Parece actualmente necesario más que nunca plantear que un auténtico orden social no consiste en otra cosa que en la relación solidaria entre sus partes, a diferencia de lo que sucede hoy con el mercado, que pretende, de hecho, convertirse en un regulador absoluto de la totalidad del sistema social. En este contexto, parece crucial la definición y creación de un nuevo tipo de empresa que actúe como una célula a partir de la cual pueda conformarse un nuevo tejido social.
Henri Matisse, La ventana abierta (1911) |
El objetivo de la nueva empresa debería realizarse, con la urgencia que los tiempos reclaman, sobre la base de lo que es una economía libre, que a nuestra manera de ver no puede entenderse de otra manera que tomando como el referente esencial de la misma el trabajo libre y, por tanto, vocacional. Una economía de trabajo libre es, pues, la única que en realidad puede llamarse transparente, por cuanto es la meta más legítima, ya que siempre tendremos que trabajar.
Pero, además, para que la transparencia sea más real, es necesario tener un grado de experiencia de cómo vive el otro, lo cual es imposible si las diferencias sociales son tales como las que rigen hoy en y entre nuestras sociedades. Por ello, la creación de una economía de trabajo libre no parece posible sin la definición, a su vez, de un nuevo tipo de propiedad. La que damos en llamar propiedad creadora posee como objetivo primordial el de eliminar las barreras entre los seres humanos desterrando el lucro a través de la asunción voluntaria de un tope a los ingresos privados.
Queremos llamar a este tipo de empresa “antroponómica”, esto es, aquella que tiene por ley (nomos) al ser humano (anthropos) y no al beneficio, y que es el nombre que nos parece mejor responde a los fines en relación a los cuales esta empresa ha nacido. En ella, el objetivo básico de los ingresos que se reciben a través del trabajo sería el vivir en la dignidad de poder dar. El objetivo de la verdadera vida, pensamos, es recibir para dar; no dar para recibir, que es la lógica de la empresa capitalista. Y tal objetivo sólo puede cubrirse con el desarrollo de la creatividad humana, imposible en un mundo guiado por la lógica de la acumulación privada.
Por ello, en la nueva empresa el beneficio debe ser el subproducto, mientras que el objetivo fundamental debe ser el ser humano, y no al contrario. No queremos que el servicio público se convierta en un subproducto del beneficio, y menos aún del lucro, sino a la inversa, que el beneficio no sea sino el subproducto de un buen servicio público. Y parece evidente que sólo puede conseguirse transparencia en el mercado bajo esta condición. No creemos, en una palabra, que la mano invisible del mercado arregle nada, como se demuestra fehacientemente ahora, que esa mano invisible se lleva los ahorros de los menos pudientes; y tampoco creemos en el egoísmo como una fuerza productiva.
En el modelo de empresa que proponemos, ni el empresario ni el trabajador son unos medios de la empresa, sino unos fines. Y el beneficio no puede ser indiferente al producto; es decir, no se puede ofrecer cualquier cosa, especialmente cuando existen necesidades más perentorias que cubrir. La nueva empresa, pues, debe estar vinculada a un producto ligado a su vez a unos valores determinados. En este sentido, uno de los aspectos más importantes a asumir es la transparencia, entendida también, precisamente, como mejora de la oferta. Todo lo anterior tiene mucho que ver con lo que hemos llamado ecología de la cultura. La cultura no resiste –no puede resistir- la presión del mercado, y la buena cultura no sirve para evadir; la buena cultura absorbe e integra, no evade.
Raoul Dufy, Carteles en Trouville (1906) |
Por último, y por lo que se refiere a la competencia, ésta se ha considerado tradicionalmente un estímulo necesario. No obstante, parece actualmente más visible que nunca que, sin el objetivo del todo, las partes fracasan. Es por ello que las partes deben colaborar entre sí para beneficio del todo, demostrando así que la solidaridad produce más riqueza que la competencia. Cuando lo que se busca es un servicio público de calidad destinado a la realización humana, no deja de ser una contradicción entrar en esa vorágine destructora de esa competencia donde se busca rebajar costes a costa de la servidumbre del trabajo, puesto que, precisamente, una de las metas de la realización humana debe ser –repetimos- el trabajo liberador, creativo.
Es también por lo anterior que aspiramos a convertir al empresario en una figura comprometida socialmente. Es más, consideramos que es un deber de la izquierda política el de volcarse comprometidamente en la empresa, potenciando una nueva empresa solidaria como columna vertebral económica de un nuevo mundo, que para unos es sólo posible, pero que para otros nos es necesario, y con urgencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario