jueves, 21 de noviembre de 2013

DEMOCRACIA, IGUALDAD Y VALORES. ENTREVISTA A FRANCISCO ALMANSA

Televisión Procono Córdoba entrevistó ayer a Francisco Almansa, presidente de la Asociación Aletheia, sobre Democracia, igualdad y valores. Aquí tenéis el enlace (en la leyenda de la foto):

Entrevista a Francisco Almansa en PTV Televisión

lunes, 11 de noviembre de 2013

DEMOCRACIA E IGUALDAD

Rosa María Almansa Pérez
Doctora en Historia y profesora universitaria de Historia Contemporánea.

En un momento como el que vivimos, la pregunta por la democracia aflora una y otra vez. Ello es lógico si tenemos en cuenta que, en sus circunstancias actuales, la democracia cada vez se disocia más de lo que se consideraba su ideal primigenio, cuyos orígenes se remontan a la antigüedad clásica y, principalmente, a las revoluciones inglesa, americana y francesa. En ellas se buscaba una extensión más universal de derechos, lo que pasaba inevitablemente por el cuestionamiento de determinados privilegios basados en supuestos méritos. Es posible que nos encontremos en un momento semejante, si bien cabe pensar que no se trate ahora tanto simplemente de extender derechos como de cuestionar la legitimidad de algunos de ellos. Así, por ejemplo, cabría preguntarse: ¿tiene derecho una sociedad, por el hecho de constituir una democracia,a erigir un imperio? O ¿debe existir en ella el derecho a explotar al prójimo? La extensión simplemente formal de derechos conduce a tales contradicciones, porque a través de tales derechos formales se encubren distribuciones asimétricas de poder por las cuales el auténtico poder de decisión queda para muchos anulado y para otros notablemente reducido.

 Muchas de las voces que pretenden hoy alzarse contra lo que viene considerándose crecientemente como una subversión de la democracia, así como mi participación en los movimientos sociales y de protesta, especialmente el 15M, me han permitido comprobar que suele asimilarse democracia con participación y opinión. Casi exclusivamente. La democracia, se nos dice, no se ejerce solo en los parlamentos: debe estar también en la calle, en los ámbitos micro de participación, y/o en el ejercicio directo del voto a través de procedimientos telemáticos. Así, se nos recuerda también con cierta insistencia que no consiste exclusivamente en votar cada cierto número de años, pretendiéndose rescatar, como hacen determinados foros, el procedimiento del plebiscito frecuente y vinculante como alternativa a la carta en blanco concedida a la casta política a través de los procesos electorales. En otras ocasiones, se apela a la reforma de la ingeniería de estos últimos como medio para terminar con la deficiente representatividad de los diferentes intereses y sensibilidades sociales.

Ahora bien, cabe, ante lo anterior, plantearse algunas cuestiones que parecen de importancia. Mujeres y hombres, y, en general, una sociedad que pretenda considerarse libre, no pueden dejar de preguntarse en qué consiste principalmente la democracia. Si estriba fundamentalmente en abrir, en ampliar la participación, conviene caer en la cuenta de que se está olvidando en buena medida la cuestión esencial de los vínculos que deben regir socialmente entre los seres humanos, algo que no debiera dejarse únicamente al albur de las relaciones de fuerzas que puedan configurarse en un determinado momento. Y, sin embargo, parece que ser crítico debe consistir más bien en tratar de ir al fondo de las cosas que centrarse preferentemente en los procedimientos. Así, una sociedad libre debe poder ante todo diferenciarse por las relaciones que imperen entre sus miembros, que debe ser conformes al ser esencial de los mismos y al del conjunto (incluyendo también a otros seres y a la naturaleza), más que únicamente al proceso de toma de decisiones, sin que pretenda restársele a esta última la importancia que le es debida. Y si decimos que nuestro ser esencial consiste en el núcleo de nuestra humanidad, entendida fundamentalmente como capacidad de dar, más que de tomar, y de realización de lo mejor de nosotros mismos en función de las potencialidades que nos son propias, resulta claro que todo esto tiene poco que ver con la promoción de nuestros intereses (que no derechos), tal y como suelen estos entenderse. Es más, resulta legítimo preguntarse si la realización de tales «intereses» no menoscaba en muchos casos nuestra propia humanidad o la de otros, socavando o impidiendo, pues, la construcción de una comunidad solidaria, que es la auténtica base, en mi opinión, sobre la que puede construirse una democracia que, verdaderamente, quepa entender como tal.

