martes, 29 de marzo de 2011

KARL JASPERS: ORIGEN Y META DE LA HISTORIA.

 Karl Jaspers (1883-1969) es un filósofo alemán hoy en buena medida relegado a un papel subsidiario que, no obstante, por algunas de sus intuiciones y lúcidas reflexiones, pensamos debe tomarse, al menos en parte, nuevamente en consideración. Es por ello que traemos aquí unas breves referencias a su obra Origen y meta de la Historia (Barcelona, Altaya, 1994), algunas de las cuales -especialmente en lo que se refiere al tema de la libertad, hoy tan trivializado, y, al mismo tiempo, tan falto de transparencia- pueden ayudarnos a un necesario replanteamiento de estas y otras cuestiones.

Para Jaspers, la Historia es un constante impulso progresivo producido por hombres singulares. Pero al tiempo que esto se produce, surge una inmensa pesantez que frena dicho movimiento, siendo las masas, con sus cualidades medias, las que -según la visión del filósofo alemán- crean una inercia prácticamente insalvable que supone una paralización del proceso.

Para él, la creencia es un fenómeno envolvente que llena el fondo del hombre y se mueve con él, enlazándose con el origen del ser. Pero al hablar de la creencia no se refiere a un contenido definido o a un dogma. Para Jaspers no es la inteligencia la que rige en el hombre, sino que, conforme creemos, así pensamos. Es, pues, lógico, en función de lo anterior, que considere como enemigo fundamental -el que está siempre pronto- al nihilismo. Pero incluso en el nihilismo se revela el hombre mismo -aunque sea negativamente, por el cinismo y rencor que de la actitud nihilista se desprenden-, ya que estas cualidades son sólo propias del ser humano (pp. 277-278).

Jaspers se remite a Hegel para reivindicar un aspecto fundamental de la libertad humana que, paradójicamente, en la llamada hoy “era de la libertad”, se encuentra más olvidado que nunca. Es ni más ni menos que el «derecho infinito» del ser humano a realizarse creativamente en su trabajo, en lugar de convertirse en mero apéndice de la máquina, sin oportunidades apenas (éstas sólo existen en casos excepcionales) de desarrollar su humanidad en su actividad fundamental: su trabajo. Y he aquí la cita de Hegel que trae a colación Jaspers: «Este es el infinito derecho del sujeto: que se encuentre satisfecho de sí mismo en una actividad y trabajo». De esta manera, el autor nos remite a una sensibilidad, presente ya en el siglo XVIII, y hoy, al parecer, casi completamente olvidada y silenciada.

Pero Jaspers avanza mucho más en su análisis de la libertad. Ésta no es lo que únicamente parece en un principio: superación de lo externo que constriñe, tal y como es concebida casi exclusivamente hoy en día. Por el contrario, se desarrolla fundamentalmente donde lo otro no nos resulta extraño, esto es, allí donde nos podamos reconocer en lo otro. Y donde lo que parece límite se asimila creativamente. Así pues, paradójicamente, «libertad es sobre todo superación del propio albedrío» (p. 202), ya que es expresión de la necesidad de lo verdadero. Ser libre, pues, no es simplemente querer u optar por algo, sino actuar porque me he convencido de la razón. Es obrar por convicción intelectiva.

Según Jaspers, en demasiadas ocasiones el capricho se establece en forma de opinión por el simple hecho de ser tal opinión. En cambio, la verdadera libertad exige la superación de las meras opiniones, la cual se produciría por la contención y las ataduras que nos imponemos en la relación con los demás. Además, subraya el filósofo, y esto es de extrema importancia, la libertad sólo se realiza en comunidad: sólo se puede ser libre en la medida en que lo sean los otros. Así pues, y en contraposición a la concepción de la libertad individualista burguesa (para la cual unos hombres son límites para la libertad de los otros), los seres humanos se harían libres unos con otros conjuntamente en los planes correctos de las tareas concretas (p. 207).

Contrariamente a su concepción envolvente de la creencia, hoy la religión, según el autor, es un hecho de elección, convirtiéndose, además, en una mera esfera particular. Según él, el fenómeno de la descristianización ha sido debido en parte a un mal entendimiento de la ciencia y al desarrollo de la técnica que ha conducido a la sociedad de masas. Pero en una situación de incredulidad general se genera todo tipo de creencias irracionales y extravagantes. Es por ello que la meta a fijar es la de la elevación de la conciencia, superando lo inconsciente en la historia para alcanzar una conciencia potenciada.

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