jueves, 8 de noviembre de 2018

TEORÍA Y PRAXIS EN EL INTERNACIONALISMO



En 1845, Marx escribió una de sus frases más célebres, recogida como la tesis XI en las Tesis sobre Feuerbach. Rezaba así: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo”.

Lo cierto es que, anteriormente a la redacción de esta afirmación, encontramos en los escritos de este autor las pruebas de un exhaustivo estudio de la filosofía idealista alemana y, especialmente, de Hegel. La dificultad que entraña dicho estudio creo que no es necesario reseñarlo. Y, aunque podamos considerar que la labor de Marx fue esencialmente la de la elaboración teórica, gigantes de la praxis como Lenin inciden en que el marxismo es “el sucesor natural de lo mejor que la humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés”. Bien sabemos cómo los revolucionarios del siglo XX insistieron en la importancia de acontecimientos tales como la Comuna de París y, no obstante, vemos que el autor ruso también encumbra dos corrientes de pensamiento. Sin duda Lenin sabe perfectamente que todos los intentos revolucionarios bebieron de ellas. 

Por tanto, la famosa tesis de Marx no debe interpretarse, tal y como se ha venido haciendo en multitud de ocasiones, como una subordinación de la teoría a la praxis, sino más bien como el resultado de una reelaboración teórica de la filosofía anterior en una nueva praxis teórica que incorporara la posibilidad de transformación del mundo. Un intelectual de la talla de Marx no hubiera afirmado tan tajantemente el fin de la filosofía y la sustitución de ésta por una trasformación ciega por múltiples razones. En primer lugar, porque consideraba que en toda acción subyace una visión de la sociedad que, por desgracia, suele ser la de la clase dominante, por lo que es imprescindible un trabajo concienzudo que desentrañe sus claves (las cuales, por lo que parece, aún nos dominan). En segundo lugar, porque su admiración por Hegel no podía concluir en una simple patada a la filosofía, sino en el inicio de una nueva, aunque embrionaria. 

La tesis anteriormente citada, por tanto, debería considerarse como el esbozo de un planteamiento teórico en el cual se incluye una visión global de la historia y del devenir humano aunque, a diferencia de Hegel, ahora el ser humano comienza a valorarse como el sujeto histórico -en concreto a través de su liberación del trabajo alienado y, por tanto, encarnado en el proletariado-. No obstante, dicha liberación no se realizaría únicamente a través de un levantamiento de las clases oprimidas, sino que Marx apunta una nueva teoría para fundamentarlo: la dialéctica (reducirla a materialismo dialéctico sería quizá dogmatizarla). Esta filosofía, por desgracia, no pudo desarrollarse de forma clara en sus escritos pero sí vertebra su producción e inspira todo el movimiento revolucionario del siglo XX. 

No obstante, la dialéctica presentó desde sus orígenes una ambigüedad entre teoría y método que no permitió que se definiera ni como éste último ni como filosofía. Los marxistas la adoptaron mayoritariamente como método aunque, como pudo verse en filósofos de la talla de Sartre (Crítica de la Razón Dialéctica), presuponía una concepción filosófica que, aunque no aparecía explícita en sus orígenes, sí podía considerarse una filosofía, puesto que buscaba su propio fundamento a través del análisis de las categorías que desarrolló. 

Sería un error imperdonable olvidar que la fuerza de todo movimiento internacionalista en el siglo XX surge de las luchas del proletariado pero también de la dialéctica, tanto en lo que se refiere a la riqueza del debate teórico entre los grandes políticos e intelectuales revolucionarios como por el convencimiento de gran parte de la izquierda europea del momento de que la historia tiene un sentido y se dirige, precisamente, al comunismo. Por tanto, gracias a ella se vivió un fructífero renacimiento del marco utópico de los movimientos revolucionarios, el cual enlaza al joven Marx con autores como Erns Bloch y su Principio de Esperanza. He aquí una prueba de que la teoría no mata la utopía ni el impulso transformador. No obstante, este aliento utópico fue arrebatado, sin duda, por la idea del consumo generalizado a todas las capas sociales, adoptada por la izquierda pero nacida de las entrañas del capitalismo. 

Y es que el pensamiento filosófico de la izquierda derivó, especialmente a partir de las corrientes del 68, hacia nuevos planteamientos que, por un lado, tachaban de estéril la elaboración teórica y la reducía a un mero “relato” y, por otro, conmutaban la práctica revolucionaria por una “conciencia ciudadana” que cristaliza periódicamente en los procesos electorales. Todo ello no podía tener como consecuencia sino el derrumbe del internacionalismo por varias razones. 

