Se ha abierto una brecha, por primera vez de forma importante, en la legitimidad del sistema parlamentario occidental tras la caída de los regímenes socialistas del Este de Europa a fines del pasado siglo XX. Tras el desmoronamiento de estos últimos, ya nada parecía amenazar el sistema democrático-capitalista triunfante, que se encontraba sin adversarios serios que pudieran cuestionar sus propios fundamentos ideológicos y, por tanto, también políticos, económicos, militares o “culturales”. Tanto el fundamentalismo islámico como los jirones aún supervivientes del modelo socialista estatal no constituían sino residuos del pasado, dentro del cual China vino a desarrollar una forma política dictatorial que, identificada con el nombre de comunismo, responde sin embargo perfectamente a las exigencias del desarrollo de un capitalismo salvaje, pues lo que menos respeta son los derechos sociales que, al menos, toda forma comunista pretende salvaguardar.
Sin embargo, y pese a contar con el campo abierto a nivel planetario, y, por tanto, con todas las ventajas para su afianzamiento y expansión, el sistema democrático-capitalista se cuartea. Y su crisis no tiene las características, precisamente, de una crisis parcial o de crecimiento, sino de agotamiento. Contábamos, desde 2007-8, con una crisis económica brutal que se cifra a nivel planetario, y que deviene del propio modelo productivo en su fase financiero-especulativa, y contábamos también con una debacle ambiental bastante anterior, de tal magnitud y peligro de irreversibilidad que pone inevitablemente fecha de caducidad o bien a la Tierra o bien a este modelo económico. Tenemos ahora, además, en la palestra una aguda crisis de legitimidad del modelo político que ampara tanto unas prácticas como las otras. Y ello no obstante a que el movimiento de protesta surgido tan recientemente en España -el aún heteróclito Movimiento 15-M y, sobre todo, la plataforma que le sirvió inicialmente de impulsora, Democracia Real Ya (DRY)- afirma (al menos por lo que respecta a los lemas asumidos mayoritariamente) no cuestionar el modelo político en sí, sino los abusos producidos a su sombra y la dejación de sus funciones a favor de los grandes poderes económicos, convertidos en los verdaderamente rectores. Pero vayamos por partes.
La irrupción, de forma pública y manifiesta, de la discusión, por parte de una minoría significativa, del funcionamiento de toda la tramoya institucional, no constituye sino el necesario comienzo de un proceso crítico y cuestionador. Pero aún tremendamente inmaduro. En primer lugar, por desconocer, en muchos casos, la naturaleza misma del sistema cuyos defectos ahora se señalan; unos defectos que son congénitos, y no coyunturales, y que por tanto no resultan remediables manteniendo el sistema de premisas sobre el que se asientan. Así, por ejemplo, la falta de representatividad de la democracia española, según se denuncia repetidamente, y para la cual se insiste como remedio en la reforma de la actual ley electoral, muy restrictiva para los pequeños partidos. Sin embargo, semejante reivindicación no es pareja a la identificación de los actuales partidos, especialmente los mayoritarios, como partidos que, por naturaleza, representan únicamente los intereses de determinados grupos y sectores sociales, pues desde el momento en que en la sociedad existen estratos que poseen en mayor medida el control de los medios (principalmente económicos, pero también de otros tipos, como son los de transmisión ideológica), imprescindibles para la subsistencia de la mayoría y para el funcionamiento social, éstos requieren asimismo sus propias organizaciones políticas que aseguren el mantenimiento de sus intereses. Podrá modificarse la actual ley electoral y favorecerse así el acceso a las instituciones de partidos de más pequeño espectro, pero difícilmente con ello se remediarán dos cosas que constituyen el auténtico cáncer del actual modelo democrático (entendiendo por tal el que permite el sufragio universal): por un lado, la adhesión de millones de votantes a partidos cuyos verdaderos intereses se les escapan -es decir, la realidad del voto no libre, entendiendo por tal no el directamente coaccionado, sino el guiado por la ignorancia, la manipulación y la incultura política de grandes masas de población-; y, por otro, la práctica permanente de la alternancia en el poder, que otorga apariencia de cambio y pluralidad, pero que en realidad resulta una maniobra muy hábil para impedir el desgaste irreversible de partidos que, en esencia, vienen a representar, con leves variaciones, a los mismos sectores poblacionales, principalmente, como queda dicho, a los detentadores de los medios.
