domingo, 17 de octubre de 2010

FILOSOFÍA Y OBJETIVACIÓN: EL CASO DE NIETZSCHE

Nietzsche es, seguramente, el primer filósofo que, de una manera abierta, deja de percibir la moral como un absoluto, al contemplarla como un medio a través del cual vienen a proyectarse los intereses de distintos tipos de vida. Efectivamente, y según su propia visión, durante el proceso de civilización humana irán desarrollándose dos formas de vida: la de la mayoría y la aristocrática. A la primera le corresponderá la que llama moral «del rebaño» o moral «plebeya», consecuencia de la aparición de un ser que se aprecia como relativo. A la segunda le corresponde la llamada moral aristocrática, a través de la cual el individuo se asienta sobre sí mismo de forma inmediata. Este tipo humano, al que llama aristocrático, es el hombre superior, el auténticamente singular según su propia concepción. Una singularidad que le vendría dada por su carácter creador (es creador de valores) y por su inocencia (en el sentido de que es fiel a sí mismo y no busca subterfugios para la afirmación de la Vida).

Con Nietzsche, por tanto, la moral se relativiza y se encuentra relacionada con un estilo de vida y un «nosotros», esto es, con la autoidentificación propia de un grupo humano. Así, la moral va transformándose y respondiendo a estilos de vida diferentes, manifestaciones inmediatas de la Vida con mayúscula. Unos modos de vida que dependen, según él, directamente del instinto (un instinto que se encuentra jerarquizado en el hombre fuerte, y más desordenado en el débil). Más adelante, en cambio, Marx contemplará todas estas diferencias en función de un desarrollo social, y no a partir de una fuente natural.

Nietzsche, pues, parte de diferencias a priori entre los hombres, lo que hace que la lucha esté garantizada, estableciendo una separación radical y tajante entre ellos que puede llegar a resultar -como el propio devenir histórico ha demostrado- fatal. Todo lo contrario, por tanto, que una concepción basada en el proceso de diferenciación de lo Uno, que hace que, en última instancia, las diferencias que surgen a partir de dicho proceso sean no sólo reconciliables, sino necesarias. No obstante lo anterior, el filósofo alemán capta algo que parece esencial: la singularidad -que se encuentra encarnada en su concepción de hombre aristocrático- busca su propio espacio en la solidaridad de singularidades (un nosotros basado en el reconocimiento recíproco). Sin embargo, el gran problema de Nietzsche es que no hace extensiva dicha concepción al conjunto total humano, dejándola restringida, en cambio, a una élite exclusiva. Así pues, Nietzsche no pudo llegar a comprender completamente que la plenitud de la vida es la singularidad solidaria, aunque se quedó cerca, pues sí observó que las relaciones entre aristócratas pasaban por el reconocimiento de los valores del otro (si bien dentro de la misma clase), al contrario que entre la burguesía, fundamentalmente basadas en la competencia en la que todo vale. Así pues, puede decirse que, si bien el filósofo es el gran relativizador de la moral, es, sin embargo -y sin percibirlo aún-, desde el prisma de una moral absoluta (la solidaridad de singularidades) desde donde observa todo lo demás.

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