domingo, 2 de enero de 2011

¿QUÉ ES LA IZQUIERDA?

El principio que hace posible la democracia
es la Virtud. Sin ciudadanos virtuosos
no hay democracia.

Montesquieu, El Espíritu de las Leyes.


Esta es la pregunta que, a nuestro parecer, reclama respuesta urgente, si no queremos que en los inicios de este nuevo milenio sean inhumados para mucho tiempo unos valores que, teniendo sus raíces en el cristianismo primitivo, se despliegan a lo largo de diecinueve siglos hasta cristalizar en la ética universalista y comunitaria del movimiento del siglo pasado.

Son precisamente estos valores los que han contribuido a humanizar el mundo en la medida en que han constituido un valladar contra todas aquellas tendencias que, tomando como coartada las desigualdades naturales y sociales, quieren hacer a unos hombres instrumento de otros hombres. En una palabra, la onda civilizadora presenta todos los síntomas de estar agotada, y el nuevo impulso propagador no puede venir, obviamente, de aquellos que, chapoteando en la sentina de la corrupción y del más pedestre de los pragmatismos, reivindican para sí el honroso título de Izquierda.

 Fotograma de Solaris (1972), de Andrei Tarkovsky.
Se nos dice que hay que renovarse, y tienen razón; se nos dice, asimismo, que los tiempos han cambiado, y también la tienen, evidentemente, pero más allá de estas perogrulladas no se nos dice nada más. Parece ser que, en la práctica, ser de izquierda es solamente hablar mal de la derecha. Por lo demás: como dos gotas de agua. No se trata tampoco de moralizar, pues ya el arte de Molière nos enseñó en el personaje de Tartufo quién se esconde detrás de un moralizador: un hipócrita. Se trata de reconstruir, mediante la reflexión, un nuevo pensamiento que desenmascare, con afilado escalpelo crítico, todo un montaje de falacias que confunde progreso con medro, altruismo con protagonismo, vocación con ambición, y sobre todo a la izquierda con «esa noche en la que todos los gatos son pardos», al decir de Hegel.

La izquierda es la que reivindica, además del «tú» y el «yo», el «nosotros»; además del «esto es así», el «esto podría ser de otra manera»; además de la libertad de elegir, la libertad de ser y de crear, y junto a la justicia, la solidaridad.

El papel de la izquierda es, pues, el de ser impulsora de la historia en tanto que ésta significa destierro de privilegios, desmitificación de roles sociales, rebeldía contra todo conformismo y fatalismo, y conformación de un sentido de futuro que erradique la plaga espiritual de nuestro tiempo: el nihilismo.

Es en esto último en lo que debe hacerse más hincapié, pues hoy la izquierda no sólo ha de mantenerse en las trincheras de las reivindicaciones tradicionales -como son las relativas a la justicia social, la emancipación de la mujer y otros grupos marginados, la protección del medio ambiente, etc.-, sino que ha de abrir un nuevo frente en el que el sentido de estas reivindicaciones quede bien establecido. O lo que es lo mismo: que el Pensamiento Crítico, siempre aliado de la izquierda, quede de nuevo rehabilitado, pues el arma que -a nuestro parecer- se está utilizando con más eficacia contra los planteamientos clásicos es el cuestionamiento mismo del valor de la Razón Crítica. Con ello se ha llegado a su fragmentación y, por lo mismo, a su aniquilación, ya que en la unidad reside su esencia. Ha de quedar claro que cuando decimos que la Razón Crítica ha sido aliada de la izquierda no entendemos con esto, ni mucho menos, que ésta siempre ha tenido la razón. Aquí razón quiere decir sentido de la historia, y, como sabemos, con demasiada frecuencia la izquierda se ha valido de dudosas “razones” para tratar de alcanzar dicho sentido.

John Constable, El Faro de Harwich (1820)

La Historia no es un camino hacia ninguna parte, tal y como se nos quiere hacer creer en la actualidad. Ahora bien, mostrar un horizonte definitivo que no sea una etapa más sabemos que es una ardua pero inexcusable tarea que la izquierda auténtica ha de abordar. Es su tarea si no quiere ser ella misma la Penélope moderna, que lo que teje durante el día lo deshace por la noche al alentar ciertas formas de individualismo a través de una visión hedonista de la existencia muy extendida entre los ideólogos “progresistas”, que sirven de referente intelectual a una juventud que, ante un porvenir incierto, ven en estos cantos de sirena la panacea de su vida.
 

3 comentarios:

ABRAXAS CADIZ dijo...

Me parece que, como decís, la plaga que envenena todo el sistema social es el nihilismo.
Si perdemos la fe en la humanidad, si desproveemos de sentido la vida de los seres humanos y no luchamos con esperanza por una humanidad mejor y más humana, cualquier sistema es nefasto, y lleva a la catástrofe. En los siglos precedentes al menos se luchaba por un ideal de vida en común, por unos valores de dignidad, de libertad, de fraternidad, como conformadores de una humanidad más justa y más hermosa.
Si comprobamos que se han perdido esos ideales resultará preciso volver a forjarlos.
Una humanidad sin meta y sin esperanza es una humanidad perdida que camina hacia el abismo.

Asociación Aletheia dijo...

Estoy de acuerdo en que es necesario la forja de nuevos valores, entre otras cosas porque pienso que los antiguos adolecían de unidad entre ellos. Un cielo estrellado es bello no sólo por esas miríadas de luminarias que nos hablan quedo de mundos que ya no existen, pero que aun así, por su ausencia presente -toda belleza es paradójica- los hombres de todas las latitudes han podido comunicarse, sino porque, aun sin verla, la unidad del cosmos se nos hace evidente. Ese majestuoso pasado nos ilumina y nos orienta en el presente, y de ese presente, que ahora es oscuridad, quizás nazcan los valores más bellos que brillen en el cielo del futuro.
Hefesto forjaba las armas de los héroes en una sucia fragua. Así las nuevas virtudes han de pasar quizá por el peor de los mundos posibles para adquirir la belleza, la dureza y la transparencia del diamante.

ABRAXAS CADIZ dijo...

Magnífico el simbolismo de Hefaistos al que aludes.
Quizá, y como dices, los nuevos valores sean los mismos de siempre que han de volver a templarse como el acero para resurgir nuevos, duros y brillantes, con más pujanza aún.
Siempre escuché que la evolución de la humanidad (y la del ser humano individual) es semejante a una espiral ascendente. Volvemos sobre los pasos, pero cuando nos parece que estamos en la misma situación realmente estamos más altos y más fuertes.
Un cordial saludo.

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