativizado o “localizado”. Esto supone, a su vez, que, paralelamente a esta relativización-localización, el sujeto se deslocaliza relativamente a la presencia objetivada, lo cual implica que es más libre en relación a la misma. Dicho de otra manera: la presencia objetivada ya no actúa a espaldas del sujeto.
Jean-Leon Gérôme,
Pigmalión y Galatea
No obstante lo anterior, en el proceso de objetivación se da la paradoja de que, por una parte, el conocimiento de lo antes desconocido nos hace más libres, pero por otra, esta presencia objetivada nos revela también un condicionamiento antes ignorado, y que precisamente por ser ignorado nos creíamos más libres. Pero la cuestión estriba en que, al “disiparse” la libertad ilusoria que creíamos poseer, los descubridores de tales presencias parecen quedar “cautivados” por la realidad de las mismas, considerándolas como realidades determinantes de nuestro propio poder de autopresenciarnos o autoidentificarnos. Dicho poder no es otra cosa que la esencia misma de la libertad, ya que si nuestra identidad no nos pertenece es que sólo somos un medio; pero entonces es absurdo hablar de libertad. Esta actitud frente al objeto descubierto (ya sea por el poder de la inteligencia, de la imaginación, de la intuición, etc., mediante el virtuosismo de un método, como sucede tanto en la ciencia como en el arte), es lo que denominamos “síndrome de Pigmalión”. Como se sabe, este escultor de la antigüedad quedó cautivado por la escultura que él mismo había creado. Esto suponía que lo objetivado por el creador en ese mármol sin forma se convirtió en una traba para su imaginación creadora. «¿Para qué buscar otro sitio si aquí radica todo?» En este caso de Pigmalión, es la Belleza en sí la que cree haber encontrado, en la figura de su obra. Ahora bien, no es la Belleza en sí lo que Pigmalión ha objetivado en el mármol (por lo que el amor excluyente a su obra lo limita, ya que lo que ama es una particularidad de la misma), y el que confunde lo que no tiene límites -en este caso, la Belleza- con lo contingente, se queda “localizado” en los límites de su descubrimiento o de su creación.

Dos gigantes del pensamiento como fueron Darwin y Marx fueron víctimas de sus propios descubrimientos, y en la medida que por los mismos alcanzamos mayores cotas de libertad, sin embargo, el reduccionismo de sus conclusiones contribuyó decisivamente al alejamiento de la máxima kantiana de que «el hombre es un fin en sí mismo». Pues si somos el resultado o producto de realidades que nos trascienden, como acaban deduciendo ambos (la biología en el caso de Darwin y la economía en el de Marx), justo por eso seríamos un “producto” de las mismas, por lo que nuestro fin último se nos escaparía inevitablemente, pues siempre será relativo a estas realidades. Ahora bien, son los medios los que no tienen un fin en sí mismos, y, por lo tanto, son ellos a los que su identidad no les pertenece, pues se les identifica para no ser ellos mismos. Es el caso de cualquier máquina. Así pues, la libertad que objetivamente se gana con dichos descubrimientos, hasta donde alcance su verdad, se pierde por otra parte en su afán reduccionista, pues tratan de “reducir” a una sola dimensión ontológica, a un ser que, por su dimensión esencial, que es su ser consciente, está simultáneamente más allá y en el seno de todas las dimensiones del ser, ya que es el ser que se autolocaliza.


Con Charles Darwin el ser humano queda vinculado al resto de las especies animales por medio de una solidaridad genética que no limita, sino que, por el contrario, facilita el hecho de la singularización de las diversas especies. Pero esta filiación, que constituye, desde el punto de vista del conocimiento, una avance importantísimo para el control racional y realización de nuestras posibilidades somáticas, al ser considerada como nuestra realidad esencial en tanto que seres vivos, reduce las dimensiones de lo consciente a meros instrumentos al servicio de la supervivencia. Ahora bien, como todo instrumento es un medio cuyo fin no le pertenece, es imposible hablar de libertad cuando aquello por lo cual nos diferenciamos de lo que no somos -la conciencia- es un simple medio que sólo sirve a la ciega autorreplicación de estructuras bioquímicas -los genes- que, según J. Monod, son el resultado del azar y la necesidad.

