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sábado, 26 de abril de 2014

MESA REDONDA DE ENCUENTRO DE CIVILIZACIONES

Organizada por Aletheia y celebrada en Córdoba en septiembre de 2010, constituyó un diálogo convergente y un interesantísimo intento de síntesis entre la cosmovisión cristiana, islámica y laica. En ella participaron Juan Pablo García Maestro, Religioso Trinitario y Profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca (Madrid) (Representante del Cristianismo); José Manuel de Bernardo Ares, Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Córdoba (Representante del Laicismo); y Abdallah Mhanna, Imán de la Provincia de Almería y Profesor de la Universidad de Almería (Representante del Islam). Introdujeron Manuel Pérez (Ayuntamiento de Córdoba) y Rosa María Almansa Pérez (Aletheia).

Puede verse y escucharse pinchando en la imagen. Mejora considerablemente la calidad del sonido a partir del minuto 4 aproximadamente.

http://www.youtube.com/watch?v=bSY_rWOzaYo&feature=youtu.be

viernes, 9 de agosto de 2013

NO HAY HISTORIA SIN FILOSOFÍA DE LA HISTORIA. NIKOLAI BERDAIEV: UN CLÁSICO OLVIDADO.

Fuente: http://www.laeditorialvirtual.com.ar/

Independientemente de que se coincida o no con las tesis centrales del libro de Berdaiev, El sentido de la historia (publicado originalmente en 1920), esta pequeña (tomada desde el punto de vista de su extensión) obra de filosofía de la historia constituye una joya tanto desde el punto de vista de la profusión y riqueza de sus ideas como de la profundidad de las mismas. Algo que –desgraciadamente-, y al menos desde mi punto de vista, no suele ser hoy muy habitual. Si con más frecuencia de lo que sería deseable nos topamos con obras espléndidamente documentadas y con interminables referencias bibliográficas en las que resulta difícil hallar alguna idea verdaderamente original, en esta poderosa reflexión acerca del sentido global del decurso histórico no hay citas de cortesía ni de vanagloria personal, pero sí la voluntad de comprender lo esencial de algunas de las visiones de la andadura humana de mayor coherencia y capacidad de influencia posterior.

Lo fructífero del pensador ruso Berdaiev es tal que realizar aquí una apretada síntesis de sus ideas tendría siempre algo de injusto. Por ello es siempre recomendable reservarse al menos una ocasión para penetrar en sus páginas y darse la oportunidad de reflexionar sobre sus osadas, pero, no obstante, bien construidas tesis. Y ello, como digo, aunque pueda ocurrir que no se comparta el punto de partida del autor. Efectivamente, Berdaiev construye una interpretación de la historia partiendo de su propia cosmovisión cristiana, que es el eje fundamental a partir del cual se estructura su pensamiento, pero que no le impide reconocer la riqueza, fuerza creadora –uno de los vectores esenciales de su consideración de lo humano- e incluso capacidad reveladora (en sentido etimológico) de corrientes secularizantes, como el Renacimiento y algunas de las que considera que son consecuencias de un nuevo humanismo surgido a partir del mismo, como el revolucionarismo liberal o el marxismo, del cual él mismo recibió gran influencia.

En efecto, la inmensa capacidad creadora del espíritu humano es uno de los aspectos a su entender cruciales en el desenvolvimiento histórico del mismo. El ser humano está llamado a desplegar sus energías, que él llama espirituales, siempre que no se deje subyugar por fuerzas externas a él mismo o se abandone completamente a sí, sin reconocer su filiación divina. Si para Berdaiev Dios constituye una presencia objetivadora para el hombre que le resulta imprescindible para saber quién es –y, en consecuencia, para desarrollar todo su potencial-, en cambio, su sometimiento inconsciente a determinadas fuerzas a las que fetichiza (la Naturaleza en las primeras etapas de la Humanidad y la tecnología en las últimas, por citar solo dos) constituyen un freno a su desarrollo. Así pues, y ciñéndonos a los últimos tiempos, el ser humano habría experimentado, según nuestro autor, una progresiva pérdida de referentes colectivos o comunitarios –el sentido de arraigo en el mundo por la pertenencia a una comunidad fraternal o de fin-, a lo que habría contribuido mucho la típica atomización de intereses capitalista, que va desplegándose desde comienzos de los siglos modernos. A ello se habría unido la subordinación de su ser a la máquina, a la nueva tecnología a la que acabará por ceder el testigo de su propia función histórica de liberación, convirtiéndose pues el propio ser humano en un apéndice de ella (esto es, esclavizándose a la misma) y confiando en que en su mero perfeccionamiento se hallará, tarde o temprano, el secreto de su propia emancipación.

Fuente: Marmoleum+Ohmex
Un fenómeno que Berdaiev considera propio de las etapas que –tomando el término de Spengler- llama de civilización, y de las que afirma que son de notable pobreza y decadencia cultural. Tal vez todo esto tenga resonancia en nuestro interior, ¡si es que nuestra civilización no nos ha embotado aún lo suficiente como para percibirlo! Un pensamiento, pues, que puede considerarse de urgencia para nuestros días –que parecen tan sujetos a necesidad, y por tanto cada vez más alejados del espíritu libre que reivindica el autor y que, en última instancia sería, según él, propio de lo humano en tanto que pueda reconocerse en su doble dimensión inmanente y trascendente. Y, para aquellos que conecten con su espíritu cristiano, de enorme belleza en lo que se refiere a su sentido de la historia, en el que pueden encontrarse algunas confluencias con Teilhard de Chardin, si bien es mayor el sentido teleológico de éste último. Grandes figuras que vuelven a recordarnos que no puede hacerse verdadera historia si no entendemos el sentido –o sinsentido- de la misma. Pero, ¿es que puede entenderse el sinsentido de algo?

