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G. Courbet, Los picapedreros (1849) |
4.- En relación a: «El concepto “Soberano” (del latino "superanus") me parece poco adaptado al marco propuesto de una reflexión sobre la relación entre Ética y Política: su connotación jerarquizante solapa las nociones de autoridad e independencia que tampoco me convencen. Desde el momento en que el texto se sitúa en el caso de la democracia representativa, convendría hablar probablemente de responsabilidad, de libertad en el espacio público Eso merece debate. He preguntado en nuestro último encuentro: ¿Quiere realmente el humano ser soberano?».
Respuesta: Soberanía -independientemente de su etimología, pues la misión del pensamiento es en gran medida relativizar significados de conceptos a los que no podemos renunciar, pero que contienen un alto grado de sesgo contextual histórico- significa para nosotros ser el poseedor de los propios poderes. Se carece, por tanto, de soberanía si estos poderes se frustran por razones naturales, sociales o personales.
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Joseph Wright, Experimento con una máquina neumática (1768) |
La ciencia es un ejemplo de soberanía del pensamiento, pues éste
se fija a sí mismo sus reglas para poder conocer lo más independientemente posible. Evidentemente, como ya la filosofía reconoció desde la antigüedad, hay una «jerarquía» en el pensar:
epistheme y
doxa. Esta última hasta puede ser muy razonable, pero para demostrar o mostrar su razonabilidad, se ha de someter al juicio de la
epistheme. Que no es sino el pensamiento que ya ha alcanzado el conocimiento de sus propias leyes. Es, por tanto,
riguroso y libre. Pues
actuar conforme a lo que se es, es precisamente ser libre y, como tal, soberano.
La ética es, desde este punto de vista, la ciencia de la libertad.
Ya Kant, en su Fundamentación de la metafísica de las costumbres, nos dice que «la ciencia (de las leyes de la libertad) es la ética». Vemos, pues, la profunda relación existente, conforme a esta concepción de la ética, entre Libertad, y, como tal, Soberanía y Ética. Pues ¿qué es la libertad sin soberanía?
Cuando el cuerpo relativo (instrumentos de trabajo) del ser humano es monopolizado por un determinado grupo humano, el resto que ha sido desposeído de los mismos experimenta una merma en su soberanía, pues ya no puede decidir sobre su uso, sino someterse al fin que otros le han asignado. Toda forma de soberanía es relativa a una forma de poder en el sentido de posse, esto es, no en forma de dominio, sino de realización. Y toda realización es autenticamente soberana si el hombre no es utilizado como un medio. Pero éste es un postulado eminentemente ético imposible de realizar sin una política que impida tal perversión en las relaciones humanas. El hecho de que nos acostumbremos a la contaminación no quiere decir que la misma sea algo connatural a nosotros.
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Pieter Brueghel, La parábola de los ciegos (1568 |
En cuanto a la «democracia representativa», ya he dicho en otras ocasiones que
es la forma más inteligente de instrumentalización de la voluntad de ese conglomerado de yoes que llaman «pueblo». Por eso yo la denomino
egocracia, pues sus más cínicos representantes (algo que por otra parte hay que agradecerles, pues nos hacen ver lo que muchos no quieren ver) la conciben como el sistema que utiliza el «yo» con mayor eficacia. Dicho de otra manera:
el egoísmo es bueno porque te lleva a competir, y solo compitiendo, según esta ideología, podemos ser más ricos. Ergo… la riqueza es el fin y el yo el medio. Esto es a la ética lo que la antimateria es a la materia.
En cuanto a que si «quiere el humano ser soberano», es equivalente, desde el punto de vista que aquí estamos tratando de la soberanía, a preguntarse si el humano quiere ser lo que es: humano. Claro está que cuando se nos despoja de nuestros poderes, o bien se reprimen de manera directa o indirecta, entonces es posible que el humano no quiera ser soberano, porque la “humanidad” que está viviendo no es su plena humanidad. Por lo que quizá hubiese sido mejor haber nacido pájaro o no haber nacido, tal y como respondió Sileno cuando le preguntaron qué era lo mejor para el hombre.
5.-
En relación a: «…se hace difícil hablar de comunidad soberana en la situación de interdependencia que tenemos con una moneda única. La soberanía es europea con la hipótesis (situación actual) que utiliza este texto y la sociedad europea no ha creado las estructuras que contemplan las soberanías comunitarias, regionales o, todavía menos, individuales. Eso nos conduce a pensar dentro de otra estrategia, por inventar, que va más allá de lo que tenemos.»
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Generalife de Granada (Integración de arquitectura y naturaleza) |
Respuesta: Cuando hablo de Comunidad Soberana sé perfectamente que estamos en un sistema de interdependencias, pero a mi parecer éste no es el problema, sino parte de la solución, pues la interdependencia es la condición necesaria de la vida, y cuanta más alcanza ésta su unidad más se nos revela «la soberanía de las partes». Solo cuando cada parte es dueña de los poderes inherentes a su singularidad, la integración del todo no es límite, sino condición de la realización de las posibilidades de dichas partes. Esta interdependencia es precisamente la que exige, para la supervivencia del todo, que cada parte desarrolle sus potencialidades, y con ello el todo se hace lo que debe ser: autónomo. Y solo en la medida que el todo es autónomo lo pueden ser las partes.
El problema de Europa es el que aqueja a cualquier sociedad que ha llegado al límite de sus posibilidades no porque le falten recursos, sino porque le sobran privilegios. Todo bloqueo histórico en relación a la evolución de una sociedad es siempre la negación a renunciar a privilegios que, claro está, por parte de los que los poseen son considerados legítimos. Esto vale tanto para clases sociales como para estados; y en el caso de Europa ambos casos se superponen. Hay un solo camino viable a mi entender, el de proseguir la auténtica integración europea con un nuevo sujeto social, hoy por hoy en estado latente en todo este espacio político social, que todavía no ha encontrado los valores referenciales comunes que lo unifiquen en relación a la consecución de aquellas metas cuyo origen están en la historia de este continente y que, tal y como están las cosas fuera del mismo, solo en él se hacen alcanzables. Nuestra crisis es nuestra oportunidad, porque allí donde se nos dice que no hay crisis es precisamente donde de verdad radica el problema, ya que tales espacios socioeconómicos no tienen otras metas que llegar a ser, o mejor, tener lo que tenemos nosotros, y que es precisamente lo que hay que revisar a fondo.
No creo que Europa tenga soberanía, ni a nivel de estados ni a nivel de la Comunidad en su totalidad, y no porque ningún otro estado nos la limite, sino porque su unidad política conllevaría la aniquilación de numerosos privilegios actualmente blindados por lo que queda de soberanía nacional. ¿Sería la City londinense, el mayor lavadero de dinero negro del mundo, posible en una Europa Unida? Su mantenimiento sería una estafa legalizada para el resto de sus territorios. Es como si en Soria, por ejemplo, se hiciese una legislación especial para que “los Bárcenas de turno” pudiesen estafar a la Hacienda pública. ¿Qué sucedería con las monarquías que no son solo símbolos de antiguos esplendores imperialistas, sino también factores aglutinantes de grupos conservadores en sus respectivos países, y que poseen una presencia desproporcionada en relación a su número en todos los órganos de decisión de los referidos poderes? Una Europa unida sería para ellos como una fusión empresarial; sería inevitable que sobrasen muchos. ¿Qué sería, asimismo, de los privilegiados de muchas iglesias favorecidas por sus respectivos estados? Y así un largo etcétera.
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El rapto de Europa (1640), Simon Vouet |
Europa está en ese sentido secuestrada por viejos fantasmas del pasado y jóvenes vampiros del presente. La vieja socialdemocracia ha tejido tantos vínculos con los intereses del capital que no es sino su muleta izquierda. Ahora bien, para ser muleta, monta tanto tanto monta Isabel como Fernando. Y, por último, nos encontramos con que entre la ecología social europea, el último espécimen del capitalismo «avanzado», el «Técnico», ha proliferado en todas y cada una de sus instituciones, y de igual manera que en Roma nunca se iba a la guerra sin consultar a los augures, hoy, cualquier solución «dolorosa» ha de ser legitimada por la opinión del técnico o del experto. Pero esto forma también parte del secuestro, y quizá de la parte más importante del mismo, la de los valores. Los valores instrumentales lo rigen todo, y todo, por tanto, ha de plegarse a los mismos.
Dicho lo anterior hay que aclarar que para nosotros Comunidad significa en primer lugar Comunidad de Valores. Pues son ellos el auténtico cemento de posteriores vínculos, así como la verdadera fuerza motriz impulsora de la desconstrucción de todas aquellas instituciones refugio de rancios y no tan rancios privilegios.
El renacimiento de Europa no vendrá desde luego por el inicio de una nueva prosperidad económica, algo por otra parte bastante dudoso, sino por aquello que siempre ha sido la causa de todo renacimiento: la aparición de nuevos y auténticos valores que revitalizan los antiguos, y que al ser compartidos producen el «efecto» de Fraternidad Universal. Ésta es la piedra de toque de todo cambio renovador, y la piedra angular para la construcción de la Comunidad Soberana.
Los localismos, si no se realizan con este fin universalizador, están condenados, a mi parecer, a integrarse en el sistema cuando éste remonte provisionalmente la crisis, pues ésta es estructural, o bien a caer en una especie de agujero negro de la localización, cuya esencia sería la de un neofeudalismo con fuertes rasgos de capitalismo monopolista.
Las estrategias de cambio social siempre tienen su estado mayor en los Valores. Estos son generales que nos unen y nos alientan en los momentos más difíciles de los combates de la historia. Por eso
la fuerza del sistema radica en la desvalorización de los valores. Y para ello no hay mejores valores que los instrumentales, pues son unos valores que, puestos en el nivel más elevado de la jerarquía, desvalorizan a los demás valores. Un móvil de última generación o la promesa del mismo tiene un valor de motivación mucho más intenso que un compromiso decidido con la solidaridad y la justicia.
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