domingo, 30 de noviembre de 2014

DIALÉCTICA ENTRE RAZÓN Y FE


Francisco Almansa González.

Una de las paradojas de nuestro tiempo es que ni la fe ni la razón parecen tener mucho peso en cuanto referentes cardinales en las motivaciones del comportamiento humano. La razón es mirada con desconfianza porque se la supone una amenaza para la libertad, mientras que a la fe se la considera vinculada a alguna forma de realidad inverificable a la que, por tanto, no se debería denominar realidad. 

Al tiempo escatológico, en el cual la fe tiene su soporte esencial, se le considera superado por el tiempo entrópico, o aquel cuyo fin es el aumento del desorden. Algo que por el momento sí parece verificarse. Sin embargo, ambas, ciencia y fe, se encuentran estrechamente vinculadas por un elemento esencial que les es común, y que hace que la ciencia sea una "apuesta segura de futuro", lo cual no es sino una demostración de fe, como el hecho de que no perder la fe en aquello que nos es considerado importante sea bastante razonable. Con lo que se nos está diciendo que la fe también es racional. Este vínculo al que hemos aludido como elemento hermanador entre dos de las manifestaciones que, siendo tan propiamente humanas a su vez parezcan tan antagónicas, es el sentido.

Puede parecer que lo anterior se aviene más con la ciencia que con la fe, teniendo en cuenta el «credo quia absurdum» de Tertuliano, o bien ciertos pasajes de la obra de Temor y temblor, de Kierkegaard. Sin embargo, dos conspicuos representantes de la fe, como fueron S. Agustín y S. Anselmo, ponen a ésta como el origen impulsor hacia el conocer. «Creo para entender», decía S. Agustín. O bien el lema de S. Anselmo en su Proslogium: «No busco, Señor, entender para poder creer, sino que creo para poder entender». Y lo que se entiende, naturalmente, ha de tener sentido; ahora bien, si la fe es previa en ellos para encontrar el sentido, es que en ella se nos revela lo que podríamos denominar nuestra vocación de sentido.

Tanto el verdadero científico como el auténtico hombre de fe son ambos conscientes de que el sentido es, como el ser de Heidegger, algo que parece que en la medida que se manifiesta de una determinada manera se oculta a su vez en aquello que hasta entonces parecía claro. Pero el hombre de fe, tanto si es científico como si no lo es, no se arredra ante el absurdo, pues sabe, por ser hombre vocacional de la fe, que también lo absurdo puede tener sentido. Lo cual quiere decir que si el absurdo existe es porque es relativo al sentido, y, por tanto, he ahí una meta ineludible tanto para la fe como para la ciencia: encontrar el sentido del absurdo, y no caer en el sentido absurdo, que es la meta fatal de cuando se ha perdido la fe en aquello que para nosotros importa; y entre lo que más importa está precisamente el sentido, ya que somos fuentes originales tanto de sentido como de valor. Algo, por otra parte, tan íntimamente hermanado también.

La alternativa trágica surge cuando dos realidades que son patrones de sentido para la existencia humana entran en conflicto y se da el rechazo al compromiso "conveniente" que nos lleva a la caída, entendida ésta como vida inauténtica. Vida que significaría para el héroe trágico la muerte de su razón de ser, y que implicaría aceptar el mundo estando ya de más en él. Terrible contradicción que conduce a la vergüenza y a la represión de la misma por una permanente racionalización, siempre espúrea, que busca justificarse permanentemente frente a los otros. Algo así como convertirse en un mendigo del espíritu.

Francis Picabia, Parade Amoureuse (1917)
Sin embargo, existen momentos en los que parece que la razón y la fe se refuerzan recíprocamente, como sucedió con la razón histórica del marxismo, que contenía en su seno una utopía, cual semilla de grano de mostaza, conforme a la metáfora que Jesús utilizó para describir el reino de Dios. No obstante, la semilla no dio los frutos que se esperaban, porque se puso como ley suprema del progreso, de igual manera que su adversario capitalista, el desarrollo técnico. Ahora bien, la técnica es lo que por sí misma no tiene sentido, y poner la fe en una razón, la técnica, que solo es un medio, significa una radical inversión del valor de la realidad, ya que ésta posee valor en la misma medida que tiene sentido por sí misma.

El fracaso, pues, que hizo perder la fe en la utopía de un mundo más justo y fraternal, o en lo que podríamos denominar como razón utópica, no fue ni mucho menos, a nuestro entender, el que se impusiesen a la "realidad" unos ideales que no se correspondían con la misma, sino que lo que se impuso realmente allí, igualmente que aquí, fue la razón técnica sobre la razón utópica. ¿Pero acaso la utopía no es más un bello sueño que esa trama jerárquica de relaciones lógicas consistentes que se denomina razón? No. No es así, ya que la razón es la que busca aquellas formas de relación que son las que se corresponden con la naturaleza de los seres que se relacionan.

Si organizamos a los seres humanos de tal manera que sus relaciones sean equivalentes a las de los componentes de una máquina, es que entonces estamos identificando dos formas de ser que son radicalmente opuestas, pues la condición de todo instrumento, y con más razón de todo componente del mismo, es que no tenga voluntad propia, y solo el mundo de lo inconsciente e inerte la cumple. En caso contrario, es necesario violentar la libertad para cumplir la función impuesta.

Ahora bien, esto mismo que estamos diciendo es parte integrante de la razón utópica, uno de cuyos axiomas es que un ser humano no es un instrumento, y, por tanto, nunca debe utilizarse. Como sabemos que esto no es así en los sistemas de clases, estén o no estén legalmente reconocidos, la razón utópica propone, precisamente por ser utópica, un conjunto de fines necesarios que tienen como meta la exigencia de que lo más real de cada forma de ser pueda plenamente realizarse. Si somos realmente humanos y no instrumentos, hemos de relacionarnos como lo que realmente somos, y toda "razón" que se opone a este fin no es sino una razón instrumental que nos desrealiza, y que a su vez pierde el sentido por el cual ella misma existe: la de simple servidora de la libertad.

Vemos cómo la tan denostada utopía interpretada como un sueño irrealizable no es sino lo contrario: la expresión racional que busca la realización de aquello que, por ser lo más real que hay en nosotros, nos permite diferenciarnos de lo que no somos. La realización de la utopía no significa el fin de la razón utópica, dado que uno de los atributos que más nos distinguen de los otros seres, y que por tanto más definen nuestra realidad, es nuestro poder creador. De ahí que dicha razón tenga en este sentido el significado literal de la palabra griega: en ningún lugar. Lo cual no significa que no se pueda realizar, sino que el poder de creación es ilimitado, y que, por tanto, lo que está por crear, necesariamente, no está en ninguna parte, pero que, por el contrario, es desde nuestra más auténtica realidad, que no es sino nuestro lugar absoluto u hontanar inagotable de realización, desde donde nuestra razón, que es por esencia utópica, realiza sus proyectos de autorrealización creadora.