En primer lugar, porque toda elaboración teórica requiere una visión de la totalidad. Incluso el posmodernismo, que huye absolutamente -aunque lo niegue- de cualquier absoluto como de un apestado, crea una conciencia de totalidad que elimina la unidad del todo, sustituyéndola por un proceso absoluto de cambio sin ningún sentido. De esta manera, si el internacionalismo del siglo XIX y principios del XX partía de la unidad de una clase de todos los proletarios de la Tierra para, a partir de dicha unidad, afirmar las diferencias nacionales, el pensamiento de izquierda heredero (consciente o inconscientemente) del posmodernismo pretende alcanzar una unidad siempre provisional -en función de las situaciones cambiantes del imperialismo- a partir de las diferencias, algo que ni aún así se ha conseguido. 

En segundo lugar, porque la izquierda ha huído de los conceptos que vertebraron su pensamiento y de la idea de necesidad y sentido en la historia. La idea de justicia social movió a los grandes revolucionarios del siglo XX -véase el Ché- porque se encontraba clara y concretamente definida en un proyecto histórico en el cual había de participar un sujeto social que asumía una responsabilidad igualmente histórica. El marxismo, a través de la dialéctica, nos había presentado un sentido al tratar de hacer transparentes las relaciones sociales entre los seres humanos, es decir, eliminando el fetichismo -en este caso- de la mercancía. Por tanto, este sentido nos permite luchar por la construcción de nuevas relaciones sociales conforme a lo que realmente somos, eliminando lo que constituye una especie de subconsciente colectivo a través de su clara identificación. Y he aquí precisamente como, a su vez, la dialéctica permitió un fructífero acercamiento a algunas corrientes de la psicología (especialmente el psicoanálisis), la sociología, la pedagogía o la estética para desentrañar el imperialismo ideológico y cultural del capitalismo del siglo XX. 

En la actualidad es difícil encontrar un debate en la izquierda en torno a la dialéctica o a la vertiente transformadora de la filosofía de la que hablaba Marx en su famosa tesis. Pero, si no se encuentra presente en la intelectualidad internacionalista, ¿desde qué fundamento filosófico hablamos? Marx partió de una concepción claramente filosófica para desarrollar su teoría política y económica y, no obstante, hoy pretendemos forjar un nuevo internacionalismo sin una reflexión profunda de los conceptos que empleamos en ello. Esto podría considerarse urgente, ya que toda praxis implica una anticipación necesaria y, por tanto, evitaría que la izquierda continúe a la zaga limitándose a protestar. 

Para el internacionalismo del siglo XIX y principios del XX, el socialismo nunca fue definido como una “alternativa” al capitalismo. Socialismo o barbarie era la única alternativa pero, puesto que la barbarie no se contempla como sistema social consistente, el socialismo era la única posibilidad y, por tanto, una necesidad. En la actualidad, buscamos alternativas desde una perspectiva totalmente posmoderna, considerando que una amalgama de posibilidades en las zonas resistentes al dominio mundial total serán las que se unan para hacer frente a la embestida salvaje de un capitalismo decadente y permitirá hacer crecer en su seno, poco a poco, un sistema nuevo, no definido a priori en sus términos esenciales y más bien sincrético entre las diferencias de las que surgió. Demasiadas posibilidades abiertas para no oprimirnos por un concepto más o menos cerrado de socialismo y, de ahí, una unidad imposible. 

Mientras tanto, el capitalismo no habla de alternativas. El sistema de propiedad en el que se basa, con apropiación de los recursos necesarios para la vida, no es para el capitalista una posibilidad entre muchas sino un sistema “natural” que ha tenido alternativas únicamente según su diferentes manifestaciones históricas, aunque manteniendo su esencia en todas ellas. Es decir, que ha admitido exclusivamente las diferencias propias de su propia evolución y decadencia, cosa que los capitalistas de rostro humano -autodenominados “izquierda” en muchos casos- no quieren darse por enterados. Este tipo de propiedad supone un detrimento claro en la realización plena del que no la posee y, por tanto, en relación a ello, la izquierda internacionalista reivindicó su abolición puesto que suponía una opresión, directa o indirecta, sobre la vida de los demás. Desde el punto de vista del antiimperialismo, la propiedad privada de los medios necesarios para la vida podría considerarse como un determinado tipo de relación entre el poder de los propietarios y los trabajadores que se refleja en la relación de dominación entre países. Esto quiere decir que el imperialismo hunde sus raíces en la colonización del trabajo, ya sea en el interior o en el exterior del país en cuestión. Dicha colonización ha sido llevada a cabo por la propiedad y convierte al trabajador en una variable dependiente del capital, el cual se convierte en variable independiente en torno a la que sobrevivimos compitiendo, tal y como nos ha enseñado el sistema. Se trataría, por tanto, de una extorsión y de un chantaje que se perpetúa gracias a todos los ingredientes ideológicos de legitimación. Y, por cierto, ¿es posible un replanteamiento de la legitimidad sin presupuestos filosóficos? Mientras huyamos de ello, el capitalismo continuará tomando decisiones en nuestro lugar. 