Sin embargo, el cuerpo es objetivizado por la conciencia, lo que significa para ésta mayor independencia respecto a aquél y al medio. Y esto tanto es así que se puede decir que uno de los vectores esenciales de la evolución es el control progresivo del cuerpo por la conciencia. Esto le ha permitido despojar al cuerpo de los instrumentos naturales de relación con su medio, que si bien permiten la supervivencia, por otra parte, y en la medida que son elementos constituyentes de su somaticidad, lo limitan a determinados entornos. Son, en otras palabras, inercias incorporadas, y, como tales, dependientes de un espacio natural. Con el hombre, gracias a la conciencia, estas inercias adaptativas son exteriorizadas como medios de trabajo, técnicas operativas, etc., lo que le permite actuar en cualquier medio, hasta el punto de que el propio cuerpo se convierte en el «Medio-Fin». Esto es, en el patrón universal de todo otro medio-instrumento de orden material. Es la conciencia, por lo tanto, la que libera, en el proceso evolutivo, al cuerpo, y con ello a sí misma, porque es en ella donde radica el poder de la libertad. La conciencia, pues, se autopresencia en mayor medida en tanto que libera al cuerpo de sus instrumentos naturales, esencialmente inertes, convirtiéndolo a su vez en patrón de todo instrumento inerte.

Cuando K. Marx elabora el Materialismo Histórico, creyendo, según sus propias palabras, haber puesto la dialéctica idealista de Hegel sobre sus pies, y por lo tanto en condiciones para andar, o sea, avanzar como método científico, tiene en mente aquella dimensión de lo social que para él constituye el fundamento último de todo cambio, y lo que es aún más importante, la que constituye la matriz misma de la identidad del hombre. Esta matriz no es otra, según Marx, que la economía, cuya fuerza motriz radica en el desarrollo de las fuerzas productivas. Todo lo demás serían “superestructuras”, incluyendo lo que en su tiempo se denominaban “producciones del espíritu”, y que Marx y Engels llamaron ideologías, y cuyo papel no sería otro que el de legitimar las relaciones de producción existentes en los distintos modos de producción que a lo largo de la historia se han sucedido. Ahora bien, ocurre que, excepto ese período histórico que los creadores del materialismo histórico denominaron “comunismo primitivo”, el resto de la historia la sociedad ha estado dividida en clases sociales, debido a la apropiación por parte de un grupo humano de los medios de producción; hecho que le ha permitido la explotación directa e indirecta del resto de las clases.

El mérito de Marx consiste, a nuestro parecer, en haber descubierto el papel legitimador que en gran medida las “producciones espirituales” -ideologías- realizan del tipo de relaciones existentes. Aristóteles aprueba la esclavitud; en el Bhagavad-Gita la división de la sociedad en castas recibe asimismo una sanción positiva; Adam Smith nos habla de una “mano invisible” que regula el mercado, y así un largo etcétera. Son «racionalizaciones», en el sentido del psicoanálisis, que se introducen en la mayor parte de las producciones del pensamiento, debido también a una represión, esta vez ejercida por una clase social sobre otras clases que, siendo desde el punto de vista de su esencia humana idénticas, sin embargo una se considera superior a la otra o las otras, lo cual conlleva una inevitable distorsión en la autoidentificación de todos. Dicho de otra manera, es la división social en clases lo que constituye una auténtica barrera para la objetivación por el ser humano de su propia esencia. Ahora bien, aquello por lo que no se permite que lo que tenga que presenciarse se presencie es lo que llamamos represión. Luego la simple existencia de clases constituye en sí misma una represión, pues impide, repetimos, la objetivación del Nosotros Mismos universal.

Pero Marx, aunque descubre que en las sociedades de clase “el amor a la verdad” no es tan desinteresado como parece -y éste es uno de sus mayores logros- a renglón seguido considera que la identidad humana es relativa a las relaciones de producción históricamente determinadas. Descubierto el enigma de la Esfinge, el que se despeña es Edipo. Es, pues, un factor imponderable -el desarrollo de las fuerzas productivas- el que, en última instancia, acuñará en la moneda de la sociedad la efigie que nos corresponda como identidad relativa.