Conforme a lo anterior, vemos cómo la razón y la fe se aúnan en la razón utópica, pues ser creadores significa dar un nuevo sentido al futuro, pero siempre que sea un sentido por el cual nos podamos reconocer como nosotros mismos, lo cual solo es posible si nosotros somos el patrón de sentido de la realidad, o lo que tiene sentido por sí mismo. Pero esto no es sino una síntesis entre ciencia e imaginación. Aquí la fe sería la certeza sobre el sentido de nuestro futuro, aunque éste en su novedad específica nos sea aún desconocido. Esa es la esencia misma de la fe: certeza en el sentido de lo que nos es desconocido; y asimismo la de la ciencia, pues solo porque lo que se conoce por ella tiene algún sentido, pero no todo el sentido que se espera, se considera necesario seguir buscando.

Con el cristianismo, y después con el marxismo, la dialéctica entre fe y razón se hace plenamente consciente, habiendo tratado ambos de encontrar la justa relación entre ellas, aunque la razón posee su referente esencial en lo existente que nos es accesible, y la fe en lo que se oculta, o bien como realidad no desvelada, o bien como posibilidades no descubiertas. Ambas han coincidido también en que el sentido del aquí y ahora de la llamada realidad deja bastante que desear, y por lo tanto el verdadero sentido no pertenece esencialmente a la misma. De ahí la desvalorización del mundo tal y como lo entendía el cristianismo, y la sed de futuro de la utopía marxista. En el fondo ambos son, en sus formas más comprometidas, una rebeldía contra el sinsentido del mundo existente. Mientras en el cristianismo más consecuente se opta por "retirarse" del mundo; con el marxismo tenemos la opción de transformarlo conscientemente, porque como heredero de la Ilustración, su fe en la razón aún no ha quebrado.

El primer pensador de la modernidad que tomó plena conciencia de la separación que se estaba produciendo entre la razón, -cada vez más "objetiva", esto es, más indiferente a los fines humanos-, y la fe en tanto que indisoluble de los mismos, fue Pascal.


 La razón mecanicista de corte cartesiano es determinista, y el mundo, es decir, el orden social de su tiempo, no escapa a la visión conservadora de dicho paradigma; lo cual significaba para los espíritus "realistas" que las cosas no podían ser de otra manera. Ahora bien, para los menos realistas, pero más auténticos, la situación se había vuelto trágica, pues lo que "no podía sino ser", o sea, los compromisos mundanos, eran la mayoría de las veces lo que no debía de ser desde las exigencias de la fe cristiana, y por tanto, había que apostar.

Desde la sensibilidad marxista de la primera mitad del siglo XX, un pensador adscrito a esta corriente vio en la tragedia de esta primera rebeldía contra el sinsentido del orden mundano una de las fuentes del pensamiento dialéctico, en el que el Sí y el No son los protagonistas esenciales del mismo. Y en una obra titulada El hombre y lo absoluto aborda la investigación de lo que él considera el origen de una dialéctica que hoy se da precipitadamente por concluida . Este marxista capta la tragedia de un pensador y científico excepcional, Pascal -que además es un creyente que no hace concesiones-, siendo innegable la afinidad y simpatía que como dialéctico siente por él, pues ambos, uno desde su pesimismo en relación al orden mundano, y el otro con su fe en el orden futuro, no dejan de ser hombres trágicos que apuestan abiertamente por el sentido que ha de venir, aunque necesariamente hay que vivir en la mezquindad del sentido de lo existente.

Este pensador es Lucien Goldmann, uno de los intelectuales más prestigiosos de los años sesenta en Europa. De origen rumano, se afincó después de la Segunda Guerra Mundial en París y más tarde ocupó un cargo en la Universidad Libre de Bruselas, donde dirigió el Centro de Sociología de la Literatura. En su corrículum intelectual es de destacar la influencia del filósofo marxista Georg Lukács, de quien fue discípulo, además de la orientación hegeliana. Con tales ingredientes, este autor contribuye con sus investigaciones a la creación de una ciencia seria, rigurosa y positiva de la vida del espíritu en general.

lunes, 13 de octubre de 2014

PRINCIPIOS SOBRE EL PODER (II)

Edgar Degas, Despacho de comerciantes de algodón (1873)

47.- El orden capitalista es aquel en el que tanto el principio como el fin es el medio. Y como el medio es lo más relativo, es el orden de la necesidad, y no de la libertad.

48.- El orden capitalista es aquel que al fundamentar el trabajo, que es el pilar de la vida social, como un medio para conseguir otra cosa, construye un “orden” social en base a la relatividad general de todo trabajo. Esto hace, según lo visto en 66 y 68, del sistema capitalista un orden esencialmente contradictorio.
Como todo orden contradictorio, lleva a la destrucción de la identidad de sus partes; luego para conservarse necesita una permanente e ingente aportación de energía.


49.- Las fuentes de energía de las que el sistema capitalista se alimenta son las relaciones solidarias que conforman tanto la naturaleza como la identidad humana, entendida ésta tanto como sujeto colectivo como asimismo sujeto individual.


50.- El orden capitalista es, pues, un sistema que no puede limitarse a sí mismo. Por lo tanto, no es un orden de libertad, el cual tiene como fin afirmar la singularidad de sus partes.


51.- No es libre un orden social en el cual algunos tienen el derecho a utilizar a otros. Cuando los medios pertenecen a una minoría, se les ha concedido ese derecho.


52.- Hay dos tipos de órdenes represivos2por una parte, los constituidos por minorías que monopolizan la propiedad sobre los medios, haciéndolos necesarios3 para la mayoría, y que además ejercen un estricto control sobre el acceso de los miembros de las otras clases a dicha minoría. Éstos son los órdenes llamados tradicionales, en los que la minoría represora era prácticamente cerrada. Y, por otra parte, se encuentran los órdenes represivos democráticos, en los cuales la minoría que monopoliza el poder sobre los medios es abierta. Quiere decir esto que cualquiera tiene derecho a acceder a dicho poder conforme a las reglas establecidas en cada caso. Sin embargo, una sociedad nunca será libre, ni por supuesto solidaria, en tanto unos seres humanos sean utilizados por otros, aunque todos tengan “ese derecho”.


53.- En un orden libre y solidario, el estado es el poder organizado de todos para afirmar, garantizar y desarrollar el poder de cada uno.


54.-El único poder legítimo es el inherente al orden libre y solidario.


55.- No hay libertad sin elección, pero la elección no es libre si no es relativa a la realización de las posibilidades inherentes a nuestra singularidad.


56.- Una elección es libre cuando, hecha desde lo que realmente somos, nos lleva a poder diferenciarnos de lo que no somos.


57.- Una elección no es plenamente libre si el resultado es no poder diferenciarnos plenamente de lo que no somos o de quien o quienes no somos. Si elegimos competir -no como juego-, como sólo se compite por alcanzar lo mismo, en principio ya nos hemos igualado con aquellos con los que competimos, lo que hace que con el triunfo y el fracaso sólo lleguemos a ser más o menos que otros en relación a lo mismo.


58.- Cuanto más singular, menos se limita a las otras singularidades, luego mayor es la unidad.


