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lunes, 17 de febrero de 2020

IRÁN Y EL PUEBLO ESTADOUNIDENSE

Compartimos el siguiente artículo aparecido en la revista paradigmamedia.com en el siguiente enlace: https://paradigmamedia.org/la-voz-de-la-ciudadania-iran-y-el-pueblo-estadounidense/

Mucho se está conjeturando acerca del asesinato terrorista, por parte del gobierno de los EE.UU, del general iraní Soleimani, comandante de Quds -fuerza élite de la Guardia Revolucionaria- y una de las figuras con mayor liderazgo en la lucha contra el yihadismo en Iraq y Siria. Podemos encontrar, según numerosos artículos, indicios de colaboración israelí e, igualmente, evidencias de una presión por parte de este país para llevar a cabo el atentado. Igualmente, se vincula a una intención de debilitar una creciente influencia de Irán en todo el devastado Oriente Medio, con el fin de mantener el libre saqueo de sus recursos por parte de la potencia norteamericana y su más fiel aliado sionista. Asimismo, encontramos referencias a una amenaza frente al acercamiento entre Irán y China -llevado a cabo a través de recientes acuerdos comerciales sobre el crudo iraní y su traslado a través de la Ruta de la Seda que, poco a poco, va tejiendo el gigante asiático a lo largo de los cinco continentes-. Rusia tampoco queda al margen en este complicado entramado por su cercanía geográfica y sus comunes intereses económicos y geoestratégicos, de la misma manera que la UE -a pesar del aparente apoyo rotundo de París- no puede sino temer un enfrentamiento abierto entre EE.UU. e Irán que eleve el precio del crudo y dificulte todavía más los acuerdos comerciales que mantienen con los persas.
Todo este tablero de ajedrez nos proporciona, una vez más, un escenario que evidencia una situación en la que todos pueden ser aliados y, al mismo tiempo, enemigos; donde los frentes de lucha están totalmente diluidos y las alianzas se tienden en función del momento o del espacio geográfico. De hecho, el mismo Soleimani -nada sospechoso de ser amigo de los norteamericanos-se desplazaba incluso por territorio controlado por los EE.UU. hasta poco antes de su asesinato, a pesar de que el embargo y las sanciones a Irán, así como la estrategia militar estadounidense en Oriente Medio, dejan claro una política hostil hacia su país.
Aun así, y dentro de todo este espacio de conjeturas en la que nos encontramos, hemos podido escuchar una que, a mi parecer, es la más estremecedora. Se trata de la que vincula el atentado con el calendario electoral de los EE.UU. y, según la cual, la proximidad de las elecciones obliga a iniciar una contienda en territorio extranjero para mejorar los resultados en los comicios. Esta “campaña en torno a la bandera” ha venido siendo una estrategia ya enunciada frecuentemente cada vez que el gobierno de turno comienza o aumenta una agresión bélica y, a pesar de que se comenta únicamente como parte del juego entre candidatos presidenciales, no puede sino mostrarnos un escenario absolutamente terrorífico: el hecho de que el enemigo, en este caso, no sea el gobierno de un país imperialista, sino el pueblo que lo vota y que pide sangre para ello. De hecho, si muchos de los representantes demócratas se presentan en estos momentos como contrarios a iniciar una guerra con Irán cuando, anteriormente, se mostraron enormemente beligerantes y aceptaron pruebas irrisorias para comenzar invasiones como la de Afganistán, esto no nos hace pensar sino que la actual oposición interna no es sino una estrategia electoral más .
En este sentido, podemos incluso escuchar comentarios en torno a la táctica más acertada que debería llevar Trump, a partir de ahora, para beneficiarse electoralmente de este ajusticiamiento extrajudicial en suelo extranjero. La mayor parte de los análisis al respecto no hacen mención a que el método es más propio de un matón (cobarde, por añadidura, por cuanto se realiza desde la distancia) que de un Estado de Derecho al que dicen pertenecer, y que anula por completo cualquier garantía de justicia en gran parte del planeta por la presencia de sus bases y, por tanto, de una pista de despegue de sus drones. Tampoco se plantea, ni mucho menos, que Trump tenga que responder ante un tribunal internacional si, de hecho, este acto de guerra ha sido cometido sin más justificación que el interés partidista. Por lo visto, la mayoría del pueblo estadounidense acepta sin reparos que cualquiera que pueda ser sospechoso de constituir una amenaza para su país, se encuentre donde se encuentre e independientemente de su sometimiento a un juicio justo, puede ser inmediatamente aniquilado. Esto, si no fuera porque se trata del pueblo de los EE.UU., tan ensalzado por Hollywood en nuestras pantallas y tal elogiado por nuestros intelectuales como el que nos tiene que dar lecciones de democracia, sería considerado como propio de un estado enfermo, decadente y sanguinario. Yo diría, más bien, de una población reprimida, pues la ausencia del sentimiento fraternal que nos caracteriza como seres humanos es una de las peores represiones y, a la vez, de las más enmascaradas que lleva a cabo este sistema.
 