Por supuesto que el antiimperialismo requiere de una adaptación a las situaciones históricas y económicas en las que se desenvuelve y, en consecuencia, el establecimiento de estrategias concretas. No obstante, debería darse cuenta de que, a pesar de que recurre una y otra vez a la teoría económica y política de Marx, ésta se fundamenta en unas categorías implícitas que la trascienden y que, por tanto, es necesario actualizar lo que constituyó únicamente una reflexión embrionaria. Esto sería posible por medio de nuevos conceptos que superen las limitaciones anteriores. En concreto, un internacionalismo vertebrado a través de un concepto de fraternidad que nos corresponde llenar de contenido en el terreno económico o social y que excluya, sin lugar a dudas, la solidaridad propia de la buena conciencia de los fuertes sobre los débiles. 


Encarnación Almansa, miembro de Aletheia y del Frente Aintiimperialista e Internacionalista.

jueves, 26 de abril de 2018

INTRODUCCIÓN A LA MESA REDONDA "CAUSAS DEL ESTANCAMIENTO DE LA IZQUIERDA Y PROPUESTAS PARA SU SUPERACIÓN"


 

El pasado día 13 de abril tuvo lugar la mesa redonda organizada por la Asociación Aletheia e IU de Códoba-distrito centro con el título "Causas del actual estancamiento de la izquierda y propuestas para su solución". Reproducimos a continuación la introducción de Rosa Mª Almansa, representante de Aletheia en esta mesa:



"Se nos ha invitado aquí para reflexionar y debatir conjuntamente acerca de las causas del declive actual de la izquierda y sus posibilidades de superación. Nuestra postura es que la principal causa de dicho se produce porque ésta ha olvidado su propio proyecto, que no era otro que crear una nueva sociedad. No mejorar esta, insistimos, sino crear una nueva sociedad. Sin embargo, se da la paradoja de que la clase social que construyó, en sus grandes líneas maestras, este régimen en el cual hoy vivimos instalados, esto es, el de la Revolución Francesa de 1789, el de la burguesía, no cree ya en su propio proyecto político: lo utiliza, le sirve de legitimación, cubre con él las apariencias, sus vergüenzas, pero ya está.
Sin embargo, la izquierda en general sigue creyendo en este régimen político del 89 (¡de 1789!): cree que es válido si se le proporciona un adecuado contenido social. Y ese es el objetivo general de la izquierda. Dotar de contenido social, con el fruto de las luchas de clases habidas desde 1789 hasta hoy, un régimen político que nació de la mano de la burguesía y, por tanto, por y para la burguesía. Pero se trata de un sistema que no solo nace unido a una concepción muy determinada de la persona -la persona como individuo abstracto o aislado, esto es, desligada de los lazos sociales que le conforman como tal persona-, sino que, como todo sistema político, no es independiente a una determinada economía. En este caso, el sistema político democrático nacía inextricablemente unido a una forma de economía vinculada a una forma de propiedad donde una parte posee lo necesario para la vida de todos los demás. Es verdad que esto no era nuevo; que solo había hecho, entonces, tomar nuevas formas, si cabe, más descarnadas en muchos aspectos que las anteriores. Pero en esto consistía -y sigue consistiendo- el poder efectivo de una sociedad; y este es el poder real que el Estado continúa velando para que se mantenga. Por tanto, al parecer, somos todos nosotros muy conservadores: mantenemos un sistema político vinculado a uno económico que es, en aspectos esenciales, igual desde hace 5.000 años. Parece que hemos dado por sentado que esto no se puede o no se debe cambiar. De esto ya, ni siquiera, hablamos.
No vamos a negar se que hayan realizado progresos desde entonces, desde la Revolución Francesa, pero no nos engañemos: esos no son méritos atribuibles a la burguesía como clase fundadora de esta etapa, ni a su sistema político; son aspiraciones que nos pertenecen en tanto que seres humanos, y que, por tanto, podemos encontrar en sociedades muy distintas. Y son, además, logros y conquistas que, las más de las veces, se han realizado a pesar de la propia burguesía, cuyas reales aspiraciones de igualdad fueron, salvo unas pocas excepciones, limitadas. Hay, pues, quién lo duda, aspectos universales, y por tanto aprovechables, en el régimen democrático. Pero no debemos caer en el error de atribuirlas al propio régimen político, sino al desarrollo de nuestra propia humanidad. Recordemos, a este respecto, que Platón, ya en la antigüedad, reivindicó en algunos aspectos la igualdad de la mujer. Aspiraciones de igualdad se han dado en grupos disidentes desde siempre. En cambio, hasta 1971 la mujer no tuvo en Suiza derecho al voto, cuando, sin embargo, sí lo adquirió ya en la República Democrática de Azerbaiyán en 1918. ¡Qué paradojas!
Ahora mismo queda claro que las llamadas reglas de juego democráticas se utilizan, y si hacen falta regresiones, se hacen. Y esto no está ocurriendo solo en España. Se está haciendo en todo el mundo, porque las actuales reglas políticas ya no les sirven, y no les sirven porque su economía no funciona. Nos encontramos, pues, con unas fuerzas políticas que pertenecen cada vez más al pasado: formas de expresión política, de opresión política, que no nos resultan ya tan “postmodernas”. Que huelen cada vez más a rancio.
No podemos, sin embargo, pensar que el problema consiste en que los que están al frente del poder político o económico no son lo suficientemente honrados; esto es, que basta más honradez para que las cosas funcionen como deben funcionar. Además, existe una idea, muy extendida entre la izquierda, de que los únicos responsables de la actual situación es una élite financiero-bancaria. Ella sería, junto con una “casta” política, también reducida, la responsable de todos los desastres que padecemos. Sin embargo, puede afirmarse que todo aquel que posee un determinado nivel de bienes que es necesario para la vida de los otros es ya parte del sistema. Y estos son unos cuantos, sí: unos cuantos millones, que están interesados, de una u otra manera, en el mantenimiento del sistema. Richard V. Reeves, en un artículo publicado en Le Monde Diplomatique de octubre de 2017 titulado «Clase sin riesgos» afirmaba que «Con frecuencia, los detractores más vehementes del pequeño club encaramado a la cumbre de la pirámide pertenecen a las clases sociales más próximas a este: más de una tercera parte de los manifestantes que acudieron el 1 de mayo de 2012 al llamamiento del movimiento Occupy Wall Street disponía de unos ingresos anuales superiores a 100 000 dólares.» No seamos, pues, ingenuos: no se trata de cuatro sinvergüenzas. Si así fuera, no existirían tantas resistencias al cambio.
Estamos, pues, lidiando con -y también sustentando- toda una clase social que ya no cree en su propio sistema: es por ello que, cuando hace falta, se alía con quien sea. Salvador Allende, en Chile, quiso respetar las reglas del juego. ¿Qué le pasó? Que lo echaron, a pesar de que fue impecable: escrupuloso con las reglas de juego del sistema. Porque esas reglas de juego no pueden cambiarse, no nos engañemos, desde dentro del sistema mismo, utilizando esas mismas reglas: están indefectiblemente trucadas. El historiador británico Mark Curtis lo ha mostrado recientemente en un libro en el que pone al descubierto la total connivencia del gobierno y los empresarios británicos con la sangrienta Junta Militar chilena que aplastó el gobierno elegido democráticamente de Allende. El cinismo que muestran es tal que todavía nos pone los pelos de punta. El ministro británico de asuntos exteriores entonces dijo, por ejemplo: “Para los intereses británicos … no hay duda de que Chile bajo las órdenes de la Junta ofrece mejores perspectivas que el caótico camino de Allende hacia el socialismo; nuestras inversiones deberían mejorar, nuestros préstamos se podrán reprogramar satisfactoriamente y los créditos a la exportación se podrán retomar más adelante, y el estratosférico precio del cobre (importante para nosotros) debería caer cuando se restablezca la producción chilena”. «Todo esto se hizo en un contexto en el que los estrategas británicos reconocían inequívocamente que “la tortura continúa en Chile” y que “los nuevos líderes al parecer tienen tendencias cuasi fascistas”.» Y ellos mismos concluían que una de las desventajas del éxito del golpe militar iba a ser que se desconfiaría de las vías democráticas para lograr un cambio social en Latinoamérica. Sin embargo, a pesar de sus propias confesiones, nosotros seguimos ciegamente confiando en sus propias reglas de juego.