Ahora bien, este determinismo económico-social surge después de un auténtico descubrimiento liberador, ya que descubierto el fundamento de la “falsa conciencia”, el camino a emprender ha de ser el de conquistar la auténtica Conciencia, aquella que nos define como «comunión de singularidades».

viernes, 19 de noviembre de 2010

CONFERENCIA DE EMILIO CARRILLO EN CÓRDOBA: CRISIS VERSUS MUTACIÓN.

El pasado día 17 de noviembre tuvimos la ocasión de tener entre nosotros a Emilio Carrillo, que nos ofreció una bella y magnífica conferencia titulada Crisis versus mutación: Expansión consciencial y economía del corazón, que nos llegó, efectivamente, al corazón. Reproducimos aquí un breve fragmento del texto que le sirvió de base.

"¿QUÉ HACER?
Cuestión de consciencia.

Antes de plantearse esta cuestión –y sus posibles respuestas- hay que asumir e interiorizar que no estamos ante una crisis, sino en una mutación del sistema dominante que lo ha transformado en absolutamente depredador en torno al eje globalización-especulación. Hasta que individual y socialmente no haya consciencia de esta realidad y de sus impactos directos, sopesar el qué hacer será un ejercicio inútil.

Y, por supuesto, no caer en la trampa de pensar de manera voluntarista que pasado un tiempo, uno o más años, las aguas volverán a su antiguo cauce. Una crisis es reversible; una mutación, no.

En cualquier caso, lo que se haga deberá orientarse a una Economía desde el Corazón (título de un hermoso libro de Paul Samuelson, editado en España por Orbis en 1984) que plasme una nueva Consciencia de Unidad (cimentada en el hecho de que todos somos Humanidad, así como en la plena integración y coherencia armónica de ésta en la Madre Tierra) y ponga la Revolución Tecnológica y la ciencia al servicio de una economía de la abundancia (energías libres…) centrada en compartir, en lugar de un productivismo tan ingente como insensato, y materialice un nuevo estilo de vida basado en el sentido común en la delimitación y satisfacción de nuestras necesidades, la armonía ecológica, la justicia y la equidad social y la solidaridad y la paz internacional.

Y junto a las propuestas de medidas que se deben que tomar, hay que articular las vías para llegar a tomar esas medidas, lo que debe pasar tanto por acciones personales, familiares y comunitarias a escala local de cambio de vida y transformación interior, pues se precisan ojos nuevos para un mundo nuevo, como por actuaciones sociales y globales dirigidas a forjar una nueva realidad que la Humanidad, en su conjunto y sin excepciones, pueda abrazar. Y la salida tiene que ser juntos, sin divisiones ni dicotomías tan falaces como estériles.

Compartir y consciencia de unidad.

Compartir implica acometer transformaciones macroeconómicas y estructurales que, desde una perspectiva de equidad social y global, fomenten la eficiencia del sistema productivo, el ahorro, la inversión y la innovación, así como el comercio justo, la cooperación y la redistribución de la riqueza a escala local y global.

Compartir supone también trabajar con prioridad en educación y en valores.

Compartir representa abordar lo microeconómico desde un nuevo prisma: por ejemplo, lo que a usted y a mí nos corresponde poniendo sensatez ante el consumismo rampante y evaluando cuáles son nuestras autenticas necesidades sin caer en la hoguera de las vanidades.

Y compartir conlleva poner a la persona, al individuo en sociedad, en el centro del sistema, desde una consciencia de unidad, pues todo lo anterior será una quimera si cada uno, cada persona, no realiza un trabajo interior dirigido a adquirir un nuevo nivel de consciencia en el espacio transpersonal.