Wassily Kandinsky, Pequeños mundos III (1922) |
Tomando en consideración la perspectiva expuesta, está claro que los problemas de corrupción no pueden constituir una mera excepción (como parecen tratarse muchas veces en el 15-M): es la propia legitimación permanente de este estado de cosas la que la genera constantemente, por lo que resulta inútil pedir “honestidad” a los políticos o a los empresarios. Hay que comenzar por destruir la aquiescencia social hacia ideas tales como “éxito económico” (siempre realizado a costa del trabajo de otros) o “competitividad” (basada igualmente en la desvalorización ajena), y empezar a instituir nuevos patrones de comportamiento humano que sirvan a su vez de referente para la propia organización económica y política. Si comenzamos a considerar, por ejemplo, el desarrollo personal o humano -entendido en el sentido más completo posible- como un derecho fundamental e inalienable de todos y de cada uno, está claro que la acumulación de patrimonio o de recursos económicos en manos de unos pocos dejará de ser ya cuestión de “más o menos” (lo que ahora se critica es que esta acumulación resulta “excesiva” y hay que rebajarla), para pasar a plantearse cuáles son los recursos a que todos y cada uno -en estricta igualdad- tenemos derecho para el máximo despliegue posible de nuestro propio potencial humano. Porque ese desarrollo personal es profundamente solidario o no lo es en absoluto. Estamos aludiendo, así, a que la regeneración social requiere una profunda revisión de valores -entendiendo por fin la necesaria solidaridad entre los seres humanos si queremos conseguir ser nosotros mismos-, sin la cual los conflictos que vivimos no harán sino perpetuarse y agudizarse.
Sin embargo, parece ser un lema ampliamente asumido en el 15-M (y sobre todo en los planteamientos iniciales de DRY) que no cabe salirse del cortoplacismo y la forma localizada de las demandas, aisladas éstas a su vez entre sí: reforma electoral, eliminación de los paraísos fiscales, aumento de la progresividad en los impuestos, parón al recorte de derechos sociales, independencia del poder político respecto al económico, etcétera. Es decir, que no “vale” salirse del marco o “reglas de juego” establecidas por el propio sistema, debiendo criticarse sólo sus “desviaciones”. De ahí el conocido lema “No somos antisistema: el sistema es anti nosotros”. De forma que se elude ver en el “sistema” un todo organizado, profundamente interdependiente, dirigido a un fin: salvaguardar la autoidentificación de ciertos grupos sociales como “dominantes”, para lo cual poseen prioridad absoluta sus demandas y requerimientos, al fin de mantener dicha identidad (que puede tomar distintos nombres: los “triunfadores”, los “emprendedores”, los “hechos a sí mismos”, los que ponen el “riesgo” y la “iniciativa”, los VIP, etc.). Los “beneficios sociales” que recaen en el resto de la población no son sino los recursos sociales sobrantes una vez satisfechas las necesidades de identificación de los primeros (a través de cosas tales como primas, coches de lujo, mansiones -más grandes o más modestas-, joyas, objetos de arte, etc.).
No obstante, esta visión del sistema como un todo y, sobre todo, su cuestionamiento global como tal, viene calificándose en muchas ocasiones como “ideología”, y, como tal, descalificándose. De esta forma, va imponiéndose realmente un debate en el seno del Movimiento acerca de qué es ideología y qué no lo es, y por qué el sistema de premisas que tenemos establecido permanece permanentemente a salvo de tal consideración, y por tanto incuestionable. ¿Realmente, entonces, podemos hablar de todo, o se nos está imponiendo una censura por parte de los “a-ideológicos” (o perpetuamente objetivos) que nos dicen hasta dónde podemos llegar en nuestras críticas y cuándo estamos tocando el cuerpo impronunciable de dogmas? Hablar de capitalismo, por ejemplo, viene a considerarse -y así lo hemos leído en más de una ocasión, y también vivido personalmente en los procesos asamblearios en los que hemos venido participando- “sacar los pies del plato”, “hacer ideología” (o sea, falsear las cosas con miras particularistas). Y lo que es casi peor: sobreviene, con ello, la alusión a que, con este tipo de planteamientos, se viene a romper la “unidad” del movimiento. Nos preguntamos, pues: ¿no es contradictorio pretender mantener la “unidad” marginando (no siempre voluntariamente) a los que apuntamos al carácter estructural de las injusticias que denunciamos, y señalamos, además, su continuidad histórica (estas injusticias no son, desde luego, cosa reciente)? ¿Hay que mantener la “unidad” a costa de renunciar a llamar a las cosas por su nombre? ¿O es que algunas cosas no tienen nombre (o tienen otros que suenan mejor)? Pues está claro que este tipo de reduccionismos y escamoteos es ideología, y de la más clara. Y pretender estar por encima de toda ideología es nada más y nada menos que pretender ser fuente de valor -de lo cual creemos que están bastante lejos-, convirtiéndose, pues, en los mejores sostenedores del ideario ideológico liberal que nos sirve de marco (lo sepamos o no, lo explicitemos o no), al pretender mantenerlo “puro”. Precisamente fue ese uno de los grandes “logros” de la Transición: hacernos creer que sobrevenía un sistema en el que cabían todas las ideologías, pero que no representaba él, en sí mismo, a ninguna (era a-ideológico, qué casualidad). Esta claro que dejamos bien enterrada la enseñanza marxista -a nuestro parecer, más que acertada- de que «la ideología dominante es la de la clase dominante».