Más ejemplos: Ya en 1823, la propia Inglaterra ayudó a financiar a los Cien Mil Hijos de San Luis para acabar con una experiencia liberal en España y restablecer el absolutismo, que entonces le era más propicio. Gran Bretaña, como Holanda, Bélgica o Francia han sido sostén de imperios coloniales donde nunca se concibió conceder derechos democráticos a las naciones sometidas. Mucho más adelante, los países democráticos contribuyeron a sostener el régimen del apartheid en Sudáfrica, y solo cuando cayó el “otro régimen”, a partir de 1989, y ya que habían disminuido significativamente los riesgos de verdadero cambio social, se empezó a negociar el cambio de sistema, esta vez creando una elite negra privilegiada y enriquecida que ayudara a mantener un sistema crónico de desigualdades. Estados Unidos, paradigma del régimen democrático occidental, ha contribuido a mantener e imponer más dictaduras y sistemas corruptos y sanguinarios que ningún otro país de la historia. ¿Por qué no vinculamos un sistema político con los resultados que produce?
Y aquí aparece a su vez otra paradoja: quien más ha negado la existencia de formas sociales eternas, que no ha sido otra que la izquierda, es la que más ha afirmado como eternas, precisamente, las formas políticas nacidas en 1789. Si tanto decimos que todo cambia, ¿por qué afirmamos que un determinado orden político es válido para todos los cambios? En otras palabras: nos hemos vuelto conservadores, y parece que todo es relativo menos lo que nos interesa.
Podemos afirmar, por tanto, que la izquierda hoy no tiene proyecto propio, sino que ha tomado el de la burguesía; porque su proyecto social no hace mucho era bien diferente: el referente de transformación no era el individuo abstracto, sino el trabajador y el Trabajo mismo. Un trabajador que debe ser, además, el máximo exponente de la realización en el trabajo: esto es, no nos vale cualquier trabajo. Nos falta, pues, el proyecto político propio de la sociedad del trabajo libre y creador. Ese debe ser nuestro propio proyecto político. Parece que hemos renunciado a él porque esta economía produce mucho, dejándonos, así, limitar por una economía que produce guerras. Efectivamente, vivimos en una economía de guerra permanente, que no ha hecho sino producirlas desde su creación, incluyendo las dos grandes guerras mundiales, que fueron hijas suyas.
Si el modelo de la izquierda actual supone hacer más justicia social dentro del modelo político del régimen del 89 y del modelo económico que le es propio, es que le falta su propio modelo social. Corremos el peligro de querer vivificar una momia, y hemos olvidado, además, que Estado del bienestar que tanto defendemos no fue sino el resultado de un pacto interclasista que nace de la crisis del 29, de la II Guerra Mundial y de la amenaza del comunismo. Desde el momento en que la alternativa al capitalismo se debilitó, a partir de los años 70, el Estado del bienestar empezó a aparecer como un estorbo sobre todo para la clase propietaria, y empezó a denunciarse porque significaba detraer recursos para la inversión.
Así pue, desde que nació el sistema político democrático estamos viendo su subordinación a la economía: no se trata, pues, de un rasgo característico propio de la etapa neoliberal, sino del sistema capitalísitico-democrático mismo. En un determinado momento de su historia, al capitalismo le viene, como anillo al dedo, unas formas políticas democráticas, y la economía capitalista las ha venido utilizando desde hace al menos dos siglos como su mejor forma de legitimación. Sin embargo, cuando no ha interesado, no se han exportado esas formas políticas, sino solo las económicas, porque siempre, a corto y a medio plazo, las formas políticas están al servicio de las económicas. Por eso lo que hemos venido llamando el “mundo libre”, que anda siempre rasgándose las vestiduras, apoya, por ejemplo, la dictadura de Al Sisi en Egipto, o ha financiado y continúa financiando al yihadismo -en Afganistán, en Libia, en Siria…-. Hemos destruidos regímenes laicos (supuestamente más cercanos a nuestra sensibilidad democrática), siempre que nos ha hecho falta. Y por ello también toda América Latina, durante décadas, ha sido frustrada en el desarrollo de su organización política, porque se trata de un sistema de intereses económicos de clase, vinculados a los políticos. Y todo esto no ha sido gracias únicamente de cuatro políticos: sino a una base social muy amplia, con mucho poder, interesada en que esto sea así. Convendría no olvidarlo si no queremos caer en un populismo fácil que se ponga una venda en los ojos ante los “intereses reales” de mucha gente. Con ello seguiremos posponiendo nuestro proyecto real: la construcción de una sociedad nueva, sin privilegios, sin clases, en la que no tenga que mendigarse por lo que es nuestro en tanto que seres humanos: el trabajo que nos corresponde para construir un mundo que, verdaderamente, nos pertenezca.
Pasamos ahora a las preguntas elaboradas para el debate:
·         ¿Qué es para nosotros la izquierda?
La izquierda es un planteamiento de la política desde la erradicación del privilegio. Es también la defensa de la idea de que no podemos competir por aquello que nos corresponde, que es nuestro en tanto que seres humanos, como el trabajo.
El trabajo tiene su propia racionalidad, porque la vida misma es un trabajar. Pero tenemos que ejercitar un trabajo que de verdad nos sea propio, que no entre en contradicción ni con nosotros mismos ni con el resto de la vida: no un trabajar para otros.
En economía, la izquierda es la que salva la brecha -que parece hoy insalvable- entre la economía de la empresa y la macroeconomía. Hoy la macroeconomía aparece parcializada, falta de integración, por la primacía de los intereses privados.
·         ¿Existe la izquierda?
No, mientras que no se forje realmente una sociedad nueva. Lo que hoy existe es el proyecto político de 1789, asumiendo algunos elementos logrados por las luchas de clases posteriores a esta fecha. Pero se trata de un proyecto político que nos agota, porque no es capaz de crear auténtica igualdad, ni de darnos verdadero poder, y que por tanto nos agota.
·         ¿Es útil el concepto de izquierda hoy?
Si lo que queremos es referirnos en relación (y en contra) de los intereses y valores del capital hoy, es muy útil.
·   ¿Hemos tomado miedo a determinadas palabras como “pueblo”, “clase” o “lucha de clases”?
Sí, en el mejor de los casos se han transformado en términos eufemísticos o encubridores de la existencia de las clases y sus intereses antagónicos, al reducir a las clases a grupos reducidos que mueven hilos de poder económico y político. Es el sentido de términos reintroducidos recientemente en la política, como “elites” y “castas”.
·         ¿Existen los partidos de izquierdas hoy?
Los partidos de derecha responden bastante más al nombre que llevan que los partidos de izquierda, de los que casi siempre nos quejamos porque suelen renegar de sus principios.
·         ¿Son útiles?
Para el actual sistema, utilísimos.
·         ¿Cómo nos organizamos?
Para organizarse, hay que tener previamente unos fines comunes muy definidos. Son los valores y los fines los que dan la organización, y no al contrario. El pluralismo nace de la semilla; pero de un conjunto de semillas dispares no nace una organización común.
·         ¿Qué hacemos con las instituciones?
¿Se puede pasar desde estas instituciones a otras que sean propiamente las del pueblo trabajador? O dicho de otra manera: ¿nos dejan? Y si no nos dejan, ¿no hay que decirlo?
·         ¿Es conveniente una confluencia?
No necesitamos más confluencias para ganar votos y perderlos después. Como no haya confluencia de fines a largo plazo, las confluencias son inútiles."