Lo anterior, naturalmente, nos conduce inevitablemente a la contemplación de la cuestión de la igualdad como fundamento de una democracia. En primer lugar, por la razón obvia, aunque sorprendentemente tantas veces olvidada, de que la carencia de oportunidades para la formación y la realización humana merman nuestra capacidad para decidir con conocimiento de causa. En otras palabras: la libertad para decidir no puede ser solo formal; debe ser también, y sobre todo, real. Y ésta solo puede lograrse no siendo a medias lo que somos, sino completamente, porque la realización de nuestra humanidad no puede ser un lujo, ni un factor dependiente de variables económicas, sino la premisa de la economía de la que nosotros, junto a los otros seres de la Tierra, somos el centro. Además, y en relación a esta entrada de la igualdad en la necesaria reflexión sobre la democracia, cabe decir, en segundo lugar, que es el privilegio el principal corruptor de las relaciones humanas, puesto que se trata de un activo creador de mundos paralelos y de imposible comunicación entre sí, pues estos se basan en la posición que sus protagonistas crean tener, naturalmente y por méritos propios, en la estructura social, deformando, en función de este factor, la visión del todo, e impidiendo con ello una visión ajustada y empática del otro, al que se contemplará como extraño y, con frecuencia, como una amenaza más o menos velada.

Si somos consecuentes con lo anterior, parece claro que puede postularse el siguiente enunciado: para que exista verdaderamente democracia, todo representante debe vivir como el representado.
Miembro de la jet-set.
O, en el caso del ejercicio de formas de democracia más directa, todo participante debe vivir como los demás. Esto garantizaría dos cosas: en primer lugar, que, al compartir el mismo tipo de formas de vida, preocupaciones, alegrías y dificultades de los otros, podremos verdaderamente ejercer la política por el bien de todos. El otro ya no será una abstracción, sino un igual, un compañero de camino, un semejante. En segundo lugar, la estrecha proximidad de formas de vida material es lo único que podrá asegurar que aflore nuestra auténtica diversidad (que no desigualdad), que no se encontrará de esta forma enmarañada con falsas identidades sociales.

En otro momento de crisis aguda de un sistema político-social, Sieyès demostró que lo tenía claro: una nación, que es el todo, es incompatible con los privilegios, que dan lugar a naciones aparte. Y esto no cabe entenderlo únicamente desde una perspectiva política, sino también, y fundamentalmente, social. Así pues, si comenzamos a entender por privilegio el hecho de no vivir como el otro, conclusión a la que no se podía llegar aún en la revolución francesa, habrá que sacar consecuencias. Parece que ya va siendo hora.

viernes, 1 de noviembre de 2013

¿QUÉ SON LOS VALORES? (III)





 APORTACIONES PARA EL DEBATE EN EL FORO DE ÉTICA Y POLÍTICA (Continuación)



e) Por los Valores se articula nuestra doble realidad de seres individuales con singularidad propia, y de seres comunitarios, asimismo portadores de una singularidad en tanto que tales. La realización de cada valor exige tanto una realización colectiva como, asimismo, una realización personal de los mismos. El individualismo rampante de la sociedad egocrática capitalista, no entiende el ser comunitario del hombre, y por eso concibe la sociedad como un conjunto de instituciones de naturaleza instrumental, que sirve solamente para que los individuos considerados como átomos puedan conseguir la realización de sus intereses particulares. De ahí que los primeros pensadores burgueses concibiesen la sociedad como un simple contrato.

Sin embargo, nuestro ser comunitario se fundamenta esencialmente sobre un acontecer, la naturaleza del lenguaje y la gratuidad inherente a la realización de los Valores. Este acontecer es el nacimiento, por el cual todo ser humano llega al mundo como fruto de la gratuidad para realizar su gratuidad. Dicho de otra manera: nadie se ha hecho a sí mismo, ni tampoco nadie nace como un ser instrumental.

 La instrumentalización surge en las relaciones entre los hombres, justamente en la medida en que los que acumulan «méritos» que han de ser recompensados con el fruto del trabajo de otros, a los cuales, en general, se les desprecia porque “no se han hecho a sí mismos”.