59.- Por la libertad, pues, como afirmación de la singularidad, por la que nos diferenciamos de lo que no somos haciéndonos presentes como lo que somos, se nos revela la unidad de nuestro ser.


60.- Por la competencia no lúdica nunca se puede alcanzar la unidad, pues en la unidad nadie sobra en relación a lo que busca, pero en la competencia sí.


61.- El alfa y omega del poder legítimo, que no es sino el verdadero poder, es la unidad que se nos afirma en nuestra libertad, y por la cual amamos a su vez nuestra unidad.


62.- El poder legítimo es aquel que nos hace poderosos tanto porque ama la unidad como la singularidad.


63.- El patrón del poder es el poder legítimo que nos hace poderosos.


64.- El patrón del poder es aquel que al autovalorizarse nos valoriza.

Jacques Louis David, El Juramento del Juego de la Pelota (1791)

65.- Valorizarnos es sacarnos del “anonimato” ontológico, social, cultural, psicológico, espiritual, etcétera. En una palabra: alejarnos de la nada para facilitarnos que nuestra singularidad se haga presente.

66.- El patrón del poder, o Poder original, es aquel que todos sus fines son relativos al fin último siempre presente: el presenciarnos4 como fines originales o fines en sí mismos. El poder original es, por tanto, un poder inocente.


67.- El patrón del poder es el que jamás nos utiliza como medios.


68.- Todo poder original es un poder inocente, pues por él los “olvidados”, los humildes, los “débiles”, los “humillados”,etcétera, son ensalzados, elevados, y, en una palabra, dignificados, que no es otra cosa que ser presenciados como fines en sí mismos.


69.- Todo poder original es un límite para los que no pueden limitarse, y, como todo límite, a la vez que los niega como los que se exceden, busca ser la ley con la que se identifiquen, y con ello puedan llegar a ser ellos mismos.


70.- Todo poder original busca que cada uno y todos sean libres.


Francisco Almansa González.

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2 Entendiendo como orden represivo aquél en el que una minoría utiliza de una u otra manera a una mayoría. Pues ésta es la matriz de toda otra represión, porque cuando una mayoría reprime a una minoría estamos ante una consecuencia del patrón represivo de utilización de la mayoría por la minoría.

3 La necesidad de los medios surge en la medida que éstos son separados del trabajador. Un campesino que trabajada su tierra puede sentirse libre en su relación con la misma, porque, entre otras cosas, la trabaja en relación a sus fines. Sólo se necesita a lo que nos sirve cuando lo que nos sirve no nos pertenece. Lo cual es una contradicción.

4 Presenciado significa afirmado como un presente o ley del cambio, y a su vez como un don. Significa también visto o concebido como un fin.

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lunes, 6 de octubre de 2014

PRINCIPIOS SOBRE EL PODER (I)




Francisco Almansa González.
Presidente de la Asociación Aletheia.

Estos principios sobre el poder, así como las conclusiones que de ellos se derivan, constituyen una selección de los mismos que a su vez depende de una teoría más amplia en la cual encuentran el marco referencial que le otorga su pleno sentido. Lo anterior significa que esta relación que aquí exponemos es incompleta y que, por lo tanto, puede adolecer en algunos casos de la claridad necesaria. Pero de lo que aquí se trata fundamentalmente es de abordar el tema del poder desde un punto de vista diferente al que en general es percibido cuando éste -el poder- es casi exclusivamente relacionado con la política y la economía. En primer lugar, este reduccionismo nos impide comprender la verdadera esencia del poder, pues éste trasciende con mucho lo que es el ámbito de lo estrictamente político, así como de lo económico, hoy en primer plano.

El poder, en principio, hay que concebirlo como los romanos representaban al dios Jano, con dos rostros opuestos. Conforme a esto, una cara es la dimensión que busca la negación de aquello cuya presencia puede obstaculizar los fines de la otra cara del poder, que es el de las realizaciones que presuntamente lo legitiman. Aquí la cuestión estriba, por tanto, en ver si dichas realizaciones en verdad lo legitiman. Como este no es lugar para desarrollar una teoría completa del poder, sólo podemos decir que la legitimidad de un poder sólo le viene dada en la medida que nos humaniza. Y no valen declaraciones de derechos humanos, así como tantos tipos de retóricas humanistas al uso, si a la postre se admiten como legítimas determinadas prácticas sociales que tanto por sus efectos directos como indirectos provocan una deshumanización generalizada de la vida social. Esto es, a nuestro parecer, lo que ha sucedido al tratar de asociar valores de alcance universal -cuya conquista se debe fundamentalmente a los profundos anhelos que en todos los seres humanos laten para alcanzar la plenitud de lo que ya son- con el capitalismo, el cual todo lo degrada al poner como patrón universal de todas las formas de ser al dinero. O sea, algo que en sí mismo nada es.

Esto hace que la ideología propia del capital sea el nihilismo. Ahora bien, el nihilismo, como toda forma de parasitismo, obtiene su energía a cambio de nada. Sólo ha de tener cuidado en no destruir completamente a sus víctimas, pues con ello también sucumbiría él mismo. Por eso necesita utilizar, y no destruir absolutamente, todas aquellas instituciones y valores que son en su misma esencia la negación misma de todo nihilismo. Su poder, por tanto, es un poder paradójico, como todo poder represivo, y como paradójico que es, su nombre ha de indicar su propia contradicción. Por eso a este tipo de poderes los denominamos poderes de la impotencia.

Darío de Regoyos, Bahía de Santoña (1900)
He aquí los Principios:


1.- El Poder legítimo es libertad, pues allí hasta donde podemos llega nuestra libertad. Lo que implica que cuando se nos limita el poder se nos limita la libertad, y viceversa.


2.- Si el poder es libertad entonces es afirmación de la diferencia (singularidad) y realización de las posibilidades inherentes a la misma.


3.- Afirmar la diferencia es diferenciarse de lo que no se es, y, por lo tanto, ser su límite.  

4.- Lo que afirma su diferencia en relación a lo que no es, es lo Singular.

5.- Lo Singular es lo que se autoidentifica o autolimita1, y de ahí que se diferencie de lo que no es. Un ser es más necesario cuanto más es él mismo, o sea, más singular, para lo cual es necesario que se autolimite.


6.- Conforme a lo anterior, ser libre es ser poderoso, y ser poderoso es ser necesario y singular, que es una y la misma cosa.


7.- Lo singular es necesario, y, como tal, insustituible.


8.- Sólo se es realmente poderoso si se es necesario por la singularidad, y sólo por la singularidad se es necesario.


9.- Cuanto menos singularidad se posee menos diferenciable se es de lo que no se es. Luego más fácilmente sustituible, lo que significa que se es menos necesario.


10.- El que busca el poder sin ser poderoso persigue el medio de hacerse necesario quitando a los otros los medios por los cuales pueden realizar las posibilidades inherentes a su singularidad. Lo cual significa hacerlos lo más indiferenciados posible.


11.- El “poder” de los que no pueden limitarse, y que por lo tanto no son libres, consiste, conforme al punto anterior, en limitar el poder de los otros impidiendo que sean necesarios. Esto es: que siempre puedan ser sustituibles.


