miércoles, 27 de julio de 2016

LA FILOSOFÍA Y LA BELLEZA


Rafael Sanzio, Escuela de Atenas (detalle), 1509-11

Francisco Almansa González.

La filosofía tiene como objeto de análisis la Verdad, que es la Belleza del Ser. Así pues, es el pensamiento que tiene como fin embellecer la vida, que es ni más ni menos que hacerla transparente en el cambio. Por tanto, resulta deseable que cada ser humano sea un filósofo, cuyo fin sea el de embellecer su propia vida y procurar también un mundo bello. Esa vida bella implica asimismo sabiduría, ya que supone establecer una serie de prioridades vitales, es decir, tomar decisiones conforme a una jerarquía de necesidades. En definitiva, la filosofía busca una visión unitaria del todo, holística; en consecuencia, siempre ha de remitirse a una referencia última, como es el Ser. Esto no lo hace la ciencia.

La filosofía constituye, pues, el metalenguaje más universal. Es, ante todo, búsqueda de sentido que trasciende toda particularidad y todo planteamiento utilitario. Tiene como meta comprender aquello que necesariamente hay que comprender para llegar a ser plenamente aquello que somos. Y aunque se la ha acusado con frecuencia de alejarse de la realidad con sus laberintos conceptuales y sus construcciones abstractas, lo cierto es que es la única ciencia que se ha esforzado por comprender la esencia de lo real en tanto que tal. Asimismo, la filosofía como razón nos permite el distanciamiento crítico de cualquier praxis científica o espiritual, lo cual contribuye a una mejor comprensión de ambas, y por lo mismo, a una relación mutuamente enriquecedora.

El filósofo nos brinda, a través de su obra, una vida de búsqueda de la autenticidad. Porque la filosofía es ansia de Verdad. Ese intento callado de muchos que pretenden vivir de forma auténtica es, en mayor o menor medida, filosofía. Con solo abrir unas páginas de alguna gran obra podemos tener constancia clara de esta lucha. La filosofía también es sabiduría, en el sentido tradicional de este término. Además, desde un punto de vista más práctico, nos ofrece un vínculo dialogal para establecer pautas fundamentales de comunicación o de relación, algo tan necesario en nuestro mundo.

Solo la filosofía, en la medida que es la más radical descontextualización del pensamiento de cualquier objeto determinado de la ciencia, permite observar las lentes con las que se observan comúnmente dichos objetos. Esto quiere decir que solo desde la filosofía podemos ser realmente críticos.

La filosofía, en tanto que pensamiento que se autorreferencia y que, como tal, reivindica la soberanía que le es propia, no posee objeto alguno, limitándose a exhibir una distancia "aristocrática" en relación a esos sistemas de pensamiento que giran servilmente en las órbitas de sus objetos. El pensamiento filosófico es realmente la forma más libre de pensamiento, porque es la forma de pensamiento más consciente de sí. Si hay algo que el filósofo le interese es precisamente el sentido de aquello que es

Al no plantearse actualmente la problemática sobre el Ser (el planteamiento más universal), puede decirse que tampoco existe filosofía. Se habla sobre lo que otros hablan, sobre el ente (la ciencia, el lenguaje -toda forma determinada de ser-).

Erection- Atenas (407 a. C.)
Los griegos fueron el auténtico origen de un pensar que se sitúa más allá de cualquier exigencia práctica, y justo por ello nos sirve de referencia universal para todas ellas; aunque, como todo lo universal, actúa siempre como trasfondo silencioso que permite encauzar la tumultuosidad del devenir de lo contingente. Ahora bien, los griegos, aún siendo los descubridores más consecuentes de dos referencias necesarias para nuestra autohumanización (el arte y la filosofía), sin embargo, no podían entender la trascendencia de sus propios descubrimientos porque carecían de conciencia histórica, lo cual solo es posible en relación a una utopía, que, situada en un futuro indeterminado, sirva de patrón para medir las carencias del presente.

La filosofía del sujeto inaugurada por Descartes, y que se prolonga hasta los existencialistas del siglo XX, donde el sujeto ha perdido toda certeza, ha sido tanto o más estigmatizada por la filosofía estructuralista y postmoderna que las filosofías antigua y medieval. Es por esto que, perdido el horizonte del pensar los objetos propios de la filosofía, como son el Ser, el ser del ente, los entes ideales, el sujeto -sea éste trascendente o no- como fundamentos de la Ética y de la Estética, se ha perdido la filosofía misma. Con esto se nos dice que nos hemos liberado de esas fantasmales abstracciones que nos apartaban de la contemplación de lo real, pero resulta que después de dichas "abstracciones", lo "real" no merece ser mirado, porque se ha vuelto abstracto. Todo aparece como un puro medio para otra cosa. Porque el medio, en tanto que tal, es la suprema abstracción, ya que no es nada por sí mismo.

En una auténtica obra de arte lo feo puede ser un elemento constitutivo de ésta, y, sin embargo, no por eso la obra deja de ser bella. El secreto está en que la negación en la obra no viene de afuera. Es inherente a la unidad de la misma. Lo contingente debe perecer porque sino no sería contingente. Ahora bien, solo en relación a lo contingente propio se tiene el derecho tanto de hacerlo nacer como de hacerlo perecer. ¿Por qué? Porque por lo contingente la Nada produce el devenir, y éste es nacimiento y muerte en relación a ella misma como Unidad de toda diferenciación. Estamos en presencia de la Vida en su máxima expresión, que es la de reconocerse como una y la misma identidad en todos sus cambios y diferencias.

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