Como es sabido, Mefistófeles es el diabólico agente de la obra dramática Fausto, de Goethe, que tienta y conduce a Fausto -escéptico y cansado por una larga, solitaria e infructuosa búsqueda de la sabiduría exclusivamente a través de los libros y las probetas- a la consecución de todos aquellos deseos que no impliquen la verdad buscada, pues eso es justamente lo que el diablo no puede darle a Fausto. Es por esta razón por la que hemos venido a denominar una determinada concepción del dinero como “mefistofélica”, precisamente aquélla que lo considera como medio para la realización mágica de los deseos. Semejante concepción se correspondería con un tipo humano que podríamos llamar “fáustico”, que es el que viene a concebir la vida como mera realización de deseos, siendo lo más peligroso de ello que acaba, a su vez, identificándose con Mefistófeles, es decir, convirtiéndose en un “comprador” de voluntades (o lo que es lo mismo, que pretende imponerse o someter a otros seres humanos de una manera o de otra, sea por medio del poder económico o político, la dominación psicológica, la acumulación de saberes sin voluntad liberadora, y un largo etcétera).
En relación a la economía, esta función que hemos dado en llamar mefistofélica del dinero crea una inevitable distorsión en la misma, puesto que una buena parte de los bienes que se producen no tiene como finalidad satisfacer necesidades objetivas humanas, sino las más subjetivas, por cuanto responden a prótesis relativas al apuntalamiento de falsas identificaciones sociales, enraizadas en la naturaleza clasista de nuestras sociedades, así como en los roles que en ella se imponen. En consecuencia, la función “mefistofélica” -o “fáustica”- del dinero, acaba con la verdadera función de la economía, que no es otra que la satisfacción material de las auténticas necesidades humanas.
Resulta asimismo de lo más común considerar la acumulación de dinero como un signo de poder. Sin embargo, cabe hacer otro planteamiento completamente diferente. El dinero es, de hecho, el reconocimiento social de los límites del poder de llevar a cabo realizaciones sin la solidaridad de los demás (necesitamos del trabajo ajeno para obtener lo que necesitamos). De este modo, el dinero representa los límites de nuestro poder y nunca es muestra de soberanía real. Por ello, la acumulación de dinero en fines puramente particulares lo que demuestra es la falta de solidaridad con las carencias de los demás y el exceso, a su vez, de carencias propias en su dimensión espiritual.
Oskar Kokoschka, Aquello por lo que luchamos (1943) |
Así pues, cuanto más dinero se ambiciona, más se revela la propia impotencia y debilidad. Puede decirse sin temor, pues, que son los más débiles los que aspiran a la acumulación de dinero porque no pueden confiar en sí mismos, o -valga la paradoja-, sólo quieren confiar en sí mismos, y necesitan para ello del poder de esa varita mágica que es el dinero para suplir su propia impotencia. De hecho, por el dinero nadie se distingue verdaderamente, porque al necesitar mucho también se manifiesta que se carece de mucho.
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