Manifestación en Iran el 3 de enero por el asesinato de Qasem Soleimani. Autor: Fars Fotógrafos
Ante esta situación, independientemente del país donde tenga lugar tal estado de opinión, no podemos dejar de plantearnos si se puede legitimar sin más una decisión electoral que pide violencia sobradamente injustificada y que está llevada a cabo, de forma evidente, bajo tal estado de alienación, simplemente porque se tata de la “decisión” del pueblo. Y es que tenemos que tener en cuenta que dicho pueblo se encuentra, por añadidura, en una situación de vulnerabilidad que obliga al 15% de la población a vivir de los bonos de alimentos, con un salario mínimo congelado desde hace 10 años que asciende a 7,25 dólares la hora y, según un informe de la ONU, con una masa de 40 millones de pobres (de los cuales 18,5 viven en pobreza extrema y más de 5,3 en condiciones extremas propias del Tercer Mundo). Está claro que no son precisamente estas bocas las que claman por una guerra, sino una clase media temerosa de perder su nivel de vida ante tal panorama, pero lo cierto es que, se exija lo que se exija, cualquier cosa parece poder presentarse ante una campaña electoral sin que nos cause más allá de una cierta perplejidad.
Esta situación no implica otra cosa que el hecho de que, para detener la máquina bélica de la principal potencia imperialista, es necesario un verdadero giro ideológico y de sentimientos en la población del que viene siendo el país con más guerras a sus espaldas. De hecho, podríamos decir que esta manera de conseguir la victoria electoral no es ni siquiera la más cómoda para la élite estadounidense, auténtica culpable de esta política imperialista -puesto que la clase media, en definitiva, no aspira sino a emular a una clase alta y, en concreto, a su insostenible modo de vida-. Para dicha élite sería mucho más efectivo -y barato- que el ejército de los EE.UU. pudiera actuar a sus anchas en función de las necesidades que tuviera en cada momento para defender sus intereses, sin tener que sobreactuar en función al estado de opinión. Pero el voto obliga, y la constante estrategia del miedo ejercida sobre la población, con el fin de conservar una “cohesión social” que deje las manos libres para aumentar lo máximo posible el capital a cualquier precio, ha convertido en necesario presentar un bombardeo en horario de máxima audiencia, o bien una serie de muertos que garanticen la seguridad de su modo de vida. Y es que lo anterior no esconde, por desgracia, sino un sentimiento más o menos consciente de que sus vidas requieren del esfuerzo y sacrificio de la inmensa mayoría de la población mundial. Véase, si no, el paradigmático discurso, en octubre de 2001, del secretario de Defensa Donald Rumsfeld a las tripulaciones de un grupo de bombarderos: “Tenemos dos opciones. O cambiamos la forma en que vivimos o cambiamos la forma en la que viven los otros. Hemos escogido esta última opción. Y sois vosotros los que nos ayudaréis a alcanzar este objetivo”1. En esto, y no en otra cosa, ha consistido el “modo de vida americano” -y también, por cierto, el “Estado de Bienestar” en general, tan defendido por la socialdemocracia, el cual igualmente ignoraba la falta de bienestar en otros países-.
Por tanto, podríamos decir que la resistencia y la lucha antiimperialista se encuentra ante un enemigo que, en muchos casos, no sabe realmente que lo es, pues se trata de una población que vive enfrascada en el mantenimiento de un modo de vida totalmente alienado de su naturaleza fraternal, insostenible ecológicamente y socialmente injusto. Ello nos da una pista de que el próximo campo de batalla no será únicamente militar sino, fundamentalmente, de ideas y sentimientos. ¿Cómo, si no, acceder a esta clase media que no se siente responsable en absoluto de lo que vota, cuando sus decisiones provocan guerras y hambre?
Encarnación Almansa es miembro de la Asociación Aletheia y del Frente Antiimperialista Internacionalista.
1Citado por J. Fontana en su libro Por el bien del imperio.

jueves, 23 de mayo de 2019

EL CAPITALISMO SE DEVORA A SÍ MISMO


Transcribimos el artículo de nuestra compañera Encarnación Almansa publicado en la revista Paradigma el 9 de mayo de 2019 (https://paradigmamedia.org/el-capitalismo-se-devora-a-si-mismo/)

El 28 de abril de 1965, las tropas de EEUU entraron en Santo Domingo (República Dominicana), dentro de la denominada Operación Power Pack, para apoyar a los golpistas que, dos años antes, habían instaurado un nuevo régimen de terror tras un brevísimo paréntesis democrático que había sucedido a la dictadura de Trujillo. Sin disimulo, Lyndon B. Johnson declararía que no iba a permitir una nueva Cuba en el Caribe. Dos días después de la intervención norteamericana, en una reunión de la OEA en Washington, se aprobó que las tropas estadounidenses allí destinadas iban a pasar a considerarse como “interamericanas”. Tras una solución “negociada” (si puede considerarse una negociación en tal situación de diferencia de poder), se estableció un gobierno títere elegido en unas elecciones, con lo que la operación del imperio quedó limpiamente cerrada y legitimada por las normas internacionales del sistema.

El 20 de diciembre de 1989, unos 26.000 soldados norteamericanos entraron en Panamá, según el presidente George Bush para defender a los ciudadanos norteamericanos, llevar al general Noriega frente a la justicia norteamericana por narcotráfico e instaurar en el país un régimen democrático. En esta ocasión la operación recibió el nombre nada menos que de Causa Justa. Hace poco vio la luz un Memorandum secreto-sensitivo del Consejo de Seguridad Nacional redactado en abril de ese año, en el que se incluía otra motivación menos confesable: acabar con las negociaciones entre Noriega y Japón en relación a la ampliación del Canal de Panamá. Las cifras de muertos de la operación oscilan según las fuentes, pero la mayoría la sitúa entre los 3000 y los 6000. La ocupación estadounidense se prolongó durante dos años y, de hecho, el presidente electo tras unas elecciones tomó posesión de su cargo en una base estadounidense.

