Gramsci sigue siendo actual en la medida que nos pone en guardia sobre los presupuestos que nos orientan sobre lo que se debe o no se debe hacer o pensar. Estos supuestos, en general, encuentran su blindaje en una especie de obviedad ambigua. Y no queremos decir con ello que la ambigüedad de los mismos ya se nos ha hecho clara, sino que, por el contrario, el parecer comprensibles, de suyo, hace que su ambigüedad quede disimulada.
Todos parecen comprender lo que es la libertad, y por eso no existe debate alguno sobre lo que tal palabra significa, de ahí que en las sociedades que a sí mismas se llaman libres, fenómenos como el paro, la violencia, las desigualdades sociales, etc., etc., no sean nunca vinculadas a falta de libertad. No ocurre así con el mal o bien por el cual los individuos, haciendo abstracción de las condiciones sociales en las cuales han tomado conciencia de una identidad social heredada, son juzgados como inocentes o culpables. Dicho con otras palabras: por la falta de crítica a la concepción general de libertad, nos encontramos con que las sociedades "libres" son consideradas la forma más alta concebible de sociedad, y, por lo tanto, ellas serían las más "justas" y, en definitiva, las mejores.
Sin embargo, cuando descendemos al nivel de los individuos, su libertad no prejuzga sobre su condición moral. Hasta puede suceder, y sucede, que en las sociedades consideradas "mejores" por ser libres, sin embargo, el egoísmo, eso sí, conforme a las posibilidades de cada uno, sea más generalizado que en las que supuestamente no lo son. Aquí, pues, el concepto de libertad padece una instrumentalización al servicio, por ejemplo, de los que obtienen grandes beneficios del llamado "libre mercado".
Pero dejemos hablar a Gramsci:
«Por la propia concepción del mundo se pertenece siempre a una determinada agrupación y, concretamente, a la de todos los elementos sociales que comparten un mismo modo de pensar y de operar. Siempre se es conformista de algún tipo de conformismo, siempre se es hombre-masa u hombre-colectivo. La cuestión es ésta: ¿de qué tipo histórico es el conformismo, el hombre-masa al que se pertenece? Cuando la concepción del mundo no es crítica y coherente, sino ocasional y disgregada, se pertenece simultáneamente a una multiplicidad de hombre-masa; la propia personalidad se compone de elementos extraños y heterogéneos: se encuentran en ella elementos del hombre de las cavernas y principios de la ciencia más moderna y avanzada, prejuicios de todas las fases históricas anteriores mezquinamente localistas e intuiciones de una filosofía futura, como la que tendrá el género humano unificado mundialmente.
Criticar la propia concepción del mundo significa, por consiguiente, hacerla unitaria y coherente, elevarla hasta el punto a que ha llegado el pensamiento mundial más avanzado. Significa también criticar toda la filosofía que ha existido hasta ahora, en la medida en que ha dejado estratificaciones consolidadas en la filosofía popular. El comienzo de la elaboración crítica es la conciencia de lo que se es realmente, es decir, un "conócete a ti mismo" como producto del proceso histórico desarrollado anteriormente y que ha dejado en ti una infinidad de huellas acogidas sin beneficio de inventario. Debemos empezar por hacer este inventario.»
ANTONIO GRAMSCI, Introducción a la Filosofía de la Praxis, Península, Barcelona, 1978, p. 12.