lunes, 19 de octubre de 2015

CONFLICTO DE IDENTIDADES EN LAS SOCIEDADES CONTEMPORÁNEAS


La editorial Comares de Granada, junto con la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), acaban de publicar en papel el libro colectivo titulado Identidad religiosa y relaciones de trabajo. Un estudio de la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

La obra, que ya salió en formato digital gracias a UNIR, ha sido editada por la profesora Isabel Cano Ruiz (Universidad de Alcalá de Henares) y es fruto del trabajo conjunto de investigadores del Grupo de Investigación ‘Culturas, religiones y derechos humanos en la sociedad actual’ de UNIR. La primera parte de la obra está dedicada a un planteamiento general del tema de ‘Las identidades religiosas en las sociedades modernas’, y se inicia con el capítulo de Rosa María Almansa Pérez, profesora de UNIR, acerca de la ‘Esencia de lo social y conflicto de identidades en las sociedades contemporáneas’.

Conflicto de identidades

El trabajo constituye una reflexión acerca de las razones que pudieran encontrarse en la exacerbación del conflicto entre identidades en las sociedades contemporáneas. Partiendo del principio de que toda construcción social se haya erigida, en el fondo, sobre un compromiso ético fundamental –pueda considerarse éste justo o no-, la autora delimita la existencia de dos tipos básicos de sociedad en el mundo contemporáneo: las que denomina como «contractuales» y las «finalistas».


 Más información sobre el libro: Identidad religiosa y relaciones de trabajo.

 Las primeras no serían otras que las que se configuran como una asociación contractual entre los individuos que la conforman «para la mejor defensa de los intereses de cada uno». Sus raíces son netamente burguesas y reconocerían su origen en el llamado «pacto social», teñido no pocas veces de tintes míticos. Así pues, tales formaciones sociales se encontrarían en lo esencial privadas de fines que, como tales, colectivamente las trasciendan.

 El único fin común que les pudiera servir de verdadero aglutinante  sería el del llamado «desarrollo» o «crecimiento económico», del que todos teóricamente pueden beneficiarse –y es por ello en buena medida que se consideran a sí mismas sociedades «libres». Un crecimiento que se constituye, pues, como un auténtico garante para el mantenimiento de lo que la autora denomina, irónicamente, una «justa desigualdad».

A esta forma de configuración social, que se ha hecho hoy prácticamente universal, se contrapondría netamente a la que la autora llama «tradicional», «simbólico-espiritual» o «finalista», actualmente en neto retroceso y decadencia. Esta última se caracterizaría por poseer un fundamento trascendente al que se remite y por el cual ella misma se explicaría o recibiría su sentido último..

En esta categoría cabría una variedad asombrosa de modelos sociales y espirituales, desde los primitivos y también los antiguos –que en general poseen su referente en un pasado arquetípico-, como las sociedades configuradas en torno a grandes sistemas religiosos –como el cristianismo, el islam, el budismo o el hinduismo-. Como específico de la era contemporánea, la autora incluye asimismo el marxismo por considerarlo una visión utópica basada en una concepción teleológica de la historia, que hundiría sus raíces a su vez en el propio cristianismo.

 Al menos desde el punto de vista estrictamente teórico, los planteamientos de ambas cosmovisiones resultan mutuamente incompatibles. Así, las sociedades «contractuales» afirman el carácter estrictamente individual de su configuración social –escamoteando permanentemente el fundamento social de toda personalidad individual-, por lo que mirarán con desconfianza todo fin social de carácter universal. Por el contrario, las sociedades que Almansa llama «finalistas» aceparán únicamente los fines individuales compatibles o subsumibles en sus propios fines universales, que son los que, a su vez, considera en exclusividad capaces de dar a los proyectos particulares verdadera consistencia espiritual; o, dicho de otra manera: hacerlos «reales».

