martes, 21 de diciembre de 2010

EL ORIGEN DE LA PROPIEDAD PRIVADA

George Grosz, Una victima de la sociedad (1919)  
Como es sabido a través de los textos antropológicos, la mentalidad del hombre primitivo es animista. Esto significa que concibe la naturaleza como fecundada por los espíritus, que se localizan en ella, siendo ésta la causa “viva” de su abundancia.

Es muy probable que con la primera transición de las comunidades nómadas a las sedentarias se diera un paso más allá, y se concibiera que la materia se impregnaba o recibía el espíritu de aquel que la trabajaba y la hacía producir. Y esa habitación del espíritu humano en la materia, ya previamente animada a su vez, daba lugar a una abundancia aún mayor. Esta trasposición es lógica si se considera, por un lado, que el ser humano no era capaz aún de objetivar los propios métodos organizativos de su actividad mental y su plasmación en las cosas; y, por otro, si se tiene en cuenta lo que debían estas concepciones a la mentalidad animista anterior, con la cual guardaban aún profunda analogía. Pero, si se observa bien, esta fusión de lo que se consideraba el espíritu humano con la materia -que la hacía más productiva- puede muy bien ser el origen de la primera propiedad privada en las sociedades humanas, la cual debía tener un sólido acomodo en su propia concepción de las cosas. En efecto, no resulta coherente que en un contexto de mentalidad animista surgieran consideraciones pragmáticas que pudieran dar lugar, tan tempranamente, a una sanción legal de la propiedad privada, simplemente porque las consideraciones pragmáticas no tenían aún apenas cabida en ese mundo, a no ser en forma de magia. Tampoco parece plausible que pudiera justificarse y asentarse sin más una situación violenta de apropiación. Las raíces de la nueva situación debían ahondar en las profundas implicaciones entonces concebidas y sentidas del ser humano con su medio y con los recursos que éste le proporcionara. Y lo que se percibe es, como queda dicho, un fenómeno de localización del espíritu en la materia, que la hace más productiva. Esto es lo que hace ya que el ser humano, por primera vez en su historia, se encuentre «localizado» en determinados medios.

Con la aparición de las primeras grandes religiones -que lo que buscan en el fondo, aunque inconscientemente, es la afirmación última de la conciencia sobre la materia- surgen grandes divinidades (ya no tan localizadas) que, sin embargo, no anulan completamente a los pequeños espíritus animistas anteriores, que permanecerán metamorfoseados, de una u otra manera, hasta prácticamente nuestros días. Continuará, pues, presente igualmente la concepción del espíritu del hombre como animador de la materia en la forma de medios, los cuales llegarán a tomarse incluso como un «segundo cuerpo» o una extensión necesaria del mismo. Esto es, efectivamente, lo que ocurre con la propiedad privada de los medios -fenómeno hoy también perfectamente observable-: el ser humano los percibe como parte de sí mismo (su «segunda piel»), lo cual conlleva, inevitablemente, a que éste acabe verdaderamente «sujeto» a los medios; esto es, atrapado en ellos, y empleando a otros hombres como «medios» de esos medios. Es lo que nosotros llamamos el «sujeto de los medios», en el doble sentido del concepto «sujeto»: voluntad consciente y sujeción a los mismos. Aparece, pues, una doble voluntad: por una parte, los medios, en su inmanencia, tienen sus propias exigencias objetivas, que se manifiestan -para el propietario de los mismos- de una manera semejante a las exigencias de su propio cuerpo, y, para muchos de ellos, de forma aún si cabe más compulsiva. Por otra, es la voluntad consciente del propietario la que decide lo que en el fondo no puede sino decidir cuando se da ese conyugio -por utilizar la terminología gnóstica- entre la propiedad y el propietario en tanto que conciencia localizada: la de producir más y más medios.


El alienista  (1919), Kurt Schwitters

Si se llega, pues, a la conclusión de que el fundamento de la propiedad privada es la localización de la conciencia humana en un medio, de la misma se desprende, por un lado, que la propiedad privada limita -no amplía- la libertad humana, y, por otro, que ésta (la de este tipo de propiedad) no es sino una fase -por prolongada que se entienda- del desarrollo o evolución humana, cuyo objetivo es liberarse de cualquier medio que limite a la conciencia, pues ella -como ser que por excelencia se autoidentifica- no es un medio, sino un fin en sí misma.

La tercera fase en este largo proceso habrá de ser, a nuestro entender, la de nuestra objetivación en un trabajo libre, aquél cuya realización es ya un fin en sí mismo (véase nuestro artículo sobre La represión del trabajo libre). El ser humano se objetiva como libre cuando es la propia realización de su trabajo la que es válida por sí (sin ningún objetivo externo que nos convierta en «medios» de los medios o de otros hombres), por lo que su fruto se transforma espontáneamente en una ofrenda, en un presente a los otros, conscientes de que su realización es también por los otros, esto es, que no puede ser sin ellos.

También sobre el trabajo vocacional pueden consultarse los siguientes artículos: El trabajo libre o vocacional (I) y El trabajo libre o vocacional (II), además: LOS LÍMITES DEL ESTADO DEL BIENESTAS, LA JUSTICIA Y EL NUEVO SUJETO SOCIAL.

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