Ejemplos como estos podemos encontrarlos en África, en la práctica totalidad del territorio de Centroamérica y Sudamérica y, en la actualidad, en el devastado Oriente Medio. Incluso Europa ha vivido una situación similar en la antigua Yugoslavia con la intervención de la OTAN en la Guerra de los Balcanes. No obstante, tras la situación con el último fallido golpe en Venezuela, parece que no son tan fáciles ya las impunes invasiones militares estadounidenses en Latinoamérica para ordenar el territorio a su antojo. Si bien es cierto que mantiene el control político de gran parte del continente Sur americano a través de vías electorales (no olvidemos que el imperio no necesita siempre la opción militar para mantener sus tentáculos, pues, en muchos casos, es la misma ciudadanía la que lo vota) y que la amenaza de invasión militar parece mantenerse sobre la mesa cuando el resultado electoral no satisface a la Casa Blanca, parece que sus estrategias desestabilizadoras no acaban de cuajar, en parte por no contar con el apoyo esperado y en parte, también, por chapuceras. Ya se pudo ver algo en Turquía (hay sospechas de que el fallido golpe de estado de 2016 contra Erdogán partió de una base estadounidense) y, ahora, tras las fracasadas maniobras desestabilizadoras en Nicaragua, nos encontramos con el esperpéntico personaje de Guaidó como instrumento para destruir algo tan sólido como es el movimiento bolivariano en Venezuela.

Esto no significa que la amenaza sea menor, ni mucho menos, sino que nos encontramos frente a un imperio en decadencia que trata de mantener su hegemonía de forma cada vez más infructuosa, aunque no por ello menos agresiva. Tras dejar Oriente Medio en estado de devastación absoluta pero sin haber conseguido dominar el territorio, dirigen ahora su mirada de nuevo a su patio trasero con métodos quizá menos tajantes (a día de hoy, pues es plausible una intervención en un futuro próximo) pero igualmente evidentes. Sin embargo, podemos comprobar cómo EEUU ya no cuenta con el mismo apoyo incondicional de la comunidad política internacional, y ello se manifiesta en la incapacidad para controlar las situaciones tal y como venía haciéndolo, es decir, instaurando a su antojo dictaduras o democracias serviles en los países que osaban desafiar en lo más mínimo sus intereses. Por supuesto que en la historia de la hegemonía estadounidense ha habido territorios inconquistables, tales como Cuba o como fue Vietnam, pero ahora parece que el Pentágono cosecha más fracasos que victorias. Y una de las principales causas de ello, además de la pérdida de poder en el balance de la economía mundial por el surgimiento de potencias rivales, es la fractura dentro del bloque capitalista, perceptible ya incluso a nivel político (por supuesto, con intereses económicos contrapuestos como telón de fondo).


En realidad, el capitalismo ha permanecido unido solo en parte durante la Guerra Fría. Fue la amenaza de un contagio del socialismo en el bloque capitalista lo que obligó a enterrar las contradicciones entre potencias para dirigir sus fuerzas a neutralizar o destruir el temido “efecto dominó”. No podemos olvidar que, a pesar de la enorme inyección de dinero que supuso el Plan Marshall en Europa tras la Segunda Guerra Mundial y el generoso tratamiento de la deuda de la RFA, la RDA mantuvo desde 1965 hasta los años 80 un crecimiento del PIB mayor que el de su vecino occidental. El 32% del parlamento era femenino y la participación de la mujer en la vida laboral llegó incluso a ser mayor que el masculino, algo impensable en muchos países capitalistas. Tampoco podemos olvidar que hasta 1989, ningún país del Este tenía necesidad de establecer prestaciones por desempleo. Hungría fue el primer país en necesitarlo en ese año; a mediados de los 90, ya contaba con un nivel de más del 12% de desempleados, alcanzando el 25% en algunas regiones. 

Los logros sociales y el crecimiento económico de algunos países del Este provocaron que Europa occidental y EEUU tuvieran que desarrollar lo que después vino a denominarse como “Estado de Bienestar”, de tal manera que, convirtiendo a la clase trabajadora de estos países en consumidores, neutralizaron los movimientos obreros aspirantes a un cambio de sistema. El Estado del Bienestar ha sido presentado históricamente como un triunfo de la socialdemocracia y de la economía keynesiana, de ahí que sus herederos insistan en volver a estas políticas, escondiendo que se basaron fundamentalmente en un consumo y un desarrollo productivo insostenible e irracional, así como en el apoyo incondicional a las políticas militaristas e imperialistas que suministraron mano de obra y materias primas a bajo precio a las clases medias de occidente. Podríamos decir que su verdadero logro fue permitir esconder y postergar las contradicciones inevitables del capitalismo, así como que su corta vida fue la cara amable de la hipertrofia de la gran superpotencia que aspiraba a acabar con cualquier iniciativa disidente.

Con la caída del muro, muchos intelectuales conservadores y “progresistas” consideraron que viviríamos el triunfo definitivo del capitalismo en todo el planeta. No obstante, tras la desaparición del enemigo, además de vivir una de las más agresivas y duraderas crisis económicas del sistema, las tensiones en su seno no han hecho más que crecer, de manera que en la actualidad nos encontramos, paradójicamente, en una situación que recuerda a la previa a las dos guerras mundiales, donde no se sufrió un enfrentamiento entre el capitalismo y los aspirantes al comunismo, sino entre las mismas potencias capitalistas.