Está claro, por otra parte, que la “desideologización” del movimiento tiene sus consecuencias. Una de ellas es la exclusión sistemática de la sociedad civil organizada en el mismo, pretendiendo partir de un falso “punto cero” que lo que hace es despreciar el bagaje y la experiencia organizativa, la tradición y logros teóricos, el pasado de lucha y la propia identidad de muchas asociaciones y organizaciones ya existentes y comprometidas de muchas maneras con los problemas que ahora se denuncian. De esta forma, nuestra reducción a “meros” individuos, ignorando nuestros anteriores vínculos y compromisos colectivos, responde, nuevamente, a la propia visión ideológica dominante, que concibe a los seres humanos como entes aislados cuyos destinos se forjan, exclusivamente, a través de la responsabilidad y el talento personal. De esta idea procede, fundamentalmente, la actual legitimación de los privilegios sociales. Esta estrategia no es, pues, “desideologización”, sino, nuevamente, encontrarse dentro del marco ideológico más ampliamente asumido.
Lo mismo ocurre, a nuestro parecer, con la renuncia a todo tipo de “poder” o a la formación de un movimiento o partido político capaz de transformar nuestras reivindicaciones en realidades. Se incurre, con esto, en una contradicción flagrante: se pretende renunciar a ser un poder, pero, de hecho, se ejerce en la calle todos los días (¿o es que las demostraciones públicas masivas, las asambleas, las protestas ciudadanas de diferente índole no son ya, de hecho, una forma de poder o contrapoder?). Por otra parte, diciendo que se renuncia a toda forma organizada para ejercer el propio poder, por considerar a los partidos estructuras escasamente democráticas, se insta una y otra vez a los partidos ya constituidos a que “escuchen” a los ciudadanos y cedan a sus demandas. O sea, a que las implanten ellos mismos, considerando que pueden y deben querer hacerlo, puesto que su deber es representarnos. Luego, indirectamente, les devolvemos la legitimidad que previamente creíamos haberles cuestionado.
Una vez dicho todo esto, y para quienes hayan tenido la paciencia de llegar hasta aquí, habrá quien se pregunte porqué considerábamos, al comienzo de este artículo, que se ha abierto una grave crisis en la legitimidad del sistema. Pues aparte del por muy importante hecho de que comienzan a no darse por buenas muchas prácticas que, hasta hace poco, no eran contestadas sino por pequeñas minorías, porque va a ser difícil mantener estas contradicciones a medida que se vaya demostrando la rigidez del sistema para la asimilación de muchas de las demandas que vienen planteándose. La pretendida “libertad” de opciones del sistema democrático (según el cual “todo es posible” siempre que nos conduzcamos por los cauces “adecuados”) va a chocar inevitablemente con un implacable determinismo que impide que ciertas medidas sean imposibles, dadas, por ejemplo, las leyes internacionales de movimientos de capitales, a las cuales, obviamente, se les ha otorgado un rango superior. No obstante, es muy posible que nos encontremos en una fase necesaria de todo proceso inicial de toma de conciencia colectiva. A este respecto, no podemos sino recordar los comienzos de la propia Revolución francesa, en las que las demandas del Tercer estado se dirigían no a la eliminación de la institución aristocrática -y ni mucho menos de la monárquica-, sino a la asunción, por parte de los primeros, de sus propias obligaciones tributarias. Algo imposible en el contexto de la sociedad del Antiguo Régimen. También ahora nos encontramos en un Antiguo régimen, aun sin saber aún que es tal.
