martes, 29 de marzo de 2011

KARL JASPERS: ORIGEN Y META DE LA HISTORIA.

 Karl Jaspers (1883-1969) es un filósofo alemán hoy en buena medida relegado a un papel subsidiario que, no obstante, por algunas de sus intuiciones y lúcidas reflexiones, pensamos debe tomarse, al menos en parte, nuevamente en consideración. Es por ello que traemos aquí unas breves referencias a su obra Origen y meta de la Historia (Barcelona, Altaya, 1994), algunas de las cuales -especialmente en lo que se refiere al tema de la libertad, hoy tan trivializado, y, al mismo tiempo, tan falto de transparencia- pueden ayudarnos a un necesario replanteamiento de estas y otras cuestiones.

Para Jaspers, la Historia es un constante impulso progresivo producido por hombres singulares. Pero al tiempo que esto se produce, surge una inmensa pesantez que frena dicho movimiento, siendo las masas, con sus cualidades medias, las que -según la visión del filósofo alemán- crean una inercia prácticamente insalvable que supone una paralización del proceso.

Para él, la creencia es un fenómeno envolvente que llena el fondo del hombre y se mueve con él, enlazándose con el origen del ser. Pero al hablar de la creencia no se refiere a un contenido definido o a un dogma. Para Jaspers no es la inteligencia la que rige en el hombre, sino que, conforme creemos, así pensamos. Es, pues, lógico, en función de lo anterior, que considere como enemigo fundamental -el que está siempre pronto- al nihilismo. Pero incluso en el nihilismo se revela el hombre mismo -aunque sea negativamente, por el cinismo y rencor que de la actitud nihilista se desprenden-, ya que estas cualidades son sólo propias del ser humano (pp. 277-278).

Jaspers se remite a Hegel para reivindicar un aspecto fundamental de la libertad humana que, paradójicamente, en la llamada hoy “era de la libertad”, se encuentra más olvidado que nunca. Es ni más ni menos que el «derecho infinito» del ser humano a realizarse creativamente en su trabajo, en lugar de convertirse en mero apéndice de la máquina, sin oportunidades apenas (éstas sólo existen en casos excepcionales) de desarrollar su humanidad en su actividad fundamental: su trabajo. Y he aquí la cita de Hegel que trae a colación Jaspers: «Este es el infinito derecho del sujeto: que se encuentre satisfecho de sí mismo en una actividad y trabajo». De esta manera, el autor nos remite a una sensibilidad, presente ya en el siglo XVIII, y hoy, al parecer, casi completamente olvidada y silenciada.

Pero Jaspers avanza mucho más en su análisis de la libertad. Ésta no es lo que únicamente parece en un principio: superación de lo externo que constriñe, tal y como es concebida casi exclusivamente hoy en día. Por el contrario, se desarrolla fundamentalmente donde lo otro no nos resulta extraño, esto es, allí donde nos podamos reconocer en lo otro. Y donde lo que parece límite se asimila creativamente. Así pues, paradójicamente, «libertad es sobre todo superación del propio albedrío» (p. 202), ya que es expresión de la necesidad de lo verdadero. Ser libre, pues, no es simplemente querer u optar por algo, sino actuar porque me he convencido de la razón. Es obrar por convicción intelectiva.

Según Jaspers, en demasiadas ocasiones el capricho se establece en forma de opinión por el simple hecho de ser tal opinión. En cambio, la verdadera libertad exige la superación de las meras opiniones, la cual se produciría por la contención y las ataduras que nos imponemos en la relación con los demás. Además, subraya el filósofo, y esto es de extrema importancia, la libertad sólo se realiza en comunidad: sólo se puede ser libre en la medida en que lo sean los otros. Así pues, y en contraposición a la concepción de la libertad individualista burguesa (para la cual unos hombres son límites para la libertad de los otros), los seres humanos se harían libres unos con otros conjuntamente en los planes correctos de las tareas concretas (p. 207).