En primer lugar, nos encontramos una guerra económica de consecuencias todavía impredecibles. China y Rusia, como potencias económicas capitalistas que son en la actualidad, han empleando muchos de los subterfugios económicos anteriormente utilizados por sus enemigos occidentales: mano de obra barata, cambio de valor de las monedas, paraísos fiscales, compra y venta de deuda, mecanismos propios de transacción internacional, etc. No obstante, podemos decir que, de momento, no emplean la vía militar para conseguir sus objetivos y que China, conservando gran parte de control estatal en sus empresas, nos va presentando un sistema económico de deriva desconocida todavía. Estas dos nuevas potencias han ido creando zonas de expansión económica que han provocado, a su vez, movimientos militares por parte de EEUU para tratar de mantener el control de zonas anteriormente al servicio de sus intereses. Esto está siendo evidente en África, donde gran cantidad de recursos han pasado a manos chinas tras acuerdos con países como Nigeria o Sudán. La Ruta de la Seda avanza silenciosa pero implacablemente incluso por Europa y es muy dudoso que esta situación sea pacíficamente aceptada por los magnates estadounidenses de forma indefinida.

Pero las más paradójicas tensiones se están viviendo, en la actualidad, entre los mismos miembros de la OTAN. La amenaza de aranceles se encuentra constantemente sobre la mesa, a la vez que la UE se ha atrevido a multas históricas a grandes multinacionales estadounidenses por violación de la ley antimonopolio. Alemania, por su parte, ha apostado por abastecerse del gas ruso y no acepta las críticas del gobierno de Trump, apelando a su soberanía económica y provocando la ira, incluso, de países potencialmente socios en territorios cercanos, como Polonia o Ucrania (fieles vasallos de EEUU en Europa). El gasoducto Nordstream 2, cuyo proyecto fue iniciado por el excanciller alemán Schröder (actualmente presidente de una petrolera estatal rusa…) evitará su paso por los países del Este de Europa y se construye por el Mar Báltico.

Por su parte, Turquía se enfrenta de forma cada vez más evidente a EEUU dentro y fuera del territorio sirio. El gobierno estadounidense se apoya en las YPG kurdas (escindidas del PKK), las cuales, junto a otros grupos rebeldes, forman las Fuerzas Democráticas Sirias, algo que no es admitido por Turquía. En junio de 2018, ambas potencias tuvieron que alcanzar un acuerdo en Alemania, donde EEUU ordenó a las YPG que se retiraran de la recién conquistada ciudad de Manjib para que fuera nuevamente tomada por las fuerzas turcas. En enero de 2019, Trump amenazó con devastar económicamente Turquía si atacaba a los kurdos (a los kurdos de Siria, por supuesto, ya que los que viven en territorio turco han sido y siguen siendo invisibles para la comunidad internacional), y la reciente compra de sistemas de defensa antiaéreos rusos por parte del país asiático ha creado una nueva escalada de tensión diplomática de derroteros inciertos.

Por su parte, en Libia no se dirime únicamente una lucha entre fuerzas locales, tal y como nos quieren hacer creer, sino que también se enfrentan intereses de EEUU y algunos países europeos. El gobierno de Trípoli es reconocido por la ONU y por países como EEUU e Italia, junto con Turquía y Qatar, por su implicación en tratar de evitar la salida de los refugiados del país, mientras que el gobierno de Haftar (que controla la mayor parte del país y que actualmente lucha por el control de Trípoli) cuenta con el apoyo de Arabia Saudí, EAU y Egipto por su oposición a los Hermanos Musulmanes, pero también de Francia y Rusia, los cuales quieren recuperar los lazos comerciales que tenía con Gadafi. Es decir, que en estos momentos, en Trípoli, luchan indirectamente nada menos de EEUU contra Francia.

Toda esta creciente tensión internacional en el seno del capitalismo se implementa con una crisis sin precedentes de las instituciones propias del sistema. No solo se cuestiona la democracia representativa, que ha sido considerada como el sistema universal e incuestionable por la izquierda y por la derecha, sino que los organismos internacionales han perdido la poca credibilidad con la que contaban.

Una decadencia de estas dimensiones es enormemente peligrosa, pues sabemos que el capitalismo derrocha agresividad a todos los niveles: laboral, social, psicológico, militar… Por tanto, el enemigo no es externo. Ni nunca lo fue.



jueves, 4 de abril de 2019

IMPERIALISMO 4G



Venezuela acaba de superar uno de los más peligrosos ataques de su historia. Sumida en la oscuridad durante días, los venezolanos se han enfrentado de manera ejemplar a la falta de agua, de suministro eléctrico y, en definitiva, a la paralización en cuestión de segundos de los principales factores para el funcionamiento de la mayoría del país. Una situación de estas características, con la imposibilidad de conservar alimentos, pagar con tarjeta de crédito o, especialmente, mantener activos hospitales y fuerzas de seguridad, se ha mostrado como un avance de lo que se prevee como la guerra del futuro. Está claro que los bloqueos requieren demasiado tiempo para vencer a una población mayoritariamente convencida de que no quiere caer en manos del imperio estadounidense, lo cual se demostró ya anteriormente en países que han sufrido esta violencia de lesa humanidad, como Cuba, Corea del Norte o Irak (finalmente devastada por vía militar). La maquinaria arrasadora que pretende saquear los recursos de países ricos en materias primas, necesarias para el despilfarro del sistema, no puede esperar tanto, aunque siga empleando este método para socavar la voluntad antes de la definitiva violación.
Imperialismo 4G
Podríamos decir que el capitalismo, tras la caída del bloque del llamado “socialismo real”, ha ido extendiendo sus tentáculos a prácticamente todo el globo. En la actualidad no existe ningún rincón del planeta en el cual no haga presencia su economía. Es cierto que nunca llegó a desarrollarse una economía socialista, pero sí pudimos encontrar gérmenes de la misma en la URSS, a través un intento de extensión progresiva de la planificación desde campo industrial al resto de los sectores económicos. Esto no fue posible por la necesidad de mantener una política defensiva que deformaba desde el principio cualquier intento de planificación, así como por limitaciones ideológicas y teóricas con las que el marxismo continua debatiendo, tales como la economía en la época de transición al comunismo o la teoría del valor. De esta manera, el capitalismo -que también vivió frustraciones y fracasos en su origen- se erige hoy como único referente en el planeta, aun cuando no haya superado ninguna de sus limitaciones (ni ideológicas ni teóricas) y nos muestre únicamente un reguero de destrucción natural, social y de pensamiento como prueba de su triunfo.