7 comentarios:
He leído varias veces, y subrayado luego, este extenso análisis sobre el 15M y sobre las posibilidades de cambio del actual estado de cosas en nuestra sociedad capitalista.
He de decir, en primer lugar, que, si el derrumbe del viejo sistema comunista estuvo ya anunciado en su día, y dejó, como hemos podido comprobar, pueblos arruinados, material, psíquica y espiritualmente, igual está anunciado desde hace tiempo el derrumbe del actual sistema capitalista, que no es otra cosa que la otra cara de la misma moneda.
Y me podrán decir: ¡Pues no hay otra cosa! Desgraciadamente, y de momento, es así. No hay otra cosa. Pero la habrá, no sabemos cuántos decenios o siglos llevará, pera la habrá.
A mi entender dejan ustedes deslizar ideas con las que no puedo coincidir. Me parece que olvidan la cuestión fundamental Y la cuestión fundamental que subyace en nuestra maltrecha sociedad, ya desde hace más de un siglo, a mi parecer, es el convencimiento absolutamente masivo de que la único importante en la vida de las personas es su bienestar material.
Hay países que actualmente lo han conseguido, es preciso señalarlo. Países como Suecia o Dinamarca, donde se ha conseguido el paraíso soñado del pensar materialista. Desde que naces no tienes el menor problema, material, se entiende. Papá estado se ocupa de todo lo que necesites. Desde que naces tendrás buena guardería, buen colegio, buenos estudios, opción a un buen trabajo, bien remunerado, absoluta seguridad de todo ello, sanidad eficiente y gratuita, casa con todos los lujos soñados, etc, etc. Todo lo que puede soñar una persona. Una persona alienada, añado yo. De hecho, es en estos países donde se registra un mayor índice de suicidios en la juventud. Y mucha gente de los demás países se preguntarán extrañados: ¿qué es lo que querrán, si lo tienen absolutamente todo lo que puede desearse?
Quizá esto que digo les parezca algo que no tiene nada que ver con la cuestión. Pero mientras todo lo que anhelemos sea vivir cada vez con menos esfuerzo y más lujo todo será imposible.
Hay quien pide un buen trabajo, una buena casa, un buen sueldo, seguridad en todo, asistencia sanitaria... sin caer en la cuenta de que estas cosas no pueden pedirse, es fruto del esfuerzo.
¿Esfuerzo? No, no, queremos ser como los suecos, que se lo dan desde que nace...
Caigo en la cuenta que vuelvo al plano material, casi sin darme cuenta. Pues bien, mientras que no llegue al poder alguna ideología que nos muestre que no es más persona el que más tiene y el que más cómodo vive, sino es que más es como persona y el que más se esfuerza en ello, no hay nada que hacer.
Seguiré... no me deja escribir más...
Pero claro, así el "sistema no funciona". La verdadera revolución, a la que me apuntaría, sería aquella en la que los que se apunten se nieguen a consumir la inmensidad de cosas inútiles por las que nos hacen matarnos a trabajar. Sería la manera más rápida y efectiva de hacer caer a un sistema capitalista. Por supuesto no sin los efectos de un derrumbe. Si no se consume se cierran empresas, y aumentan los parados. El estado no recauda, con lo que todo se desmorona. Pero lo que no piensan los indignados es en que la caída del sistema que pretenden mejorar arrastrará a todo el mundo a un desastre que probablemente nos lleve a una nueva edad media, porque nunca la caída de un imperio ha sido un acontecimiento fácil. Si alguien pretende derribarlo debería ser consciente de ello.
¿Concienciar a la población? Pues sí, aunque convencerán más o menos a los que ya estamos convencidos... ¿Convencer a los políticos, banqueros y multinacionales para que se porten mejor? Esto es una estupidez. ¿No se dan cuenta de que tienen en sus manos absolutamente todos los medios de comunicación, mantienen a los partidos políticos a su servicio, ponen y cambian presidentes de gobierno, etc...? Es fácil mantener a la masa hipnotizada, ya lo explicó bien Platón en su Mito de la Caverna. Y lo hacen, y lo saben hacer.
