miércoles, 24 de abril de 2013

FICHTE: UNA REFLEXIÓN SOBRE LA EDUCACIÓN

Antonio María Esquivel, Autorretrato con sus hijos (1843).

    «El hombre solo puede apetecer aquello que ama; el amor es el impulso único y al mismo tiempo infalible de su querer y de todas sus emociones e impulsos vitales. La política, hasta ahora en vigor, como autoeducación del hombre social, presuponía como regla segura y válida en todo momento el hecho de que todo el mundo ama y desea su propio bienestar material, y sirviéndose del temor y la esperanza unía artificialmente a este amor natural aquella buena predisposición que ella deseaba, a saber, el interés por la comunidad. Prescindiendo de que con este tipo de educación el individuo aparentemente se ha convertido ya en ciudadano inofensivo e idóneo, si bien de hecho sigue siendo en su intimidad una persona perversa -pues precisamente su maldad consiste en que solo ama el bienestar material y en que solo el temor a perderlo o la esperanza por conseguirlo pueden estimularle, sea en la vida presente o en la futura-, prescindiendo de esto, ya antes hemos observado que la medida no es aplicable a nuestro caso concreto, dado que el temor y la esperanza en nada nos favorecen, sino que, por el contrario, nos perjudican, y que el egoísmo de ninguna manera puede ser tenido en cuenta para beneficio nuestro. Por esta razón nos vemos necesariamente obligados a formar hombres en su interior y desde la base. (....) En consecuencia, tenemos que fijar en el ánimo de todos aquellos con quienes queramos contar dentro de nuestra nación un tipo de amor que nos lleve directamente y sin más al bien como tal y por sí mismo en lugar de ese egoísmo al que nada bueno puede unirnos por más tiempo.

   Amar lo bueno, en cuanto tal y no por la utilidad que nos pueda reportar, se manifiesta, ya lo hemos visto, como complacencia; una complacencia tan íntima que impulsa a uno a manifestarla en la propia vida. En consecuencia, lo que la nueva educación tendría que proporcionar sería esta íntima complacencia como forma de ser firme e inmutable del educando; con ello establecería en él por sí misma las bases de una voluntad inquebrantable y buena».

J.G. FICHTE, Discursos a la nación alemana, Orbis, 1984, pp. 67-68.

jueves, 4 de abril de 2013

UNIDAD

Traemos a este blog unas hermosas y lúcidas palabras sobre la acuciante necesidad de Unidad del filósofo y psicólogo Norman O. Brown , cuyo libro, El cuerpo del amor, es una de las obras fundamentales del pasado siglo.

«Hoy por hoy, en nuestro mundo, sólo hay un problema político: el de la unificación de la humanidad. La Internacional será la especie humana. "Para que sean uno -ut unum sint". Ésta es la última plegaria de Cristo antes de la crucifixión y fue asimismo la última plegaria del difunto Papa Juan XXIII; debe estar al lado de la plegaria de Freud en El malestar de la cultura. Porque en verdad no se logrará el uno hasta que se reconozca que Freud, Marx y el Papa Juan XXIII hablan al unísono; o Freud, Marx y el Papa: la cosa es reunirlos. Juan, X, 16: "Tengo también otras ovejas, que no son de este aprisco, las cuales debo yo recoger, y oirán mi voz; y de todas se hará un solo rebaño, y un solo pastor".»


«La meta de la psicoterapia es la integración psíquica; pero no hay integración del individuo separado. El individuo se obtiene mediante división; la integración del individuo es una empresa estrictamente autocontradictoria, como se pone en evidencia en los fútiles intentos de los psiquiatras por definir "qué es lo que entendemos por salud mental" en la persona individual. La meta de la "individuación", o el reemplazo del yo por la "personalidad", oculta engañosamente la drástica ruptura entre el principium individuationis y el principio dionisíaco, o embriaguez, de unión, o comunión, entre hombre y hombre, y entre hombre y naturaleza. La integración de la psique es la integración de la especie humana y la integración del mundo con el que estamos indisolublemente unidos. Sólo en un mundo puede haber el uno. La voz interior, la salvación personal, la experiencia privada se basan, todas ellas, en una distinción ilusoria. La conciencia es tan colectiva como el inconsciente; sólo hay una psique, yo-cósmica, en relación con la cual todo conflicto es endopsíquico, y toda guerra, intestina. De aquí que cuando Caín mató a Abel, se mató a sí mismo: "pues el alma, que no pertenece a la categoría de las cosas separadas entre sí, sino que corresponde a la categoría de cosas que forman una sola totalidad, debe padecer necesariamente lo que parece hacer".

NORMAN O. BROWN, El cuerpo del amor, Planeta-De Agostini, 1986 (edición original de 1966), pp. 90 y 96.

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