viernes, 27 de enero de 2017

ANATOLE FRANCE: EL ORIGEN DE LA PROPIEDAD Y OTRAS CLARIVIDENCIAS




Anatole France (1844-1924) fue un escritor francés, premio nobel en 1921. Una de sus obras es La isla de los pingüinos, publicada en 1908, una novela satírica sobre la historia de Francia que se sitúa en un escenario ficticio, el país de Alka, y cuyos personajes serían alcas gigantes (una suerte de pingüinos extintos).

Hemos extraído aquí unos breves fragmentos por lo que nos ha parecido su lucidez y actualidad, ya que aborda problemas y contradicciones no solo no superadas, sino que, incluso, parecen hoy denunciarse con mayor lenidad que antes por las que aún continuamos llamando izquierdas. En cambio, aquí, France resulta de una claridad meridiana:

«Cuidado [...], pues lo que llamáis robo y asesinato es la guerra y la conquista, fundamentos sagrados de los imperios, origen de todas las virtudes y de todas las grandezas humanas. [Así] […] escarnecéis el principio y la raíz de toda propiedad. No me costaría mucho trabajo demostrarlo. Cultivar la tierra, es una cosa, y otra cosa es poseerla: no debe haber confusión entre ambas. En materia de propiedad, el derecho del primer ocupante es incierto e infundado; el derecho de conquista descansa en sólidos cimientos; es el único respetable, por ser el que se hace respetar. La propiedad tiene por único y glorioso origen la fuerza, principia y se conserva por la fuerza. Así, es augusta y sólo cede a una fuerza mayor; por esto puede llamarse noble a todo el que posee.» (78-79)

«En todo Estado bien regido la riqueza es cosa sagrada y en las democracias es la única cosa sagrada. El Estado pingüino era democrático: tres o cuatro Empresas monopolizadoras ejercían un poder más amplio y, sobre todo, más efectivo y constante que los ministros de la República, a los cuales manejaban secretamente y les obligaban, por intimidación o por corrupción, a favorecerles en perjuicio del Estado, y cuando algún ministro se resistió le inutilizaron con miserables calumnias en la Prensa.» (256-7).

«Era una de las costumbres más solemnes, más severas, más rigurosas, y casi me atrevo a decir más terribles y crueles de la política, tener en cada Ministerio un socialista, para combatir el socialismo; de este modo, los enemigos de la fortuna y de la propiedad sentían la vergüenza y la amargura de que los azotara uno de los suyos, y no podían reunirse sin que sus ojos buscasen entre ellos al que habría de castigarlos mañana. Sólo una ignorancia profunda del corazón humano permitía suponer dificultoso el hallazgo de un socialista para semejantes funciones.» (359)

«La Pingüinia se glorificaba de su florecimiento. Los que producían las cosas necesarias para la vida carecían de ellas, y los que no la producían, las tenían en abundancia. "Son éstas -como dijo un académico- ineludibles fatalidades económicas." El pueblo pingüino carecía ya de tradiciones, de cultura intelectual y de arte. Los progresos de la civilización se manifiestan por la industria devastadora, por la especulación infame y el asqueroso lujo. La capital ofrecía, como las más famosas capitales de aquel tiempo, un carácter de opulencia y cosmopolitismo. Reinaba una insulsez inmensa y monótona. El país disfrutaba una tranquilidad absoluta. Era el apogeo.» (400)

Fuente: 

ANATOLE FRANCE, La isla de los pingüinos, Ediciones el aleph.com, 2000. https://periodicohumanidad.files.wordpress.com/2009/01/anatole-france-la-isla-de-los-pinguinos.pdf

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