domingo, 31 de octubre de 2010

EL LOGRO DE LA OBJETIVIDAD EN LAS RELACIONES INTERPERSONALES

 Rafael SanzioLas Tres Gracias
(1504-5)
Se puede decir que el infierno es allí donde nadie se reconoce, siendo el reconocimiento el poder de ser el que se es en cualquier contexto o circunstancia, que es lo que a su vez nos permite reconocernos en el sentido de estar a bien con nosotros mismos. Lo anterior vale también en plural, pues es lo que en el fondo se experimenta en cualquier colectivo que de alguna manera se reconoce: ser nosotros mismos en cualquier circunstancia o lugar, identificándonos por tanto como Uno en todas nuestras diferencias y nuestros cambios, que es lo que nos lleva al reconocimiento recíproco en el sentido antes aludido.

Uno de los ámbitos en los que se hace fundamental lograr el reconocimiento es en las relaciones interpersonales. Ello no es posible sino mediante la superación de la subjetividad en las mismas, que es lo que, en buena medida, nos impide entendernos. Así, si no establecemos reglas objetivas, aparece el “pensamiento mágico” o los “ídolos” (como los denominaba el filósofo Bacon), esto es, el laberinto insalvable de la subjetividad. Para ello resulta fundamental recordar algunas normas básicas:

Evitar la falta de reconocimiento, tanto a los demás como a lo Uno en todas sus diferencias y en relación a ellas. El mundo es Uno, en el sentido anterior, y en función de ello debe actuarse.

No podemos evitar comunicarnos. Así pues, si continuamente estamos comunicando, debemos tratar de hacerlo lo mejor posible.

En toda comunicación, la esencia de la misma son los interlocutores. Es por ello por lo que se ha de reconocer al interlocutor, aunque se discrepe de su opinión.

Ponernos también en el punto de vista nuestros enemigos. Ello significa entender sus actitudes y comportamientos, y por lo tanto poder vernos como nos ven, para llegar de esa manera a poder aproximarnos, trasmitiendo dicha actitud a los demás, especialmente a los niños.

No sentirnos nunca víctimas, sino sentirnos agentes de transformación, que es lo que debemos ser. Aquel que se siente víctima se presenta como un fracasado




GiottoLa Visitación, (1310)
No debe olvidarse que la verdadera obra de arte es la relación humana, que se convierte en patrón de todo lo demás, en canon. Es en función de ella como se mide todo lo demás, y es por ello por lo que esta relación no se puede medir, sino que se vive en plenitud, siendo en relación a ella cómo todo lo demás aparece como medio.

Así pues, la norma básica de toda relación humana es que el otro no es nunca un medio, sino alguien que posee su propio sentido, su propia significación. Toda auténtica relación humana (que se reconoce por lo anterior) es, por tanto, desinteresada, como ocurre con la contemplación de la obra de arte. De esta forma, cuando nos relacionamos con los demás conforme ellos son, y los demás con nosotros conforme somos nosotros, aparece la Relación Bella.

Relacionado en este tema le recomendamos: DECÁLOGO DE LA AUTENTICIDAD.

jueves, 21 de octubre de 2010

LA PROPIEDAD CREADORA Y LA EMPRESA «ANTROPONÓMICA».

Parece actualmente necesario más que nunca plantear que un auténtico orden social no consiste en otra cosa que en la relación solidaria entre sus partes, a diferencia de lo que sucede hoy con el mercado, que pretende, de hecho, convertirse en un regulador absoluto de la totalidad del sistema social. En este contexto, parece crucial la definición y creación de un nuevo tipo de empresa que actúe como una célula a partir de la cual pueda conformarse un nuevo tejido social.

Henri Matisse, La ventana abierta  (1911)

El objetivo de la nueva empresa debería realizarse, con la urgencia que los tiempos reclaman, sobre la base de lo que es una economía libre, que a nuestra manera de ver no puede entenderse de otra manera que tomando como el referente esencial de la misma el trabajo libre y, por tanto, vocacional. Una economía de trabajo libre es, pues, la única que en realidad puede llamarse transparente, por cuanto es la meta más legítima, ya que siempre tendremos que trabajar.

Pero, además, para que la transparencia sea más real, es necesario tener un grado de experiencia de cómo vive el otro, lo cual es imposible si las diferencias sociales son tales como las que rigen hoy en y entre nuestras sociedades. Por ello, la creación de una economía de trabajo libre no parece posible sin la definición, a su vez, de un nuevo tipo de propiedad. La que damos en llamar propiedad creadora posee como objetivo primordial el de eliminar las barreras entre los seres humanos desterrando el lucro a través de la asunción voluntaria de un tope a los ingresos privados.

Queremos llamar a este tipo de empresa “antroponómica”, esto es, aquella que tiene por ley (nomos) al ser humano (anthropos) y no al beneficio, y que es el nombre que nos parece mejor responde a los fines en relación a los cuales esta empresa ha nacido. En ella, el objetivo básico de los ingresos que se reciben a través del trabajo sería el vivir en la dignidad de poder dar. El objetivo de la verdadera vida, pensamos, es recibir para dar; no dar para recibir, que es la lógica de la empresa capitalista. Y tal objetivo sólo puede cubrirse con el desarrollo de la creatividad humana, imposible en un mundo guiado por la lógica de la acumulación privada.

Por ello, en la nueva empresa el beneficio debe ser el subproducto, mientras que el objetivo fundamental debe ser el ser humano, y no al contrario. No queremos que el servicio público se convierta en un subproducto del beneficio, y menos aún del lucro, sino a la inversa, que el beneficio no sea sino el subproducto de un buen servicio público. Y parece evidente que sólo puede conseguirse transparencia en el mercado bajo esta condición. No creemos, en una palabra, que la mano invisible del mercado arregle nada, como se demuestra fehacientemente ahora, que esa mano invisible se lleva los ahorros de los menos pudientes; y tampoco creemos en el egoísmo como una fuerza productiva.

En el modelo de empresa que proponemos, ni el empresario ni el trabajador son unos medios de la empresa, sino unos fines. Y el beneficio no puede ser indiferente al producto; es decir, no se puede ofrecer cualquier cosa, especialmente cuando existen necesidades más perentorias que cubrir. La nueva empresa, pues, debe estar vinculada a un producto ligado a su vez a unos valores determinados. En este sentido, uno de los aspectos más importantes a asumir es la transparencia, entendida también, precisamente, como mejora de la oferta. Todo lo anterior tiene mucho que ver con lo que hemos llamado ecología de la cultura. La cultura no resiste –no puede resistir- la presión del mercado, y la buena cultura no sirve para evadir; la buena cultura absorbe e integra, no evade.

Raoul Dufy, Carteles en Trouville (1906)
Por último, y por lo que se refiere a la competencia, ésta se ha considerado tradicionalmente un estímulo necesario. No obstante, parece actualmente más visible que nunca que, sin el objetivo del todo, las partes fracasan. Es por ello que las partes deben colaborar entre sí para beneficio del todo, demostrando así que la solidaridad produce más riqueza que la competencia. Cuando lo que se busca es un servicio público de calidad destinado a la realización humana, no deja de ser una contradicción entrar en esa vorágine destructora de esa competencia donde se busca rebajar costes a costa de la servidumbre del trabajo, puesto que, precisamente, una de las metas de la realización humana debe ser –repetimos- el trabajo liberador, creativo.

Es también por lo anterior que aspiramos a convertir al empresario en una figura comprometida socialmente. Es más, consideramos que es un deber de la izquierda política el de volcarse comprometidamente en la empresa, potenciando una nueva empresa solidaria como columna vertebral económica de un nuevo mundo, que para unos es sólo posible, pero que para otros nos es necesario, y con urgencia.

domingo, 17 de octubre de 2010

FILOSOFÍA Y OBJETIVACIÓN: EL CASO DE NIETZSCHE

Nietzsche es, seguramente, el primer filósofo que, de una manera abierta, deja de percibir la moral como un absoluto, al contemplarla como un medio a través del cual vienen a proyectarse los intereses de distintos tipos de vida. Efectivamente, y según su propia visión, durante el proceso de civilización humana irán desarrollándose dos formas de vida: la de la mayoría y la aristocrática. A la primera le corresponderá la que llama moral «del rebaño» o moral «plebeya», consecuencia de la aparición de un ser que se aprecia como relativo. A la segunda le corresponde la llamada moral aristocrática, a través de la cual el individuo se asienta sobre sí mismo de forma inmediata. Este tipo humano, al que llama aristocrático, es el hombre superior, el auténticamente singular según su propia concepción. Una singularidad que le vendría dada por su carácter creador (es creador de valores) y por su inocencia (en el sentido de que es fiel a sí mismo y no busca subterfugios para la afirmación de la Vida).

Con Nietzsche, por tanto, la moral se relativiza y se encuentra relacionada con un estilo de vida y un «nosotros», esto es, con la autoidentificación propia de un grupo humano. Así, la moral va transformándose y respondiendo a estilos de vida diferentes, manifestaciones inmediatas de la Vida con mayúscula. Unos modos de vida que dependen, según él, directamente del instinto (un instinto que se encuentra jerarquizado en el hombre fuerte, y más desordenado en el débil). Más adelante, en cambio, Marx contemplará todas estas diferencias en función de un desarrollo social, y no a partir de una fuente natural.

