Rosa Mª Almansa
Pérez. Profesora Universitaria de Historia Contemporánea.
Organiza:
Asamblea 15 de Mayo Bulevar Córdoba.
En primer lugar, cabe decir que
en el capitalismo la fuerza de trabajo es una mercancía que se compra y
vende libremente. Mientras que en
el esclavismo o el feudalismo la fuerza de trabajo como mercancía estaba sujeta
a más trabas, en el capitalismo
se
precisa como nunca de la igualdad y la libertad formales para lograr la
libre concurrencia en el mercado.
Se define, además, por la lógica de la reproducción ampliada del beneficio. Es decir, el
empresario o capitalista pretende siempre obtener más de lo que pone. Por lo
tanto, resulta un sistema incompatible por definición con los sistemas de
reproducción simple (en los que se obtiene un producto equivalente al capital
invertido, aunque ello no excluye mejoras en la productividad, por ejemplo para
cubrir los aumentos de población o mejorar las condiciones de trabajo). En
consecuencia, puede afirmarse que su
esencia misma es la especulación: no se produce fundamentalmente para que
los bienes sirvan para lo que están
principalmente ideados, para que cumplan principalmente su función, sino para
obtener siempre más de lo que se ha puesto (es la lógica de “dar” para,
fundamentalmente, poder “tomar”). Pero que, puesto que requiere ineludiblemente
de la propiedad privada de los medios de
producción, resulta que especula
sobre todo con la necesidad del otro.
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Producción de diamantes para el mercado. |
Como se ha adelantado, la reproducción permanentemente
ampliada del beneficio necesita la plena disponibilidad permanente de los
recursos productivos, y, por tanto, de la libertad e igualdad formales para la generación de competencia, sin las
cuales no es posible aquélla. Es la competencia permanente la que genera, en
este sistema, los incentivos necesarios para el aumento constante de la
productividad que permita la captación de la ganancia o el beneficio. El
capitalismo, pues, no solo se fundamenta en el egoísmo personal –al que
requiere como motor-, sino que, paradójicamente, se basa en la creación constante de falta, en la carencia (ya sea objetiva
o subjetiva), posible por el sistema de competencia, para un incremento
permanente del consumo. Así pues, se produce el resultado de que a pesar de la superabundancia de medios de
producción (como nunca antes en la historia), al encontrarse éstos acumulados en pocas manos, se produce
permanentemente escasez relativa, tanto de trabajo como de mercancías.
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Producción de necesidades subjetivas. |
Por otra parte, la reproducción ampliada del capital,
mantenida por el sistema de competencia permanente, hace que el imperialismo sea un fenómeno
consustancial al capitalismo, tanto para el logro de abundante mano de obra
barata, para la conquista de mercados que den salida al aumento constante en la
producción de mercancías como para garantizarse el suministro barato de
materias primas. Todo ello trae consigo el requerimiento
de la ruptura de identidades personales y colectivas allí donde se implanta
(y, por lo tanto, la imposición de
visiones fragmentadas, parciales del mundo, en contraposición a las
visiones culturales, de carácter holístico y dotadoras de sentidos ricos y
envolventes).
El capitalismo encuentra, además, en el
sistema político de la democracia burguesa o formal su marco ideal
para su óptimo desenvolvimiento y autolegitimación. En ella el individuo se
encuentra crecientemente aislado subjetivamente, en permanente competencia con
los otros, y en este contexto se agostan los proyectos colectivos, subsumidos
en un fin global y omnipresente en torno al cual se tejen las llamadas “reglas
del juego” o sistema del “consenso”:
la “eficiencia”
y el crecimiento económico.
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El País, Forges (10-2-15) |
Por otra parte, la desigualdad de intereses en el sistema de
trabajo social conduce a
la
especialización, no solo en el trabajo, sino en nuestras posiciones relativas
en la sociedad. Se crean, así
“mundos
diferentes”; es decir, se potencia la fragmentación de la experiencia –que
se hallan divorciadas e inconexas unas de otras, haciéndose imposible el
entendimiento, aunque sí el “pacto” o el contrato-,
impidiéndose, pues, una experiencia compartida y global.
Con todo ello se
escamotean los auténticos patrones de realización económica para que el
trabajo social sea uno y no existan contradicciones o antagonismos entre
partes. ¿Cuáles son tales patrones? A nuestro modo de ver los siguientes:
-La afirmación óptima de la
fuerza de trabajo y la realización vocacional
del ser humano. Únicamente con ello se permite el afloramiento de las
verdaderas diferencias entre las personas (singularidades personales, no
elitismos ni falsas identidades “personales” que son, en realidad, fenómenos de
masas).
-Afirmación óptima de la vida natural, permitiendo su
autorregeneración.
El capitalismo, como todo sistema social, posee una
determinada forma dominante de autoidentificación humana, es decir, una forma
de concebir o entender al ser humano. Ello explica el maridaje perfecto que se ha producido entre el capitalismo y el sistema
de pensamiento postmoderno, forma ideológica del capitalismo desarrollado y
decadente. Así, se impone la idea de un ser humano aislado, con proyectos siempre
concretos, localizado, incapaz de visiones holísticas o globales que integren armoniosamente
las partes que las constituyen. De esta forma, las visiones parciales de la
realidad se convierten en absolutas, hasta el punto de producirse el
totalitarismo de la parte sobre el todo.
El sistema implica, pues, la competencia permanente entre las partes
(naturaleza contrapuesta a sociedad, capital contra capital, campo versus ciudad, trabajador@s contra
trabajador@s, etcétera). Todo esto lleva en última instancia a la destrucción de la vida, que supone que
la afirmación de cada parte implica la afirmación de las demás (sistemas
ecológicos, cuerpo humano, trabajo cooperativo…).