 La crisis de las sociedades finalistas

 En nuestro mundo contemporáneo, no obstante, el triunfo del capitalismo desde finales del siglo XVIII y, más recientemente, la debacle de la utopía marxista en las llamadas sociedades del Este –pero también en las del Oeste y en casi todo el Tercer Mundo-, habría conducido a un escenario agónico para las sociedades finalistas. Una crisis que la autora estudia en concreto para algunos casos, como son los de la India, el de los países islámicos sometidos a la euforia de los «petrodólares» o a través de algunas contradicciones del propio marxismo. Dado el acoso o decadencia experimentados, de este tipo de sociedades han surgido reacciones de carácter fundamentalista en algunos casos de extrema virulencia. No obstante, según la autora, precisamente por su carácter reactivo –secas ya sus raíces de auténtica creatividad y autenticidad culturales- y su tendencia a volver intransigentemente al pasado, carecerían de futuro históricamente hablando.

No obstante lo anterior, ello no quiere decir que las que Rosa Almansa denomina sociedades contractuales se encuentren, a su vez, libres de una situación crítica. En ellas, la relativización creciente de los valores considerados tradicionalmente como guías o «faros» en el devenir social habría alcanzado, hoy, su paroxismo. Con ello, «el sistema político-social de Occidente se ha[bría] distanciado de cualquier sistema ético que lo trascienda, perdurable, ontológicamente consistente –que no consista meramente en unas determinadas “reglas de juego-”».


En otras palabras: los únicos valores válidos serían, ya, los puramente instrumentales. Esto abocaría inevitablemente a una situación de conflicto permanente entre intereses opuestos, alentado por el permanentemente invocado sistema de competencia. Y ello porque solo unos fines solidarios compartidos, en tanto que tales,  capaces de afirmar la naturaleza singular y diversa de las partes, es lo que permitiría, a una sociedad, crear orden verdadero (y, en tanto que tal, el único capaz de crear nueva diversidad afirmadora, a su vez, tanto del conjunto social como también de otras sociedades). Así pues, en Occidente, sería la pérdida de estos referentes éticos universales, de este compromiso ético fundamental base de toda conformación social, lo que daría primacía a las llamadas «reglas de juego», éstas de por sí inconsistentes y sujetas, permanentemente, a la capacidad de imposición de hecho de los más fuertes.

Sería justamente esta entronización casi absoluta de los valores puramente instrumentales en el llamado «Occidente» la que estaría favoreciendo –o permitiendo- la aparición de dos fenómenos que, aunque otras veces presentes históricamente, encuentran hoy nuevo caldo de cultivo.

Uno de ellos sería el de la reivindicación identitaria ferozmente exclusivista –paralelo, pues, al del fundamentalismo nacido en la agonía de las sociedades finalistas-, visible en movimientos tan alejados geográficamente como el Tea Party norteamericano o partido Fidesz-Unión Cívica Húngara, ambos muy bien tolerados en general por los gobiernos occidentales. El otro sería el de la connivencia o alianza instrumental con fuerzas fundamentalistas de todo tipo, aun cuando éstas nieguen los principios más elementales del sistema democrático pluripartidista, como sería el caso de la avenencia durante décadas con fuerzas del integrismo islámico más retrógrado.

El necesario equilibrio

Una situación, pues, de crisis generalizada, tanto en Oriente como en Occidente, que, según la autora, dada la globalidad del fenómeno, nos situaría «al borde del abismo». Una situación que nacería, según ella, una vez generalizados y entronizados casi completamente los fines de carácter instrumental, de la negación de nuestro ínsito carácter fraternal, de nuestro ser-con-los-otros constitutivo, que no puede sin embargo, en tanto que tal, sepultarse completamente.

Es por ello que, de tal contrasentido, nacerían formas de identidad contradictorias, como las afirmaciones colectivas del individualismo a ultranza, en las cuales existe una asombrosa unanimidad acerca de que la única identidad posible –o libre- es la del individuo tomado como aislado y sin identidad, tomando esta última, en su sentido social, como necesariamente opresiva.

 En estas circunstancias, para la autora, «resulta urgente el planteamiento de nuevos fines sociales que consideren tanto la dimensión social –fraternal- humana como la singularidad irrenunciable de todos y cada uno de sus miembros, teniendo en cuenta que esa singularidad solo se convierte verdaderamente en tal si desarrolla su propia facultad solidaria, y viceversa.»


Fuente de la imagen de Portada: Firma del Pacto del MayFlower
Fuente de la imagen: Talibanes afganos
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