La conciencia de la gratuidad de este acontecer idéntico para todos, y que ha de ser completado a su vez con el concurso directo o indirecto de los que son y de los que ya fueron, es lo que constituye el sentimiento de pertenencia a un destino común. Solo con la conciencia de este destino común, que es vivido como un presente inherente a la gratuidad del Ser, es posible la experiencia auténtica de la fraternidad. Valor que hace posible nuestro ser comunitario, por cuanto su esencia se revela como “el querer ser uno más entre nosotros”. Es el espíritu igualitario, amorosamente asumido de los que se saben, como hemos dicho anteriormente, que comparten un destino común.

Como hermano no hay naciones ni culturas que separen, solo en la Universal Comunidad, en tanto que realización sin exclusión de nadie, y en donde a su vez nadie tiene más méritos ni menos méritos, el ser humano se puede relacionar como hermano con el ser humano. La vivencia de la fraternidad es una forma de experiencia amorosa, pues la fraternidad es un Valor esencial de nuestra afirmación como seres humanos, y, como tal, no tiene más fin que el de su plena realización. 

Frantisek Kupka, Localización de móviles (1912-13)

La fraternidad no es un medio para conseguir entendernos mejor, pues esto sería instrumentalizarla; pero ésta, como cualquier otro Valor constitutivo de nuestro Ser ,busca su plena y constante realización, aunque sea por caminos torcidos. Piénsese en la multitud de pequeñas sociedades fraternales con fines, en el mejor de los casos dudosos, pero en otros claramente perversos. No obstante, en tales sociedades, el individuo experimenta de alguna manera el valor de la fraternidad. Si reprimimos nuestro sentimiento fraternal, muy vivo en los pueblos primitivos y en los niños de poca edad, éste, en cuanto es constitutivo de nuestra identidad, se abrirá paso por las vías de menor resistencia constituyéndose en diferentes formas de fraternidad perversa, que pueden ir desde las pandillas de… hasta las disciplinadas y uniformadas falanges fascistas.

Cuando se dice que el hombre es un ser social por naturaleza, generalmente ni se piensa en su comunidad de destino como ser fraternal ni, lo que es aún más esencial en tanto a dimensión constitutiva de su ser comunitario, en la palabra. Por ésta los Valores se constituyen en universales, pues es por ella que se hacen conscientes con idéntica significación para todos. De no ser así: o bien la diáspora, como acertadamente narra el mito de Babel; o bien el dominio de un lenguaje mistificador que  en vez de revelarnos como una dimensión esencial de nuestro ser comunitario la fraternidad, y su experiencia plena como “el querer ser uno más entre nosotros”, se constituye en un instrumento para clasificar a los seres humanos en dos categorías: los esenciales y los relativos. Lo cual significa en definitiva que se habla el lenguaje de los esenciales, pues está construido, o mejor, deformado, para que éstos se entiendan fundamentalmente entre sí. 

Aquí la palabra también ha sido mutilada, y, como tal, reprimida. Sin embargo, con la mutilación de la palabra, que no es por otra parte sino la represión del pensamiento, pues no pensamos por nosotros mismos sino conforme a los otros, esto es, a los esenciales, lleva a que, en el fondo, lo que llamamos sociedad sea una especie de engendro a lo Frankenstein, o sea: un conjunto de retazos, en este caso de tejidos sociales, unidos por una fuerza externa que es el estado al servicio de los esenciales.


S. Mateo (1620), Guido Reni.
Se dice que la palabra sirve para entendernos, pero se omite el que la esencia de todo entendimiento radica en que el ser social no es algo estático sino que es un estado de realización permanente que implica que la misma tenga igual sentido para todos. Pues es la comunidad de sentido en el proceso permanente de realización de la sociedad como un todo, lo que permite que lo último sea posible. Pero, como venimos diciendo, la comunidad de sentido lo es fundamentalmente para los esenciales, aunque el sentido que los vincula los convierte en representaciones de lo que ellos desean ser, y no en el vínculo que auténticamente los realizaría en comunidad fraternal con los relativos, pues de esta manera ya no habría ni esenciales ni relativos. Lo primero es lo que en el lenguaje tradicional de la filosofía se denominaba como falsa conciencia de sí.

Solo es posible una verdadera conciencia de sí si la palabra humano posee el mismo sentido para todos. También es verdad que no hay humanidad en abstracto sino humanidad que se realiza; y dicha realización es a su vez la plena, permanente y universal realización de los Valores que nos afirman a todos como lo que somos. De ahí que éstos a su vez deban poseer la misma significación para todos, pues, hasta tanto no sea así, no es posible hablar de comunidad humana. 