12.- La sustituibilidad lleva a competir a los sustituibles entre sí.


13.- La represión consiste en impedir hacernos presentes, esto es: ser necesarios conforme a nuestra singularidad, haciéndonos permanecer en la competición de lo sustituible, en tanto que indiferenciable.


14.- Toda represión es una desvalorización. Un alejarnos de una u otra manera de nuestra condición de seres únicos, y un aproximarnos a la nada.


15.- La represión política, económica, educativa, etcétera, es la consecuencia de una previa desvalorización ontológica, que es a su vez la represión original, o aquélla por la que un fin en sí mismo o fin original es concebido como un medio, y utilizado como tal.


16.- El hombre edípico es el que cifra su poder esencialmente por la posesión de los medios, o sea, por aquello que es más temporal.

17.- El hombre edípico es el que compite por la posesión de los medios, entendidos éstos como clave de su poder.


18.- El hombre edípico, en tanto que competidor por la posesión de los medios, siempre está situado en el terreno de la sustituibilidad. Se compite por lo que siempre aparece como subjetivamente escaso en relación a todos aquellos que lo desean; por lo tanto, siempre sobran algunos.


19.- El hombre edípico es un proyecto imposible para llegar a ser único, insustituible y, por lo tanto, necesario, pues busca el poder en la posesión de los medios, que son por esencia relativos, y que, por lo mismo, siempre remiten a otra cosa. Cuanto más medios se poseen, dada la relatividad intrínseca de los mismos, más se diluyen los límites en los que el hombre edípico trata de reconocerse, pues éstos, por estar constituidos por medios, siempre apuntan más allá de sí mismos.


20.- ¿Cuál es el fundamento de toda represión? El miedo a perder la identidad cuando ésta desconoce su verdadera esencia y, por lo tanto, sus límites.


21.- Una identidad represiva es aquella que no se puede limitar.


Miguel Ángel, La creación de Adán (1508-12)

22.- Lo singular tiene como límite lo que no lo limita.

23.- El límite que no limita a una singularidad es otra singularidad, pues ambas no compiten.


24.- El límite común entre singularidades es la Unidad.


25.- La Unidad es la relación entre singularidades por la que la afirmación de cada una implica la afirmación de las demás (Orden de la Libertad).


26.- La singularidad, y sobre todo como conciencia, es la forma como el ser se diferencia esencialmente de la nada.


27.- La afirmación de lo singular implica una valorización del ser frente a la nada.


28.-Si la afirmación de una singularidad implica la afirmación de las demás, significa que cada singularidad, al autovalorizarse, valoriza a las demás.


29.- Llamamos Orden de Solidaridad aquel en el que sus componentes dan lo que pueden; y lo que pueden ha de ser aquello que los valoriza. O sea: que los afirma como singularidades.


30.- El orden de la libertad, pues, implica el orden de la solidaridad, y viceversa.


31.- El único orden legítimo de poder es aquel en el que el orden de la libertad coincide con el orden de la solidaridad. Llamamos a este orden Orden de la Vida Bella u Orden Justo.


32.- Cuanto más ser se es, menos se necesita.


33.- Cuanto más ser se es, más alejado de la nada, y, por lo tanto, más singular.


34.- Cuanto más singular, más inherente al orden de la libertad y de la solidaridad.


35.- Cuanto más se es, se es más libre y más solidario.


36.- Cuanto más se es, menos se necesita y más se da.


37.- Todo orden en el que la libertad y solidaridad no coincidan es un orden represivo, pues nadie es plenamente él mismo, ni nadie por lo tanto puede dar todo lo que podría dar ni lo que debe dar. En él a todos siempre les falta algo, aunque a algunos les sobre de todo.


38.- En un orden represivo, a lo que se autoidentifica o singulariza sólo se le afirma en la medida que se le utiliza.


39.- En los órdenes represivos, los seres humanos se ven unos a otros como medios para conseguir sus fines particulares.


40.- El orden represivo es también el orden de la necesidad, pues en él el trabajo, que es una manifestación esencial de la vida humana, siempre es realizado como un medio para obtener en general otros medios. Ahora bien, cuando más es un medio, menos es un fin que se realiza por él mismo y por el que el trabajador realiza las posibilidades inherentes a su singularidad. El trabajo, pues, como medio, es la negación misma del trabajo libre, y por lo tanto pertenece al orden de la necesidad.

Gustave Caillebotte, Los cepilladores de parquet (1875)

41.- En la llamada democracia, la mayor parte del trabajo pertenece al orden de la necesidad, pues, como en los restantes órdenes represivos, los medios se convierten en un fin, y, en la misma medida, los seres humanos se convierten en medios para obtenerlos.

42.- La clase represora es aquella a la que, al pertenecerle esencialmente los medios, obliga a los demás grupos humanos a trabajar y a competir en primer lugar por la adquisición de los mismos. Son, por tanto, la piedra angular del orden de la necesidad.


43.- La libertad no es medio, sino la plena afirmación de lo que somos realizando las posibilidades que afirman nuestra singularidad.


44.- Se nos niega como seres libres cuando somos utilizados como medios.


45.- Cuanto más relativo es algo, menos es sí mismo; luego es más contradictorio.


46.- Cuanto más libre se es, más se es sí mismo; luego más coherente se es.


1Por autolimitación o autoidentificación entendemos las relaciones que entre las partes de algunos seres se dan, tales que tienen como fin el diferenciarse de lo que no son, y, por lo tanto, el hacerse presentes como lo que son, reconociéndose como los mismos en todos los cambios y diferencias. Tanto la vida consciente e inconsciente considerada a nivel de individuos, de especie, de ecosistema, sociedad, mundo espiritual, etc., responde al concepto de autolimitación.
(Continúa) 

martes, 30 de septiembre de 2014

LA PALABRA HUMILLADA: ELLUL Y LÉVI-STRAUSS

Han llegado tiempos temibles: los del “pensamiento blando” y la palabra humillada. Una indiferencia envenenada se levanta lentamente, como una mala niebla de los tumultos actuales. Los discursos, razonamientos modernos, se inclinan a lo engolado y ridículo. Ya nada será verdadero ni falso, todo será “igual” en un mundo de palabrería y de sospecha. Filosofía, política, literatura, periódicos: una logorrea de frases vacías y de bagatelas sumerge a una época que presencia el triunfo de la imagen sobre la palabra, de la “realidad” sobre la verdad. Tiempos de abandono y de desesperanza, de irresponsabilidad y de “hablar para no decir nada”... Esta apoteosis de la idolatría de la técnica, de la entraña misma de una realidad falsificada, estas imágenes proliferantes y estos dioses mentirosos están tramando poco a poco algo intolerable. “Un sufrimiento agudo”, dice Jacques Ellul, “un terror. El hombre no puede vivir privado de verdad. Ignora con exactitud qué mal le aqueja, pero vive con el pánico latente, con la desesperación de no ser siendo”.