En la actualidad, el principal arma del capitalismo es que se desarrolla más allá de lo que podríamos denominar como “internacional”, puesto que cuenta con elementos esenciales para su funcionamiento que se encuentran fuera del mapa político, dentro de lo que podríamos considerar como el terreno de lo “supranacional”. Entre estos elementos se encuentra, fundamentalmente, el capital, el cual no se encuentra sujeto a ninguna frontera y cuya limitación territorial -a través de bloqueos o aranceles- es únicamente un instrumento para boicotear el capital competidor. Se trata de un flujo planetario sin una única lógica global, cuyo movimiento es impredecible relativamente incluso para los que poseen mayor control del mismo, y que permanece desconocido para la inmensa mayoría de la población mundial, la cual sufre no obstante las consecuencias de sus vaivenes. De esta manera, podemos encontrar incluso que el país más endeudado del planeta pueda convertir su propia deuda en la deuda de los habitantes de sus países vasallos y sus neo-colonias. Pues no podemos olvidar que parte de nuestro trabajo diario acaba, indirectamente, en el pago de la inconmensurable deuda de los EEUU, a la manera como las regiones invadidas por el Imperio Romano pagaban sus impuestos a los que contaban con el estatuto de ciudadanos romanos.

Pero los mecanismos de represión del imperio capitalista también podemos decir que, progresivamente, van adquiriendo carácter supranacional. Véase el aumento de ataques cibernéticos, entre los que podemos contar el reciente al núcleo energético de Venezuela. Es el sabotaje “de cuarta generación”, deslocalizado, sin autores materiales claros y, al contrario del antiguo sabotaje como arma de los débiles, una nueva arma de los ricos contra los pobres. Las telecomunicaciones se presentan, igualmente, como el futuro objetivo militar a proteger, teniendo en cuenta que incluso los cables submarinos de comunicación que unen países están ya siendo motivo de debate por su vulnerabilidad. Un solo ataque a los mismos puede dejar incomunicadas grandes regiones durante un lapso considerable de tiempo como para desestabilizar el territorio, mientras tanto, por otras vías. Por no hablar del posible ataque a satélites de comunicaciones, cuya sustitución sería, obviamente, muy complicada.

El nuevo modelo de ejército privado también puede ser considerado como una nueva estrategia supranacional. Mercenarios del mundo se reúnen en diferentes escenarios que han de ser desestabilizados, infiltrados en revoluciones de colores -y, por qué no, guarimbas-, para después pasar al campo puramente militar en el caso de guerra civil. Son ejércitos en la sombra que actúan a las órdenes de alguna potencia, pero también de grandes empresas con intereses en los países agredidos. Academi, tristemente conocida como Blackwater por sus acciones en Irak, puede ser contratada igualmente para una emboscada que para una sesión de tortura. G4S, creada por un empresario danés, es el que cuenta con el mayor número de empleados en el mundo, y ha ejercido su cometido tanto como agencia de seguridad en las Olimpiadas de Londres en 2012 como en los puestos fronterizos de Gaza. Defion Internacional recluta contratistas latinoamericanos y ha enviado a más de 3.000 de ellos a Bagdad. Además de encargarse de las cloacas de la geoestrategia, mueven más de 100.000 millones de dólares en el mundo.

Pero el principal elemento represor supranacional dentro del capitalismo es, sin duda, su dominación ideológica. Se trata de un largo proceso de represión que ha vulnerado gravemente nuestra voluntad, nuestro pensamiento y nuestras emociones a través de elementos mucho más sutiles que los de la mera prohibición: la desmitificación a través del cine y la televisión de los grandes valores universales, por medio de protagonistas “antihéroes” que son modelo para niños y adolescentes, inmaduros, triviales, sin capacidad de sacrificio y actuando únicamente por intereses muy particulares; la consideración de cualquier utopía como irrealizable, cayendo no obstante en la utopía de que este sistema puede ser eterno por ser el mejor de los posibles; la incapacidad para el esfuerzo intelectual, por medio de la simplificación de cualquier contenido a un mínimo de caracteres o a la sucesión rápida de imágenes que eliminan incluso las respiraciones entre frases de los youtubers para que no nos aburramos; el olvido, sin duda intencionado, de los grandes logros de los intentos revolucionarios del siglo XX, de los cuales únicamente queda el mantra de que fueron totalitarios, escondiendo que ya en ellos se logró de forma natural la integración de nacionalidades y la igualdad no únicamente formal de la mujer. Todo ello va provocando una filtración invisible en nuestras emociones, de manera que ya nos encontramos encadenados al capitalismo no únicamente por nuestras convicciones, sino también por elementos mucho más difíciles de controlar: la insatisfacción por la alienación en el trabajo que ha de ser satisfecha a través del consumo, del viajar a bajo costo, de ser felices los fines de semana a cualquier precio; el miedo a ser diferentes, a imaginar escenarios más humanos; la convicción de que estamos solos y que nuestra pertenencia a una comunidad no puede ir más allá de la afición a un equipo de fútbol.