Es obvio que dice bien poco la definición de hombre como ser racional a todos aquéllos que en la realidad cotidiana de sus vidas perciben que en el fondo y en la forma no cuentan para nada. Sin embargo, no es así para los que deciden realmente puesto que poseen los poderes para hacerlo. Sus decisiones les favorecen a ellos en primer lugar, y de ahí la ilusión de que la definición del hombre como animal racional se corrobora  en ellos.

Decíamos que otro de los fundamentos necesarios para la plena realización de nuestro ser comunitario es la gratuidad de los Valores. Con esto queremos decir que los Valores del Ser al afirmarnos como lo que somos en su plenitud, eliminan todo competir. La competición es lo propio de un ser que se experimenta en falta, y, como tal, busca ser más en relación a lo que experimenta como tal falta. El justo que realmente lo es no compite para ser más justo que los demás. Esto lo hace quien realmente no se experimenta como muy justo. Solo cuando se posee hambre de identidad, se cae en la tentación de atribuirse más méritos que los demás.



El hombre libre no quiere ser más libre que los otros, sino que todos seamos igualmente libres. Solo en la medida que los Valores no se realizan por sí mismos, reclamándose igualmente para todos, los seres humanos compiten porque no se afirman plenamente como lo que son. Ahora bien, una sociedad basada en el permanente competir solo puede mantenerse en la medida que se den otras sociedades que sean percibidas como menos que nosotros. Si esto empieza a invertirse, el vínculo de intereses comunes, que no de valores comunes, empieza a relajarse, y la estabilidad social entra en crisis.

Resumiendo: Los tres pilares del Valor Comunidad son: 1º) La fraternidad o el querer ser uno más entre nosotros. 2º) La palabra con un sentido único para todos y en todas las realizaciones, puesto que solo de esta manera 3º) dichas realizaciones lo son de los valores conforme a la gratuidad de los mismos.

f) La gratuidad inherente a la afirmación de los Valores no quiere decir que su realización no cueste. Veamos, pues en qué consiste este costo.

Acostumbrados a la regulación de todas nuestras actividades por los mecanismos del mercado, se confunde lo que algo cuesta con su precio. Sin embargo, el costo de algo es el equivalente a la cantidad de energía necesaria para su realización; que tarde o temprano ha de ser restituida a su fuente original para que prosiga de manera óptima la reproducción de los ciclos de la vida. Es aquí donde lo cuantitativo tiene su papel en la realización de los valores. Cuesta, por tanto, lo que se desgasta, siendo necesario restituir lo perdido por cuanto esto es necesario para la reproducción de la vida. Conforme a lo anterior, es necesario distinguir entre aquello que no cuesta porque no experimenta desgaste, y aquello que por desgastarse cuesta.

Gino Severini, La expansión de la luz (1912)

Los Valores pueden olvidarse o realizarse de forma incompleta, pero no se desgastan. La libertad, la fraternidad, el amor, etc., aunque a veces padezcamos de su relativa ausencia, ésta no se debe a desgaste alguno de los mismos. Es más, no solo no se desgastan, sino que son las energías primordiales que dan forma a nuestro ser y, como tales, son patrones de realización que permanecen iguales a sí mismos. Ahora bien, es el Valor salud-cuerpo aquél en el que radica el coste de toda realización, pues éste sí que se desgasta, y su desgaste ha de ser restituido conforme a la ley de su óptima autorregeneración. Es aquí donde legítimamente entra lo cuantitativo, pues es el Valor en cuya realización, dado el desgaste concomitante a la misma, se da necesariamente un coste.

En este punto nos detenemos, pues hemos llegado al elemento nodal entre las dimensiones gratuitas del Ser y aquéllas que cuestan. La articulación entre ambas es cuestión de otro valor que aquí no hemos entrado todavía a analizar y que es la Justicia. Asimismo, desde el valor referencia de todo coste podemos abordar la siguiente reflexión sobre lo que la economía que debe ser. Entrando con ello en el ámbito de lo concreto, que en última instancia es lo que puede ser cuantitativamente determinable.

Francisco Almansa González.

Recomendamos relacionado con este tema: Los Valores del Ser, NUEVOS VALORES PARA UN NUEVO TIEMPO y EL CAMBIO NECESARIO DE PARADIGMA Y LA VALORACIÓN DEL SER.

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