Contraportada del libro La palabra humillada, de Jacques Ellul. SM, Madrid, 1983

Jacques Ellul nació en Burdeos en 1912. Doctor en Derecho. Suspendido por el régimen de Vichy, participó activamente en la Resistencia. Desde 1953 fue miembro del Consejo de la Iglesia reformada de Francia. Filósofo y teólogo, ha publicado numerosos libros difundidos por el mundo entero. Murió en su ciudad natal en 1994.
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«Hemos discutido también en otro nivel, donde la cuestión planteada no es ya la relación entre una lengua y una cultura, sino más bien la relación entre lenguaje y cultura en general. Y sin embargo, ¿no hemos descuidado un poco este aspecto? En el curso de las discusiones no se ha considerado nunca el problema planteado por la actitud concreta de una cultura hacia su propia lengua. Para tomar un ejemplo, nuestra civilización trata el lenguaje de una manera que se podría calificar de inmoderada: hablamos a propósito de todo, todo pretexto es bueno para expresarnos, interrogar, comentar... Esta manera de abusar del lenguaje no es universal, ni siquiera frecuente. La mayoría de las culturas que llamamos primitivas emplean el lenguaje con parsimonia; no se habla en todo momento ni a propósito de cualquier cosa. En ellas, las manifestaciones verbales están a menudo limitadas a circunstancias prescritas, fuera de las cuales se escatiman las palabras».

Claude Lévi-Strauss, Antropología estructural, Altaya, Barcelona, 1994, pp. 109-110.

Paul Gauguin, ta-matete (1892)
Claude Lévi-Strauss nació en Bruselas en 1908 y murió en París en 2009. Es una de las grandes figuras de la antropología. Fue fundador de la antropología estructural y destacó por introducir su enfoque estructuralista en las ciencias sociales. Está considerado uno de las intelectuales más influyentes del siglo XX.

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jueves, 25 de septiembre de 2014

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL CAPITALISMO

Andy Warhol, Fajo de Billetes (1962)

El capitalismo es el sistema social cuyo referente de sentido es la economía, en tanto que ésta tiene como fin el mantenimiento indefinido del trabajo relativo(1) como fuente de riqueza, en forma de beneficio y de salario,  así como la competencia entre los individuos, en cualquiera de sus roles, como medio para estimular la producción y el consumo. Las condiciones necesarias para conseguir tales objetivos son la propiedad privada y el mercado universal.

Por lo tanto, el derecho al trabajo -entendido como la genuina actividad humana dirigida al desarrollo personal y a ganarnos la vida dignamente- está subordinado al “derecho” al enriquecimiento. El trabajo es un derecho universal porque es una actividad humanizadora por excelencia; pero el trabajo en el sistema capitalista es una mera mercancía cuyo precio es el salario. El “derecho” al enriquecimiento no puede ser un derecho universal, pues ser rico es poseer más que los otros. Si todos fuésemos ricos entonces no habría ricos. Es por esencia desigual.El derecho al trabajo es universal, pues se vive del propio trabajo o del trabajo de los otros. Pero sin el trabajo la sociedad no es posible. Sin ricos, sí. Al legitimar el derecho al enriquecimiento, necesariamente de los menos, se paga un peaje por el derecho a trabajar y por el derecho a la realización personal. Sólo si la realización personal mediante el trabajo vocacional coincide con el interés de lucro capitalista, esta realización personal es posible.

 El fin de capitalismo es siempre obtener más de lo que se pone, compitiendo por los medios de producción como un producto de mercado; para ello entra en juego el sistema financiero para la obtención de crédito y éste se convierte también en una competencia. Se hace competir a los seres humanos por un derecho universal. Es como si tuviésemos que competir para respirar. Si yo respiro tú te quedas sin aire. 

El capitalismo es una realización hecha a imagen y semejanza de su creador: el Yo desarraigado. Éste escapando de la nada, inherente a su desarraigo, busca por lo mismo llegar a ser más; mientras que su sistema es aquél en el que el dinero, en tanto que patrón de indiferenciación de las faltas, conforme a la relación de demandas opuestas en el mercado, es una indiferenciación indeterminada. El nihilismo es la expresión más relacionada con este sistema, pues ambos tienen como presente la nada y el medio como fin.

 En el capitalismo el lucro está siempre por encima de la vocación.
George Grosz, Un día gris (1921)

El capitalismo es un sistema que produce necesidades para después lucrarse de la satisfacción de las mismas. Es el sistema que más produce porque es el sistema que de forma intencionada crea más necesidades. Toda la dinámica del capitalismo es la generación de deseos. No es un sistema en sí mismo, sino que es la fase final de agotamiento de unos valores, instaurándose el no valor, que es el medio absoluto. Es la institucionalización del egoísmo. Todo lo utiliza como un medio, pues el «medio» es el valor supremo, de donde el hombre no es sino un medio (el medio es lo que no tiene identidad propia).

El capitalismo es un sistema económico cuyos ritmos y necesidades se oponen a las condiciones de regeneración de la naturaleza. Ni los ritmos biológicos de la naturaleza, ni los ritmos biológicos ni psicológicos de las personas están en sintonía con sus necesidades.
El capitalismo, en resumen, es el sistema en el que lo artificial se convierte en la ley a la cual se quiere someter a:
  • la naturaleza,
  • al trabajo como exigencia natural para el sostenimiento de la vida y el desarrollo personal,
  • a todos los sentimientos humanos (pues también con ellos se puede negociar),
  • y, por último, al deseo de solidaridad natural que late en todas las personas espiritualmente sanas.
Un deseo de solidaridad que el capitalismo pervierte al someterlo todo a lo que es su ley absoluta: la competencia que nos opone a todos contra todos: Trabajadores contra trabajadores. Empresarios contra empresarios. Empresarios contra trabajadores y viceversa. Políticos contra políticos y contra ciudadanos. Y todo esto porque, como decíamos al principio: el capitalismo es un sistema social en el que el derecho al trabajo está subordinado al “derecho” al enriquecimiento.
Walter Evans, Desempleados (1932)

Por último, el capitalismo es un sistema desintegrador de toda otra forma de organización social (familia, pueblos, otras civilizaciones y cualquier forma de comunidad solidaria humana), pues necesita siempre de individuos plenamente disponibles.

(1) Trabajo relativo es aquél que no tiene sentido por sí mismo, pues se realiza en relación a un fin que es extraño a su naturaleza, ya que el fin inherente al trabajo es la plena autorrealización de la persona.

Relacionado con estos temas le recomendamos: EL DINERO y LA FUNCIÓN MEFISTOFÉLICA DEL DINERO.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Próxima conferencia a cargo de José Ignacio González Faus: La incidencia del capitalismo en las visiones utópicas liberadoras

El próximo día 24 de septiembre (miércoles) tendremos el honor de contar con nosotros a José Ignacio González Faus, jesuita, profesor y teólogo, el cual impartirá una conferencia con el título: La incidencia del capitalismo en las visiones utópicas liberadoras.

Este acto tendrá lugar en el Salón de actos de la Facultad de Ciencias del Trabajo (C/ Adarve, 30) de Córdoba a las 19:00 horas.

