La partida de cartas (1917), Fernand Léger, |
Como ya pudo ver H. Marcuse en los años cincuenta, la imposición casi absoluta de una limitada razón instrumental, de tipo empírico o científico-tecnológico, en prácticamente todos los ámbitos de la realidad, ha debilitado extraordinariamente la creencia en los valores, los cuales no poseen su fundamento en dicha limitada racionalidad. De ahí la necesidad -afirmamos nosotros- de una razón que, como dimensión esencial humana, y por tanto irrenunciable, sepa apreciar a las cosas por sí mismas, y no por su mera instrumentalización o utilidad. Capaz de fundamentar ontológicamente los valores. Esto es, que nos ayude a descubrir la justicia, la verdad, la bondad, como valores no aleatorios, sino anclados en nuestra naturaleza, y que por tanto deje de considerar al ser humano como un mero factor de "empleabilidad" sea en el ámbito que fuere. He aquí las palabras de Marcuse:
«Vivimos y morimos racional y productivamente. Sabemos que la destrucción es el precio del progreso, como la muerte es el precio de la vida, que la renuncia y el esfuerzo son los prerrequisitos para la gratificación y el placer, que los negocios deben ir adelante y que las alternativas deben ser utópicas. Esta ideología pertenece al aparato social establecido; es un requisito para su continuo funcionamiento y es parte de su racionalidad.
Sin embargo, el aparato frustra su propio propósito, porque su propósito es crear una existencia humana sobre la base de una naturaleza humanizada. Y si éste no es su propósito, su racionalidad es todavía más sospechosa. [...]
La sociedad se reproduce a sí misma en un creciente ordenamiento técnico de cosas y relaciones que incluyen la utilización técnica del hombre; en otras palabras, la lucha por la existencia y la explotación del hombre y la naturaleza llegan a ser incluso más científicas y racionales. El doble significado de "racionalización" es relevante en este contexto. La gestión científica y la división científica del trabajo aumentan ampliamente la productividad de la empresa económica, política y cultural. El resultado es un más alto nivel de vida. Al mismo tiempo, y sobre las mismas bases, esta empresa racional produce un modelo de mentalidad y conducta que justifica y absuelve incluso los aspectos más destructivos y opresivos de la empresa. [...]
La taladradora (1925), Frantisek Kupka |
La cuantificación de la naturaleza, que llevó a su explicación en términos de estructuras matemáticas, separó a la realidad de todos sus fines inherentes y, consecuentemente, separó lo verdadero de lo bueno, la ciencia de la ética. No importa cómo pueda definir ahora la ciencia la objetividad de la naturaleza y la interrelación entre sus partes; no puede concebirlas científicamente en términos de “causas finales”. […]
Si lo bueno y lo bello, la paz y la justicia no pueden deducirse de causas ontológicas o científico-racionales, no pueden pretender lógicamente validez y realización universales. […] El carácter “acientífico” de estas ideas debilita fatalmente la oposición a la realidad establecida; las ideas se convierten en meros ideales y su contenido crítico y concreto se evapora en la atmósfera ética o metafísica.»
H. Marcuse, El hombre unidimensional, Barcelona, Seix Barral, 1972, pp. 172-175.
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