Contrariamente a su concepción envolvente de la creencia, hoy la religión, según el autor, es un hecho de elección, convirtiéndose, además, en una mera esfera particular. Según él, el fenómeno de la descristianización ha sido debido en parte a un mal entendimiento de la ciencia y al desarrollo de la técnica que ha conducido a la sociedad de masas. Pero en una situación de incredulidad general se genera todo tipo de creencias irracionales y extravagantes. Es por ello que la meta a fijar es la de la elevación de la conciencia, superando lo inconsciente en la historia para alcanzar una conciencia potenciada.

viernes, 25 de marzo de 2011

SOBRE LA BELLEZA Y LO INTEMPORAL EN EL SER HUMANO


John Constable, La catedral de Salisbury (1857).

 Un poco de belleza es gozo para siempre:
su encanto aumenta: nunca pasará hacia la nada;
sino que guardará su rincón de verdor
en paz para nosotros, y un tiempo de dormir
lleno de dulces sueños, salud y aliento en paz.
Así, cada mañana, vamos entretejiendo
un vínculo de flores que nos ate a la tierra,
a pesar de tristezas, la inhumana escasez
de caracteres nobles, los días de tiniebla,
y todos los caminos oscuros y funestos
a nuestra busca abiertos: a pesar de esas cosas,
un toque de belleza quita el pesado velo
de nuestro oscuro espíritu: así es el sol, la luna,
viejos y nuevos árboles, brotando en don de sombra
para simples ovejas: así son los narcisos
con todo el verde mundo en que viven: barrancos
claros, que se procuran un techo de frescura
contra el calor del tiempo: la espesura del bosque
rica de un salpicado de rosas almizcladas;
y así es el esplendor de los destinos que hemos
imaginado para los poderosos muertos;
una fuente sin fin de bebida inmortal
que nos llega manando desde el borde del cielo.

KEATS (Poetas románticos ingleses, RBA, 1993, p. 201).


Esas palabras dije cuando, en cavilación,
nos volvimos, dejando esa visión solemne:
un reproche y contraste para el goce grosero,
el placer sin espíritu que buscamos a diario.

Pero ahora no puedo meditar esa idea:
es inestable como un sueño de la noche,
ni elogiaré una nube, por brillante que sea,
en mengua de los dones del Hombre y su sustento.

Cuevas, islas o cúpulas formadas en el cielo,
aun vestidas de puros colores, no hallarán
en el alma del hombre un lugar natural:

el Alma inmortal busca objetos que perduren:
éstos se aferran a ella: no puede desviarse
de ellos, ni ellos de aquélla: es fiel su compañía.

WORDSWORTH (Poetas románticos ingleses, RBA, 1993, p. 17).

martes, 22 de marzo de 2011

ALGUNOS PRINCIPIOS DEL AFIRMACIONISMO



1. Negación del relativismo.

    Los valores son universales y relativos: no es lo mismo defender la vida humana que defender el uso de la bicicleta; no es lo mismo potenciar la solidaridad humana que trabajar por aquello que nos aísla o niega lo mejor de nosotros mismos o de los otros. Existe una jerarquía de valores y hay que rescatarla.

2. El auténtico orden es aquél que está constituido por la relación solidaria entre sus partes, lo que significa que ese orden está en consonancia con la naturaleza de esas partes y, por tanto, es conforme a la libertad de las mismas.
    Lo anterior supone la negación de la competencia entre las partes de cualquier conjunto o del todo.

3. Sin libertad (entendida ésta como plenitud de la singularidad de cada uno) no hay relación solidaria, y sin relación solidaria no hay libertad.

    La libertad no es simplemente una capacidad de elección, sino el logro de todo nuestro potencial humano (lo que nos hace, precisamente, singulares, únicos). Algo sólo posible mediante la relación solidaria con los otros.

4. Singularidad frente a gregarismo e igualdad frente a elitismo.

    Se trata de «ser único/a y, a la vez, otro/a más». Todo/as somos igualmente necesarios como seres singulares que somos o aspiramos ser, pero también somos «otro/as más» porque somos de la misma manera necesarios. El elitismo es la ruptura de la solidaridad necesaria en la evolución humana, pues supone la pretensión de un grupo de ser los legítimos herederos de lo mejor de la herencia cultural, genética, espiritual, etc., que no es sino un producto de la vida y de la humanidad entera, desde sus orígenes, para la humanidad entera. El gregarismo es la negación de nuestra legítima y genuina singularidad.

5. Razón y libertad se coimplican. No son antagónicas.

    Si entendemos la razón como conocimiento de los límites entre la necesidad y la libertad (conocer en qué estamos sujetos a necesidad y en que ámbitos somos libres), resulta que la libertad necesita de la razón, y que la razón es al mismo tiempo la preservación de la libertad (pues evita que caigamos en la necesidad).

6. Recuperación de la inocencia activa o auténtica inocencia, frente a la inocencia pasiva que lleva a la culpabilización universal como fuente inagotable de conflictos.

    Porque ser inocente es afirmar activamente a los otros como fines en sí mismos y nunca como medios. Solo este inocente perdona sinceramente las faltas; pues aquellos que se utilizan y utilizan -directa o indirectamente- a los otros, o son pasivos ante dicha utilización, son los más inclinados a universalizar la culpa para justificarse.

7. Entendimiento de la Vida como afirmación de una red solidaria de relaciones en la que la afirmación de cada una implica la afirmación de las otras.

    La Vida, con mayúsculas, es siempre una red solidaria de relaciones en la que cada parte es necesaria para las otras y para el todo, y viceversa.

8. Necesidad de una política y una economía al servicio exclusivo de la Vida tanto humana como natural (entendida la vida como aquí se ha expuesto, como potenciación de la conciencia -de todos tipos- y la singularidad).

    La afirmación de los anteriores principios debe aplicarse también a la política y la economía, facetas esenciales en la vida humana para afirmar las posibilidades universales de desenvolvimiento material y también cultural, fundamentales para su desarrollo en plenitud -y por tanto en libertad-.

9. Unificación de lo secular y lo espiritual en una ética universal.

    Lo secular y lo espiritual no tienen por qué encontrarse disociados. Es posible trabajar en pos de una ética universal que afirme los genuinos valores humanos. Para ello es necesario partir del deber ser de toda ética, que es ser inocente activo, tal y como lo hemos entendido en el punto 6.

10. Potenciación de los valores estéticos.

    La belleza –en el arte, en las relaciones humanas, etcétera- debe ser potenciada en todos sus aspectos, ya que contribuye a nuestra mejora vital y espiritual.

jueves, 17 de marzo de 2011

EL FIN DE UN MUNDO Y EL NACIMIENTO DE UNO NUEVO

Fotograma de la película Sacrificio de Andrei Tarkovsky (1986)
Francisco Almansa González

Estamos en presencia del fin de una era, o lo que es lo mismo: del fin de un mundo. Pero este mundo que se acaba es, en primer lugar, un mundo visto desde una manera de vernos a nosotros mismos, y esto hace que lo que llamamos “realidad” esté a su vez mediatizado por lo que también en nosotros consideramos más real. Sin embargo, desde el triunfo del pensamiento débil, que paradójicamente se convierte en el pensamiento dominante, ha sido decretado el fin de la identidad humana; algo que es equivalente a proclamar nuestra des-realización, pues cuanto menos real se es menos identidad se posee. Curiosamente, con la aniquilación teórica de nuestra identidad, se ha pretendido abrir una era de libertad. Ya que, según estos pensadores (sic.) -hoy constituidos a su vez en intelectualidad dominante-, el origen de toda opresión habría que buscarlo en la pretensión de poseer algún tipo de identidad, cuyo arquetipo absoluto se encontraría en lo Uno, que identifican con el Estado, como es el caso de Antonio Negri.