González Faus es teólogo y autor de numerosos libros, como La Humanidad Nueva, Herejías del catolicismo actual u Otro mundo es posible...desde Jesús, todos ellos en la línea de la recuperación de la dimensión auténticamente fraternal del cristianismo desde una perspectiva rigurosa.

domingo, 7 de septiembre de 2014

GONZÁLEZ FAUS: UN TESTAMENTO QUE REPORTA AUTÉNTICA RIQUEZA


Tanscribimos a continuación el texto íntegro del artículo del teólogo José Ignacio González Faus aparecido el pasado 2 de abril de 2013 en el Blog de Trotta, y que lleva por título "Testamento". En él nos regala su credo personal, el cual es, en nuestra opinión, una profunda mirada espiritual ante el difícil momento en el que nos encontramos.

"Este 2013 cumpliré los ochenta. La cifra da cierto vértigo. Aunque en Herejías del catolicismo actual digo que me gustaría seguirlo con un comentario al Credo, no sé si esto será posible. Por eso anticipo mi credo personal.
1. Desde hace ya casi medio siglo, el tema de la fe se enmarca para mí en estas dos frases, una de un cristiano y otra de un no creyente. La primera es la profecía de Emmanuel Mounier: en el futuro los hombres no se dividirán según crean o no en Dios, sino según la postura que tomen ante los pobres. La otra es la estrofa impactante de Atahualpa Yupanki: «hay cosas en este mundo más importantes que Dios: que un hombre no escupa sangre para que otros vivan mejor», a la que he visto siempre como un buen resumen del modo como Dios se reveló en Jesucristo (hay cosas en este mundo más importantes que yo…).

2. Esta visión de la fe se estructura en dos líneas maestras del Nuevo Testamento.
2.1. La primera, en positivo, es el repetido mandamiento del amor fraterno que no solo atraviesa el texto bíblico sino que está presente en casi todas las religiones, aunque en el Nuevo Testamento adquiere una melodía particular: es un viejo mandamiento que se convierte en «nuevo» porque resume e interpreta todos los demás mandamientos. Y es un mandamiento explícitamente universal: de modo que no se trata sólo de amar a «mis» hermanos sino de que todos los seres humanos son hermanos míos: el adjetivo «fraterno» no limita sino que amplía el mandamiento del amor. El «prójimo» no es el cercano a ti sino aquel a quien tú debes aproximarte, dice Jesús en una parábola.
2.2. Y en negativo, la visión del dinero como el gran enemigo de Dios. Visión que atraviesa los evangelios («no podéis servir a Dios y al dinero»), los textos paulinos («la codicia es idolatría» y «la raíz de todos los males es la pasión por el dinero») y los joánicos («si alguien tiene bienes de la tierra y ve a su hermano pasar necesidad y no le socorre, el amor de Dios no está con él»).

3. Este doble resumen de mi fe (mejor que de resumen, hablaría de «corazón» porque la realidad humana abarca otros muchos aspectos) tiene hoy, a veinte siglos de distancia del mundo de Jesús, un imprescindible componente estructural (no solo personal), que no cabe desconocer. Si desde aquí miro hoy a nuestro mundo, podría escribir otro Manifiesto que comenzara: «Un fantasma recorre el mundo». Pero ahora, dicho en serio (y no irónicamente como en el Manifiesto del siglo XIX), ese fantasma, esa gran amenaza no es el comunismo sino el sistema capitalista. Por más que se lo enmascare con bellas palabras de libertad o progreso, el corazón de ese sistema no es más que la riqueza y el poder: la riqueza que da el poder y el poder que da la riqueza. Es un sistema antifraterno cuyas células madre tienden a configurar un mundo donde unos pocos (cada vez más pocos) dominan a la mayoría. Y la hora que vive hoy nuestro mundo es aquella en que está cuajando y tomando cuerpo esa tendencia.
Esa tendencia estuvo detenida en años anteriores por dos factores históricos: el socialismo de la Unión Soviética que, aun con todos sus desastres, asustó al capitalismo y le forzó a hacer algunas concesiones, y el socialismo de la llamada «socialdemocracia» que trató de buscar una vía media entre los otros dos extremos. La caída del pseudoimperio soviético puso fin a ese equilibrio inestable y desató la dinámica totalitaria del capitalismo, permitiéndole mostrar su verdadero rostro. No importa que la gente sencilla pregunte: ¿para qué quieren tanto dinero?, ¿para qué querrá alguien tener treinta y seis mil millones de litros de agua si no podrá bebérselos en toda su vida?… Por elemental que parezca ese tipo de preguntas, es incomprensible para los narcotizados por el dios Mamón.
Desde aquí me parece que nuestra hora histórica marca una tendencia casi imparable, no a «desarrollar al Tercer Mundo» como se decía antes, sino a «tercermundizar» al mundo desarrollado. Hace pocos años comenzamos a hablar ya de «cuarto mundo» (los enclaves de miseria en medio del primero), pero esa expresión se nos va quedando corta y se quedará mucho más corta cuando pase la crisis económica y, como un huracán del Caribe, deje destruida más de la mitad del estado social que creíamos haber montado. El mundo quedará reducido a un uno o dos por cien de la humanidad, inmensamente rico (aunque lleno de luchas internas por derribar al otro), y una gran mayoría humana sometida a una dictadura camuflada de grandes palabras (civilización, progreso, desarrollo, libertad…) que se utilizarán como justificación de la crueldad de esa tiranía. No será improbable que algún día esa mayoría estalle en explosión incontrolable, pero tampoco será fácil porque siempre está ese colchón amortiguador de quienes no pertenecen ni a la minoría de los canallas ni a la mayoría de los infrahumanos, de esos que fueron llamados «el segundo tercio» y que son los que más temen perder su posición cayendo en el abismo de los miserables. Ellos, sin querer, pueden actuar como pararrayos de una revolución desesperada y loca. Y además, los tiranos han dispuesto siempre del antiguo recurso defensivo (panem et circenses: pan y circo) que hoy podríamos traducir como «Ipad y circo».

4. Pero no se trata de hacer profecías. La última conclusión de estas reflexiones es que, si el dinero es el mayor ídolo enemigo del hombre, lo es porque es el mayor enemigo del Dios que reveló Jesús. Igual que capitalismo y democracia son a la larga incompatibles, también lo son capitalismo y fe cristiana. Las iglesias que se preguntan hoy por la descristianización de Occidente no acaban de percibir esto porque ellas mismas han sido cómplices de ese proceso en sus organismos directivos. Los ateos que perdieron la fe tampoco perciben que sea debido a ese proceso del que ellos son solo pequeñas gotas de agua de un tsunami epocal. De este modo, lo que vaya quedando de cristianismo en Occidente será solo un cristianismo no cristiano: fundamentalista en lo dogmático y servidor del dinero en lo moral. Un cristianismo anunciado ya en tantas sectas norteamericanas que son como primeras nubes de la tormenta que acabará viniendo.

