viernes, 1 de abril de 2011

EL PROYECTO DE ALETHEIA



ALÉTHEIA (del griego άλήθεια, verdad) somos un grupo de personas convencidas y embarcadas en un proyecto ideológico global que asume un fuerte compromiso con la praxis de transformación social. Bajo el principio de que el ser humano es esencialmente conciencia singular y solidaria, pretende la superación de las concepciones del mundo fundamentadas en la idea de la radical escisión de la realidad. Unas concepciones que –basadas en la visión individualista del ser humano, la cual tiene su colofón en la filosofía postmoderna-, pensamos que están en la base de muchos de los conflictos y contradicciones del mundo tal y como hoy lo conocemos.

Partimos de un presupuesto básico: una forma determinada de conciencia colectiva sobre el ser humano y el mundo, organiza y determina las formas de ser y de actuar de ese ser humano en el mundo. Por ello, por el proceso de transformación de dicha conciencia se logrará iniciar una praxis realmente transformadora que nos lleve a una relación auténticamente integradora de aquello que hoy aparece divorciado: individuo/sociedad, sociedad/naturaleza, etc.

En relación a nuestra idea acerca de lo que es el ser humano, pensamos, en primer lugar, que éste no ha alcanzado aún su plena identidad y, por tanto, toda su libertad. En otras palabras, se encuentra aún en proceso de evolución espiritual. Y ello porque pensamos que la libertad es la forma de ser en plenitud y, por tanto, no puede ser origen o fuente de ningún mal. Un ser humano que se daña a sí mismo o a sus semejantes, o que siente, como ocurre en la mentalidad contemporánea –y no sólo de ella- que está de más, que “sobra”, no puede ser una persona auténticamente libre. Para alcanzar toda su libertad, por tanto, el ser humano debe reconocerse y afirmarse como lo que es, un ser necesario.

Pero ser necesario implica ser singular. Sólo siendo singulares se revela toda nuestra necesidad. Toda persona posee unas capacidades únicas, todavía muy poco desarrolladas, para ser auténticamente singular. No obstante, alcanzar lo que llamamos una conciencia singular sólo es posible si esa conciencia singular es también solidaria: necesitamos a los otros para ser nosotros mismos y viceversa. Todo esto, naturalmente, implica que todo ser humano es necesario, sin posibilidad de excepción alguna.

Esto, naturalmente, cambia el planteamiento del problema del mal, el cual no sería producto de la libertad de los seres humanos, sino, precisamente, de no haber alcanzado aún su auténtico ser ni la comunión con los otros, viéndonos obligados, en consecuencia, a emplear medios indirectos o “atajos” que tienen consecuencias en muchas ocasiones nefastas.

¿Por qué pensamos que la asunción de estos principios puede ser origen de una praxis transformadora? El ser humano, actualmente, vive en un horizonte mayoritariamente relativista y materialista. El relativismo, principalmente en su forma historicista, implica que el ser humano es, básicamente, producto de sus circunstancias históricas, es decir, que no tiene sustancia o verdad propia. Esto conlleva inevitablemente dos cosas: por una parte, que una determinada construcción sociohistórica no tiene más necesidad que otra (son equivalentes); por otra, que el ser humano no posee verdadero poder de decisión sobre la realidad, y que su conciencia, por tanto, carece de auténtica necesidad.

 Un mundo regido por este principio implica que los seres humanos, atrapados en la contradicción de sentirse, por un lado, necesarios, y, por otro, sobrantes, prescindibles, luchan por imponerse o afirmarse a través de mecanismos que, por no ser equilibrados o bien dirigidos, acaban produciendo más dolor y sufrimiento: la acumulación de poder político o económico, la dominación psicológica, el dogmatismo, la acumulación de saberes sin voluntad liberadora, y un largo etcétera. Implica, asimismo, que el ser humano no se siente con fuerzas para controlar, transformar o redirigir el mundo que él mismo ha creado, ya que lo cree manejado por fuerzas ciegas sobre las que es muy difícil retomar el control, o bien por la iniquidad o egoísmo intrínsecos de otros hombres.

Por último, al creer en la libertad como libre albedrío entre el bien y el mal, situando a ambos en igualdad de condiciones y de forma indiferenciada, quitamos necesidad al bien, ya que puede no elegirse; y, por otra parte, hay que presuponer la existencia de personas “culpables” de elegir el mal pensando en su propio beneficio (con lo cual, sin pensarlo, les otorgamos ya de antemano una naturaleza “malvada”, lo que, a su vez, cuestiona si su elección fue realmente libre). Al hacer culpables a otros (directa o indirectamente) de la situación en la que nos encontramos (en lugar de contemplar lo que les falta para alcanzar su completud), contribuimos a continuar rompiendo la red de solidaridad imprescindible para que el ser humano pueda llegar a completarse espiritualmente, retrasando nuevamente el proceso.

Por todo lo anterior, pensamos que la asunción de la idea del ser humano como un ser necesario destinado a alcanzar una conciencia singular y solidaria puede realmente transformarnos y también transformar, por tanto, nuestro mundo.

Nuestra intención es la de establecer un diálogo en profundidad en torno a estas cuestiones que ayude a dejar de ver como contradictorios aspectos esenciales del ser humano, como libertad y justicia, individuo y sociedad, fe y razón, culpa e inocencia, etc. En segundo lugar, establecer, si es posible, una práctica de colaboración entre personas, organizaciones o entidades comprometidas en este proyecto para tratar de plasmarlo prácticamente en nuestros propios proyectos personales y colectivos.

Así pues, los principios fundamentales que rigen nuestro proyecto pueden resumirse de la siguiente manera:

  • La definición de un nuevo Nosotros implica una concepción de la sociedad como una solidaridad de singularidades. Es decir, en ella debe armonizarse el desarrollo de la singularidad personal con la potenciación de la unidad solidaria del conjunto. Esto implica, inevitablemente, la superación del actual modelo capitalista, que hace a los seres humanos instrumentos, y, metafísica y económicamente hablando, sobrantes.

  • La oposición que hace buena parte de la historia de la filosofía, y dentro de ella el postmodernismo, entre razón y libertad, tiene su fundamento en unos conceptos muy pobres de ambas (así, se toma una concepción subjetiva de la libertad, mientras que se considera la razón como ortodoxia fundamentalista, razón científica, tecnológica o cualquier otro tipo de razón abstracta). Por el contrario, para nosotros la idea de libertad va unida a la de singularidad, es decir, a aquello que no es de ninguna forma intercambiable, como no lo es el ser humano.

  • De lo anterior se deduce que, respecto al debate entre unidad y diferencia (singularidad), la unidad implica diferencia y viceversa. Es por ello que debemos hablar de libertad solidaria e inocente (como bien sabemos, la libertad es la coartada perfecta para justificar la condenación del otro), conciencia solidaria o solidaridad de singularidades.

  • Así pues, el objetivo fundamental de la actuación humana debe ser la creación de un Nosotros que incluya a toda la humanidad, un Nosotros en el que el individuo demuestre toda su singularidad en una solidaridad indisoluble con los demás.

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