Con lo anterior, lo que se pone de manifiesto es más bien la muerte de una forma de autoidentificarnos que es la de ser yoes aislados y con un destino que depende esencialmente de nuestra libertad, por la cual se nos premia o bien se nos castiga tanto en el cielo como en la tierra. Pues en este punto coinciden lo mismo creyentes como ateos, escépticos o agnósticos, dado que todo castigo tiene sentido sólo si la ley ha sido trasgredida por un acto plenamente libre. Asimismo, todo premio es la recompensa de un acto voluntario que se supone tiene un efecto benéfico para todos.

El pensamiento postmoderno no cuestiona en absoluto esta forma de autoidentificación, sino que, por el contrario, la exacerba hasta aniquilar cualquier vínculo permanente por el que comunitariamente nos reconozcamos como Nosotros Mismos, con lo cual pone de relieve, en este sentido, su verdadera naturaleza: el de ser el paradigma terminal de un tiempo relativo a una forma de autoidentificación humana, y, por lo tanto, de una forma de vida. En relación con lo anterior, podría decirse que dicho paradigma no es sino la forma de conciencia que se tiene de su propia muerte, que, paradójicamente, la toma como la forma definitiva de la vida de lo que se “ha dado” en llamar Hombre. Sin embargo, la no identidad que se postula como garantía de libertad no es sino el atributo negativo de la muerte. Pero ésta, en relación al ser humano, no se reduce ni mucho menos a su extinción física, sino que es vivida como impotencia que adviene o que se padece en relación a una forma de ser presente.

En este sentido, se puede ser consciente de haber muerto, por ejemplo, para una comunidad que nos rechaza y de la cual necesitamos para sentirnos nosotros mismos. Pero también se puede vivir la muerte de una forma más racionalizada, en el sentido freudiano del término, de tal manera que la impotencia -rasgo común de todo lo muerto- sea disimulada bajo el disfraz de un sedicente realismo. ¡Nada de proyectos sociales!, se nos dice, pues esto supone un fin común que limitaría nuestra libertad, siempre para ellos relativa al aquí y ahora, por quimeras relativas a un futuro del cual sólo cabría decir que es absoluta incertidumbre.

Sin embargo, basta mirar toda manifestación de vida, aun en sus formas más rudimentarias, para observar que ésta busca ser el Presente de su futuro. Esto es: ser la ley de su propio cambio, haciéndose para ello necesaria por su singularidad. Toda especie es una forma singular de vida que, siendo tal y como es, constituye una presencia necesaria para las demás especies. De ahí que el cambio o la extinción de alguna suponga la modificación o extinción de otras. Esto es lo que denominamos el Orden Solidario de la Vida. Ahora bien, es a su vez este orden solidario el que permite la afirmación de la singularidad de cada especie, y con ello el que le facilita realizar las posibilidades que le son inherentes, y esto, mutatis mutandi, es lo que denominamos libertad de la especie.

Giotto, S. Francisco regala su capa a un pobre (S. XIII)
En resumen, todo orden de solidaridad es una y la misma cosa que un orden de libertad. Esto vale sobre todo para la realidad humana, pues es desde ella donde podemos hablar, en su más pleno sentido, de Libertad. Sólo que aquí no rige el concepto de especie en tanto que nos referimos a la escala de la vida social, sino de la persona, que, en tanto que tal, no busca sino la máxima expresión de su Vida: afirmar su singularidad en comunión solidaria con los demás. Esto es: que el orden solidario sea la condición del orden de la libertad o de realización de las posibilidades que son inherentes a la singularidad de cada uno.

