domingo, 31 de julio de 2011

EL OSCURECIMIENTO DE LA LUZ. Sobre la conservación de la sabiduría y la virtud en tiempos oscuros.


William Turner, Sombras y oscuridad, la tarde del diluvio (1843)


I CHING. EL LIBRO DE LAS MUTACIONES. Barcelona, RBA, 2006.

«Es preciso que ni aun en medio de circunstancias adversas se deje uno arrastrar indefenso hacia un doblegamiento interior de su voluntad y conducta. Esto es posible cuando se posee claridad interior y se observa hacia afuera una actitud transigente y dócil. Mediante tal actitud es posible superar aun el peor estado de necesidad. Ciertamente, en determinadas circunstancias dadas, se hace necesario que uno oculte su luz con el fin de poder preservar su voluntad frente a las dificultades que surgen en el contorno inmediato, y a pesar de ellas. La perseverancia ha de subsistir en lo más íntimo de la conciencia sin llegar a destacarse hacia afuera. Únicamente así podrá uno conservar su voluntad en medio de las contrariedades.
[…]
En tiempo de tinieblas es cuestión de ser cauteloso y reservado. No debe uno atraer inútilmente sobre sí poderosas enemistades por causa de una conducta o de modales desconsiderados. Si bien en tales épocas no debe uno compartir las costumbres de la gente, tampoco deben éstas sacarse críticamente a la luz. Son momentos en que es necesario no pretender, en el trato con la gente, que uno lo sabe todo. Muchas cosas hay que deben dejarse como están sin acceder, no obstante, al embaucamiento y caer así en el engaño.
[…]
Con formidable resolución pretende uno elevarse por encima de todos los obstáculos. Pero tropieza con el destino hostil. Entonces se retira, se aparta, se hace a un lado. Son tiempos difíciles. Es preciso seguir avanzando presurosamente y sin descanso, sin que uno encuentre una morada duradera. Cuando alguien se niega interiormente a asumir compromisos y prefiere seguir siendo leal a sus principios, debe afrontar la necesidad, la indigencia. Sin embargo, mantendrá con toda firmeza la meta a la cual se empeña en llegar, aun cuando la gente en cuya casa se aloja no lo comprenda o lo difame.
[…]
el regente de la luz ocupa una posición subordinada. Es herido por el regente de las tinieblas. Pero la lesión no pone en peligro su vida, tan sólo constituye un impedimento. La salvación es todavía posible. El afectado no piensa en sí mismo, sino únicamente en la salvación de los demás que también se ven amenazados. Por eso, con todas sus fuerzas, se empeña en salvar lo que pueda salvarse. En esta forma de obrar consecuente con el deber reside la ventura.
[…]
Mientras el hombre leal y fuerte interviene con empeñosa actividad con el objeto de restablecer el orden, sin ninguna clase de segundas intenciones, se topa como por pura casualidad con el cabecilla del desorden y lo captura. De este modo se logra la victoria. Pero la supresión de los abusos no ha de procurarse con excesiva precipitación. Tal actitud traería malas consecuencias, ya que los abusos se habían desorbitado durante demasiado tiempo.
[…]
El príncipe Chi vivía en la corte del tenebroso tirano Chou Hsin, el cual, sin ser nombrado, sirve como ejemplo histórico de base para toda la situación. El príncipe Chi era pariente del tirano, motivo por el cual no le era posible retirarse de la corte, de modo que ocultó su disposición bondadosa y simuló locura. Así se mantuvo como esclavo, sin que las adversidades exteriores lograran desviarlo de sus convicciones.
Surge de ello una enseñanza para quienes en época de tinieblas no pueden abandonar su sitio. Junto a una invencible perseverancia en lo interior deben duplicar su cautela hacia afuera, para sustraerse al peligro.
[…]
Se ha alcanzado aquí el colmo de las tinieblas. La potencia tenebrosa tuvo al comienzo tan alta posición que pudo herir a todos los seres buenos y esclarecidos. Pero al fin ella perece, a consecuencia de sus propias tinieblas, pues el mal ha de hundirse en el mismo instante en que vence plenamente el bien, consumiéndose así la fuerza a la cual hasta ese momento debió su existencia
(pp. 204-208)

lunes, 25 de julio de 2011

DECÁLOGO DE LA AUTENTICIDAD.