Rosa María Almansa Pérez
Profesora universitaria de Historia Contemporánea

lunes, 12 de marzo de 2012

CARTA DE UNA CREYENTE


"En la actualidad, el cristianismo se enfrenta a un mundo de ideas que germinaron a partir de la nueva identidad que supuso Jesús, pero que se han alejado tanto de su origen que ya resulta irreconocible su punto de partida. Esta situación está provocando, en muchos casos, un cuestionamiento más o menos consciente de las creencias y una mirada del cristiano a su comunidad en busca de una nueva guía. Como creyente me siento sujeto de transmisión de una Palabra, interpretando el mundo por medio de las herramientas aportadas, en parte, por una tradición religiosa; como sujeto histórico, me siento inmersa en un contexto que plantea cuestiones fundamentales a mi sentido de la vida a través de conceptos desarrollados al margen relativamente de dicha tradición. De hecho, gran parte de estos conceptos nacieron de una identidad cristiana pero fueron desarrollados más tarde por su integración en corrientes de pensamiento más o menos independientes del cristianismo. La Iglesia, como institución que estructura, unifica y difunde el mensaje de fe, debería ser la organizadora de los conceptos básicos a través de los cuales puedo tomar mi autoconciencia  cristiana más allá de la inmediata experiencia de fe. Pero la tremenda crisis de esta institución deja al creyente solo en una vida espiritual circunscrita exclusivamente a su intimidad y, por tanto, condenada a la inexorable incompletud de esta vivencia que pertenece a una de las dimensiones esenciales del ser humano.
El cristiano de hoy se encuentra ante el dilema de una religión circunscrita al ámbito puramente personal o el de una comunidad de creyentes con manifestación de sus mandamientos en el ámbito social y político. El divorcio Iglesia-Estado supone un serio cuestionamiento de la capacidad del espíritu de crear preceptos morales y sociales. Para el creyente, esto significa que ha de aceptar forzosamente una división en sí mismo, según la cual ha de comportarse de una manera como creyente y de otra como ciudadano, de una manera en su ámbito personal y de otra en el público. Para el ciudadano en general, esta segregación de la religión establece que la ética, la política y la sociedad no se basan en unos principios inherentes al hombre, sino en un voluntarismo que pretende reglamentar la convivencia entre individuos entendidos como principio y fin de sí mismos. El cristianismo representó el comienzo de una separación entre responsabilidad individual y colectiva, y el desarrollo de la cultura occidental, como no podía ser de otra manera, ha supuesto un camino similar entre sujeto y comunidad. La exaltación de los valores del individuo desde la modernidad ha derivado en una concepción muy personalista de la relación con Dios que asemeja enormemente el cristianismo al protestantismo. Jesús trascendió la idea de Salvación ligada a un pueblo elegido, transmitiéndonos la idea de un Reino para todos. Pero  el individuo no realiza este camino aislado frente a Dios, sino que se integra en una nueva comunidad sin fronteras y sin diferencias por nacimiento.
La Iglesia de hoy viene intentando recuperar su ámbito social por medio del activismo, a través de su papel evangelizador y misionero pero, en realidad, ha perdido una gran parte de su proyección social. El retorno al ámbito colectivo requiere de  una nueva teoría social. En primer lugar hace falta, por supuesto, tener fe en que ello es posible. Esta teoría debería incluir todos los avances laicos al respecto, pero también conceptos básicos para el desarrollo espiritual del hombre en sociedad. Se trata de un planteamiento que acepta también la creación plenamente humana y, ante la crisis, hace posible el nacimiento de un nuevo paradigma a través del cual se podrá nutrir nuevamente la fe. La semilla de la que nos hablaba Jesús es hoy un árbol cuyas ramas son cada una de las diferentes disciplinas, desde el arte a la filosofía o incluso la ciencia (biológica, tecnológica…). Debemos tener fe en que ninguna va a conducir, en última instancia, a la negación de Dios, pues nacen del Espíritu, se nutren de él. Para los cristianos, Jesús es Verdad y Vida, lo cual quiere decir que la vida es espíritu.
Por otro lado, aunque el laicismo es hoy ampliamente aceptado en el  campo pedagógico,  también es cierto que ya sufrimos las consecuencias del olvido de la educación espiritual del ciudadano (y no me refiero precisamente a la asignatura de Religión). El Magisterio, entendido desde una perspectiva mucho más amplia que la de la catequización, es una de las mayores responsabilidades de nuestro tiempo. Dostoyevski  refleja magistralmente esta idea de Magisterio en el discurso del Padre Zósimo, (personaje esencial de Los hermanos Karamazov) antes de su muerte: transmitir con entusiasmo nuestra vida espiritual, con ejemplos que lleguen a todos, pues “el pueblo se encuentra perdido sin la palabra de Dios, ya que está sediento de ella y de todo lo que sea bondad”. Esto no es misión del sacerdote, sino de cada uno de los que profundizamos en el estudio de la espiritualidad en todas sus manifestaciones, y nos exige escucha atenta y fortaleza de fe. Todo un reto.

   Aun así, no puede culparse totalmente al laicismo de esta situación. El cristianismo (entre otras tradiciones religiosas) vive realmente una crisis de fe en sus dogmas y sufre, asimismo, una desconfianza hacia la razón que le impide reformular estos dogmas en el lenguaje de nuestro tiempo. El sujeto no entiende, pero tampoco cree. Fruto de esta situación es, aparte del auge del agnosticismo, la vuelta en algunos casos a la literalidad como incondicionalidad de la fe. Es necesario que dicha fe se dirija no sólo a los libros sagrados de cada religión, sino también al poder humano para entenderlos. La confianza en el poder del hombre, como imagen y semejanza de Dios, pasa por la confianza en su razón. El cristianismo, desde su origen, muestra ya una interpretación de la Biblia que trasciende la literalidad. Para el cristiano, la auténtica revelación se encuentra escondida en el texto, por lo que es preciso extraer del mismo su crisol. Este mensaje profundo no quedará al margen de la historia. A pesar de que numerosos teólogos criticaron en su momento la peligrosa contaminación de lo que se consideraba revelación por su contacto con el helenismo, lo cierto es que esta cultura aportó un marco conceptual que permitió que el mensaje original germinara. De esta manera, nació nada menos que un nuevo mundo espiritual y, poco a poco, una nueva realidad a otros niveles. La unión de la fe con la razón llegó a ser tan intensa que, en la actualidad, la Escritura es entendida mayormente a través de los conceptos desarrollados por la teología aunque, en muchos casos, se ha llegado a olvidar la importancia de esa recepción inmediata del contenido de la fe o de la mediación de otras disciplinas esenciales como la filosofía.
Podemos pedir una intrusión del cristianismo sin complejos en el mundo intelectual. El budismo, hoy día, ha mostrado su coincidencia con ciertas ideas de la física cuántica para protagonizar una reconciliación entre el mundo religioso y el científico. Pero es en la idea del origen donde creo que la ciencia, poco a poco, va teniendo que escuchar a las tradiciones espirituales (y filosóficas, dicho sea de paso). A pesar de las inercias del mecanicismo del siglo XVIII, hoy las investigaciones se enfrentan a la barrera de lo que se han venido a llamar “singularidades”, que escapan totalmente a las leyes de un mundo mecánico. Aunque la idea de Dios en la ciencia todavía es anatema, no podemos olvidar que los más grandes científicos han tratado de conciliar este hiato: Newton quería acercarse a Dios por medio del estudio de su creación; una de las más famosas frases de Einstein, que se manifestó como creyente en algunas de sus más célebres citas, se refería a que Dios no juega a los dados (es decir, que este mundo no es por azar); Penrose (estudioso del Big-bang y los agujeros negros) hablaba de la supremacía de la conciencia sobre la materia…
Por último, en mi mirada al cristiano de hoy veo que hay conceptos como el de “salvación” que arrastran imágenes ya muy caducas. Se trata de un concepto fundamental para el sentido de la existencia y, no obstante, es uno de los más olvidados en el debate teológico de nuestros días. El creyente no se enfrenta ya al miedo a la condenación eterna, sino a la nada. La duda no se establece entre la salvación o la condena, sino entre si existe algo después de la muerte o no. Por ello, la angustia es aún peor si cabe, y se vuelve necesaria una profundización en el concepto de “salvación” a partir de las condiciones de nuestra época. En primer lugar, sería necesario aclarar si es posible una salvación individual o si Jesús nos transmitió una idea de salvación universal. ¿Y no nos recuerda esto a una utopía o a los fines ansiados por tantos movimientos sociales  e intelectuales en búsqueda de ese mundo mejor y posible (o, mejor dicho, necesario)? Este concepto puede ser clave también en el debate ético: ¿es posible otro premio que el de la salvación entendida de esta manera? Pero los interrogantes del cristiano no se agotan en la salvación, sino que se extienden hacia la Justicia, la Libertad, el Bien… Hoy huele a escepticismo entre muchos cristianos y, por supuesto, la convicción de la futura llegada de un Reino de Dios está en estado de coma. Está claro que una de las víctimas de nuestra época es la utopía."

viernes, 13 de enero de 2012

TERESA FORCADES: DIÁLOGOS PARA TRASCENDER LA DUALIDAD

Transcribimos a continuación esta interesante entrevista, que posee elementos que mueven a la reflexión, realizada por Hashim Cabrera a Teresa Forcades en el ciclo de Diálogos para Trascender la Dualidad que nos ofreció Webislam en los meses pasados.


Teresa Forcades es monja benedictina, doctora en medicina y en teología. Tiene un doctorado en salud pública y otro en teología. Entre sus escritos figuran Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas (Cuadernos CiJ 141), La Trinitat, avui (Abadía de Montserrat, 2005) y La teología feminista en la historia (Fragmenta, 2007). Actualmente está radicada en el Monasterio que la Orden benedictina tiene en Montserrat.

Tuve ocasión de saber de la existencia de Teresa Forcades durante la crisis de la pandemia de la gripe A, en la que jugó un importante papel crítico hacia las compañías farmacéuticas y puso en evidencia muchos de los males sociales que hoy nos atenazan con una fuerza y valentía que cautivó a muchos y que devolvió una cierta autoestima a una ciudadanía que estaba comenzando a sufrir los embates de la crisis económica. Más adelante compartimos reflexiones en un programa de TVE2 donde hombres y mujeres de creencias diversas hablamos de la realidad espiritual a partir de los elementos naturales tradicionales. A partir de entonces, la lectura de sus declaraciones y textos no ha dejado de sorprenderme.

Hashim Cabrera. Me sorprende, sobre todo, la naturalidad con la que abordas esas cuestiones difíciles de las que casi nadie quiere hablar. También me llama la atención la doble vertiente de contemplación y acción social que muestra tu trayectoria personal. Tu discurso sugiere una experiencia holística, integral, una superación de la vieja dialéctica entre lo sagrado y lo profano como ámbitos sin conexión alguna. ¿Qué te ha llevado a asumir una posición tan comprometida en temas considerados tabúes por las diversas instancias políticas y religiosas?