5. Al terminar no me queda más que evocar la frase de Ignacio Ellacuria en la manera como yo suelo reformularla: «una civilización de la sobriedad compartida» (Ellacu decía una civilización de la pobreza) es la única oferta de vida que le queda a nuestro mundo. Para creyentes y para no creyentes. Si no nos la tomamos muy en serio, quizá será el momento de leer esos capítulos que cierran los evangelios cambiando todo el discurso anterior de Jesús ( Marcos 13 o Mateo 24), y empezar a comprender que ni este mundo tiene futuro, ni Dios puede tener sitio en un mundo como este."

Relacionado con este autor le recomendamos: ALÍ BABÁ Y LOS CUARENTA LADRONES.
                                           

domingo, 24 de agosto de 2014

EL TRABAJO HUMILLADO

Hoy el trabajador constituye un recurso abundante para el empresario o propietario de los medios necesarios para la realización del trabajo. Esto hace que el trabajador, y con ello su trabajo, necesariamente se desvalorice como mercancía, lo cual conduce a la situación paradójica en la que al que se le priva de un derecho natural-social, pues el trabajo es la relación esencial de lo vivo con su medio, sea sancionado rebajándole progresivamente los recursos necesarios para acceder a los productos mismos del trabajo, imprescindibles para la supervivencia.

Ahora bien, para que esto suceda se necesita que previamente el trabajo del trabajador haya sido desvalorizado, poniendo el acento allí donde el propietario obtiene el beneficio, o sea: en el intercambio del mercado; pero para ello es también preciso haber transformado el trabajo y, por lo mismo, al trabajador, en una mercancía, o un ser para el mercado. Sin embargo, aun los partidos que se denominan progresistas, no parecen poner muchas objeciones a la mercantilización de lo que, como hemos dicho anteriormente, constituye ni más ni menos que el auténtico derecho de ser por sí mismo, y no en relación a los intereses crematísticos de otros.

Comparemos la valoración que actualmente se tiene sobre el trabajo con la que tenían dos pensadores sobre el mismo. Uno, Hegel, a caballo entre los siglos XVIII y XIX; y el otro, Ernst Jünger, perteneciente a los siglos XIX y XX. En ambos, la dignidad del trabajador se revela como absoluta, lo cual significa que, si estaban equivocados, entonces el progreso implica la inexorable pérdida de la dignidad del mismo, y con ello, lo justo es que su precio de mercado tienda progresivamente a la baja, y la voluntad del trabajador cuente cada vez menos. Esto es precisamente lo que está pasando. ¿De verdad progresamos?


«Este es el infinito derecho del sujeto: que se encuentre satisfecho de sí mismo en una actividad y trabajo».

Hegel citado por Karl Jaspers, Origen y meta de la Historia, Altaya, Barcelona, 1994, p. 153. El subrayado es nuestro.

 «Hemos visto cómo, dentro del puro paisaje de talleres, el ser humano estaba sometido a esa variabilidad de los medios hasta un grado tal que posibilitaba teorías que lo hacían aparecer a él mismo como una especie de producto industrial. (...) La gente se ha habituado a ver en fenómenos como el paro, la carestía de viviendas, los fallos de la industria y de la economía, una especie de sucesos naturales. Estos fenómenos no son, sin embargo, otra cosa que síntomas de la decadencia de los órdenes liberales.(...) Para el plan de trabajo es el trabajo el elemento que le está asignado de una manera natural; no puede haber falta de él, como tampoco puede haber falta de agua en el océano. De ahí que tampoco sea superfluo el ser humano; él es el capital más grande y más valioso».

«Para poder captar eso es preciso, ser capaz de concebir el trabajo de un modo diferente del rutinario. Es preciso saber que en una "edad del trabajador" nada puede haber que no sea concebido como trabajo, si es que esa edad lleva su nombre con todo derecho y no se reduce simplemente a calificarse de tal, que es lo que hacen todos los partidos que hoy se denominan a sí mismos "partidos de los trabajadores". Trabajo es el tempo de los puños, de los pensamientos y del corazón; trabajo es la vida de día y de noche; trabajo es la ciencia, el amor, el arte, la fe, el culto, la guerra; trabajo es la vibración del átomo y trabajo es la fuerza que mueve las estrellas y los sistemas solares».

Ernst Jünger, El trabajador, Barcelona, Tusquets, 2003, pp. 263 y 69.

miércoles, 13 de agosto de 2014

¿ES EL SIONISMO UN TOTALITARISMO?


A raíz de los recientes acontecimientos en Palestina, en los que nuevamente se demuestra la voluntad de exterminio de Israel respecto al pueblo palestino, hemos querido traer a primer plano esta entrada, que ya publicamos en su día, en la que se reproducían partes del artículo de opinión del estudioso sobre temas palestinos, Ilan Pappé, y que fue publicado por el diario El País en 13 de abril de 2011. En él, el autor analizaba el paradigmático caso del juez judío sudafricano Goldstone, que publicó un informe en 2009 sobre crímenes de guerra cometidos por el estado de Israel sobre población palestina en Gaza. Sin embargo, y tal y como relata el autor firmante del artículo, las numerosas presiones al juez por parte de los sionistas israelíes y sudafricanos le llevaron a retractarse públicamente con la esperanza de poder volver a ser acogido en el «redil sionista». Y explica Pappé literalmente: «Este adjetivo, “sionista”, está mucho más cargado de significado que lo que normalmente se cree. Uno no puede decirse “sionista” si se opone a la ideología del apartheid que practica el Estado de Israel. Puedes, sí, seguir siéndolo si simplemente criticas al Estado de Israel por ciertos hechos criminales pero te niegas a ver la conexión entre dichos hechos y la ideología que subyace en los mismos. Decir “soy sionista” es una declaración de lealtad que de ninguna manera puede aceptar el Informe Goldstone de 2009.»

Afirma Pappé: «La única evidencia nueva que aporta Goldstone, es la existencia de una investigación interna puesta en marcha por el Ejército de Israel que dice que uno de los casos “sospechosos” de ser considerados crímenes de guerra fue debido a un “error” cometido por el Ejército y que está, todavía, siendo investigado. Este debe ser el as que guardaban en la manga: las muertes indiscriminadas de miles de palestinos fueron sólo un “error”.»

Y continúa: «Desde el inicio del Estado de Israel los cientos de miles de palestinos asesinados por Israel fueron siempre terroristas o “bajas por error”». No es de extrañar, pues, la advertencia hecha por el secretario del ministro de Defensa israelí a los palestinos de Gaza en 2008: «Los palestinos atraerán sobre sí un nuevo Holocausto». Palabras macabras lo suficientemente expresivas por sí mismas del verdadero valor otorgado por las autodenominadas democracias occidentales sobre los derechos humanos.

miércoles, 2 de julio de 2014

JUSTICIA Y SOBERANÍA. ¿ES LA JUSTICIA RELATIVA?

Francisco Almansa González.

Cuando superado el sistema de privilegios del antiguo régimen, al proclamarse como uno de los pilares básicos de la democracia la igualdad de todos los hombres ante la ley, se creyó erigir un inexpugnable muro contra lo que aquellos revolucionarios burgueses consideraban la raíz de toda injusticia social: la desigualdad de derechos y de obligaciones.