sábado, 14 de abril de 2018

LA PLANIFICACIÓN COMO ECONOMÍA PROPIA DEL TRABAJO

El pasado 1 de marzo, dentro del ciclo de debates "Una mirada hacia la izquierda", organizado por Izquierda Unida Córdoba (Distrito Centro) y Aletheia, tuvo lugar el primero de estos encuentros con el título "Si el mercado es la economía del capital, ¿es la planificación la economía propia del trabajo?":



A continuación compartimos la introducción al debate a cargo de Francisco Almansa, filósofo y presidente de la Asociación Aletheia:


 

https://youtu.be/kynFEQJwMoY

miércoles, 7 de marzo de 2018

COMUNICADO DEL FRENTE ANTIIMPEERIALISTA INTERNACIONALISTA CON MOTIVO DEL DÍA DE LA MUJER TRABAJADORA

Compartimos el comunicado que el Frente Antiimperialista Internacionalista
-al cual pertenece esta asociación- ha difundido con motivo del día de la mujer trabajadora.



COMUNICADO DEL FRENTE ANTIIMPERIALISTA INTERNACIONALISTA CON MOTIVO DEL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER TRABAJADORA 


 
¡Despertemos, despertemos humanidad, ya no hay tiempo! Nuestras conciencias serán sacudidas por el hecho de estar solo contemplando la autodestrucción basada en la depredación capitalista, racista y patriarcal!
Berta Cáceres

He abogado y todavía abogo a favor de cambios revolucionarios en la estructura y los principios que gobiernan los Estados Unidos. Defiendo la autodeterminación de mi pueblo y de todos los pueblos oprimidos dentro de los Estados Unidos. Abogo por el final de la explotación capitalista, la abolición de las políticas racistas, la erradicación del sexismo y la eliminación de la represión política. Si esto es un crimen, soy totalmente culpable”
Assata Shakur