Con esto, el árbol de la Vida ya no sería diferente al árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, puesto que la máxima expresión de la Vida es la Vida tal y como se debe vivir. O sea: como libertad solidaria. Al paradigma terminal del postmodernismo, o conciencia de la nada, no puede sino seguirle el paradigma de la Vida, que es aquella forma de diferenciación del Todo inherente a la afirmación de la singularidad de sus partes. Frente al individuo aislado y sin identidad, o conciencia de muerte, la singularidad solidaria o conciencia de Vida.

lunes, 14 de marzo de 2011

LAS CUATRO VIRTUDES (TEXTO TAOÍSTA)


C. D. Friedrich, El árbol solitario, 1822

«Cuando alcanzamos la verdad sutil y universal, podemos llegar a comprender todos los aspectos de nuestra existencia. Al darnos cuenta de la constancia y firmeza de nuestra vida nos hacemos conscientes de la profunda naturaleza del universo. Dicha realización no depende de ninguna condición transitoria externa o interna, sino que se trata de nuestra propia naturaleza espiritual inmutable.

Existen cuatro virtudes cardinales que nos pueden ayudar a alcanzar dicha meta. La primera de ellas es la piedad natural e incondicional. La piedad natural es símbolo del amor y el respeto hacia nuestro propio ser. Es muy diferente de la piedad ciega o artificial defendida por las religiones; se trata de un estado de profunda reverencia hacia la vida natural. Los individuos de las generaciones futuras tendrán que restaurar dicha reverencia natural, alcanzable si rechazamos todas las imágenes y conceptos falsos.

Cuando liberamos la mente de ataduras respecto a la ilusión nos damos cuenta de la verdadera naturaleza sagrada de nuestra propia vida en el universo. Y ya no hay necesidad de componer una creencia exterior como objetivo para nuestras reverencias, ya que nuestro propio ser y todo lo que nos rodea adquieren un valor divino dentro y fuera de ellos mismos.

La segunda virtud es la sinceridad natural. Ser sincero con naturalidad es lo mismo que ser genuino, honesto e incondicional. También quiere decir ser libre de todo engaño hacia uno mismo. Ser sincero con naturalidad es lo mismo que ser genuino, honesto e incondicional. También quiere decir ser libre de todo engaño hacia uno mismo. No engañarse uno mismo es lo mismo que abrazar la divina naturaleza de la vida. La naturaleza integral del universo es aquella virtud universal existente entre la gente natural.

Ser sincero con naturalidad es lo mismo que mantener nuestra mente íntegra, centrada e intacta. La mente distorsionada siempre sufre, ya que es común que cree dicotomías y escisiones, impidiendo la entrada de la paz universal. Mantener nuestra mente intacta y relajada no sólo es una garantía de paz interior para que podamos trascender cualquier trivialidad, sino que también nos ayudará a reconectar con la profunda y constante naturaleza del universo.

La tercera virtud es la amabilidad. Cuando somos maleducados, nos volvemos agresivos, desconsiderados y antipáticos con los demás. Sin que lo podamos evitar, dicha actitud se vuelve contra nosotros y nos perjudica. Siendo maleducados también somos insensibles hacia la sutil verdad del universo. La mala educación nos conduce hacia la destrucción de nuestra conexión con el ámbito espiritual, pues el nivel de nuestra amabilidad es el mismo que el de la purificación de nuestro propio espíritu. Cuanto más amables somos y más sutil es nuestra energía, más posibilidades tendremos de unirnos a la sutil verdad del universo.

La cuarta virtud es la de ofrecer nuestro apoyo de manera natural. Esto significa no utilizar la mente sólo en busca de nuestro propio beneficio y también quiere decir que hemos de dejar de ofrecer nuestra ayuda a los demás sólo en el tiempo libre. Para ser un maestro espiritual hay que ponerse a disposición de los demás de manera incondicional. Dicha virtud puede tardar varios años en desarrollarse, y se puede manifestar por medio de una habilidad, un talento o una posesión, hasta el punto de que podamos ofrecerlos sin necesitar de esperar nada a cambio. Ayudando a los demás podemos hallar la dignidad y el verdadero significado de la vida.

