Hoy el trabajador constituye un recurso abundante para el empresario o propietario de los medios necesarios para la realización del trabajo. Esto hace que el trabajador, y con ello su trabajo, necesariamente se desvalorice como mercancía, lo cual conduce a la situación paradójica en la que al que se le priva de un derecho natural-social, pues el trabajo es la relación esencial de lo vivo con su medio, sea sancionado rebajándole progresivamente los recursos necesarios para acceder a los productos mismos del trabajo, imprescindibles para la supervivencia.
Ahora bien, para que esto suceda se necesita que previamente el trabajo del trabajador haya sido desvalorizado, poniendo el acento allí donde el propietario obtiene el beneficio, o sea: en el intercambio del mercado; pero para ello es también preciso haber transformado el trabajo y, por lo mismo, al trabajador, en una mercancía, o un ser para el mercado. Sin embargo, aun los partidos que se denominan progresistas, no parecen poner muchas objeciones a la mercantilización de lo que, como hemos dicho anteriormente, constituye ni más ni menos que el auténtico derecho de ser por sí mismo, y no en relación a los intereses crematísticos de otros.
Comparemos la valoración que actualmente se tiene sobre el trabajo con la que tenían dos pensadores sobre el mismo. Uno, Hegel, a caballo entre los siglos XVIII y XIX; y el otro, Ernst Jünger, perteneciente a los siglos XIX y XX. En ambos, la dignidad del trabajador se revela como absoluta, lo cual significa que, si estaban equivocados, entonces el progreso implica la inexorable pérdida de la dignidad del mismo, y con ello, lo justo es que su precio de mercado tienda progresivamente a la baja, y la voluntad del trabajador cuente cada vez menos. Esto es precisamente lo que está pasando. ¿De verdad progresamos?
Ahora bien, para que esto suceda se necesita que previamente el trabajo del trabajador haya sido desvalorizado, poniendo el acento allí donde el propietario obtiene el beneficio, o sea: en el intercambio del mercado; pero para ello es también preciso haber transformado el trabajo y, por lo mismo, al trabajador, en una mercancía, o un ser para el mercado. Sin embargo, aun los partidos que se denominan progresistas, no parecen poner muchas objeciones a la mercantilización de lo que, como hemos dicho anteriormente, constituye ni más ni menos que el auténtico derecho de ser por sí mismo, y no en relación a los intereses crematísticos de otros.
Comparemos la valoración que actualmente se tiene sobre el trabajo con la que tenían dos pensadores sobre el mismo. Uno, Hegel, a caballo entre los siglos XVIII y XIX; y el otro, Ernst Jünger, perteneciente a los siglos XIX y XX. En ambos, la dignidad del trabajador se revela como absoluta, lo cual significa que, si estaban equivocados, entonces el progreso implica la inexorable pérdida de la dignidad del mismo, y con ello, lo justo es que su precio de mercado tienda progresivamente a la baja, y la voluntad del trabajador cuente cada vez menos. Esto es precisamente lo que está pasando. ¿De verdad progresamos?
«Este es el infinito derecho del sujeto: que se encuentre satisfecho de sí mismo en una actividad y trabajo».
Hegel citado por Karl Jaspers, Origen y meta de la Historia, Altaya, Barcelona, 1994, p. 153. El subrayado es nuestro.
Hegel citado por Karl Jaspers, Origen y meta de la Historia, Altaya, Barcelona, 1994, p. 153. El subrayado es nuestro.
«Hemos visto cómo, dentro del puro paisaje de talleres, el ser humano estaba sometido a esa variabilidad de los medios hasta un grado tal que posibilitaba teorías que lo hacían aparecer a él mismo como una especie de producto industrial. (...) La gente se ha habituado a ver en fenómenos como el paro, la carestía de viviendas, los fallos de la industria y de la economía, una especie de sucesos naturales. Estos fenómenos no son, sin embargo, otra cosa que síntomas de la decadencia de los órdenes liberales.(...) Para el plan de trabajo es el trabajo el elemento que le está asignado de una manera natural; no puede haber falta de él, como tampoco puede haber falta de agua en el océano. De ahí que tampoco sea superfluo el ser humano; él es el capital más grande y más valioso».
«Para poder captar eso es preciso, ser capaz de concebir el trabajo de un modo diferente del rutinario. Es preciso saber que en una "edad del trabajador" nada puede haber que no sea concebido como trabajo, si es que esa edad lleva su nombre con todo derecho y no se reduce simplemente a calificarse de tal, que es lo que hacen todos los partidos que hoy se denominan a sí mismos "partidos de los trabajadores". Trabajo es el tempo de los puños, de los pensamientos y del corazón; trabajo es la vida de día y de noche; trabajo es la ciencia, el amor, el arte, la fe, el culto, la guerra; trabajo es la vibración del átomo y trabajo es la fuerza que mueve las estrellas y los sistemas solares».
Ernst Jünger, El trabajador, Barcelona, Tusquets, 2003, pp. 263 y 69.
Ernst Jünger, El trabajador, Barcelona, Tusquets, 2003, pp. 263 y 69.