C. D. Friedrich, El árbol solitario, 1822 |
«Cuando alcanzamos la verdad sutil y universal, podemos llegar a comprender todos los aspectos de nuestra existencia. Al darnos cuenta de la constancia y firmeza de nuestra vida nos hacemos conscientes de la profunda naturaleza del universo. Dicha realización no depende de ninguna condición transitoria externa o interna, sino que se trata de nuestra propia naturaleza espiritual inmutable.
Existen cuatro virtudes cardinales que nos pueden ayudar a alcanzar dicha meta. La primera de ellas es la piedad natural e incondicional. La piedad natural es símbolo del amor y el respeto hacia nuestro propio ser. Es muy diferente de la piedad ciega o artificial defendida por las religiones; se trata de un estado de profunda reverencia hacia la vida natural. Los individuos de las generaciones futuras tendrán que restaurar dicha reverencia natural, alcanzable si rechazamos todas las imágenes y conceptos falsos.
Cuando liberamos la mente de ataduras respecto a la ilusión nos damos cuenta de la verdadera naturaleza sagrada de nuestra propia vida en el universo. Y ya no hay necesidad de componer una creencia exterior como objetivo para nuestras reverencias, ya que nuestro propio ser y todo lo que nos rodea adquieren un valor divino dentro y fuera de ellos mismos.
La segunda virtud es la sinceridad natural. Ser sincero con naturalidad es lo mismo que ser genuino, honesto e incondicional. También quiere decir ser libre de todo engaño hacia uno mismo. Ser sincero con naturalidad es lo mismo que ser genuino, honesto e incondicional. También quiere decir ser libre de todo engaño hacia uno mismo. No engañarse uno mismo es lo mismo que abrazar la divina naturaleza de la vida. La naturaleza integral del universo es aquella virtud universal existente entre la gente natural.
Ser sincero con naturalidad es lo mismo que mantener nuestra mente íntegra, centrada e intacta. La mente distorsionada siempre sufre, ya que es común que cree dicotomías y escisiones, impidiendo la entrada de la paz universal. Mantener nuestra mente intacta y relajada no sólo es una garantía de paz interior para que podamos trascender cualquier trivialidad, sino que también nos ayudará a reconectar con la profunda y constante naturaleza del universo.
La tercera virtud es la amabilidad. Cuando somos maleducados, nos volvemos agresivos, desconsiderados y antipáticos con los demás. Sin que lo podamos evitar, dicha actitud se vuelve contra nosotros y nos perjudica. Siendo maleducados también somos insensibles hacia la sutil verdad del universo. La mala educación nos conduce hacia la destrucción de nuestra conexión con el ámbito espiritual, pues el nivel de nuestra amabilidad es el mismo que el de la purificación de nuestro propio espíritu. Cuanto más amables somos y más sutil es nuestra energía, más posibilidades tendremos de unirnos a la sutil verdad del universo.
La cuarta virtud es la de ofrecer nuestro apoyo de manera natural. Esto significa no utilizar la mente sólo en busca de nuestro propio beneficio y también quiere decir que hemos de dejar de ofrecer nuestra ayuda a los demás sólo en el tiempo libre. Para ser un maestro espiritual hay que ponerse a disposición de los demás de manera incondicional. Dicha virtud puede tardar varios años en desarrollarse, y se puede manifestar por medio de una habilidad, un talento o una posesión, hasta el punto de que podamos ofrecerlos sin necesitar de esperar nada a cambio. Ayudando a los demás podemos hallar la dignidad y el verdadero significado de la vida.
Estas cuatro virtudes no son un modelo estándar externo ni responden a un dogma; son más bien atributos de nuestra propia naturaleza, a la que nos referimos como Chen o 'sinceridad natural'. Estas cuatro virtudes pueden dar a luz a otras virtudes, las mejores de las cuales son: jen, amor incondicional hacia todos los seres vivos; i, decencia, rectitud y sinceridad expresadas por medio de la amistad natural; li, moderación, autocontrol y no-agresividad; tse, sabiduría; y sheng, honestidad y confianza.»
Hua Hu Ching, Océano, 2004, pp. 218-219.
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