John Constable, La catedral de Salisbury (1857). |
Un poco de belleza es gozo para siempre:
su encanto aumenta: nunca pasará hacia la nada;
sino que guardará su rincón de verdor
en paz para nosotros, y un tiempo de dormir
lleno de dulces sueños, salud y aliento en paz.
Así, cada mañana, vamos entretejiendo
un vínculo de flores que nos ate a la tierra,
a pesar de tristezas, la inhumana escasez
de caracteres nobles, los días de tiniebla,
y todos los caminos oscuros y funestos
a nuestra busca abiertos: a pesar de esas cosas,
un toque de belleza quita el pesado velo
de nuestro oscuro espíritu: así es el sol, la luna,
viejos y nuevos árboles, brotando en don de sombra
para simples ovejas: así son los narcisos
con todo el verde mundo en que viven: barrancos
claros, que se procuran un techo de frescura
contra el calor del tiempo: la espesura del bosque
rica de un salpicado de rosas almizcladas;
y así es el esplendor de los destinos que hemos
imaginado para los poderosos muertos;
una fuente sin fin de bebida inmortal
que nos llega manando desde el borde del cielo.
KEATS (Poetas románticos ingleses, RBA, 1993, p. 201).
Esas palabras dije cuando, en cavilación,
nos volvimos, dejando esa visión solemne:
un reproche y contraste para el goce grosero,
el placer sin espíritu que buscamos a diario.
Pero ahora no puedo meditar esa idea:
es inestable como un sueño de la noche,
ni elogiaré una nube, por brillante que sea,
en mengua de los dones del Hombre y su sustento.
Cuevas, islas o cúpulas formadas en el cielo,
aun vestidas de puros colores, no hallarán
en el alma del hombre un lugar natural:
el Alma inmortal busca objetos que perduren:
éstos se aferran a ella: no puede desviarse
de ellos, ni ellos de aquélla: es fiel su compañía.
WORDSWORTH (Poetas románticos ingleses, RBA, 1993, p. 17).
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