Nietzsche, pues, parte de diferencias a priori entre los hombres, lo que hace que la lucha esté garantizada, estableciendo una separación radical y tajante entre ellos que puede llegar a resultar -como el propio devenir histórico ha demostrado- fatal. Todo lo contrario, por tanto, que una concepción basada en el proceso de diferenciación de lo Uno, que hace que, en última instancia, las diferencias que surgen a partir de dicho proceso sean no sólo reconciliables, sino necesarias. No obstante lo anterior, el filósofo alemán capta algo que parece esencial: la singularidad -que se encuentra encarnada en su concepción de hombre aristocrático- busca su propio espacio en la solidaridad de singularidades (un nosotros basado en el reconocimiento recíproco). Sin embargo, el gran problema de Nietzsche es que no hace extensiva dicha concepción al conjunto total humano, dejándola restringida, en cambio, a una élite exclusiva. Así pues, Nietzsche no pudo llegar a comprender completamente que la plenitud de la vida es la singularidad solidaria, aunque se quedó cerca, pues sí observó que las relaciones entre aristócratas pasaban por el reconocimiento de los valores del otro (si bien dentro de la misma clase), al contrario que entre la burguesía, fundamentalmente basadas en la competencia en la que todo vale. Así pues, puede decirse que, si bien el filósofo es el gran relativizador de la moral, es, sin embargo -y sin percibirlo aún-, desde el prisma de una moral absoluta (la solidaridad de singularidades) desde donde observa todo lo demás.

jueves, 14 de octubre de 2010

FILOSOFÍA Y OBJETIVACIÓN: EL CASO DE SARTRE


                                       







La última gran relativización llevada a cabo en filosofía es la realizada por el filósofo Jean-Paul Sartre. El punto al que llega este filósofo es la relativización misma del Ser, de lo absoluto, hasta el extremo de afirmar, en su obra La Náusea, que «la contingencia es lo absoluto». Para él, pues, todo es relativo, nada es necesario; nada de lo que hay tiene porqué ser.

Sin embargo, debe observarse que lo contingente no puede ser percibido como absoluto sino desde un punto de vista ya absoluto. En otras palabras: Sartre ha percibido la contingencia desde el punto de vista del Todo. Así pues, la sentencia de que «Todo es relativo» sólo puede ser formulada desde lo absoluto. Esa afirmación, en la medida en que la asumimos, es una identificación con la muerte, que es, a nuestro parecer, la última identificación que nos queda por romper. Efectivamente: si decimos que todo es relativo nos situamos en el reino de la muerte, donde todo está «de más» (que es precisamente la característica de todo lo muerto) y nada es necesario. La muerte es justamente lo múltiple que no forma una unidad y que aparece como un exceso (al igual que en la sentencia «Todo es relativo»).

En el proceso de aparente relativización de la conciencia que se lleva a cabo a través de la obra de Darwin (la conciencia se hace relativa a la naturaleza), Freud (se hace relativa al sexo) y Marx (a la economía), a lo que estamos asistiendo en realidad es a un proceso de ascenso a lo absoluto. Efectivamente, y tal y como viene comprobándose en el devenir social, estos autores olvidan que, en realidad, es la propia conciencia humana la que está relativizando todas sus circunstancias determinantes (naturaleza, sexo, economía, y también la propia moral), y por tanto superándolas.

¿Dónde situar, pues, lo relativo? Lo relativo debe situarse en la propia esfera de la unidad del Todo. Aparece allí donde se produce la máxima relativización de lo que es Uno, dando lugar a así a lo máximo cuantitativo, donde todo es idéntico y múltiple.

El enigma del día (1914), Giorgio de Chirico

¿Cómo es posible superar este estado de muerte donde lo relativo se erige como lo absoluto? Téngase en cuenta que la esencia del ser social del ser humano es la manera en que se identifica como “Nosotros”, y las instituciones sociales y políticas van a ser la consecuencia de dicha identificación. El Nosotros general, pues, va a ser el referente que localice a cada “yo” particular, ya que sin un “Nosotros” no se puede ser un “yo”. Cada “yo”, pues, se define en relación a la posición que mantiene con los demás, y la separación del resto trae como consecuencia vulgarización, si bien un “Nosotros” demasiado rígido también ahoga la singularización del “yo”.

Actualmente, pues, se hace necesaria una nueva identificación colectiva que supere el Nosotros actual, concebido como conjunto de individuos aislados. Y en esto, precisamente, debe consistir la superación de la muerte (puesto que la muerte se produce con la segmentación de la conciencia en partes que se aíslan unas de otras). Desde esa nueva identificación colectiva que estamos en proceso de crear –y que podríamos denominar como “la vida bella”- cada parte debe buscar su propia autoidentificación -su propio ser sí mismo-. Porque sólo desde un Nosotros solidario pueden crearse unos yoes plenos y ricos.