Se trata de ser más plenamente humano en el convencimiento que nuestra personalidad individual es un logro de la evolución, pero también una limitación. Hay que comprender la realidad más allá del "yo", de un egocentrismo que nos está arrastrando al precipicio. Para salir de esa limitación tenemos que ampliar nuestra consciencia y entrar en el nivel de unidad: constatar que somos uno con todo, que cada uno tiene sentido en la totalidad; e impulsar una visión holística de uno mismo y de la realidad.

Sin este cambio de consciencia será muy difícil, por no decir simplemente imposible, dar respuesta a los problemas sociales, económicos y ecológicos de la sociedad global. Y ello conduce a la conclusión de que en el momento presente es hora de evolucionar."

Emilio Carrillo Benito.
Economista y escritor, Experto en Desarrollo Local por Naciones Unidas, Técnico de la Administración General del Estado y Profesor colaborador y visitante de diversas Universidades españolas y extranjeras. Preside la Red de la Unión Iberoamericana de Municipalistas (UIM) y la Fundación Andaluza Nuevo Mundo (FANUM).

Blog: El Cielo en la Tierra (http://emiliocarrillobenito.blogspot.com)

jueves, 18 de noviembre de 2010

LA ESENCIA DEL CORÁN

Creyentes,
no anuléis vuestras limosnas
recordando vuestra generosidad,
o mediante malos procederes,
como hacen quienes gastan su riqueza
para ser vistos por la gente,
sin creer en Dios
ni en el último día.
A lo que esto se asemeja
es a una dura piedra cubierta de polvo
sobre la que cae un aguacero
y la deja desnuda:
No pueden obtener nada con lo que han ganado.
Y Dios no guía
a la gente que (Le) rechaza.
Y el ejemplo de quienes
gastan su riqueza
intentando agradar a Dios
y fortalecen su alma
es semejante
a un jardín sobre un otero
sobre el que cae un aguacero
y hace que sus frutos se dupliquen;
o si no cae el aguacero,
[caerá] entonces el rocío.
Dios ve todo lo que hacéis.

De La esencia del Corán. El Corazón del Islam. Selección de Thomas Cleary. Edaf, 1994, pp. 48-49.

jueves, 11 de noviembre de 2010

ARTÍCULO PARA LA REFLEXIÓN: LOS CÍNICOS.

Artículo de CARLOS GARCÍA GUAL aparecido en EL PAÍS en el 30/10/2010:

Bajo el emblema del perro ( kúon) los filósofos cínicos aparecieron en la vieja Atenas como un movimiento de oposición radical a la cultura y la política de la época. Con su actitud irreverente despreciaban la civilización y todas las convenciones sociales en su audaz invitación a la anarquía, rechazando el orden, con libertaria desvergüenza. Proclamaron la igualdad de todos los seres humanos, sin distinción de clases, naciones ni sexos. Eran cosmopolitas, no participaban en los asuntos de la ciudad, aborrecían los lujos y comodidades, se burlaban de los ritos y las creencias religiosas, prescindían de los placeres refinados, gustaban del amor libre, y consideraban el trabajo y el esfuerzo fundamento de la virtud. Todo ello, como es obvio, resultaba muy provocativo en el mundo griego, incluso en una democracia como la de Atenas; y muy en contra de lo que pensaron Platón y Aristóteles. Por otra parte, no ambicionaban el poder ni pretendían cambiar la sociedad insensata de la época proponiendo un nuevo modelo antiburgués. Por más que imaginaron curiosas fantasías utópicas de diseño igualitario y anarquista. Fueron, por lo tanto, más rebeldes que revolucionarios, pensadores individualistas, sin grandes ilusiones respecto a la aceptación de sus puntos de vista por la gran mayoría de sus convecinos. (Si el sabio Bías dijo que "los más son malos", muchos filósofos pensaban que la mayoría de la gente son necios). Los cínicos fueron una secta filosófica callejera y sin escuela fija. Perduraron como alegres vagabundos de mantos burdos, alforja mínima y bastón de peregrino. A través de Antístenes conectaban con Sócrates, y después, gracias al amistoso Crates, inspiraron a Zenón y los estoicos, filósofos más respetables y predicadores virtuosos. El tipo más famoso de la secta fue Diógenes, apátrida y mordaz, que no tenía nada, vivía en una tinaja, se burlaba de todo, y escandalizaba a menudo. De él circularon pronto estupendas anécdotas, como la famosa de que, cuando Alejandro le visitó y dijo que le pidiera un deseo, le repuso que se apartara del sol y no le hiciera sombra. El buen cínico no espera nada, no desea nada; austero, apático, libre, busca una vida natural, como la del perro. En su "regreso a la naturaleza" anticipa la conocida tesis de Rousseau acerca del "buen salvaje", y resulta un evidente precursor de los afanes ecológicos modernos. Crates imaginó una isla ideal poblada de cínicos, Pera (la de la Alforja), "sin necios, ni parásitos, ni glotones, ni culos prostituidos; que produce tomillo, ajos, higos y panes; cosas que no invitan a guerras ni honores, y donde no hay armas ni dinero". Como señaló Peter Sloterdijk, el cínico antiguo es muy distinto del tipo que ahora llamamos "cínico" (para su distinción utiliza la consonante: Kynikós frente a Zynikós). El cínico moderno es más bien un hipócrita: no cree en nada y desprecia en su interior las convenciones sociales; pero disimula y se somete por comodidad y afán de medro. El anarquismo moderno es una doctrina revolucionaria y de empeño político. Surge de un anhelo de una sociedad mejor, más justa e igualitaria; es filantrópico y compasivo, si rechaza el orden actual (anarquía viene del griego an-arché "desorden") es porque confía construir otro, mejor para todos, donde reine la libertad y no la opresión, en un mundo feliz. En ese ideal pueden percibirse todavía algunos ecos de la utopía antigua.
Enviado por Serafín P. Canalejo el 9/11/2010.