Mientras tanto, el internacionalismo que nació de la identificación con una clase proletaria se ve reducido a una colaboración de resistencia, especialmente económica, para encajar los embites del imperio. Ya no son “los pueblos del mundo” los que se ayudan a través de la movilización masiva y el levantamiento, alimentados por el deseo de luchar juntos contra el imperiarismo capitalista. Ahora, los gobiernos rebeldes luchan por sobrevivir en organismos internacionales del mismo sistema capitalista, exigiendo el cumplimiento de las leyes internacionales también del sistema. Y las nuevas potencias emergentes se enfrentan a la antigua hegemonía estadounidense a través de su propio lenguaje económico, tratando de abrirse camino por medio de la compra de deuda, de las fluctuaciones en el valor de las monedas, de la oferta y la demanda de las materias primas, de la producción a bajo coste.

No obstante, el sentimiento de clase puede decirse que fue un elemento supranacional anterior a los que ahora nos presenta el sistema. El hermanamiento internacional fue mucho más allá del mero sentimiento patrio, ahora tan necesario frente a las agresiones como las que sufre Venezuela. Por ello, la actual emergencia nacional no puede dejar de teñirse de internacionalismo e, incluso, de algo de ese supranacionalismo que ahora nos ha arrebatado el capitalismo. La defensa de Venezuela es la defensa de la dignidad más allá de sus fronteras, de la idea de que, o socialismo, o barbarie.


Encarnación Almansa Pérez es miembro del Frente Antiimperialista Internacionalista y de la Asociación Aletheia de Córdoba.

Foto de cabecera: Caracas, desde Palo Verde el pasado 12 de marzo. @llegolahoraya.

Artículo publicado en la Revista Paradigma el 18 de marzo de 2019.

jueves, 12 de mayo de 2016

ENTREVISTA A JUAN ESCRIBANO Y ROSA MARÍA ALMANSA SOBRE LA ECOLOGÍA DEL TRABAJO

El pasado mes de marzo de 2016, Juan Escribano y Rosa María Almansa, autores del libro La ecología del trabajo. El trabajo que sostiene la vida, publicado por Bomarzo, fueron entrevistados por PTV Córdoba.
Ya hemos publicado algunas entradas sobre dicho libro en este blog. Aquí tenéis la entrevista.


sábado, 13 de febrero de 2016

WISTON CHURCHILL Y LAS "TRIBUS INCIVILIZADAS"

El que reproducimos a continuación es un texto extraído de un libro de entrevistas a Noam Chomsky: La era Obama y otros escritos sobre el imperio de la fuerza. En él aparece un notable pasaje histórico que, como él mismo dice, no aparece nunca en los libros de historia, y que vincula estrechamente la política británica con el imperialismo de naturaleza racista. Es éste:


Winston Churchill (1874-1965)


«Tomemos el ejemplo de los kurdos. ¿Qué hicieron los británicos con los kurdos? He aquí una pequeña lección de historia que no se enseña en las escuelas inglesas, pero que conocemos gracias a documentos desclasificados. El Reino Unido había sido la potencia dominante del mundo, pero la primera guerra mundial debilitó su poderío. Cuando se examinan los documentos internos secretos, se descubre que después de la guerra los británicos estuvieron debatiendo cómo iban a continuar gobernando Asia ahora que no tenían fuerzas militares suficientes para ocuparla realmente.

           La propuesta era optar por el poderío aéreo. La fuerza aérea era entonces algo incipiente, surgido a finales de la primera guerra mundial. Y la idea era usar la fuerza aérea para atacar a la población civil. Se les ocurrió que sería una buena forma de reducir costos de aplastar a los bárbaros. Winston Churchill, que entonces era ministro para las colonias, pensó que eso no era suficiente. Recibió una petición del mando de la fuerza aérea de El Cairo solicitándole autorización para usar gas venenoso, y aquí cito textualmente, "contra los árabes recalcitrantes". Los árabes recalcitrantes de los que estaban hablando eran en realidad kurdos y afganos, no árabes, pero, como sabéis, de acuerdo con las normas racistas, todo aquel a quien se quiere matar es un árabe. Así que la cuestión era: ¿Debemos usar gas venenoso? Tened presente que estamos en tiempos de la primera guerra mundial: el gas venenoso era entonces lo último en atrocidades. Era lo peor que alguien podía imaginar. 

            Pues bien, este documento circuló por el Imperio británico. El Ministerio de la India se oponía, pues consideraba que el uso de gas venenoso contra los kurdos y los afganos podía causar problemas en la India, donde ya tenían bastantes problemas. Habría levantamientos, la gente se pondría furiosa, etc. En Inglaterra no iba a importarle a nadie, por supuesto, pero en la India sí. Esto indignó a Churchill, que dijo:

No entiendo estos escrúpulos respecto al uso de gas... estoy totalmente a favor del uso de gas venenoso contra las tribus incivilizadas... No hay necesidad de usar los gases más letales; pueden emplearse gases que causen grandes inconvenientes y propaguen un terror intenso sin causar efectos permanentes graves en la mayoría de los afectados... No podemos consentir bajo ninguna circunstancia que no se utilice cualquier arma disponible para conseguir terminar con rapidez el desorden que prevalece en la frontera.
Eso salvará vidas británicas. Usaremos todos los medios que la ciencia ponga a nuestro alcance.