¿Hacer más grandes a los pequeños partidos y mas pequeños a los grandes partidos? Bueno... pero ¿a alguien se le ocurre que los pequeños, una vez grandes y en el poder, no harán exactamente lo mismo que los ahora grandes? Cuando se es pequeño y se sabe que nunca gobernará, es fácil ser idealista y prometer un mundo nuevo. ¿Nuevo? Alguien explica en qué consiste un mundo nuevo acaso?
Mucho se habla aquí de democracia, pero se olvida que la inventaron en Atenas, donde no votaba sino aquél de reconocida honradez y probidad. Si el voto es universal y, como es comprobado, el número de ignorantes es una inmensísima mayoría, y como resulta que al ignorante es muy fácil convencerle y engañarle, pues... ¿de qué democracia hablamos? De ninguna, porque, como decía un buena amigo, peor que el que no sabe no contestas es el que no sabe pero contesta.
¿Elismo? Evidentemente. Mucho se habla de democracia, pero no conozco ninguna empresa seria donde se convoque una asamblea para decidir si aceptar a un cliente o no. Ni ningún buque donde se haga una asamblea para decidir si el rumbo es 34 grados norte o 15 grados sur, a la vista de un iceberg. No se hace un referendum para elegir a los 11 jugadores que jugarán en la selección nacional
¿Qué es democracia real? ¿Hacer cada día 500 referenda para decidir por ejemplo, si enviar aviones a Libia, si hacer la carretera Monte Arriba-Monte abajo o no, si poner iluminación a la fuente del pueblo toda blanca o de colores, si cambiar o no la bandera por otra o decidir que uniforme ponerle a la guardia municipal. Me parece que esto es una solemne tontería.
Y si a lo que se refieren es a lo mismo pero honestamente y honradamente, es inútil, porque la honestidad y la honradez han perdido su valor, y no lo han perdido por descuido, sino porque así se ha educado a la gente a través de la televisión y de los medios, incluso en colegios y universidades. Y mientras no aparezca un nuevo poder capaz de reinstaurar los valores que una vez hicieron progresar, en el sentido propio del término a la humanidad, nada habrá que hacer.
Y hay que estudiar historia. La historia enseña, aunque los que la enseñan no sé cómo podrían explicarla, seguramente desde su absurda visión materialista de la misma, así que mejor que no la enseñen.
Lamento la extensión de mi comentario, pero creo que me faltarán muchos artículos para expresar todo lo que pienso sobre esto.
Y, los que conocéis mi blog sabéis que nunca escribo de política. Me parece, finalmente, inútil. Simplemente porque, en el auténtico significado de la palabra política, A res publica, ahora no existe. Todo es res privada.
Un saludo.
Estimado amigo:
Los modelos de sociedad que citas son, realmente, nuestro antimodelo. El tipo de hombre al que aludes lo llamamos "edípico" (edípico entendido como identificación o amor a lo que no se debe), que es el que cifra su poder exclusivamente en la posesión de los medios (dinero, coches, acciones, lujos...), cuya esencia es lo puramente temporal.
Nuestro modelo humano lo llamamos 'singularidad solidaria'. Reúne dos condiciones: es el que menos necesita y más da; y, por otra parte, es, a la vez, el más libre y el más solidario.
El verdadero esfuerzo, que es un poder de renuncia, brota en relación a la nobleza de los fines, que es lo que le falta a nuestra sociedad materialista de hoy día. El valor del trabajo libre es el valor del trabajo bien hecho, en el cual nos podamos reconocer.
Cuando decimos que el ser humano es un patrón de medida, lo que queremos decir es que no puede ser utilizado como se utilizan los medios, sino que él es la referencia de todo instrumento, pues de lo contrario se le embrutece.
La vida espiritual es el alfa y omega que dirige, a nuestro entender, lo temporal, que son procesos materiales, y una de las claves de la vida espiritual es el amor a la verdad. Entendemos por espiritualidad no solamente lo que las religiones entienden por tal, sino como ese vínculo basado en la Palabra conciliadora que nos presencia, que nos ensalza en la unidad de un destino común.
Es obvio que con tan breve espacio no se puede desarrollar debidamente todo esto, pero sí te decimos que coincidimos esencialmente con el comentario que nos haces.
Efectivamente, la revolución debe comenzar por ahí. Pero, naturalmente, debe planificarse y graduarse para evitar, en lo posible, padecimientos humanos. No obstante, lo que es verdaderamente inviable es el actual estado de cosas, ya de hecho catastrófico para la mayor parte de la humanidad. Y no podemos olvidar que nuestro "bienestar" se basó siempre en su explotación (junto a la de muchos de nosotros, por muy bien llevada que fuera).