Teresa Forcades. Creo que es fruto del conjunto de mi experiencia: los estudios previos que me permiten evaluar críticamente con conocimiento de causa ciertos postulados en materia de sanidad pública o de investigación biomédica; la vida monástica que me ofrece espacios de silencio y soledad para tomar conciencia a diario de hacia dónde quiero dirigir mi vida y qué sentido le doy; las personas con las que comparto inquietudes y proyectos y la amistad con Dios que me da libertad interior.

Tu discurso nos invita a la unidad trascendente de las religiones tal y como preconizaba René Guenón. En tus palabras se presiente una profunda experiencia mística. Leo que tu tesis doctoral en teología trató el tema de la trinidad. ¿Cómo concibes la relación entre unidad y diversidad?

— La noción de la Trinidad me fascina porque sitúa la diversidad en el ámbito de Dios y no solamente la declara compatible con la unidad, sino que la convierte en su condición de posibilidad: solamente donde hay diversidad puede establecerse la maravilla de amor que llamamos unidad. Si no hay diversidad solamente tendremos uniformidad. La unidad implica distinción. La distinción, la diversidad, no son en este modelo subóptimas como en el pensamiento platónico, sino que pasan a pertenecer al ámbito de lo perfecto. Creo que si nos creyéramos esto muchas cosas cambiarían en nuestras comunidades y familias.

El pensamiento moderno, en su afán analítico y deconstructivo, reconoce y al mismo tiempo propone con toda claridad una división entre lo sagrado y aquello que no lo es. Guénon meditaba, hace ya casi un siglo, sobre la naturaleza de lo sagrado, sobre su papel en la conformación de las visiones tradicionales del mundo y su desenlace en una modernidad que había ido restringiendo y acotando su espacio progresivamente hasta reducirlo a un ámbito privado y casi testimonial en la vida comunitaria de los seres humanos. Ahora que la modernidad nos ha dejado en una tierra hasta cierto punto desacralizada ¿Es concebible una experiencia de lo sagrado, una experiencia de unidad, sin el concurso de las tradiciones religiosas?

— Creo que la iniciativa de la experiencia de lo sagrado siempre es de Dios y que se manifiesta en unas circunstancias y con un lenguaje distinto para cada persona. Las tradiciones religiosas son lugares privilegiados para que se produzca esta experiencia, pero no la agotan y, a veces, son incluso un contratestimonio. La experiencia estética o musical es para muchas personas motivo de conmoción profunda y de gozo secreto; muchas personas se sienten ante la belleza como si se les confiara un secreto al cuál deben la alegría de vivir aunque no puedan describirlo con palabras ni identificarlo con ningún Dios conocido.

Un fenómeno para mí muy significativo es el de la eclosión de las teologías feministas. Hace más de diez años era difícil imaginar una relación coherente entre el feminismo y las tradiciones de sabiduría. Sin embargo, el emergente feminismo islámico, por ejemplo, plantea la emancipación de la mujer en un contexto integral de género, atendiendo sobre todo a los valores, buscando en la Revelación claves teológicas para indagar en las relaciones humanas en general y en las de género en particular. Ahora, visitando la página de la Orden Benedictina de Monserrat, leo que actualmente eres vicepresidenta de la Asociación Europea de Mujeres en la Investigación Teológica (ESWTR) (www.eswtr.org/es), y que has desarrollado una amplia labor intelectual en el ámbito de la ‘teología feminista’. ¿Qué peculiaridades tiene esta teología? ¿Qué fines persigue?

— Para mí lo más importante de la teología feminista es comprender que Dios nos impulsa a trabajar juntos, mujeres y varones, para abrir espacios nuevos que ahora apenas imaginamos, espacios de relación interpersonal más allá de los estereotipos de género y de sus condicionamientos culturales; atrevernos a mirarnos los unos a los otros como si cada uno fuera ‘pieza única’. Salirse de los estereotipos de género en las relaciones concretas es difícil tanto para mujeres como para varones, pero creo que es lo que hacen las personas espirituales.

Tu conoces bien los problemas que ha planteado la teología, en el ámbito del diálogo interreligioso. A veces me da la sensación de que la teología ha servido más para fundamentar los asuntos de la economía y de la sociedad que para liberar al hombre de sus cadenas interiores. Y esto ha ocurrido y ocurre en todas las religiones históricas ¿Puede la teología, a tu juicio, contribuir a mejorar las relaciones entre creyentes de diversas tradiciones hasta el punto de que puedan superar las barreras separadoras que la historia y la propia teología han erigido durante siglos?

— Puede, mas con una condición: que no se tome demasiado en serio a si misma; que reconozca que Dios está por encima de cualquier palabra y por tanto de cualquier teología. Lo cual no significa optar por una religiosidad a la carta o de tipo oportunista. No. Mi compromiso debe ser radical con mi propia tradición, pero esto no debe privarme de pensar a Dios como el que está más allá de todo lo que me han contado de Él... o Ella.

Se habla cada vez con más frecuencia de unidad. Parece ser una palabra que va ganando terreno en las reflexiones cultas y en la vida cotidiana, como un talismán que abre la puerta a un nuevo paradigma, a una nueva edad, pero el diálogo interreligioso acaba frecuentemente con una exposición de similitudes y diferencias, sin una proposición clara de unidad en lo trascendente. ¿Qué otros medios se te ocurren que podrían servir a ese propósito de unidad trascendente de la humanidad contemporánea? ¿Compartir la acción? ¿Tal vez orar conjuntamente?

— Considero importante que no se construya la unidad a base del denominador común, como si solamente pudiera aceptarte en la medida que eres como yo. El ideal para mí es precisamente lo contrario: acercarme a ti con más gusto cuanto más distinto seas y decubrir en este acercamiento la propia transformación.

¿Cómo llevar esto a la práctica? En primer lugar, facilitando espacios de crecimiento personal, de soledad y silencio a los creyentes de todas las religiones, que se valore mucho este aspecto de experiencia personal de amistad con Dios. Orar conjuntamente es fundamental.

En el Reino de la Cantidad han comenzado a agitarse las almas de hombres y mujeres que lanzan preguntas y buscan respuestas trascendentes, en algunos casos de manera casi heroica, que practican la autoindagación, la meditación, el yoga, el recuerdo de Dios, la oración, el diálogo íntimo, la acción social, expresando con todo ello una apuesta clara por un cambio real, por la actualización de una conciencia integrada, de unidad, pero ¿Puede el ser humano de la sociedad de la información, abocado como lo está a una vida cada vez más individualizada y con una presencia creciente de la tecnología, recobrar y aún desarrollar vínculos significativos con sus semejantes, con la naturaleza, con Dios?

— Sin ninguna duda. No considero que nuestro entorno cultural y socio-económico sea menos conducente al encuentro con la Bondad y la Verdad que los entornos de épocas anteriores. Para las mujeres o para las personas homosexuales de ambos sexos, por ejemplo, hay una clara ventaja en cuanto a autoestima y posibilidades de desarrollar los propios talentos. Estoy de acuerdo en que el individualismo y el abuso tecnológico nos alejan de Dios, mas debemos evitar la crítica fácil. Me gusta la individualidad y me gusta la tecnología y creo que ambas son logros de la Modernidad que en ningún caso deben debilitarse. Más bien debemos fortalecer las relaciones comunitarias (subirlas de nivel, que no sean la obediencia al líder sino democracias verdaderas) y debemos aplicar la tecnología de forma inteligente, de manera que nos ayude a aprovechar y agradecer los dones de la naturaleza y no a menospreciarlos ni a sustituirlos.

Sagrado y profano son conceptos que surgen de una experiencia y una conciencia duales. La idea de lo sagrado que nos ha legado la modernidad trata de acotar ciertas parcelas de experiencia abiertas a la vida trascendente, junto a otras en las que lo trascendente está vedado en aras de lo pragmático, de lo materialmente objetivable y cuantificable. Más allá de esa delimitación y de esos conceptos ¿Qué es para ti lo sagrado?