Estas cuatro virtudes no son un modelo estándar externo ni responden a un dogma; son más bien atributos de nuestra propia naturaleza, a la que nos referimos como Chen o 'sinceridad natural'. Estas cuatro virtudes pueden dar a luz a otras virtudes, las mejores de las cuales son: jen, amor incondicional hacia todos los seres vivos; i, decencia, rectitud y sinceridad expresadas por medio de la amistad natural; li, moderación, autocontrol y no-agresividad; tse, sabiduría; y sheng, honestidad y confianza.»

Hua Hu Ching, Océano, 2004, pp. 218-219.

jueves, 10 de marzo de 2011

LOS REFERENTES DE LA EDUCACIÓN


Fotograma de la película de Francois Truffaut Los 400 golpes (1959)

¿Se puede educar, o sea, transmitir los códigos básicos que hacen a un individuo apto para convertirse en un sujeto consciente de la doble responsabilidad de la autoeducación –o compromiso consigo mismo- y de la participación activa en aras del perfeccionamiento de la vida social –o compromiso con el Nosotros más universal- en una realidad social en la que los valores compartidos están en gran medida despojados de contenido? Pues resulta que el supuesto de un destino común –sea éste religioso, nacional, de clase, de etnia, etc.- y por tanto de una meta a alcanzar, ha sido abandonado en nuestro mundo postmoderno por lo que se ha dado en llamar un “futuro abierto”, que no es otra cosa, según algunos, que la incertidumbre inherente a unas sociedades cuya alta complejidad no permite sino atender a las disfunciones de las partes, pero nunca orientar la marcha del todo social. Los totalitarismos serían intentos fallidos de conseguir tal objetivo, por cuanto tratan de imponer como universal lo que no es sino una diferencia de un determinado grupo humano, que como diferencia no puede sino ser relativa y, en tanto que tal, impotente para constituirse en la identidad capaz de articular la unidad del Todo.

Quizás los totalitarismos se encuentran más extendidos de lo que creemos, pues, como se desprende de lo anterior, sólo la parte puede ser “totalitaria”, pero no así el Todo, que en el supuesto totalitario de la parte sólo se podría decir de él que es “partidista”, puesto que constituiría un “todo relativo”. El que un grupo humano imponga como universales unos intereses cuya presencia o ausencia nada tengan que ver con lo que entendemos como plenitud humana implica que ésta está siendo limitada de alguna manera y, por lo tanto, estamos frente a unos intereses totalitarios. No importa, pues, la multiplicidad de credos religiosos, partidos, etcétera, que estén presentes en una realidad social, si al fin y al cabo lo realidad que rige el devenir social es ajena y hasta antagónica a lo que a nuestro entender constituye la plenitud de la identidad humana: el de ser una singularidad solidaria

Y la clave de tan paradójica síntesis es la estructura de su ser consciente, por cuanto se revela como el doble poder de reconocer nuestra diferencia tanto personal como en relación a los otros seres, como asimismo el poder de trascenderla reconociéndonos en una unidad indisoluble justo con aquellos seres con los que nos podemos diferenciar. Dicho en otras palabras: la auténtica solidaridad –que nosotros denominamos ontológica- potencia en el individuo la diferencia que lo distingue (en el doble sentido de diferenciar y de poseer distinción), y por la cual se reconoce como único, siendo además ésta la garantía por la que la persona adquiera la plena conciencia de su pertenencia a la esencia solidaria del ser.

El individualismo hoy imperante no es sino una ideología que al negar la dimensión solidaria como constitutiva del ser en una supuesta defensa de la irreductible individualidad del ente, en cualquiera de sus modos, lo que en realidad ha conseguido es uno de los ejemplos más acabados del hombre-masa. Éste, a la vez que exhibe un profundo extrañamiento hacia el “otro” se acaba moviendo, sin embargo, bajo el imperio de los mismos estímulos. Asimismo, los totalitarismos “clásicos”, acentuando una forma unidimensional de la solidaridad como es la raza o la clase, llevan igualmente al mismo callejón sin salida del hombre-masa, en el que la solidaridad original queda reducida a una feroz competencia en relación a las ventajas que de la “fidelidad” al grupo puedan obtenerse.