martes, 9 de noviembre de 2010

EL DINERO


El dinero no es otra cosa que la expresión objetiva del desgaste sufrido por la fuerza de trabajo, ya que es el trabajo humano, como ya descubrió la teoría marxista, la fuente creadora de todo valor. Así pues, la fuerza de trabajo humana, al aplicarse a su objeto (sea cual sea éste) y transformarlo, le otorga un valor económico sobreañadido que es el que acaba traduciéndose en dinero. De esta forma, podría definirse este último como la forma social de objetivación de la forma indiferenciada del trabajo, ya que en el dinero acaban plasmándose -u objetivándose- múltiples formas de trabajo.

Pero en ese proceso, es indudable que la fuerza de trabajo sufre un desgaste, que no es otro que el sufrido por el cuerpo en el proceso de trabajo. Es por ello que en todo objeto existe siempre algo común, intercambiable, y que no es otra cosa que la fuerza de trabajo consumida en él, en la cantidad que sea. Así, cuando intercambiamos objetos en el mercado, empleamos un elemento de homogeneización de los objetos que nos permita dicho intercambio, y que no es otro que el dinero. Pero es ese desgaste de la fuerza de trabajo humana el verdadero patrón en relación al cual todo lo demás se ajusta, y, en este sentido, constituye el verdadero “valor” del dinero, su auténtica base real. Y de la misma manera que ese desgaste del cuerpo humano debiera reflejarse en el dinero a través de una medida determinada, habría que incorporar también en el producto el desgaste de la naturaleza, que requiere también su propio tiempo de recuperación, y que, obviamente, no se está hoy respetando.

De esta forma, va esclareciéndose la verdadera naturaleza del dinero: el dinero es puro espacio económico. Y es espacio porque permite el cambio sin alterar la identidad del objeto que se intercambia. En este sentido, es lo indiferenciado capaz de ser transmutado en cualquier objeto, pareciendo con ello adquirir la cualidad de un vacío primigenio del cual emana todo.

Sin embargo, al contrario que la conciencia humana, el dinero no es creador. Son el trabajo humano (indiferenciado sólo en cuanto a desgaste de energía y/o estandarización en su realización) -y, sobre todo, la capacidad creativa humana, que no es nunca indiferenciada- los verdaderos re-creadores de la realidad: son ellos los que la diferencian y crean nuevas singularidades en la misma, por lo que constituyen el elemento (también económico) esencial. Aquello que es pura indiferenciación, puro espacio carente de identidad, puro medio, como es el dinero, no puede ser nunca, aunque se pretenda, el elemento ordenador esencial. Y es evidente que considerarlo así trae consigo graves distorsiones.