Estamos asimismo de acuerdo en que el asamblearismo permanente no es un modelo viable de democracia. Si se plantea ahora es porque no existen aún muy bien definidos unos nuevos fines universales con los que nos podamos identificar mayoritariamente y en función de los cuales se vayan definiendo otros inherentes a aquellos.
También compartimos contigo que la verdadera democracia debe basarse en la virtud y auténticos valores, aparte de en un conocimiento humanizador. Por ello deben hacerse extensibles a todos. Si son patrimonio de unos pocos, ni los valores, ni la virtud ni el conocimiento serán a la postre realmente tales. Fue eso, precisamente, lo que, en parte, le ocurrió a la democracia griega: que se basó en el trabajo esclavo, imprescindible para mantener los derechos de los ciudadanos. Por eso no puede ser el nunca el modelo definitivo.
Un saludo.
Con relación a lo que apuntan de una revolución "planificada y gradual", me parece que, repasando la historia y acudiendo a la lógica del sentido común, no han existido nunca con tales características ni creo que puedan existir. Una revolución es un cambio radical, no es como una poda de un árbol, es arrancarlo de raíz.
La toma del poder de Roma por los cristianos, que alegaron una falsa entrega de poder por Constantino acabó con los principios que inspiraron tan imperio, de forma abrupta, dando así comienzo a una edad oscura. La revolución francesa se llevó, gillotina mediante, todas las cabezas pensantes que en algo llevaban el veneno de la monarquía absolutista.
La revolución bolchevique se instaló tras acabar con los zares, sus descendientes, toda su corte y todos aquellos que intentaron defenderla.
En todos estos casos, las revoluciones se instalaron mediante la sangre de millones de personas y la ruina de los estados, que luego, tras tremendos esfuerzos hubo que levantar otra vez.
Pensar en una "revolución controlada, gradual y planificada" no tiene precedentes históricos ni existe aparte de en la utopía, siempre reñida con la propia naturaleza de las cosas.
Coincido con Vds. en que el actual estado de cosas es inviable, pero no creo que sea necesario ni siquiera hacer gran cosa. A semejanza del imperio romano, se está cayendo solo, como un árbol podrido se cae sin más que darle un pequeño empujón. Este pequeño empujón es el que hay que darle.
Pero la cuestión principal no es esta, con ser importante. La cuestión es el reemplazo de lo ya viejo y caduco. ¿Qué poder está preparado para ofrecer y tratar de imponer el orden que anhelamos?
No conozco ninguno, es preciso crearlo.
Cuando una sociedad se desmorona y queda todo reducido a cenizas, se precisará con urgencia mucha gente preparada para levantar de nuevo todo el edificio social, ahora sí, sobre unas bases nuevas basadas en los valores humanos y en la hermandad de los hombres. Es preciso estar preparados para entonces.
Con respecto al movimiento asambleario, y tal como se ha planteado en esta ocasión, en la que, de momento han decidido no aceptar líderes, es un movimiento rico y fecundo, generando una fuerza inmensa. Esta fuerza inmensa no está dirigida aún a sitio en concreto, pero esperemos que no surjan quienes se apoderen por su liderazgo de esta inmensa fuerza y la dirija, a su manera, contra los objetivos que consideren oportuno. Tenemos el precedente del anarquismo, que dejó de serlo cuando aparecieron líderes que condujeron sus fuerzas donde quisieron ellos y no quizá donde quisieran sus integrantes. Y es más que probable que lo hicieron sin contar con ellos.
"la verdadera democracia debe basarse en la virtud y auténticos valores, aparte de en un conocimiento humanizador. Por ello deben hacerse extensibles a todos". Coincido con esto que dicen. Nunca dije que el voto restringido consistiera en marginar a la mayoría de la población del acceso a su formación humana, ni que debiera ser patrimonio de unos pocos. Solo dije que, al igual que en una delicada operación quirúrgica se pide opinión a un consejo de cirujanos, y no a todos los empleados del hospital, la decisión de elegir gobernantes no debe hacerse por sufragio universal, ya que la gran mayoría de ciudadanos, yo entre ellos, no tenemos capacidad de decisión en esta cuestión, ni tampoco añade ni resta nada a nuestra formación humana el no tenerla. Yo tampoco sé nada de cirugía y no me preocupa.