Fue el primero de su clase...
 El proceso educativo, pues, habría de construirse sobre la dialéctica de la relación unitaria entre la afirmación de la singularidad inherente a la diferencia humana del Ser, y la afirmación de la singularidad de cada uno de sus miembros. Sólo de esta manera en la que la relación entre sujetos supera el extrañamiento de la competencia por “lo mismo”, propia de lo que no ha llegado a la plenitud de la diferencia que lo singulariza como uno mismo, se pone de manifiesto a su vez la exigencia del respeto por nuestro Ser Natural. Éste no es ni un simple medio para nuestros intereses egoístas ni tampoco una ley absoluta a la cual nos debemos humillar y, por lo tanto, abdicar en relación a nuestra esencia consciente que, en cuanto a tal, es a su vez esencialmente creadora. Se trata en este caso de una relación de recreación amorosa, por la que cuidamos/diversificando y obedecemos/reconociéndonos como los seres por los que el Ser Natural inconsciente tiene sentido. Vemos, por lo tanto, que el proceso educativo implica una relación que busca que, en la medida que el educando se encuentre a sí mismo, se reconozca como uno con todas las diferencias del Ser.

En base a lo anteriormente expuesto, las objeciones que al actual paradigma educativo se pueden hacer son numerosas, pero vamos a destacar sólo una en este caso. No porque creamos que es relativa a su defecto más importante –pues a nuestro entender posee otros mucho mayores-, sino porque se trata de un caso claro por el que el educando se ve obligado a compararse con los “otros” para valorarse a sí mismo. Lo cual implica que el fracaso o el éxito lo hace depender más de la posición relativa que posee en relación a un proceso determinado de aprendizaje, y por el cual se percibe como más o menos que otros, que de la percepción de lo que es el verdadero éxito: el del poder de diferenciarnos como únicos. Ni más ni menos.

Lo que hace por tanto el actual sistema de evaluación es perjudicar tanto al que va “mejor” como al contrario. El primero puede pensar que es único simplemente porque obtiene más en algo, pero por el más nunca se llega a lo único, sino todo lo contrario, mientras que el segundo puede perder su autoestima por no ser como el “otro”, que es justo aquello por lo que se justifica la autoestima. Los “primeros”, pues, corren el riesgo de percibir débilmente la solidaridad del ser por la que son lo que son, y con ello no sentirse tributarios sino de sí mismos, en tanto que los segundos optarán, en la mayoría de los casos, por el conformismo de lo inevitable. 
Nunca fue bien en la escuela...
          Conforme a lo anterior, pensamos que el educando debe recibir una evaluación personalizada y, por lo tanto, relativa a su relativa evolución –o involución- respecto a los aprendizajes que necesariamente constituyen el núcleo que posteriormente permite acceder a los saberes de mayor nivel, y en relación a los cuales él sea el protagonista esencial de su evaluación. Sólo el que sabe autorreferenciarse adecuadamente puede dar lo mejor de sí a los demás, como asimismo sabrá tomar lo mejor de los otros con la gratitud del que recibe un fruto que admira y ama, pero que no desea, puesto que el otro no es su competidor. Cada uno da sus frutos, y la alegría de vivir consiste en compartirlos.
        En cuanto a la medida “objetiva” de sus conocimientos, que es lo que el método clásico de las notas pretende reflejar, pensamos que en tanto que las diferencias entre unos educandos y otros suponen una determinada ratio –establecida en base a unas desviaciones mínimas, siempre dependientes de factores aleatorios y por lo mismo siempre imponderables-, el fracaso de aquellos que no han superado el nivel de destreza suficiente para acceder a los saberes superiores ha de ser atribuido exclusivamente al Sistema Educativo. Y entendemos por Sistema Educativo no solamente al centro escolar, sino al sistema de relaciones que vincula al conjunto de los educadores, tanto directos o esenciales –padres y profesores- como asimismo indirectos – medios de comunicación, entorno social, Iglesias, profesionales de la psicología, políticos, etc. O sea, todos aquellos que, tanto por su papel social como por constituir un entorno humano de fuerte presencia orientadora en la vida de los niños, han de asumir una responsabilidad frente a los mismos. Por todo ello, pensamos que un axioma que todo educador no debería olvidar nunca en relación al proceso educativo es que Un niño nunca fracasa. Los que fracasan son los adultos.
Francisco Almansa González, filósofo.
Publicado en la revista Athanor, nº 77, septiembre-octubre de 2009.