1. Nunca te sentirás víctima.
2. De lo que te suceda no culparás a los demás, sino que buscarás una solución.
3. Allí donde te encuentres promoverás la sinceridad, no la impondrás.
4. Allí donde te encuentres promoverás la confianza en ti.
 
Gandhi.
5. Allí donde te encuentres harás pruebas de que puedes olvidarte de ti.
6. Lo que más te ha de preocupar con respecto a los otros es que alcancen su singularidad.
7. La singularidad nunca se impone, se promueve.
 
Caravaggio, Mateo (1599-1600).

8. Solamente la singularidad se puede promover si se busca y se lucha por la propia singularidad de forma solidaria.
9. Sea cual sea la actitud moral de los otros, siempre nos pueden ayudar.
10. Nunca olvidaré que SOY TÚ.
 
Tarkovsky, La infancia de Iván.

Francisco Almansa González, Presidente de la Asociación Aletheia y filósofo.




lunes, 18 de julio de 2011

La actualidad de "Sacrificio" (A. Tarkovski)





Trascribimos a continuación unas palabras de Andrei Tarkovski acerca de su última obra: Sacrificio. Consideramos que su reflexión es de una tremenda actualidad y su contenido nos ayuda a reflexionar sobre el momento que vivimos y nuestra actitud frente al crucial punto de inflexión histórico que nos ha tocado vivir.

Desde que comencé con las notas iniciales de Sacrificio, y durante todo el tiempo que trabajé en el guión, me sentí constantemente preocupado por la idea del equilibrio que esta implícito en todo acto sacrifical -el yin-yang, por así decir, del amor y de la personalidad individual-. Me movía el tema de esa armonía que sólo puede surgir del sacrificio. No quería hablar del amor mutuo, del amor en dos direcciones, sino del amor como entrega unilateral, total y desinteresada. Para mi, cualquier otra forma no es amor o, al menos, no la manifestación suprema de esta experiencia humana.


El personaje de Sacrificio busca participar en la vida, influir en el destino de sus contemporáneos y de su país, sin dejar que sean los políticos profesionales los que decidan por él. Este individuo quiere introducirse en la corriente de la vida y cambiar su curso. Y eso es posible sólo cuando se da cuenta de que nadie hará nada por él, mientras él mismo no tome la iniciativa. Si no queremos vivir como parásitos en el cuerpo de la sociedad, disfrutando de los beneficios de la democracia; si no queremos convertirnos en conformistas y estúpidos consumistas, tenemos que aprender a renunciar a muchas cosas. Y, sobre todo, cualquier reforma que propongamos debemos empezarla por nosotros mismos. 

Yo me enfado cuando la gente hace responsable de todo lo malo que ocurre en el mundo a los demás, pero nunca a sí mismo. ¡Cuántos gastan gran parte de su energía en culpar a los demás, sin dirigir la mirada primero sobre ellos mismos! Empezar por uno mismo, eso es lo que deberíamos hacer todos desde el primer momento. Pero nos hemos acostumbrado a que todo lo paguen el esfuerzo y el trabajo de los otros, y no el nuestro propio.

 Esta situación que yo percibía en mi país, comprobé para mi sorpresa que también se repetía en occidente, aunque en una atmósfera de mayor bienestar material que me entristecía aún más. También en Europa occidental existen sueños colectivos, amparándose en los cuales la gente se hace irresponsable en su actuación individual. Basta mirar a Suecia, por ejemplo; ninguna vida espiritual, ningún interés por nada en ese país. Esa idea de que son todos iguales: el barman, el cineasta, todos semejantes frente a los impuestos, etc. Somos iguales solamente ante Dios, no ante los demás. 



Fotograma de la película

Vemos, pues, cómo en todas partes, con el pretexto de que estamos unos junto a otros, es decir, en tanto que la humanidad está en proceso de construir una suerte de civilización, constantemente nos desviamos de nuestra propia responsabilidad y, sin darnos cuenta, descargamos sobre los demás nuestra responsabilidad histórica. Pero ninguna estructura social puede funcionar en parte alguna del mundo si no arraiga en cada individuo singular.