Con ocasión del Día de la Mujer Trabajadora, queremos hacer una reivindicación internacionalista y antiimperialista del feminismo. Es imposible hacer frente a la explotación capitalista y al sometimiento despótico de los pueblos del mundo, sin contar con una teoría y una práctica feministas. Sin las mujeres, el componente patriarcal de la explotación y la dominación imperial pasarían desapercibidos, y una omisión como esa tendría resultados desastrosos para la lucha. La idea de que "la revolución será feminista o no será" no es una mera consigna, sino una advertencia muy seria. Pero junto a esto es necesario afirmar que "el feminismo, será revolucionario o no será", pues no es posible plantear en abstracto la liberación de las mujeres sin enfrentar al mismo tiempo una lucha feroz contra la explotación capitalista y la dominación imperial, sin luchar hombro con hombro junto con los hombres por construir una sociedad donde la dignidad humana expulse para siempre la alienación mercantilista.
La revolución tiene que ser feminista no solo porque las mujeres constituyen la mitad de las clases trabajadoras, sino además porque muchos de los aportes del feminismo permiten comprender en qué consiste la revolución contra el capital. El feminismo muestra con claridad cómo se hacen invisibles las relaciones de poder, cómo naturalizamos las injusticias, cómo nuestro sistema económico une indisolublemente prosperidad y violencia. Por eso el feminismo de clase es una amenaza para el orden vigente, y por eso hay intentos desesperados y peligrosos, de desactivar su potencia política, de integrar el feminismo en abstracto en la ideología dominante, despojándolo de su radicalidad y frustrando en la práctica sus objetivos.
Frente al imprescindible enfoque global para entender el imperialismo, la ofensiva ideológica del capital se afana en parcializar la realidad y colocar en primer plano de la escena alguna de sus consecuencias escindida de sus causas. En esta tarea central de la lucha ideológica, el feminismo burgués – en este caso en su versión específicamente imperialista – es un actor privilegiado.
Su complicidad ha facilitado la ocultación de que en los países atacados militarmente por EE.UU y la UE, Afganistán, Iraq y Libia, la situación de las mujeres con los gobiernos depuestos era incomparablemente mejor desde todos los puntos de vista. Algo parecido tenían preparado para Siria, país en el que los planes del imperialismo han sido derrotados.
Los Estados destruidos por “occidente” eran explícitamente laicos y poseían legislaciones protectoras de los derechos de las mujeres que se reflejaban en indicadores de desarrollo social claramente mejores que los de los socios regionales de las potencias atacantes (Kuwait, Arabia Saudí, Qatar, ..etc). A pesar de ello, el “empoderamiento de las mujeres” aparece como uno de los ejes centrales de la reconfiguración de la región pretendida por la triada EE.UU., UE e Israel y que denominan: “El Gran Oriente Medio”1. Buena parte de las ONG,s de Cooperación, que centran sus actividades en la “línea de género”, utilizan los fondos que reciben de los gobiernos para arropar ideológicamente las guerras imperiales con el discurso de la guerra humanitaria y de los derechos, sobre todo, de las mujeres. Muchas de ellas contribuyeron a la difusión de la mentira construida de que la invasión de Afghanistán tenía algo que ver con el burka o de que la guerra declarada por el imperialismo euroestadounidense y sionista contra los pueblos de África y Oriente Medio tenga como objetivo acabar con la opresión de las mujeres en sus países respectivos.
Todo ello, a pesar de que los aliados sobre el terreno de “la coalición internacional” en todas sus versiones: Daesh, Al Qaeda, Al Nusra,… etc, exhiben en la teoría y en la práctica la más brutal regresión civilizatoria, especialmente en lo que a emancipación de las mujeres se refiere.
En todo este largo y desolador proceso de destrucción que el imperialismo ha llevado a cabo – y que se ha abatido con especial ensañamiento sobre las mujeres – ninguna voz procedente del feminismo se ha alzado.
Cerca de un millón de mujeres muere anualmente durante el embarazo, aborto, parto y puerperio, el 99,5% en países “en desarrollo” y por causas perfectamente prevenibles, ligadas indisolublemente a la pobreza. Nada se dice sobre ello, mientras arrecian en las “democracias occidentales” campañas protagonizadas por organizaciones feministas contra el uso del velo. La luchadora comunista Ángela Davis, autora del antológico libro “Mujeres, raza y clase” se preguntaba: “¿Cómo es posible que habiéndose gestado el feminismo americano, como movimiento y teoría política, en el seno de las luchas abolicionistas y obreras de finales del siglo XIX, la voz y las reivindicaciones de las mujeres negras hayan sido sistemáticamente invisibilizadas por el feminismo blanco liberal?”2.
El escándalo es de tal magnitud que asociaciones de mujeres árabes y africanas levantan cada vez más la voz contra: “esas salvadoras blancas, de clase media... que defienden el derecho al aborto, pero no denuncian la esterilización involuntaria de mujeres del tercer Mundo” .. (….) Así mismo, denuncian que la campaña occidental contra la ablación del clítoris crea la impresión de que ésta constituye el eje de la opresión de la mujer musulmana y de hecho distrae la atención de los verdaderos problemas de la desigualdad de las mujeres que no han hecho sino aumentar desde que sus países estrecharon vínculos con EE.UU. e Israel3.
La solidaridad internacionalista exige considerar como nuestras todas las luchas emancipatorias, y principalmente la de las mujeres como grupo especialmente oprimido. Ese internacionalismo de combate requiere también la denuncia de la ofensiva ideológica de las clases dominantes, que utiliza el feminismo burgués como instrumento, con el objetivo de extender la desorientación de la conciencia, especialmente entre las mujeres, y bloquear la resistencia de los pueblos.
Los estados euro-estadounidenses, asesinos de todos los proyectos emancipatorios de los pueblos - necesariamente anti-imperialistas – de Rosa Luxemburg, de Patrice Lumumba, del Che Guevara, de Salvador Allende, de Tomás Sankara, de Amilcar Cabral, de Berta Cáceres y de tantas mujeres anónimas, son los responsables del saqueo, la muerte, el sufrimiento y la opresión que sufren las poblaciones, y especialmente las mujeres.
La denuncia de los crímenes del imperialismo – que ejecutan nuestros gobiernos con nuestros recursos y en nuestro nombre - y de sus armas ideológicas de confusión y de división es nuestro primer deber.
En este día, por tanto, queremos en primer lugar recordar que, de entre todas las víctimas del capitalismo y la barbarie imperialista, las mujeres lo son de forma agravada simplemente por el hecho de serlo. Pero además, por otra parte, queremos reivindicar y hacer visible el esfuerzo tantas veces ignorado de las mujeres que resisten. Aquellas que mantienen viva la esperanza cuando todos ya se han rendido porque para ellas la vida siempre ha sido sinónimo de lucha. A las mujeres guerrilleras que combaten codo a codo con sus compañeros. A las madres que enseñan a sus hijos e hijas que ante el invasor no se pone la otra mejilla. A las mujeres que sostienen los lazos comunitarios cuando la bota del imperio trata de hacerlos añicos. A las que no se dejan callar o ningunear, y que siempre piensan por sí mismas. A las que si caen se levantan y además ponen en pie de nuevo a quienes las rodean. A las que tienen un nombre, pero lo olvidamos (Louise Michel, Rosa Luxemburg, Pasionaria, Nadezhda Krupskaya, Federica Montseny, Lakshmi Sehgal, Celia Sánchez, Assata Shakur, Leila Khaled, y tantas otras). A las que de golpe dejan de ser anónimas porque sus casos se vuelven simbólicos, como Ahed Tamimi. Y especialmente a todas aquellas cuyos nombres jamás conoceremos pero sin cuya lucha jamás alcanzaremos la victoria.
¡No pasarán!
Frente Antiimperialista Internacionalista, 6 de Marzo de 2018.