La justicia, conforme a lo anterior, debía de entenderse, por tanto, como la igualdad de derechos y obligaciones de todos los ciudadanos.Y como el soberano, que es el que dicta las leyes, no podía ser otro para los demócratas que «el pueblo», ser justos era aceptar dicha igualdad en relación con las leyes que los demócratas se daban a sí mismos. Dicho de otra manera: la justicia sería la obediencia a la ley que nos obliga a todos por igual, en tanto que nos permite los mismos derechos. 

Ahora bien, los derechos que en su momento se admitieron como inherentes al ser humano no eran sino en función de la «representación» que una clase social se hacía de sí misma -en especial sus varones-, en tanto que se consideraban la quintaesencia de lo que en verdad significa ser humanos. De ahí que el derecho al voto estuviese vetado a los que carecían de propiedades y a aquellos que, por "naturaleza", estaban hechos para obedecer y no para decidir por sí mismos, como los negros, los indios, las mujeres y los niños.

Lo anterior pone de manifiesto cómo la transición del antiguo régimen a las democracias liberales no supuso la igualdad de derechos que son inherentes a nuestra condición de ser igualmente humanos. Y uno de los factores esenciales que hizo que esto fuese así, es que no comprendían al ser humano sino conforme a sus intereses comunes de clase, basados en la nueva racionalidad instrumental del comercio y de la industria. Esto es: un antropocentrismo de clase fundado en el poder instrumental más poderoso de su tiempo. La justicia pasaba a ser un instrumento al servicio del mantenimiento de la propiedad de dichos poderes, por los que el trabajo a su vez experimentó una transustanciación como mercancía, supuestamente liberado de las ataduras de la servidumbre medieval.

Interior al aire libre (1892) de Ramón Casas 
Los comedores de patatas (1885) de Van Gogh


Vemos cómo dependiendo de las formas determinadas de poder instrumental de las diferentes clases, las condiciones en las que el trabajador se ve obligado a trabajar son juzgadas como justas o injustas. El trabajo mercancía que sustituyó al trabajo servil del siervo de la gleba sigue siendo considerado legal, y como la legalidad -se supone- depende en última instancia de la soberanía del pueblo, la condición de dicho trabajo se considera justa. Ahora bien, como el valor económico de la vida del trabajador y de su familia depende de la oferta y la demanda del mercado, puede suceder, y sucede, que su vida llegue a estar despojada de todo valor económico; y si transcurrido un determinado lapso de tiempo, cada vez menor, no ha encontrado trabajo, queda incluso expulsado del stock del almacén de mercancías disponibles en espera de su momento, si lo hubiere, porque las mismas requieren un costo económico de conservación que, como todo, tiene su límite.

Consumada la expulsión como mercancía utilizable del circuito económico del trabajador, la soberanía popular, conforme a leyes que a sí misma se ha dado, no puede sino lamentarse de que muchos de sus ciudadanos «soberanos» hayan perdido de hecho completamente su soberanía por haberse dado ellos mismos "libremente" esas leyes. Conclusión: es justo lo que les sucede; y estamos, por tanto, en el mejor de los mundos posibles. Como se sabe, nada es perfecto.

Cuando La Justicia se hace relativa a una supuesta soberanía que es aceptada por la mayoría, y esto vale tanto para la democracia, como, por ejemplo, para las monarquías absolutas -si éstas son aceptadas, como decimos por la mayoría, como el "menos malo" de los sistemas de gobierno-, entonces ninguna ley es injusta, y lo injusto sería transgredir la misma.

Ahora bien, esto supone que la soberanía está más allá de la justicia, y que es ella la que determina lo que es justo y lo que no lo es, lo cual equivale a determinar lo que es el bien y lo que es el mal. La cuestión, pues, a nuestro entender, estriba en determinar aquello en lo que realmente consiste el poder soberano, porque se observa a lo largo de la historia, así como en nuestros días, que sea quien sea el soberano -uno, unos pocos  o todos-, siempre se cumple la regla de que el poder de decisión -directo o indirecto- sobre el trabajo de la mayoría lo tienen unos pocos, que son los más interesados en cumplir las leyes que les garantizan dicho poder, y que, por lo mismo, además de considerarse los más "justos" son los que disponen, en proporción o sin ella, de la mayor parte de la riqueza social.

Por ello, sea cual sea el soberano, «su soberanía» siempre garantiza la desigual distribución de riquezas, algo que desde la más remota antigüedad hasta las más "avanzadas sociedades" siempre ha encontrado su oportuna justificación. Hoy, donde la economía juega un papel determinante en el desenvolvimiento de la totalidad de la vida social, y, por tanto, es por medio de su control directo o indirecto como se puede influir de forma más eficaz sobre el comportamiento de las masas, el poder soberano lo tiene realmente quien detenta el poder económico. Sin embargo, el debate político siempre soslaya esta cuestión porque la mayoría de los grupos políticos han identificado, casi de forma natural, libertad de mercado con libertad económica, lo que equivale a convertir al mercado y sus leyes en el complemento necesario de la soberanía política.

Como la justicia es concebida como respeto y defensa de las leyes soberanas, el ir contra las leyes del mercado sería, conforme a lo anterior, una grave injusticia. Que la evidencia del día a día ponga de manifiesto que «los mercados» socavan hasta los cimientos de la soberanía de los estados nacionales, y con ello se nos revele a su vez quién de verdad posee el poder, no parece haber influido en absoluto a la hora de cuestionarnos si se puede realmente ser soberanos sin poseer realmente la soberanía económica, entendida ésta como la propiedad colectiva de los medios económicos que nos permitan decidir directamente el qué, el cómo y el cuándo de las realizaciones económicas que nos afirmen íntegramente como lo que somos, pues esto sería la justicia, y no como instrumentos necesarios a tiempo parcial para la obtención de beneficios.

He aquí lo que a nuestro entender aúna soberanía y justicia no subordinando ésta a la primera, sino legitimándola, pues no se trata de que todos seamos iguales ante la ley, sino de que la ley sea igualmente justa para todos. La Justicia ha de ser, pues, Ley de leyes, ya que la raíz de la misma no es otra que la plena afirmación de todas las dimensiones que nos constituyen como humanos, y, como tales, somos simultáneamente seres singulares y comunitarios. Pues solo en comunidad se puede alcanzar la singularidad que nos es inherente, y solo con la plenitud de la misma se pueden dar los mejores frutos que refuerzan el vínculo fraternal de nuestro ser comunitario; lo que nos hace realmente un sujeto colectivo unitario de nuestras realizaciones, que, en última instancia, y sean cuales sean éstas, siempre estarán sobredeterminadas por la justicia inherente a esta doble afirmación de ser singulares y comunitarios.

Ahora bien, ¿no es esto ser soberano? Esto es: ¿afirmarnos como lo que somos en todas nuestras realizaciones? Pues si no es así, es que sencillamente nuestras realizaciones no son «nuestras», sino relativas a los intereses de otros.

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