Por supuesto sé y coincido que la democracia griega no era perfecta, ni es el modelo definitivo. Pero la esclavitud de aquella época no tiene relación con esta cuestión, aunque sí con la degradación de unos para el bienestar de otros, injusto, lógicamente.
Pero, hablando de esclavos, me parece que hoy hay más esclavos que nunca, solo que les han convencido que son libres.
Un saludo.
Estimado amigo:
Cuando hablábamos de planificación nos referíamos a la organización de los procesos una vez producida la caída del sistema, una vez creado ese poder, del que tan bien hablas, formado por mucha gente preparada, creado “sobre unas bases nuevas basadas en los valores humanos y en la hermandad de los hombres”. Efectivamente, y coincidimos contigo en ello, en esto consiste la verdadera revolución que se prepara. Pues revolución para nosotros significa un nuevo punto de partida no derivable de las “reglas de juego” del anterior, y en ese sentido la denominamos singularidad realizable, no sólo de todo lo nuevo que en potencia alberga en su seno, sino que además establece una continuidad potenciadora de los auténticos valores humanos que en la historia se han ido decantando. Sucede como en el arte; las reglas de un estilo son otras que las del estilo anterior, pero una serie de valores estéticos han quedado conservados y hasta potenciados. El problema de la violencia de la que hablas es, a nuestro parecer, la producida sobre todo por la reacción a esos cambios, por los movimientos de defensa de aquellos que se ven amenazados en sus privilegios por el nuevo poder. Eso sin contar con que el derrumbe del “viejo edificio”, al que aludes, suele llevarse por delante a mucha gente preparada que puede ir gestando la nueva realidad. Así ocurrió, efectivamente, con la crisis del 29, tanto en su vertiente económica como política. Sus devastadores efectos arrastraron a muchos portadores de una nueva antorcha, sin que dicha crisis estuviera, para nada, prevista o planificada por ellos, algo así como ocurre ahora (cuando aún no sabemos siquiera si existen verdaderos revolucionarios). De los escombros del viejo sistema liberal se levantaron, en cambio, nada menos que los nazis, auténtico esperpento que suele ser la cara macabra de los sistemas muertos que luchan por sobrevivir como sea. Lo peor que con un enorme apoyo popular, amparado por esa ignorancia de la que hablábamos (la falta de libertad en la que se ampara el sistema para sobrevivir). Y con ellos, como sabemos, vino la II GM, explosión de violencia sin precedentes.
Hoy en día vemos también, tristemente, a una extrema derecha rampante y preparada para tomar el poder incluso con el consenso de muchos “demócratas”. No quiere decir todo esto que justifiquemos o celebremos los excesos de los poderes revolucionarios, sea el francés, el soviético o el que fuere. Sus proyectos humanos no estaban aún completos y era inevitable que, en parte, sus fines más originales se pervirtieran. Pero sí parece importante señalar que las enormes carestías, por un lado, y la guerra y sus consecuencias, por otro, fueron los que empujaron a la formación de poderes revolucionarios, y que la violencia posterior provino, en un principio, de esos esfuerzos desesperados por frenar a los mismos.
Por otra parte, nos gustaría precisar que estas reflexiones críticas que hacemos al Movimiento 15M en nuestro artículo no las formulamos como espectadores externos, sino desde dentro mismo del movimiento, en el cual participamos y formamos también parte. Coincidimos contigo en que, efectivamente, posee muchas potencialidades, aunque aún le quedan por definir fines. Y respecto a lo que apuntas de la necesidad de crear un nuevo poder que reemplace a lo viejo y caduco, y, asimismo, de prepararse para que pueda tener lugar, en eso estamos. Hemos preparado una serie de principios que constituyen una reflexión acerca de los fundamentos de un poder que podamos considerar legítimo, una parte de los cuales publicaremos en el blog próximamente. Y vamos constituyendo también un pequeño grupo de reflexión y acción que pueda organizarse en torno a estos fines revolucionarios a los que hemos aludido, y que no consisten en otra cosa que en una verdadera humanización de todos, y del cual te hablaremos.
Un abrazo.
Queridos amigos,
quedo a la espera de recibir esa serie de principios a que aluden, y si así lo consideran conveniente, el compartir conmigo las estrategias de acción para conseguir que dichos principios imperen algún día en la sociedad.
Un cordial abrazo.
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