martes, 27 de febrero de 2018

UNA MIRADA HACIA LA IZQUIERDA: CICLO DE DEBATES

Comenzamos este jueves día 1 de marzo el ciclo de debate "Una mirada hacia la izquierda":




 Y un adelanto del ciclo completo, del cual iremos informando de las fechas:


¡Estáis todos invitados!



jueves, 15 de febrero de 2018

SÓLO EL PENSAMIENTO UTÓPICO CAMBIA LA REALIDAD




El verdadero pensamiento tiene fundamentalmente un fin: ser anticipador. Esto es precisamente lo que distingue al ser humano de las demás formas vivas, pues éstas viven «de forma pragmática». El pensamiento utópico pretende que el futuro sea el Futuro que nos es propio, y no aquél que se nos impone. La rutina del pragmatismo jamás entenderá esto.
Este texto de Lenin perteneciente a su obra ¿Que hacer? pone bien de relieve cómo este gran político revolucionario, que tenía un agudo sentido de la realidad, sin embargo, reconoce el valor del «sueño» como anhelo de un mundo más humano.



«"¡Hay que soñar¡". Acabo de escribir estas palabras y el pánico me invade. Me imagino que me encuentro en una "conferencia de unificación" y que, frente a mí, se encuentran los redactores y colaboradores del Rabócheie Dielo. Y el camarada Martilov se levanta y se dirige a mí amenazadoramente: "Permítame usted que le pregunte: ¿tiene una redacción autónoma el derecho a soñar, sin preguntar antes al comité del partido?" Y después se levanta el camarada Krichevski y prosigue (profundizando filosóficamente al camarada Martinov, que ya hacía mucho que había profundizado al camarada Plejánov) en tono aún más amenazador: "Continúo. Pregunto si un marxista tiene el derecho a soñar, a no ser que olvide que, después de Marx, la humanidad sólo puede plantearse cometidos que están en su mano resolver, y que la táctica es un proceso del crecimiento de los cometidos, los cuales crecen junto con el partido".

Solo el imaginarse estas amenazadoras preguntas hace que me recorra un escalofrío, y mi único pensamiento es el de dónde podría esconderme. Trataré de esconderme detrás de Pisarev.

"No todas las escisiones son iguales las unas a las otras", escribió Pisarev sobre la escisión entre sueño y realidad. "Mis sueños pueden traspasar el curso natural de los acontecimientos, o pueden descaminarse, es decir, lanzarse por caminos que el curso natural de los acontecimientos no puede nunca recorrer. En el primero de los casos, la ensoñación es completamente inofensiva; puede incluso impulsar y robustecer la fuerza activa del trabajador (...) Estos sueños no tienen nada en sí que aminore o paralice la fuerza creadora. Muy al contrario. Si el hombre no poseyera ninguna capacidad para soñar así, no podría tampoco traspasar aquí y allí su propio horizonte y percibir en su fantasía como unitaria y terminada la obra que empieza justamente a surgir entre sus manos; me sería imposible imaginarme en absoluto qué motivos podrían llevar al hombre a echar sobre sus hombros y conducir a término amplios y agotadores trabajos en el terreno del arte, de la ciencia y de la vida práctica (...) La escisión entre sueño y realidad no es perjudicial, siempre que el que sueñe crea seriamente en su sueño, siempre que observe atentamente la vida, siempre que compare sus observaciones con sus quimeras y siempre que labore concienzudamente en la realización de lo soñado. Si se da un punto cualquiera de contacto entre el sueño y  la vida, puede decirse que todo está en orden".

Los sueños de esta especie son, desgraciadamente, muy escasos en nuestro movimiento. Y la culpa la tienen principalmente aquellos que se vanaglorian de lo sobrios que son, de lo "cercanos" que se hallan a lo "concreto": es decir, los representantes de la crítica legal y los representantes de una política no legal de llevar la cola a los demás.»

V. I. Lenin, ¿Qué hacer?, Akal, Madrid, 1975, pp. 169-170.

Citado por: Ernst Bloch, El Principio Esperanza (1), Madrid, Trota, 2007, pp. 33-34.






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