Por eso resulta de extrema importancia restablecer la participación del hombre en su propio futuro, conseguir que éste vuelva a creer en su alma y en el sufrimiento de ésta, y que ligue su actuación a su propia conciencia. Estoy convencido de que todo intento de restablecer la armonía en el mundo sólo puede tener éxito a partir de la renovación de la responsabilidad individual. Y esto no lo haremos sin renovar nuestra actitud respecto a la fuerza que nos ha creado y que nos hace vivir.”

Andréi tarkovski. Vida y obra. (2003) vol. II , páginas 66-91.

Del mismo director le recomendamos en nuestro blog: STALKER (1979) DE ANDREI TARKOVSKY.

martes, 5 de julio de 2011

¡INSOLVENTES!



 Recomendamos vivamente la lectura de esta carta desesperada y anónima de sólo 62 páginas de un hombre que, habiéndose visto atrapado en las garras de este sistema implacable que nos devora -consumismo, vacío, explotación, sobreendeudamiento, estigmatización...- no encuentra otro camino que desertar, viéndose por fin confinado en un rincón de Asia, en uno de los brazos del río Mekong, viviendo como pobre entre los más pobres, allí donde se acumulan los más pestilentes y mortíferos detritus de nuestro desenfrenado consumismo, allí donde reclutamos a nuestros esclavos para mantener nuestros caprichos y bajos instintos. Su alegato es demoledor; propio del hombre que ha renunciado ya a todas las máscaras, a todas las excusas y racionalizaciones. Es por eso que llama a las cosas como hay que llamarlas: por su nombre, y desde su propia autocrítica sin ambages, señala al capitalismo asesino, a nuestras pantomimas de democracia, a nuestro borreguismo individualista, como culpables de la explotación inmisericorde y el exterminio de millones de personas en el planeta, además de la puesta en muy serio peligro de la continuidad de las próximas generaciones sobre la Tierra. La cuestión, pues, aquí en Occidente, no es la de conservar nuestro llamado “Estado del Bienestar”, edificado entre otras cosas sobre la esclavización de los los pueblos del Tercer Mundo: se trata de la justicia planetaria. O se edifica ésta o no se habrá logrado absolutamente nada.

Extraemos del libro algunos fragmentos que esperamos puedan animar a su lectura:

"Si no puedo firmar esta carta, como algunos de vosotros me reprocharéis, es por una razón muy sencilla: he perdido mi nombre, junto con todo lo que era mi vida. Exiliado en la otra punta del mundo, lejos del consumo y de nuestra existencia hipotecada a cómodos plazos mensuales, arruinado por los bancos y por el canibalismo de un sistema que agudiza nuestros apetitos para devorarnos mejor, no me quedan más que estas palabras, que nadie podrá quitarme. Había decidido guardar silencio, arrastrando el dolor de mis errores del pasado, aterrado de encontrarme aquí, en las orillas del río Mekong, en medio de una miseria que no hubiera podido jamás imaginar. Pero viendo morir estos niños, agonizar en el trabajo estas mujeres, emborracharse estos viejos a sus cuarenta años, he comprendido que no podía seguir callado. El capitalismo anónimo sí que firma sus infamias: mata a millones de seres humanos, hace del planeta un vivero de clientes infelices, exprimidos por truhanes codiciosos y por expertos en grandes negocios. Si no hacemos nada, si todos nos callamos, vergonzantes en nuestro egoísmo cómplice, la humanidad, esclavizada y sobre endeudada, no sobrevivirá a este siglo."

“Pienso en vosotros, queridos hermanos y hermanas de pobreza, que asistís con impotencia a los espectáculos indecentes de las buenas gobernanzas, en las que la clase política metida en negocios, como perros de caza furiosos, juega con los millones robados al erario público, libres de impuestos gracias a la habilidad de sus grandes asesores fiscales, arrancados de los bienes colectivos y de los logros sociales conquistados tiempo ha -en el tiempo de las luchas obreras-. Esta clase política se hace prestar dinero todos los días en los mercados del mundo para pagar sus deudas, para simular el futuro, para reformar sus bonitos chaqués y su triste ropa de payaso. Mirad a esos clones, manipulados y programados por el capitalismo, otro nombre ficticio vacío de significado -socialismo democrático, socialismo popular, etc.-, reunidos en sus lujosos comederos, cuyo coste serviría para salvar la vida de miles de niños. Nos vomitan declaraciones de principios cuyas cláusulas sin compromiso estaban pactadas de antemano [...]”. (26)