lunes, 7 de marzo de 2011

HACER O NO HACER

El tema de la acción o no acción es cada vez más recurrente entre ciertos grupos y círculos comprometidos con la vía espiritual. Hemos traído aquí algunas citas, rescatadas de la tradición oriental -concretamente hindú-, que demuestran que ambas facetas no son contradictorias, sino profundamente coincidentes, y que considerarlas como incompatibles puede conducir a un dualismo que perjudique a ambas:



Radhakrishna, La concepción hindú de la vida:

«Cuanto más elevado es el hombre, tanto menores son sus derechos y mayores sus deberes».

«La postura más inteligente es la de mantener los pies en el suelo y los ojos fijos en las estrellas. Los ideales se deben realizar con el material común del que se compone la naturaleza humana, del que se compone tanto el hombre espiritualmente elevado como el mezquino, el sabio como el loco».

Bhagavad Gita:

«El que sabe que el camino de la renuncia y el camino de la acción son uno solo, es el que realmente sabe».

Zimmer, Mitos de la India:

«La “realidad” es un acto del individuo. Es un resultado de las virtudes y limitaciones concretas de la conciencia individual».

miércoles, 2 de marzo de 2011

CONFERENCIA SOBRE LA FILOSOFÍA DEL AFIRMACIONISMO EN SEVILLA

El próximo sábado día 5 de marzo, tendrá lugar, a las 19:00 horas, en la sede del Círculo Mercantil de Sevilla (C/ Sierpes, 65), la conferencia Exposición de la Filosofía del Afirmacionismo a cargo de su creador, Francisco Almansa González, filósofo y presidente de la Asociación Aletheia, gracias a la invitación de los círculos Sierpes y Comparte de Sevilla. Tanto la Asociación Aletheia como el Círculo Sierpes pertenecen a la Red Consciencial de Andalucía.

El texto completo de la conferencia, así como su índice, pueden solicitarse a través de nuestro correo electrónico (asociacionaletheia@yahoo.es) o bien a Emilio Carrillo, que se ha encargado de distribuirlo entre los miembros de ambos círculos. No obstante, no nos resistimos a traer aquí un brevísimo fragmento que esperamos os anime a asistir:

«Es el momento de poner a la nada como ausencia absoluta en el rango ontológico que le corresponde, pues en las últimas décadas se ha constituido en el fin absoluto de todo ser; se ha entendido la muerte como ley de la vida, o la entropía como ley alfa y omega de todo devenir.

Tal empresa se puede llevar a cabo desde diferentes planos, pero en todos ellos se han de respetar como mínimo tres condiciones:

1. Que, se haga lo que se haga, ha de reforzarse la solidaridad entre las partes en las que el ser se diferencia. Ésta no es posible sin el amor a la unidad.

2. Se haga lo que se haga, se ha de respetar y afirmar tanto la singularidad del ser consciente como la del ser natural. Esto no es posible sin el amor a lo singular.

3. Se haga lo que se haga, el que lo hace se debe respetar a sí mismo. Esto, a su vez, tampoco es posible sin el amor a Uno Mismo.

Y es que la fuerza motriz de toda realización auténticamente diferenciadora entre lo que es y lo que no es reside en el Amor, porque sólo por él podemos fecundar tanto lo que recibimos como lo que somos.»

Estáis todos invitados.
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