            Pues bien, esa es la forma de lidiar con los kurdos y los afganos cuando eres británico. ¿Qué pasó después de eso? Pues lo cierto es que no lo sabemos con exactitud. Y la razón por la que no lo sabemos con exactitud es que hace diez años el gobierno británico instituyó lo que se denominó una política de "apertura gubernamental" para hacer más transparente su funcionamiento, ya sabéis, para fomentar la democracia y que la población sepa lo que hace su gobierno. Y el primer acto de esta política de apertura gubernamental fue sacar de los Archivos Nacionales (y, posiblemente, destruir) todos los documentos relacionados con el uso de la fuerza aérea y el gas venenoso contra los árabes recalcitrantes, es decir, contra los kurdos y afganos. De modo que tenemos la fortuna de no tener que saber con exactitud cuál fue el resultado de este pequeño ejercicio churchillian.

            Los británicos, en cualquier caso, se salieron con la suya. Hubo muchos tratados de desarme en esta época. En esos años, después de la primera guerra mundial, se hicieron muchos esfuerzos para reducir la guerra y demás. Los británicos consiguieron minar todo intento de prohibir el uso del poderío aéreo contra la población civil. Los grandes estadistas británicos estaban muy satisfechos con este éxito. En 1932, en un documento interno, ese famoso y honorable estadista que fue Lloyd George elogió al gobierno por haber logrado, una vez más, bloquear cualquier límite para el uso de la fuerza aérea: "insistimos en reservarnos el derecho de bombardear a los negratas", dijo. Sí, así se hace. Y ese es el Reino Unido, la otra gran democracia.»


CHOMSKY, Noam (2011), La era Obama y otros escritos sobre el imperio de la fuerza, Pasado&Presente, Barcelona, pp. 125-127.

domingo, 13 de septiembre de 2015

¿ESTAMOS ANTE EL FIN DE LA TRANSICIÓN?

W. Turner, El barco encallado (1828)

Francisco Almansa González.

"Hay que articular un nuevo sujeto político". Esta es la frase que figuraba en el titular de un periódico pronunciada por el parlamentario y dirigente de Iniciativa per Catalunya Verds, Joan Herrera. Asimismo, en un espacio no muy lejano de dicho titular, se mostraba una frase de Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, y considerada como la cabeza más visible de un «nuevo sujeto político» constituido por una panoplia de grupos que se dicen comprometidos social y políticamente con la regeneración de la vida política de este país.

La susodicha frase iba dirigida a los empresarios para transmitirles tranquilidad, pues por lo visto el sedante para la inquietud empresarial es la declaración explícita de no ser comunista. Si tenemos en cuenta la proximidad de "sensibilidades" ideológicas entre el dirigente catalán y lo que él representa, con los grupos que apoyan a la alcaldesa, y la alcaldesa misma, también a nosotros nos surge una incertidumbre que tememos nadie de ese mundo nos va a disipar; pues, a decir verdad, la única declaración sin ambigüedad de este nuevo sujeto político que dice estar articulándose, en cuanto a su ubicación ideológica, es precisamente esa: "no soy comunista"

Por lo demás, ya se sabe: "somos los de abajo, la centralidad, pero más bien socialdemócratas, estamos con la gente, lo importante es la democracia participativa...", y así un largo etcétera. Todo un récord de fraseología hueca y ambigua para pretender ser un «sujeto político» que dice haber roto con el pasado. Pero si algo caracteriza a un nuevo sujeto político es precisamente la claridad de su lenguaje y sus fines, así como la novedad en relación al contenido de unos valores que ya habían sido vaciados de contenido. Los continuistas, y por ahora todas estas nuevas formaciones lo son, se conforman con meros ajustes cuantitativos que restablezcan un equilibrio social que consideran alterado por la irresponsabilidad de unos pocos. De ahí términos como el de casta, que tanto éxito electoral ha cosechado momentáneamente, pero con el cual se enmascara al verdadero sujeto económico-político, responsable en última instancia de la crisis global que se está padeciendo. 

Este sujeto no es otro que una clase social, y muchos candidatos para incluirse en la misma, que detentan el monopolio de los medios y recursos necesarios para la libre realización mediante el trabajo de la mayoría. Como a dicha clase social se la ha sacralizado como los "creadores de riqueza", lo que se les pide -no como clase, claro está, sino como individuos responsables de una función social- es precisamente eso: "crear riqueza". O sea, que cumplan escrupulosamente con su función social, a todas luces imprescindible, si de lo que se trata es precisamente de conservar el capitalismo. Sin embargo, este sujeto político que se pretende emergente evita pronunciarse sobre la naturaleza del mismo, al cual evidentemente, con su silencio, le otorga legitimidad. Aunque tan clamoroso silencio pretende ser neutralizado presentándose continuamente como adalides de la democracia. 

Curiosamente se desgaja la superestructura política de un sistema de su base económica como si ambas pudiesen ser realidades autónomas. Ahora bien, esto solo es posible si se naturaliza la economía, y dándose por sentado que la economía de mercado, entiéndase el capitalismo, es el desideratum económico por excelencia. La economía, por tanto, no se debe ni se puede cambiar, pero sí actuar sobre los resultados del cuerno de la abundancia, que supuestamente se atribuye a la eficiencia del paradigmático modelo económico existente.