¡Sí, es necesario que este sistema de la lenta agonía, mantenido sabiamente por el capitalismo, las multinacionales, los bancos y sus Estados mediante el engaño a sus ciudadanos-clientes, se derrumbe sobre sí mismo, no se tenga más en pie! Este sistema es sólo el esqueleto de los muertos que nos gobiernan con sus trajes caros cortados con nuestros sufrimientos. Y todas las soluciones son buenas para hacer añicos, para tirar abajo a los tiranos de las finanzas, a los explotadores de la miseria humana, una miseria mundial de la que ellos son los únicos héroes, los iniciados delictivos, siempre reflotados y alimentados con nuestro dinero público. Los generosos donantes de los partidos dominantes, los mismos que deciden nuestros horizontes primarios, elegibles democráticamente -¡menudo chiste!-, son los primeros responsables de la crisis genocida, son sus responsables con toda legalidad. Pues esta legalidad ha sido creada por ellos mismos, para ellos mismos, con nuestra complicidad pasiva de consumidores empobrecidos, bien adiestrados educados para obtener ingresos modestos, créditos y facilidades, cautivos de un modo de vida enfermo y estereotipado, repletos de falsos sueños. Nuestra tarea ahora es demostrar su nocividad, su toxicidad, sus desastres y, como se puede comprobar, sus crímenes contra la humanidad.” (30-31)

Y una aguda visión de lo que es en el fondo el capitalismo (todo capitalismo, no sólo el llamado “salvaje”, porque no hay capitalismo “humano”) que coincide en el fondo con nuestro análisis de la propiedad privada publicado ya en este blog (http://aletheia-informa.blogspot.com/2010/12/el-origen-de-la-propiedad-privada.html):

El instinto de supervivencia, propio del reino animal, de la reivindicación de un territorio, de la afirmación de una autoridad, de un poder y de su desarrollo, pero también expresión natural de un miedo fundamental, es el precursor del capitalismo. Estuvo en el origen de todas las luchas tribales, de todas las guerras, fuera cual fuera su motivo oficial, de todas las civilizaciones, de todas las esclavitudes, de todas las masacres, de todos los apartheids y de las más grandes miserias.” (48)

viernes, 1 de julio de 2011

TEILHARD DE CHARDIN: LA PASIÓN DE CRECER.




Hemos creído interesante publicar en este blog un fragmento del artículo «Lo que yo creo», escrito por el religioso, palentólogo y filósofo francés Teilhard de Chardin en 1934, e inserto en la colección de artículos bajo el mismo nombre editado por la editorial Trotta en 2005. Chardin se nos aparece con una clarividencia notable en muchos aspectos de su pensamiento en fechas relativamente tempranas, adelantándose a intuiciones fundamentales de la ciencia y desarrollando un pensamiento filosófico a nuestro juicio de gran valor, al ser capaz de conjugar las nociones de totalidad y diversidad con bastante acierto. He aquí el fragmento:

«El Mundo (el valor, la infalibilidad y la bondad del Mundo), tal es en último análisis la primera, la última y la única cosa en la que creo. […]

Bajo su forma menos explícita, la fe en el Mundo, tal y como yo la he experimentado, se manifiesta por un sentido particularmente despierto de las interdependencias universales. […] Cuanto más fiel es uno a las invitaciones analíticas del pensamiento y de la ciencia contemporáneos, más prisionero se siente de la red de relaciones cósmicas. Mediante la crítica del conocimiento, el sujeto se encuentra cada vez más identificado con los más lejanos ámbitos de un Universo que no es posible percibir más que si se forma parcialmente un mismo cuerpo con él. Mediante la biología (descriptiva, histórica, experimental), el viviente se ve situado cada vez más en serie con la trama entera de la biosfera. Mediante la física, se descubren en las capas de la Materia una homogeneidad y una solidaridad sin límites. “Todo tiene que ver con todo”. Bajo esta expresión elemental, la fe en el Mundo no difiere sensiblemente de la aquiescencia a una verdad científica. Se manifiesta por una cierta predilección en ahondar en un hecho (la interrelación universal) de la que nadie duda; por una cierta tendencia a otorgar a este hecho la prioridad sobre los otros resultados de la experiencia. Y me parece que es bajo la influencia combinada de esta seducción y de este “énfasis” como se da, en el nacimiento de mi fe, el paso decisivo. Para cualquier hombre que piense, el Universo forma un sistema interminablemente unido en el tiempo y en el espacio. Según el común parecer, forma un bloque. Para mí, este término no es más que el muñón inestable de una idea que adquiere su inevitable redondez en una expresión más decisiva: el Mundo constituye un Todo. […]