San Benito nos dice en la Regla monástica que profeso que ‘el monje trate todos los objetos del monasterio como si fueran vasos sagrados del altar’. Para mí lo sagrado es lo que se ve en el mundo, en los demás, en una misma, cuando se mira con los ojos de Dios, es decir, cuando se ama.

Hablamos cada vez con mayor frecuencia de un cambio de paradigma que iría desde la visión dual y mecanicista hacia un marco de comprensión holístico e integrador. ¿Crees posible un cambio de esta naturaleza? Y, si es así, ¿Cómo imaginas a la humanidad que ahora está aflorando?

— En este punto no estoy segura de si se trata de un cambio de paradigma en el sentido de un ‘novum’ histórico, o bien de una tensión que ha existido siempre y que siempre existirá entre dos modos de situarse ante la propia existencia y ante los retos de la propia libertad. No me siento muy cómoda con los anuncios apocalípticos ni tampoco con los redentoristas. Quizás sí llegue un novum histórico, pero para mí lo importante no es eso, sino que Dios me llama cada día a vivir la vida con intensidad, con sencillez y haciendo honor a la verdad, tal como la concibo desde mi pequeñez.

viernes, 1 de julio de 2011

TEILHARD DE CHARDIN: LA PASIÓN DE CRECER.




Hemos creído interesante publicar en este blog un fragmento del artículo «Lo que yo creo», escrito por el religioso, palentólogo y filósofo francés Teilhard de Chardin en 1934, e inserto en la colección de artículos bajo el mismo nombre editado por la editorial Trotta en 2005. Chardin se nos aparece con una clarividencia notable en muchos aspectos de su pensamiento en fechas relativamente tempranas, adelantándose a intuiciones fundamentales de la ciencia y desarrollando un pensamiento filosófico a nuestro juicio de gran valor, al ser capaz de conjugar las nociones de totalidad y diversidad con bastante acierto. He aquí el fragmento:

«El Mundo (el valor, la infalibilidad y la bondad del Mundo), tal es en último análisis la primera, la última y la única cosa en la que creo. […]

Bajo su forma menos explícita, la fe en el Mundo, tal y como yo la he experimentado, se manifiesta por un sentido particularmente despierto de las interdependencias universales. […] Cuanto más fiel es uno a las invitaciones analíticas del pensamiento y de la ciencia contemporáneos, más prisionero se siente de la red de relaciones cósmicas. Mediante la crítica del conocimiento, el sujeto se encuentra cada vez más identificado con los más lejanos ámbitos de un Universo que no es posible percibir más que si se forma parcialmente un mismo cuerpo con él. Mediante la biología (descriptiva, histórica, experimental), el viviente se ve situado cada vez más en serie con la trama entera de la biosfera. Mediante la física, se descubren en las capas de la Materia una homogeneidad y una solidaridad sin límites. “Todo tiene que ver con todo”. Bajo esta expresión elemental, la fe en el Mundo no difiere sensiblemente de la aquiescencia a una verdad científica. Se manifiesta por una cierta predilección en ahondar en un hecho (la interrelación universal) de la que nadie duda; por una cierta tendencia a otorgar a este hecho la prioridad sobre los otros resultados de la experiencia. Y me parece que es bajo la influencia combinada de esta seducción y de este “énfasis” como se da, en el nacimiento de mi fe, el paso decisivo. Para cualquier hombre que piense, el Universo forma un sistema interminablemente unido en el tiempo y en el espacio. Según el común parecer, forma un bloque. Para mí, este término no es más que el muñón inestable de una idea que adquiere su inevitable redondez en una expresión más decisiva: el Mundo constituye un Todo. […]

[…] Simplemente, yo entreveo, o presiento, por encima del conjunto unido de seres y de fenómenos, una realidad global cuya condición consiste en ser más necesaria, más consistente, más rica, más certera en sus caminos, que cualquiera de las cosas particulares que envuelve. […]

[…] ¿Es que la presencia del Todo en el Mundo no se nos impone con la evidencia directa de una luz? En verdad, así lo creo yo. Y es precisamente el valor de esta intuición primordial lo que me parece que sostiene el edificio entero de mi creencia. En definitiva, y para poder dar cuenta de hechos encontrados en lo más íntimo de mi conciencia, me he visto llevado a pensar que el hombre posee, en virtud de su misma condición de “ser en el Mundo”, un sentido especial que le descubre, de una manera más o menos confusa, el Todo del que forma parte. Nada de asombroso, después de todo, en la existencia de este “sentido cósmico”. Por ser sexuado, el hombre posee sin duda las intuiciones del amor. Por ser elemento, ¿por qué no habría de sentir oscuramente la atracción del Universo? De hecho, nada, en el inmenso y polimorfo ámbito de la mística (religiosa, poética, social y científica) puede explicarse sin la hipótesis de semejante facultad, mediante la cual reaccionamos sintéticamente ante el conjunto espacial y temporal de las cosas, para aprehender el Todo tras lo Múltiple. […]

Me abandono a la fe confusa en un Mundo uno e infalible, a dondequiera que me conduzca. […]

Rembrandt, El sacrificio de Isaac (1635)


Un primer punto que se me revela con una evidencia que ni siquiera pienso poner en duda, es que la unidad del Mundo es de naturaleza dinámica o evolutiva. […] Antes nos mirábamos a nosotros mismos, y las cosas en torno de nosotros, como “puntos” cerrados sobre sí mismos. Los seres aparecen ahora como semejantes a fibras sin hilo, trenzadas en un proceso universal. […] Por su historia, cada ser es coextensivo a toda la duración; y su ontogénesis no es más que el elemento infinitesimal de una cosmogénesis en la que se expresa finalmente la individualidad, y como el rostro del Universo.

Así el Todo universal, igual que cualquier elemento, se define a mis ojos mediante un movimiento particular que le anima. Pero, ¿cuál puede ser este movimiento? ¿Hacia dónde nos lleva? Esta vez, antes de decidir, siento que se agitan y se agrupan dentro de mí sugestiones o evidencias recogidas en el curso de mis investigaciones profesionales. Y por mi parte, como historiador de la vida, no menos que como filósofo, respondo, desde el fondo de mi inteligencia y de mi corazón: “Hacia el Espíritu”.

Evolución espiritual. Sé muy bien que la asociación de estos dos términos sigue pareciendo contradictoria, o cuando menos anticientífica, a un gran número (y quizás a la mayoría) de naturalistas y de físicos. Como las investigaciones evolucionistas acaban por vincular, paso a paso, los estados de conciencia superior a antecedentes en apariencia inanimados, hemos cedido ampliamente a la ilusión materialista que consiste en considerar como “más reales” los elementos del análisis que los términos de la síntesis. […]

En mi caso particular, la “conversión” se ha llevado a cabo a través del estudio del “hecho humano”. Cosa extraña. El hombre, centro y creador de toda la ciencia, es el único objeto que nuestra ciencia no ha logrado todavía acomodar en una representación homogénea del Universo. Conocemos la historia de sus huesos. Pero, por lo que se hace a su inteligencia reflexiva, no ha encontrado todavía un puesto regular en la naturaleza. En medio de un Cosmos en el que la primacía pertenece todavía a los mecanismos y al azar, el pensamiento, ese fenómeno formidable que ha revolucionado la Tierra y se mide con el Mundo, sigue apareciendo aún como una inexplicable anomalía. El hombre, precisamente en lo que tiene de más humano, sigue siendo un resultado monstruoso y desconcertante.

Para escapar a esta paradoja me he decidido a invertir los elementos del problema. Expresado a partir de la Materia, el hombre se convertía en la incógnita de una función irresoluble. ¿Por qué no plantearlo como término conocido de lo Real? El hombre parece una excepción. ¿Por qué no hacer de él la clave del Universo? El hombre se niega a dejarse violentar dentro de una cosmogonía mecanicista ¿Por qué no edificar una física a partir del Espíritu? He intentado, por mi cuenta, enfocar así el problema. E inmediatamente he tenido la impresión de que la realidad vencida caía desenredada a mis pies.

Ante todo, bajo la influencia de este simple cambio de variable, el conjunto de la vida terrestre adquiría una figura. Mientras que la masa de los vivientes se dispersa en desorden en mil direcciones diversas cuando se la trata de distribuir de acuerdo con simples detalles anatómicos, se despliega sin esfuerzo en cuanto se busca en ella la expresión de un impulso continuo hacia una espontaneidad y una conciencia mayores; y el pensamiento encuentra su puesto natural en este desarrollo. Sostenido por infinitos tanteos orgánicos, el animal pensante deja de ser una excepción en la naturaleza; representa simplemente el estadio embrionario más elevado que conocemos en el crecimiento del Espíritu sobre la Tierra. De un solo golpe, el hombre se encuentra situado en el eje principal del Universo. […] Una evolución a base de Materia no salva al hombre: porque todos los determinismos acumulados no son capaces de producir una sombra de libertad. Por el contrario una evolución a base de Espíritu conserva todas las leyes atestiguadas por la física, al mismo tiempo que conduce directamente al pensamiento: porque una masa de libertades elementales en desorden equivale a lo determinado. Salva a la vez al hombre y a la Materia. Por tanto hay que adoptarla.

Para mí, en la constatación de este logro se consuma definitivamente una “fe en el Espíritu”, cuyos principales artículos pueden expresarse así:

a) La unidad del Mundo se presenta ante nuestra experiencia como el ascenso de conjunto, hacia un estado cada vez más espiritual, de una conciencia al principio pluralizada (y como materializada). Mi adhesión completa y apasionada a esta proposición fundamental es esencialmente de orden sintético. Es el resultado de una gradual y armoniosa organización de todo lo que me aporta el conocimiento del Mundo. Ninguna otra fórmula distinta de ésta me parece suficiente para garantizar la totalidad de la experiencia.

b) En virtud de la misma condición que lo define (a saber, la de aparecer al término de la evolución universal), el Espíritu de que aquí se trata posee una naturaleza particular muy determinada. No representa en absoluto una entidad independiente o antagonista con respecto a la Materia, o una cierta potencia prisionera o flotante en el Mundo de los cuerpos. Por Espíritu entiendo “el Espíritu de síntesis o de sublimación” en el que laboriosamente, en medio de ensayos y fracasos sin fin, se concentra la potencia de unidad difundida en la multiplicidad universal: el Espíritu que nace en el seno y en función de la Materia.

c) El corolario práctico de estas perspectivas es que, para dirigirse a través de las brumas de la vida, el hombre posee una regla biológica y moral absolutamente segura, que consiste en dirigirse constantemente a sí mismo “hacia una conciencia mayor”. Al obrar así, se halla seguro de no caminar solo, y de llegar a puerto, con el Universo. En otros términos, un principio absoluto de apreciación de nuestros juicios tendría que ser éste: “Más vale, y a cualquier precio que sea, ser más consciente que menos consciente”. Este principio me parece la condición misma de la existencia del Mundo. A pesar de que, de hecho, muchos hombres lo ponen en duda, explícita o implícitamente, sin caer en la cuenta de la enormidad de su negación. No pocas veces, después de alguna discusión infructuosa sobre puntos avanzados de filosofía o de religión, he oído que mi interlocutor me decía bruscamente que no veía que un ser humano fuera absolutamente superior a un protozoo, o incluso que el “progreso” es el causante de la desdicha de los pueblos. Nuestra controversia se había desenvuelto sobre una ignorancia fundamental. Un hombre, por sabio que fuese, no había comprendido que la única realidad que hay en el Mundo es la pasión de crecer. No había dado el paso elemental sin el cual todo lo que me queda por decir parecerá ilógico e incomprensible.» (pp. 88-94).

viernes, 18 de febrero de 2011

ALÍ BABÁ Y LOS CUARENTA LADRONES


Introducimos a continuación un extracto del artículo publicado por Ignacio González Faus en la revista Noticias Obreras (enero de 2011, pp. 11-13) con el título arriba reseñado, y que supone una crítica al planteamiento actual de la crisis. Hemos escogido los siguientes fragmentos:

[…] en realidad no hay mercados agitados sino especuladores que agitan. Ni son sensibles los mercados sino manipulables, como fichas de ajedrez, por fuerzas escondidas que saben bien lo que quieren conseguir.
[...]
Encantadora ingenuidad la de esa expresión [«estamos haciendo los deberes»] que evoca un colegio infantil, unos niñitos deseosos de aprender y unos educadores bondadosos. ¿Qué tal si dijéramos que la economía española no corre peligro «porque estamos mandando a la miseria a millones de españoles»? Ya sé que así tampoco saldríamos de la crisis económica, pero al menos sabríamos a qué atenernos y de qué ralea son ésos que nos imponen «los deberes»: cada vez que los políticos agreden a los más necesitados, respiran los mercados.
[…]
De este modo conseguirán los mercados su meta final: […] negar vigencia política a todas las veleidades igualitarias y de justicia social que amenazan a la libertad individual. Porque vale: «todos los hombres son libres» pero… «unos más que otros», como decía aquella famosa novela.
[…]
«Recortar gastos y no dilapidar» es una receta que suena muy bien y muy razonable. Pero si entendemos correctamente lo que significa dilapidar, parece que debería referirse a recortar gastos militares, por ejemplo, o gastos faraónicos como los del alcalde de Madrid. Y he aquí que no: se trata más bien de recortar gastos sociales. Ésos sí que son unos dispendios suntuosos que sólo benefician a unos muertos de hambre. Y encima, extranjeros muchos de ellos. En resumen: esos inocentemente llamados «mercados» lo tienen todo tan «atado y bien atado», que hemos asistido a la imposibilidad de luchar contra ellos: huelgas, manifestaciones y algaradas en Grecia, Francia, Inglaterra,

Irlanda o España resultan sacudidas tan pequeñas que no les hacen ni tambalearse: porque las reglas del juego las marcan ellos y no los políticos. Pero, más allá de las especulaciones de la Banca norteamericana, lo que está pagando hoy Europa son también los pecados originales cometidos en el proceso de su construcción: pacto de estabilidad, reglas de la OMC, primacía del Banco Central Europeo, adopción de criterios del FMI, el timo de la llamada Constitución europea que, cuando se vio en peligro, fue retirada de las manos (o del voto) de los ciudadanos, para pasar a las manos de los parlamentos; ampliación irracional a los 27 por la obsesión de tener más mercados, cuando Europa no era todavía más que un feto de pocos meses que no podía soportar aquellas dimensiones… Todo eso corriendo; pero otras medidas como la «reestructura de la deuda pública, obligación de que cada banco posea una parte de la misma, control cambiario, gravar las rentas financieras por lo menos al mismo nivel que las rentas del trabajo, la imposición del capital y del patrimonio, la subordinación de los flujos comerciales a normas sociales y ecológicas, tasas globales» (1)… y hasta nacionalización al menos temporal de la Banca, de todo eso ni hablar. Y de aquellos polvos se traga ahora Europa estos lodos. Dije en otra ocasión que, durante el siglo pasado, asistimos a un nuevo «rapto de Europa», pero esta vez no por mano de Júpiter, como en el mito antiguo, sino por obra de los mercados mucho más temibles que aquel dios tonante. Creo que los grandes padres del sueño de Europa (Adenauer, Schumann y de Gasperi), maldecirían hoy lo que hemos hecho con su ideal.

Antaño se discutía si el capitalismo era intrínsecamente injusto (Helder Camara) […] Hoy, en cambio, ya no se discute nada de aquello; y sin embargo ya no estamos en un capitalismo de producción sino pura y simplemente de especulación: un sistema en el que los inversores pueden mandar a la miseria a miles de ciudadanos, no para producir ningún tipo de riqueza sino para que su dinero les produzca más dinero. Y además de una manera anónima: porque nunca verán la cara ni conocerán la historia de sus víctimas; y la injusticia no la cometerán ellos inmediatamente, sino a través de sus esbirros que resultan ser los políticos.
[…]
«Ay, Ignacio Ellacuría –digno de una emperatriz–»: acuérdate de repetirnos aquello que tanto decías: que este mundo no tiene solución más que en una «civilización de la pobreza». Entendiendo por pobreza no la necesidad auténtica sino la sobriedad compartida.

(1) Bernard Cassen en Le Monde Diplomatique, noviembre de 2010, p. 29.

miércoles, 9 de febrero de 2011

LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN FRENTE A LA CRISIS DE LA GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL

El pasado día 3 de febrero tuvimos ocasión de tener con nosotros a Benjamín Forcano y escuchar su conferencia La teología de la Liberación frente a la crisis de la globalización neoliberal. Reproducimos aquí algunos fragmentos de la misma que nos han parecido especialmente bellos e ilustrativos. Son los siguientes:

El capitalismo no tiene soluciones:
Todo un pensamiento pseudocientífico pretende enmascarar la realidad del problema de la pobreza. La pobreza sería efecto de una desigualdad natural irremediable, ajena al funcionamiento interno de la economía y, en todo caso, habría que considerarla como un mal menor, pues frente al capitalismo no hay otro sistema mejor.

Sobre este punto, conviene afirmar sin ninguna ambigüedad que la realidad histórica expresa todo lo contrario: 1º) Una economía que no sirve al hombre, es un error. 2º) Una economía de mercado competitivo monopolista, sustraída al control del Bien Común ejercido por el Estado, es un error. 3º) Una economía que produce resultados positivos únicamente para unas minorías y negativos para las mayorías, es un error. 4º) Una economía que se rige por la dinámica propia del egoísmo, del lucro, de la ley del más fuerte, y que impide unas relaciones individuales y comunitarias basadas en la justicia, el amor y la solidaridad, es un error.

No hay duda de que la sociedad capitalista es una sociedad enferma, llena de contradicciones. Pero la raíz del mal está en que el capitalismo hace imposible una ética personal y comunitaria y corrompe las actitudes y los valores más genuinos del ser humano.

Todos sabemos cómo la orientación hoy más arraigada en sociedad y en la cultura es la que pretende hacernos creer que la felicidad consiste en tener: adquirir propiedades, cosas, lucrar, conseguir poder. Eso es producto de la estructura y cultura más estrictamente capitalistas y, sin embargo, lo consideramos como lo más natural. Ser egoístas, avaros, soberbios, dominantes, lo consideramos indicadores de nuestra identidad humana.

Pienso que esta orientación es antinatural, pues la realización de la persona no está en el tener sino en el ser. Los grandes valores no se desarrollan en el servicio al dinero sino en ser justos y fraternos, crear relaciones de amor y liberación, no ser frívolos ni insensibles al sufrimiento ajeno, no vivir pendientes del reconocimiento y del aplauso social, dedicarse a satisfacer las necesidades primarias de los seres humanos y luchar para suprimir todo cuanto los hace sufrir. Esas son las señas que constituyen la auténtica identidad humana.

El momento actual de la crisis neoliberal globalizada:
Poco a poco nos hacen creer que la crisis se va superando. Pero suena cada vez más en nuestros oídos una cantinela inquietante: esta crisis la están resolviendo no los gobernantes sino los oligarcas y economistas. Ha habido un tiempo en Europa en que el principio político, representativo de la voluntad popular, actuaba con arreglo a las necesidades y derechos de la sociedad; ahora quien gobierna es el principio económico, guiado por objetivos que nada tienen que ver con los de la sociedad en general. Los propósitos del principio económico doblegan a sus intereses a los propósitos del principio político. [....]

¿Quién es ese nuevo sujeto? ¿Son agentes de instituciones vacías de legitimidad, delincuentes de cuello blanco con los técnicos ajenos a los deseos de los ciudadanos?

Este nuevo sujeto transcurre y se organiza al margen de lo político, al margen de la ética, al margen del consenso de los ciudadanos, al margen de un proyecto ético de igualdad, justicia y libertad universales. Una economía humana globalizada debe estar supeditada a las necesidades básicas de la población y no a los intereses de unas minorías que, envueltas en el egoísmo de su opulencia, viven de espaldas a la sociedad.

Aparece entonces el punto preciso de esta crisis: no se trata como es obvio de una crisis económica sino ética, la economía no está en crisis o, si lo está, es por la ausencia de ética. Es una crisis ética, humanista, espiritual la que padecemos y, por negar las exigencias de esa ética, resolveremos vanamente la crisis. La crisis se trata de apuntalarla con el fin de que este nuevo sujeto vuelva a conducir el rumbo de la humanidad, pero en realidad se la oculta de nuevo en sus verdaderas causas, dejando herida la realidad, con tendencia a una mayor desigualdad e injusticia. No se la resuelve.
 
El momento segundo de la teología:
Estoy convencido de que son muchos entre cristianos los comportamientos individuales y muchas las prácticas institucionales que no responden al espíritu del Evangelio. Por unas u otras razones, al Evangelio lo tenemos secuestrado o desvalorizado.


Resulta más que claro que entre Evangelio y capitalismo, teología y globalización neoliberal no hay coincidencia, sino oposición. Son dos proyectos, dos dinámicas, y dos escatologías distintas. La del capitalismo apuesta por el egoísmo, el lucro, la ambición, el poder y el éxito. La del Evangelio apuesta por el amor, la justicia, la generosidad, el compartir, el servicio fraternal y la humildad.
 
El reino de Dios es ya para este mundo y tiene que ver grandemente con la política:
La utopía de Jesús es que el reinado de Dios se instaure progresivamente en la vida e historia de los hombres. Los imperativos de la justicia, del amor, de la libertad, de la paz y de la felicidad son imperativos para el momento presente. Si El hubiera renunciado a hacer efectivo su programa, no hubiera cuestionado el contenido de otros programas – el político y religioso de entonces- y no hubiera sido censurado, perseguido ni ejecutado. La ambición de los poderes que no sirven al pueblo utiliza siempre la política y la religión no para asegurar el bien y los derechos del pueblo, sino para defender su propio bienestar y privilegios, lo cual les lleva a tergiversar o vaciar la religión de su verdadero sentido.

Los evangelios nos dicen que Jesús anuncia una “buena noticia” o, lo que es lo mismo, la cercanía del “proyecto o reinado de Dios”. Ambas expresiones quieren decir que Jesús anuncia una sociedad alternativa, que exige un cambio individual y un cambio de las relaciones humanas sociales. Surgirá así el hombre nuevo.
[...]

Y concluyo con este poema del mismo Pedro Casaldáliga:

Yo me atengo a lo dicho:
La justicia:
a pesar de la ley y la costumbre,
a pesar del dinero y la limosna.

La humildad,
Para ser yo, verdadero.

La libertad,
para ser hombre.

Y la pobreza,
para ser libre.

La fe, cristiana,
para andar de noche,
y, sobre todo, para andar de día.

Y, en todo caso, hermanos,
yo me atengo a lo dicho: a la esperanza.

viernes, 28 de enero de 2011

CONFERENCIA DE BENJAMÍN FORCANO EN CÓRDOBA


El próximo jueves día 3 de febrero tendremos la gran satisfacción de contar entre nosotros con el sacerdote claretiano Benjamín Forcano, teólogo y director de la editorial Nueva Utopía, invitado por la Asociación Aletheia. Tal y como aparece detallado en la cabecera de nuestro blog, su conferencia versará sobre La Teología de la Liberación en la crisis de la globalización neoliberal, y será impartida en el salón de actos de la Facultad de Ciencias del Trabajo de Córdoba (c/ Adarve, nº 30. Junto a la Torre de la Malmuerta), dando comienzo a las 19:30.

Forcano es y ha sido un sacerdote profundamente comprometido con la teología de la liberación y, por tanto, con la causa más hondamente humana y cristiana: la de los más débiles y oprimidos. Tiene en su haber numerosas publicaciones, de las cuales podemos citar sólo algunas:  Evangelio y revolución (junto a Pedro Casaldáliga y Félix Sautié. Nueva Utopía, 2000);  Nueva ética sexual (Trotta, 1996);  El Evangelio como horizonte (Nueva Utopía);  Educación para la ciudadanía y los derechos humanos (Nueva Utopía, 2007);  Con la libertad del Evangelio (PPC, 2006);  Bernard Häring (junto a García Cascales. Nueva Utopía, 2000); o El aborto : la vida desde la energía molecular y las ciencias humanas y espirituales (junto con Jorge Carvajal. Nueva Utopía, 2009).

Para el cartel que anuncia la charla hemos recurrido a un montaje en el que se plasma la opción que, a nuestro parecer, existe en el ser humano de hoy (imagen central, tomada de Stalker, de Andrei Tarkovski) entre la figura liberadora de Jesús (rostro de la derecha: es el Jesús de El tributo de la moneda, de Masaccio) y las fuerzas opresoras del hombre (a la izquierda: Los pilares de la sociedad, de George Grosz, 1926).

Incluimos aquí un enlace a la página de su editorial (http://editorialnuevautopia.wordpress.com/), aunque adelantamos que algunos de sus libros podrán hojearse (y adquirirse) tras la conferencia.

Por último, y no sin antes animaros a que acudáis al acto, os remitimos también a la reflexión que nosotros mismos nos hemos permitido hacer sobre el mensaje cristiano a través de un montaje que hemos confeccionado, y que ha recibido ya numerosas visitas. Las instrucciones para su correcta visualización se encuentran en el apartado Nuestros Textos, en la columna derecha del blog y bajo la Editorial.

http://www.scribd.com/doc/35880194/CRISTIANISMO

Os esperamos.

viernes, 31 de diciembre de 2010

LO POR VENIR

Y mi pequeña esperanza no es nada más que esa pequeña promesa de brote que se anuncia justo a principio de abril.

Y cuando se ve el árbol, cuando miráis el roble,

Esa ruda corteza del roble trece y catorce veces y dieciocho veces centenario,

Y que será centenario y secular por los siglos de los siglos,

Esa dura corteza rugosa y esas ramas que son

como un revoltijo de brazos enormes,

(un revoltijo que es un orden),

Y esas raíces que se hunden y empuñan en la tierra

Como un revoltijo de piernas enormes,

(un revoltijo que es un orden),

Cuando veis tanta fuerza y tanta rudeza, ese brote pequeño y tierno ya no parece nada.

Es él el que parece un parásito del árbol, que parece comer a la mesa del árbol. (…)

Pero es lo contrario, es él de donde todo procede. Sin un brote que apareció una vez, el árbol no existiría.

Sin esos miles de brotes, que llegan una vez a principios de abril y quizá los últimos días de marzo, nada duraría, el árbol no duraría, y no mantendría su puesto el árbol (y este puesto debe ser mantenido). (…)

Esta corteza áspera parece una coraza, comparada con este tierno brote. Pero la áspera corteza no es nada más que un brote endurecido, que un brote envejecido. Y por eso el tierno brote perfora siempre, surge bajo la dura corteza.

Hasta el guerrero más duro ha sido un niño tierno alimentado con leche (…).

Sin este brote, que tiene aspecto de poca cosa, que no parece nada, todo esto no sería sino leña muerta.

Y la leña muerta será arrojada al fuego.

Lo que os confunde es que esta corteza ruda os desuella las manos; y no movéis el tronco ni una milésima de milímetro; (…)

Mientras que el brote no se resiste nada bajo el dedo y simplemente con la uña, el primero que pase hace saltar el brote (…).

Y el brote no resiste nada. Además es que no está hecho para la resistencia, no está encargado de resistir.

Son el tronco y la rama, y esa raíz central los que están hechos para la resistencia, los encargados de resistir.

Y es la ruda corteza la que está hecha para la rudeza y la que está encargada de ser ruda.

Pero el tierno brote no está hecho más que para el nacimiento y no se le ha encargado sino que haga nacer.

(Y que haga durar)

(Y que se haga querer)

Y por otra parte yo os digo, dice Dios, que sin ese brote de abril, sin esos miles de brotes, sin ese único brotecito de esperanza (…) toda mi creación no sería más que leña muerta.

Y la leña muerta será arrojada al fuego.

Y toda mi creación no sería más que un inmenso cementerio.

Además, mi hijo ya se lo ha dicho: Dejad que los muertos entierren a sus muertos.



Charles Péguy, El misterio de los Santos Inocentes, Encuentro, 1993, pp. 9-11.

lunes, 27 de diciembre de 2010

ISAÍAS 11

1 Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará.

2 Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh.

3 Y le inspirará en el temor de Yahveh. No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas.

4 Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. Herirá al hombre cruel con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado.

5 Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos.

6 Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá.

7 La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán sus crías, el león, como los bueyes, comerá paja.

8 Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano.

9 Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará llena de conocimiento de Yahveh, como cubren las aguas el mar.

10 Aquel día la raíz de Jesé que estará enhiesta para estandarte de pueblos, las gentes la buscarán, y su morada será gloriosa.


jueves, 1 de enero de 2009

MÁS ALLÁ DEL MAL.... LA LIBERTAD


Capilla Sixtina



Publicado en Revista Alandar (9 de octubre de 2007).

Parece un lugar común decir que en el Cristianismo se está dando un proceso de crisis cada vez más inquietante… ¿o esperanzador? Por un lado, cobran fuerza sus versiones más fundamentalistas, aferradas fuertemente a concepciones ligadas al pecado, la condenación o la culpabilidad humana. Por lo que se refiere a las llamadas bases progresistas de la Iglesia, éstas se hallan notablemente desorientadas y enfrentadas al dilema entre dogmatismo y relativismo. Queriendo escapar de las connotaciones autoritarias del lema de que el Cristianismo es la única religión verdadera, se afirma como contrapartida la igualdad, a todos los niveles, de todas las religiones.

Sin embargo, si es cierto que resulta completamente necesario respetar toda manifestación religiosa, y también aprender del núcleo de sabiduría del que cada una de ellas es depositaria, parece incongruente venir a afirmar que las religiones son como cartas intercambiables en un mundo que parece mejorar cuanta más diversidad religiosa exista. Esto, si se reflexiona un poco, no sólo es un suicidio, sino que elimina de hecho el valor propio y singular de cada religión.

Tradición evangélica

El Cristianismo que pretende ser más fiel a la tradición evangélica original, debe, si de verdad desea aportar soluciones, ofrecer respuestas. Respuestas a cuestiones candentes planteadas en un mundo lastrado por contradicciones que parecen insalvables. Por ejemplo, interrogantes tales como si la verdad es realmente incompatible con la libertad, si la libertad es una forma de ser del ser humano en plenitud o sólo una capacidad de elección, o si esa misma libertad es tan difícil de hacer congeniar con la justicia o la solidaridad. También habría que responder a cuestiones como si el ser humano es, en esencia, culpable o inocente, y cómo lo ve, en este sentido, el propio Jesús. ¿Debemos amar a nuestro prójimo –y a nosotros mismos- aun siendo culpables, o, por el contrario, podemos amarnos gracias a que mantenemos, a pesar de todo, nuestra inocencia primordial? Y, en el caso en que lleguemos a la conclusión de que somos culpables, o que lo es una parte de los seres humanos, ¿qué características debe poseer ese amor, si es que decidimos continuar siguiendo, con todo, ese precepto evangélico? Evidentemente, las formas de actuación varían mucho dependiendo de cuáles sean los presupuestos de los que partamos y, sin clarificar estos últimos, será casi inevitable que nos dejemos arrastrar por el ambiente social o ideológico general.

Aquí pudiera enlazarse con una de las principales conclusiones de la Teología de la Liberación, la de la “opción por los pobres”. Parece necesario tener claro que la opción por los pobres no es únicamente cristiana. Ha llegado a ser, afortunadamente, un imperativo ético bastante universal no necesariamente ligado a presupuestos religiosos. Hay, pues, que aclarar también por qué defendemos dicha opción precisamente desde tales presupuestos. Por otra parte, también se hace imprescindible explicitar qué tipo de liberación defendemos para los pueblos oprimidos de la Tierra. Si ésta no es únicamente de promoción económica (lo cual, a su vez, como ha ocurrido tantas veces, sitúa a los individuos y a los pueblos en situación privilegiada para ejercer ellos mismos la opresión sobre otros), entonces seguramente es nuestro deber plantearnos a qué tipo de ser humano y sociedad libre aspiramos, si ella es posible y desde qué premisas. Por otra parte, tampoco estaría de más hacernos una reflexión sobre el papel, necesario o no, de “los ricos”, sobre si son o no culpables y cuál es su destino, si llega, como proclamamos, el Reino de Dios. Todo ello, naturalmente, enlaza directamente con la cuestión clave de la salvación o condenación del ser humano, hoy también pendiente. Parece evidente que nuestro cristianismo se ha laicizado hasta extremos difícilmente concebibles en el pasado, pero que queramos seguir pasando por alto esta ardua problemática no significa que no tenga peso y que, además, su carácter no resuelto nos impida avanzar a la hora de ofrecer alternativas reales a las injusticias y desequilibrios –sociales, existenciales, ecológicos, económicos…- del mundo de hoy.