Calle de Shanghai

La política, pues, se reduce a ofrecer diferentes propuestas a la "ciudadanía" sobre cómo distribuir una parte de la riqueza producida -¿por quién?- para mantener el espejismo de la existencia de una justicia social. El sujeto político originario del sistema actual, la burguesía, creía que su sistema económico era el definitivo, dada la racionalidad comparada del mismo en relación a la economía feudal, como referencia más inmediata de economía existente. De igual manera creían que la igualdad formal, denominada democracia, de los miembros de las clases propietarias, era también la expresión más racional del orden político. Con lo cual no hicieron sino identificar el sujeto del poder económico con el sujeto político. Siendo el estado nacido de tal clase social un estado vigilante y protector de los intereses generales de la misma. Con la lucha de clases, la igualdad formal se hizo extensiva a todos los ciudadanos, pero el verdadero sujeto político siguió y sigue siendo indisociable del auténtico sujeto económico, que no es otro que el colectivo social propietario de los medios y recursos económicos necesarios para la vida y su plena realización, y que no es sino una clase social con un poder real muy superior al resto de los miembros de la sociedad.

No se trata, por tanto, de ciertos individuos o grupos empresariales que no juegan limpio sus propias reglas de juego, sino de las propias reglas de juego que se dicen legitimadas democráticamente, pero que son las que permiten unas diferencias de poder que tras la desaparición de los países socialistas no han hecho sino crecer.

Desde luego, si los sedicentes nuevos sujetos políticos se distinguen por algo no es por su claridad. Sin embargo, se podría pensar que son nuevos en relación a los objetivos marcados por la transición del régimen autocrático personalista de Franco hacia la democracia formal de mercado. Pero, a nuestro entender, tampoco es así, porque la esencia de la transición fue conseguir hacer abjurar de los principios que suponían una amenaza para el sujeto económico-político de mercado a los dirigentes de aquellos partidos de izquierda que aún los mantenían en sus estatutos. Para estos dirigentes, como Carrillo o González, lo que llevaron a cabo fue una "modernización" del socialismo. Pero cuando se habla de "modernización de la izquierda", lo que sucede siempre en realidad es un reforzamiento del sujeto económico-político del capital. 

Lo anterior, que es lo que para nosotros constituyó la médula de la transición, sigue tan vigente en los antiguos como en los "nuevos sujetos políticos", y por tanto, no son tan nuevos como ellos se creen ni hay verdadera ruptura con aquel pacto vergonzante que llamaron Transición Democrática.

Solamente si se posee realmente el poder económico entonces el sujeto político es realmente sujeto. Ahora bien, si esta coincidencia de poderes perteneciese al sujeto del trabajo real, y no al sujeto del capital, entonces estaríamos en la Democracia del Trabajo Libre.

lunes, 9 de junio de 2014

MARCUSE: LOS EFECTOS DE LA IMPOSICIÓN DE LA RAZÓN INSTRUMENTAL


 La partida de cartas (1917), Fernand Léger,

Como ya pudo ver H. Marcuse en los años cincuenta, la imposición casi absoluta de una limitada razón instrumental, de tipo empírico o científico-tecnológico, en prácticamente todos los ámbitos de la realidad, ha debilitado extraordinariamente la creencia en los valores, los cuales no poseen su fundamento en dicha limitada racionalidad. De ahí la necesidad -afirmamos nosotros- de una razón que, como dimensión esencial humana, y por tanto irrenunciable, sepa apreciar a las cosas por sí mismas, y no por su mera instrumentalización o utilidad. Capaz de fundamentar ontológicamente los valores. Esto es, que nos ayude a descubrir la justicia, la verdad, la bondad, como valores no aleatorios, sino anclados en nuestra naturaleza, y que por tanto deje de considerar al ser humano como un mero factor de "empleabilidad" sea en el ámbito que fuere. He aquí las palabras de Marcuse:

«Vivimos y morimos racional y productivamente. Sabemos que la destrucción es el precio del progreso, como la muerte es el precio de la vida, que la renuncia y el esfuerzo son los prerrequisitos para la gratificación y el placer, que los negocios deben ir adelante y que las alternativas deben ser utópicas. Esta ideología pertenece al aparato social establecido; es un requisito para su continuo funcionamiento y es parte de su racionalidad.

Sin embargo, el aparato frustra su propio propósito, porque su propósito es crear una existencia humana sobre la base de una naturaleza humanizada. Y si éste no es su propósito, su racionalidad es todavía más sospechosa. [...]

La sociedad se reproduce a sí misma en un creciente ordenamiento técnico de cosas y relaciones que incluyen la utilización técnica del hombre; en otras palabras, la lucha por la existencia y la explotación del hombre y la naturaleza llegan a ser incluso más científicas y racionales. El doble significado de "racionalización" es relevante en este contexto. La gestión científica y la división científica del trabajo aumentan ampliamente la productividad de la empresa económica, política y cultural. El resultado es un más alto nivel de vida. Al mismo tiempo, y sobre las mismas bases, esta empresa racional produce un modelo de mentalidad y conducta que justifica y absuelve incluso los aspectos más destructivos y opresivos de la empresa. [...]

La taladradora (1925), Frantisek Kupka

La cuantificación de la naturaleza, que llevó a su explicación en términos de estructuras matemáticas, separó a la realidad de todos sus fines inherentes y, consecuentemente, separó lo verdadero de lo bueno, la ciencia de la ética. No importa cómo pueda definir ahora la ciencia la objetividad de la naturaleza y la interrelación entre sus partes; no puede concebirlas científicamente en términos de “causas finales”. […]

Si lo bueno y lo bello, la paz y la justicia no pueden deducirse de causas ontológicas o científico-racionales, no pueden pretender lógicamente validez y realización universales. […] El carácter “acientífico” de estas ideas debilita fatalmente la oposición a la realidad establecida; las ideas se convierten en meros ideales y su contenido crítico y concreto se evapora en la atmósfera ética o metafísica

H. Marcuse, El hombre unidimensional, Barcelona, Seix Barral, 1972, pp. 172-175.
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