[…] Simplemente, yo entreveo, o presiento, por encima del conjunto unido de seres y de fenómenos, una realidad global cuya condición consiste en ser más necesaria, más consistente, más rica, más certera en sus caminos, que cualquiera de las cosas particulares que envuelve. […]

[…] ¿Es que la presencia del Todo en el Mundo no se nos impone con la evidencia directa de una luz? En verdad, así lo creo yo. Y es precisamente el valor de esta intuición primordial lo que me parece que sostiene el edificio entero de mi creencia. En definitiva, y para poder dar cuenta de hechos encontrados en lo más íntimo de mi conciencia, me he visto llevado a pensar que el hombre posee, en virtud de su misma condición de “ser en el Mundo”, un sentido especial que le descubre, de una manera más o menos confusa, el Todo del que forma parte. Nada de asombroso, después de todo, en la existencia de este “sentido cósmico”. Por ser sexuado, el hombre posee sin duda las intuiciones del amor. Por ser elemento, ¿por qué no habría de sentir oscuramente la atracción del Universo? De hecho, nada, en el inmenso y polimorfo ámbito de la mística (religiosa, poética, social y científica) puede explicarse sin la hipótesis de semejante facultad, mediante la cual reaccionamos sintéticamente ante el conjunto espacial y temporal de las cosas, para aprehender el Todo tras lo Múltiple. […]

Me abandono a la fe confusa en un Mundo uno e infalible, a dondequiera que me conduzca. […]

Rembrandt, El sacrificio de Isaac (1635)


Un primer punto que se me revela con una evidencia que ni siquiera pienso poner en duda, es que la unidad del Mundo es de naturaleza dinámica o evolutiva. […] Antes nos mirábamos a nosotros mismos, y las cosas en torno de nosotros, como “puntos” cerrados sobre sí mismos. Los seres aparecen ahora como semejantes a fibras sin hilo, trenzadas en un proceso universal. […] Por su historia, cada ser es coextensivo a toda la duración; y su ontogénesis no es más que el elemento infinitesimal de una cosmogénesis en la que se expresa finalmente la individualidad, y como el rostro del Universo.

Así el Todo universal, igual que cualquier elemento, se define a mis ojos mediante un movimiento particular que le anima. Pero, ¿cuál puede ser este movimiento? ¿Hacia dónde nos lleva? Esta vez, antes de decidir, siento que se agitan y se agrupan dentro de mí sugestiones o evidencias recogidas en el curso de mis investigaciones profesionales. Y por mi parte, como historiador de la vida, no menos que como filósofo, respondo, desde el fondo de mi inteligencia y de mi corazón: “Hacia el Espíritu”.

Evolución espiritual. Sé muy bien que la asociación de estos dos términos sigue pareciendo contradictoria, o cuando menos anticientífica, a un gran número (y quizás a la mayoría) de naturalistas y de físicos. Como las investigaciones evolucionistas acaban por vincular, paso a paso, los estados de conciencia superior a antecedentes en apariencia inanimados, hemos cedido ampliamente a la ilusión materialista que consiste en considerar como “más reales” los elementos del análisis que los términos de la síntesis. […]

En mi caso particular, la “conversión” se ha llevado a cabo a través del estudio del “hecho humano”. Cosa extraña. El hombre, centro y creador de toda la ciencia, es el único objeto que nuestra ciencia no ha logrado todavía acomodar en una representación homogénea del Universo. Conocemos la historia de sus huesos. Pero, por lo que se hace a su inteligencia reflexiva, no ha encontrado todavía un puesto regular en la naturaleza. En medio de un Cosmos en el que la primacía pertenece todavía a los mecanismos y al azar, el pensamiento, ese fenómeno formidable que ha revolucionado la Tierra y se mide con el Mundo, sigue apareciendo aún como una inexplicable anomalía. El hombre, precisamente en lo que tiene de más humano, sigue siendo un resultado monstruoso y desconcertante.

