Francisco Almansa González.
¿Qué es la palabra? Una de las definiciones posibles es que es la forma en que la transparencia, en tanto que silencio, se presencia a sí misma. En este sentido, la palabra auténtica es austera, por cuanto es silencio diferenciado. También la palabra puede ser definida como la articulación unitaria del pensamiento. En ambos casos es la Filosofía misma la que estamos definiendo, y con ello resaltamos que el pensamiento, que es la esencia de ésta, es una praxis ascética que busca la palabra que a nada remite, pero de la cual brota toda otra palabra. Esta palabra es Nada.
Recordemos a este respecto lo que el considerado «filósofo» por excelencia, Sócrates, experimentó cuando, una vez, paseando por el bien abastecido mercado ateniense, exclamó gratamente sorprendido ante (como diríamos hoy) tanta abundancia de oferta: «!Hay que ver la cantidad de cosas que no necesito!» Esto, que parece sólo una anécdota sobre ese personaje tan singular que fue Sócrates, es en realidad la expresión misma de lo que es la Filosofía, que ante el mercado de la palabrería, en todos los tiempos existente, pero hoy infinitamente más abundante y vacía, proclama la austeridad de ese Silencio primordial que en todos está presente, y que cuando escuchamos con la fe, el amor y la reverencia que se han de tener en su presencia, siempre brota la palabra justa, o aquella sin la cual ya no nos es posible concebir el lenguaje humano. ¿Pues, qué sería del mismo sin palabras como Belleza, Justicia, Libertad o Verdad? Ellas nacieron del amor del Silencio Absoluto a Sí Mismo, como Palabra Transparente, en la cual este Silencio Primordial se escucha, puesto que más allá de ellas: nada. Sólo estas palabras son las que nos revelan más allá de los objetos sensibles y las emociones vulgares la presencia del Origen; ya que en ellas resuena, como en ningunas otras, la Transparencia del Ser. Que no es sino el Fin que toda Filosofía se ha propuesto desde sus orígenes, hasta que perdió la Inocencia.
¿Existirían acaso las relaciones sociales mismas sin estas ideas? Imposible. Pero esto supone que, por la erosión a que se encuentran sometidas en estos tiempos de hegemonía relativista, es el vínculo social más profundo el que a su vez se está destejiendo. Sin embargo, ellas son imprescindibles, ya que por las mismas se forja nuestra humanidad, y cuando tratamos de penetrar en su sentido más universal, se muestran esquivas y escurridizas, hasta el punto de que amparándose en esta dificultad por encontrar su esencia definitiva, el escepticismo sentencia la futilidad de todo esfuerzo por alcanzar lo que definitivamente no existe. Sin embargo, recordando las palabras de un personaje de la película Solaris, del cineasta ruso Tarkovsky, que decía «que sin el misterio, ni aun las verdades humanas podrían mantenerse», nosotros proclamamos que aunque ellas parezcan ocultarse al entendimiento, son como los rayos de sol que, filtrándose a través de las nubes, aun en los días más oscuros nos permiten recorrer el camino de la vida con la seguridad de que ésta tiene una meta, y que, por ende, ellas mismas, en su más plena realización, forman parte de la misma.
Fotograma de Solaris (1972), de Andréi Tarkovsky |
¿Pero, por qué esta dificultad a la hora de penetrar en el sentido de las mismas? Pues porque pertenecen al metalenguaje de la Transparencia, y, como tales, sólo a partir de la misma pueden comprenderse. No son simples signos que denoten un objeto, sino que son exigencias de autorrealización conforme a la ley absoluta de toda realización, que es la absoluta autoidentificación de lo Uno. Ellas, por lo tanto, no nacen de la experiencia histórica como medios más o menos válidos para organizar nuestra convivencia en sociedad, sino que, por el contrario, son aquéllas las que guían toda experiencia histórica, que, por otra parte, no busca sino la plena realización de las mismas. Su abandono constituye la renuncia a ser nosotros mismos, y con ello reeditamos una y otra vez lo que sí es el verdadero pecado original: el renunciar a nuestra condición de seres originales a cambio de los muchos paraísos terrenales para cuyo disfrute es necesario fundamentalmente el que no nos hagamos muchas preguntas. Y es que en los paraísos, hoy más bien artificiales, puede haber mucha luz, pero poca trasparencia.
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