Aportaciones al debate

Por nuestra parte, desde Aletheia queremos hacer algunas aportaciones a un debate que nos parece actualmente insoslayable. Parece posible hacer algunas propuestas que inciten a la reflexión y el diálogo. Entre ellas se encuentra la de considerar la libertad como plenitud de ser y, como tal, fuente de todo bien. Desde este punto de vista, la libertad no puede ser concebida, en consecuencia, como origen de ningún mal, ya que un ser completo no elige algo que pueda ir en contra de su plenitud o integridad. De aquí se deduce que el ser humano no es verdaderamente libre cuando “elige” su propio mal o el de sus semejantes, simplemente porque no ha llegado al término de su evolución espiritual. Y con ello su dignidad no queda menoscabada, pues si el ser humano no es aún plenamente libre, el mal al que asistimos cotidianamente viene por los atajos que se toman para alcanzar ese bien que es la libertad.

De lo anterior también se extrae que un ser humano que se concibe, de una manera o de otra, separado de los otros seres humanos, no está completo. Por ello, pensamos que la auténtica libertad puede lograrse únicamente desarrollando un yo singular y solidario: sólo puedo ser yo mismo si los otros son sí mismos, y viceversa, entendiendo este “ser sí mismo” de la forma más integralmente humana. Este principio no admitiría exclusión alguna (todos los seres humanos son necesarios) y, además convierte el problema de la maldad humana en un problema de carácter evolutivo (no hemos alcanzado aún nuestro auténtico ser). La misión humana consistiría, pues, en lograr lo que venimos a denominar como “libertad inocente”, una libertad no ligada ya a la trasgresión y el pecado, sino a ser la manifestación espontánea de nuestra propia singularidad.

Podemos decir que las anteriores son nuestras piedras de toque fundamentales. A partir de ellas, pensamos, pueden ponerse las bases de una nueva forma de concebirnos, lo que es fundamental, a su vez, para transformar nuestra forma de ser y de actuar. A partir de aquí, nuestra intención es no sólo plantear el debate arriba expuesto, sino también proponer nuevas formas de actuación y redes de solidaridad basadas en el principio de la afirmación del ser humano como ser necesario (todo lo contrario del ser humano “sobrante”, tal y como es concebido, de hecho, en el actual modelo vigente).

Precisamente, la universalidad de estos principios permitiría numerosas modalidades de aplicaciones prácticas que fueran factor de impulso para la transformación de nuestro mundo, permitiendo, además, la unificación de la imprescindible faceta espiritual con otras como la económica, la social o la política, excesivamente disociadas en el momento actual.

Rosa Mª Almansa Pérez.

Doctora en Historia.

LA MUERTE DE DIOS


Hace dos mil años y en un lugar remoto del epicentro político del Imperio de Roma, hizo su aparición una auténtica Singularidad Espiritual que constituyó el origen de una nueva historia que, según todas las “señales” de nuestro tiempo, está tocando a su fin. Sus palabras se repiten en infinidad de lugares, pero son cada vez menos los que las escuchan, y aquellos que lo hacen dudan muchas veces de la filiación divina de su autor. Es más, el que murió para que el Reino de Dios triunfara en este mundo sembró con su Palabra la semilla de una nueva civilización que, una vez que alcanzó su mayoría de edad, proclamó con orgullo y de muy diversas maneras que Dios ya no le era necesario al hombre, lo cual equivale a decir -y así se dijo y se dice aún literalmente- que Dios había muerto. Podemos, pues, afirmar que la era de Cristo Jesús comenzó con su muerte/resurrección, y que acabará de la misma manera, ya que «la cizaña ha crecido suficientemente para ser separada del trigo», aunque esta vez la muerte/resurrección corresponderá esencialmente a su Mensaje; y así como el cuerpo resucitado de Cristo Jesús implicó la purificación de todo aquello que debe morir para que el cuerpo esencial viva eternamente, de la misma manera la Palabra que ya nadie escucha, y que desde este punto de vista está muerta, resucitará limpia de toda contingencia histórica y de toda adherencia sectaria. 

    Ahora bien, esto no significa el retorno a la exégesis neotestamentaria para determinar exactamente qué se dijo y qué no; o bien qué pueden significar tales o cuales hechos de su vida. Esto, como de costumbre, no llevaría sino al aumento de la confusión que reina actualmente. Hoy, lo que se espera, consciente o instintivamente, por parte de aquellos que no se han dormido (como les sucedió a la vírgenes necias que esperaban al Esposo) es la resurrección de la Palabra de Aquel que dijo de sí mismo ante Pilatos que Él era el testimonio de la Verdad. Y es que en la medida en que la Palabra ha muerto también el Hombre está muerto, pues éste sólo accede a su auténtica identidad por la misma, tanto a nivel individual como a nivel social. Ahora bien, sin identidad no hay vida, puesto que lo que muere «ya no es lo que era». Ni volverá a ser lo que fue –añadiremos nosotros- cuando retorne.

         Estamos, según lo anterior, en un tiempo de muerte, porque la muerte de Dios o de su Palabra es una y la misma cosa. Y no refuta este hecho todo el ruido y agitación que produce el espectáculo permanente que el hombre ha hecho de sí mismo, en donde todo acaba siendo gesto impúdico y mirada obscena, sino que más bien lo corrobora, pues al agotarse el numen creador, síntoma de la auténtica vida, sólo nos queda representarnos a nosotros mismos. Sin embargo, he aquí la gran paradoja de nuestro tiempo, el hombre sin Identidad, y en este sentido muerto, está accediendo al poder de resucitar la carne y, con ello, al control de su vida biológica; pero de nada le servirá dicho poder si previamente él mismo no es a su vez resucitado –y ésta es la verdadera resurrección de los muertos- por la resurrección de la Palabra, única fuente de Vida y por tanto de Identidad.

        Sin embargo, no es en las iglesias que en este mundo de hoy se disputan la Palabra Verdadera en un sedicente diálogo en el que nadie está dispuesto a ceder –pues, ¿en qué se puede ceder en relación a verdades de fe?- donde hay que buscar la Nueva Palabra. Son como árboles donde ya no se desprenden sino hojas secas. Y como dijo Jesús: «dejad que los muertos entierren a sus muertos». El nuevo Árbol de la Vida ya no crecerá en el jardín particular de ninguna iglesia, pues en todas ellas se ha plantado demasiado próximo al árbol del pecado y sus frutos caídos han emponzoñado la tierra.

         


        Allí donde radica el mayor bien también radica el mayor peligro; por la libertad, por la belleza, por la justicia, por Dios, etc., los hombres han violado la Libertad, la Belleza, la Justicia y hasta han matado a Dios por defenderlo. Asimismo sucede con La Palabra, pues si en ella radica en primer lugar la Verdad, lo cierto es que, en la palabra, la mentira y la hipocresía encuentran su refugio más seguro. Pero la Palabra por la que se alumbra la Verdad es Palabra Inocente, y sólo por la recuperación de la inocencia en la Palabra, la Verdad deviene Presente. Quiere decir lo anterior que son inocentes los que por la Palabra buscan la Verdad, pero al ser justo la Palabra la esencia estructuradora de la identidad, lo que buscan es, en último término, “ser ellos mismos”. Ahora bien, el que es uno consigo mismo es el inocente, pero también es aquél que puede llamarse libre. ¿Pero quién es aquél que no quiere ser uno consigo mismo? O, dicho de otra manera: todos queremos ser inocentes porque buscamos una identidad por la que, como Uno, no experimentemos falta por la que nos sentimos estar de más en la existencia; pues sólo por la inocencia experimentaremos nuestro ser necesario, que no es otra cosa que nuestra auténtica identidad. 


        Para saber quienes somos hemos de experimentar primero la inocencia de nuestra condición que nos hace uno con nosotros mismos. Si Cristo, tal y como lo anuncia el Apocalipsis de San Juan, es Uno, y de su boca sale una espada de doble filo, esta vez el arma esencial de Dios será la Palabra que une los opuestos. De esta manera, el Hombre debe reconciliar en él lo que en su doble evolución de sujeto (individual y colectiva) ha perdido: a la Naturaleza y a Dios. Y esta doble comunión sólo es posible por la realización de la Palabra, que, como Uno, reconcilie a la subjetividad humana consigo misma, revelando su Inocencia Original, por la cual sólo es posible su Resurrección, o sea, su Salvación.

Francisco Almansa González
Filósofo y presidente de Aletheia.


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