Para escapar a esta paradoja me he decidido a invertir los elementos del problema. Expresado a partir de la Materia, el hombre se convertía en la incógnita de una función irresoluble. ¿Por qué no plantearlo como término conocido de lo Real? El hombre parece una excepción. ¿Por qué no hacer de él la clave del Universo? El hombre se niega a dejarse violentar dentro de una cosmogonía mecanicista ¿Por qué no edificar una física a partir del Espíritu? He intentado, por mi cuenta, enfocar así el problema. E inmediatamente he tenido la impresión de que la realidad vencida caía desenredada a mis pies.

Ante todo, bajo la influencia de este simple cambio de variable, el conjunto de la vida terrestre adquiría una figura. Mientras que la masa de los vivientes se dispersa en desorden en mil direcciones diversas cuando se la trata de distribuir de acuerdo con simples detalles anatómicos, se despliega sin esfuerzo en cuanto se busca en ella la expresión de un impulso continuo hacia una espontaneidad y una conciencia mayores; y el pensamiento encuentra su puesto natural en este desarrollo. Sostenido por infinitos tanteos orgánicos, el animal pensante deja de ser una excepción en la naturaleza; representa simplemente el estadio embrionario más elevado que conocemos en el crecimiento del Espíritu sobre la Tierra. De un solo golpe, el hombre se encuentra situado en el eje principal del Universo. […] Una evolución a base de Materia no salva al hombre: porque todos los determinismos acumulados no son capaces de producir una sombra de libertad. Por el contrario una evolución a base de Espíritu conserva todas las leyes atestiguadas por la física, al mismo tiempo que conduce directamente al pensamiento: porque una masa de libertades elementales en desorden equivale a lo determinado. Salva a la vez al hombre y a la Materia. Por tanto hay que adoptarla.

Para mí, en la constatación de este logro se consuma definitivamente una “fe en el Espíritu”, cuyos principales artículos pueden expresarse así:

a) La unidad del Mundo se presenta ante nuestra experiencia como el ascenso de conjunto, hacia un estado cada vez más espiritual, de una conciencia al principio pluralizada (y como materializada). Mi adhesión completa y apasionada a esta proposición fundamental es esencialmente de orden sintético. Es el resultado de una gradual y armoniosa organización de todo lo que me aporta el conocimiento del Mundo. Ninguna otra fórmula distinta de ésta me parece suficiente para garantizar la totalidad de la experiencia.

b) En virtud de la misma condición que lo define (a saber, la de aparecer al término de la evolución universal), el Espíritu de que aquí se trata posee una naturaleza particular muy determinada. No representa en absoluto una entidad independiente o antagonista con respecto a la Materia, o una cierta potencia prisionera o flotante en el Mundo de los cuerpos. Por Espíritu entiendo “el Espíritu de síntesis o de sublimación” en el que laboriosamente, en medio de ensayos y fracasos sin fin, se concentra la potencia de unidad difundida en la multiplicidad universal: el Espíritu que nace en el seno y en función de la Materia.

c) El corolario práctico de estas perspectivas es que, para dirigirse a través de las brumas de la vida, el hombre posee una regla biológica y moral absolutamente segura, que consiste en dirigirse constantemente a sí mismo “hacia una conciencia mayor”. Al obrar así, se halla seguro de no caminar solo, y de llegar a puerto, con el Universo. En otros términos, un principio absoluto de apreciación de nuestros juicios tendría que ser éste: “Más vale, y a cualquier precio que sea, ser más consciente que menos consciente”. Este principio me parece la condición misma de la existencia del Mundo. A pesar de que, de hecho, muchos hombres lo ponen en duda, explícita o implícitamente, sin caer en la cuenta de la enormidad de su negación. No pocas veces, después de alguna discusión infructuosa sobre puntos avanzados de filosofía o de religión, he oído que mi interlocutor me decía bruscamente que no veía que un ser humano fuera absolutamente superior a un protozoo, o incluso que el “progreso” es el causante de la desdicha de los pueblos. Nuestra controversia se había desenvuelto sobre una ignorancia fundamental. Un hombre, por sabio que fuese, no había comprendido que la única realidad que hay en el Mundo es la pasión de crecer. No había dado el paso elemental sin el cual todo lo que me queda por decir parecerá ilógico e incomprensible.» (pp. 88-94).
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