Francisco de Goya, La fragua (1812-16)
Todo lo anterior conduce a la reflexión acerca de la legitimidad de la distribución del dinero. Si éste no es otra cosa que la expresión del desgaste de la fuerza de trabajo y de la propia naturaleza, parece claro que la acumulación del mismo es, indefectiblemente, una apropiación de la energía de otros. De ahí surge la pregunta: ¿qué tenemos derecho a ganar? Y, por tanto: ¿cuánto tenemos derecho a gastar?

(Relacionado con este tema recomendamos: «La función "Mefistofélica" del dinero»)

viernes, 5 de noviembre de 2010

EL ODIO A LA PALABRA

No bastaba el desprecio al discurso o al lenguaje. Se pasó del desprecio al odio. […] No basta ridiculizarla y mostrar la vanidad de esta expresión humana inadecuada... Hay que destruirla. Desestructurar el lenguaje, no sólo en el análisis teórico, sino también en la práctica, que lo descalifique y deshonre. […] Trato del acto deliberado del que controla y domina perfectamente el lenguaje y la lengua y quiere matarla mediante el ejercicio que la ridiculiza, mostrando a los ojos de todos que la palabra no es portadora de nada, que no dice nada, y que el que habla es una máquina averiada e incluso que siempre estuvo averiada. […]

El odio contra la palabra está exacerbado únicamente por el que se siente enemigo del hombre mismo. Pero curiosamente se presenta como manifestación del afán de libertad humana. La problemática es muy sencilla; primer tema: la lengua está construida, hay un vocabulario delimitado, una sintaxis, locuciones, ortografía... Es a la vez normativa y depende de normas que el hablante no ha estatuido. Nos enseñan a hablar. […] Por lo tanto se nos encuadra. Nos moldean. Nos encierran. Por el hecho de aprender una lengua, pierdo mi libertad. ¿Mi libertad para qué? Pues claro, para crear una lengua ex nihilo, mi propia lengua. Y es una privación inaceptable, una violación del más sagrado derecho, el de hacerme a mí mismo. […]

El lenguaje, instrumento de poder. En esta sublime protesta sólo descuidan una cosa: que la palabra no consiste en emitir ruidos inarticulados, a los vientos del mar, sino que es únicamente vehículo de uno hacia otro, relación de un hombre con otro hombre, y la relación exige necesariamente un código […]. Para hacerse hombre, liberado del lenguaje enseñado y condicionado por el hombre, renuncian pura y simplemente a toda relación con los demás y a lo que constituye la verdadera especificidad humana, la palabra. No se camina hacia una mayor libertad, sino hacia el cretinismo. […]

Sólo la palabra es revolucionaria, es el lenguaje que puede actualizar la esperanza humana. Y esto está implícito en su relación con la verdad. Y la clase dominante tiene que combatir en una batalla tramenda, inmensa, esta zapa subterránea. Hay que castrar la palabra, domesticarla, cribarla, desangrarla, para convertir el lenguaje en un instrumento neutro. ¡Cómo no ven que luchar contra el lenguaje construido, odiar la palabra, es hacer precisamente el trabajo de la burguesía dominante y esterilizar la única fuerza que cuestiona la clase dominante! Cuando pasamos del lenguaje de Marx al de Dada o al de Artaud, la burguesía respira con una sensación de alivio: se ha destruido el lenguaje, ya no dice nada, ¡ya no hay nada que temer, pues! ¡Qué loca estupidez pensar que destruyendo el lenguaje, haciéndolo no-significativo, se realiza una acción revolucionaria! ¡Si la propaganda funciona sólo gracias a un lenguaje, al que previamente se privó de significado!.

Jacques Ellul, La palabra humillada, S.M., 1983, pp. 233-239.

Relacionado con este autor le recomendamos:  LA PALABRA HUMILLADA; ELLUL Y LÉVI-STRAUSS
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