Relacionado con este filósofo le recomendamos: DIÁLOGOS PARA TRASCENDER LA DUALIDAD (II) y COMENTARIOS A LA OBRA «A PUERTA CERRADA». 

sábado, 9 de octubre de 2010

COMENTARIOS A LA OBRA 'A PUERTA CERRADA', DE JEAN PAUL SARTRE

Con motivo de nuestro próximo acto, que hemos titulado Taller de aproximación a.... Sartre (el primero de una serie que pretendemos sea larga), publicamos aquí algunos temas que pueden servir de ejes para la reflexión y el debate sobre la obra en nuestro encuentro, pero también de manera general. A puerta cerrada constituye una muestra extraordinaria de la imposibilidad de la comunicación humana en una situación de máximo aislamiento intersubjetivo.
Los temas a los que aludíamos son los siguientes:

-La situación:
Es el aquí y ahora concretos que definen lo existente como conjunto de presencias en las cuales el «para-sí» (la conciencia) no se reconoce, por lo que el sujeto las percibe como facticidades absurdas que hay que conjurar, atribuyendo todo a una intencionalidad o designios ocultos (Dios o el diablo).

-Los otros como presencias que impiden al «para-sí» ser Dios:
Los otros relativizan todo el poder de significación de lo que acontece, pues lo que acontece ya no tiene un único receptor y por lo tanto no puede darle un sentido único que le haga sentirse el logos creador.

-Los otros como presencias necesarias:
Los otros como presencias necesarias por cuanto sólo por su mirada la elección del ser o proyecto puede ser realizada y mantenerse. Como conciencia o para sí, su ser puede ser elegido porque ella nada es en sí misma; pero el ser que elige, y por el cual busca ser “ella misma”, depende de la mirada de los otros en una situación. Pero esta elección ha de ser mantenida en todo momento si se quiere “ser el que se es”, y para ello se sigue necesitando la mirada de los otros. Ahora bien, se exige que esa mirada le mire conforme a la elección que determina el proyecto.

-La mala fe:
Es el intento del para sí de eludir la responsabilidad de una elección. Para ello se invoca un contexto o concurrencia de circunstancias que hacen el papel de destino. Se trata de presentar la realización del acto que después avergüenza ante los otros como una “elección no elegida”.

Es algo que se desprende de la misma concepción sartriana de la libertad, resumida en su célebre frase: «estamos condenados a ser libres». O sea, siempre elegimos, excepto la libertad. Por eso, cuando elegimos mal, y por otra parte no podemos sino elegir, dicha elección se presenta como querida y no querida, y por lo tanto como un “destino que nos hace elegir”.

-La imposible transparencia del “soy”:
El desnudarse de los personajes en la obra no añade un ápice a la pretensión de su conocimiento recíproco, por el que cada uno sepa a qué atenerse en su relación con los demás, porque nunca pueden ser lo que pretenden ser. Es más, cuando tratan de ser transparentes ante los otros, «desnudos como gusanos», es precisamente cuando más ocultan su desnudez: ser una nada para ocultarse tras la opacidad del ser. Recurrir a un “yo” es para Sartre un recurso parecido al de la Metafísica clásica, cuando recurre a la categoría de sustancia para anclar un devenir que parece no llevar a ningún sitio. «El yo es como una piedra en un estanque».

-La mirada cosificadora de los otros:
El proyecto del personaje Garcin de ser un héroe fracasa, porque en definitiva el para-sí no tiene esencia y, por lo tanto, no se puede ser valiente y producir actos heroicos de la misma manera que un peral da peras. Pero eso no significa que sea un cobarde, porque estaríamos en el mismo caso que el ser valiente, ya que el problema estriba en que todo intento de ser fracasa. Sin embargo, como son los actos los que, en definitiva, están o quedan ahí para siempre, son por ellos por lo que la mirada de los otros nos objetiva. Para Inés, Garcin es un cobarde, y como tal, lo cosifica a la manera del busto que hay sobre la chimenea. Ahora bien, para Inés Garcin es un cobarde porque quiere que sea un cobarde. Se apoya en un hecho que le refuerza en su querer la cobardía de Garcin, de igual manera que Estelle quiere que sea un hombre seducido. Cada uno quiere ser la ley del ser de los otros cuando él mismo no es sino un ser a la manera del no ser; o sea, un ser cuestionable. El amor como entrega desinteresada al otro es, por tanto, imposible. Por eso Sartre define el amar como «querer ser amado», y además ser amado como un ser que no se es. «El infierno son los otros» porque dependo de ellos para afirmarme como siendo, pero con ellos se acaba siendo lo que no se quiere ser.

(Relacionado con este filósofo recomendamos: DIÁLOGOS PARA TRASCENDER LA DUALIDAD (II) y FILOSOFÍA Y OBJETIVACIÓN: EL CASO DE SARTRE.
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