viernes, 18 de febrero de 2011

ALÍ BABÁ Y LOS CUARENTA LADRONES


Introducimos a continuación un extracto del artículo publicado por Ignacio González Faus en la revista Noticias Obreras (enero de 2011, pp. 11-13) con el título arriba reseñado, y que supone una crítica al planteamiento actual de la crisis. Hemos escogido los siguientes fragmentos:

[…] en realidad no hay mercados agitados sino especuladores que agitan. Ni son sensibles los mercados sino manipulables, como fichas de ajedrez, por fuerzas escondidas que saben bien lo que quieren conseguir.
[...]
Encantadora ingenuidad la de esa expresión [«estamos haciendo los deberes»] que evoca un colegio infantil, unos niñitos deseosos de aprender y unos educadores bondadosos. ¿Qué tal si dijéramos que la economía española no corre peligro «porque estamos mandando a la miseria a millones de españoles»? Ya sé que así tampoco saldríamos de la crisis económica, pero al menos sabríamos a qué atenernos y de qué ralea son ésos que nos imponen «los deberes»: cada vez que los políticos agreden a los más necesitados, respiran los mercados.
[…]
De este modo conseguirán los mercados su meta final: […] negar vigencia política a todas las veleidades igualitarias y de justicia social que amenazan a la libertad individual. Porque vale: «todos los hombres son libres» pero… «unos más que otros», como decía aquella famosa novela.
[…]
«Recortar gastos y no dilapidar» es una receta que suena muy bien y muy razonable. Pero si entendemos correctamente lo que significa dilapidar, parece que debería referirse a recortar gastos militares, por ejemplo, o gastos faraónicos como los del alcalde de Madrid. Y he aquí que no: se trata más bien de recortar gastos sociales. Ésos sí que son unos dispendios suntuosos que sólo benefician a unos muertos de hambre. Y encima, extranjeros muchos de ellos. En resumen: esos inocentemente llamados «mercados» lo tienen todo tan «atado y bien atado», que hemos asistido a la imposibilidad de luchar contra ellos: huelgas, manifestaciones y algaradas en Grecia, Francia, Inglaterra,

Irlanda o España resultan sacudidas tan pequeñas que no les hacen ni tambalearse: porque las reglas del juego las marcan ellos y no los políticos. Pero, más allá de las especulaciones de la Banca norteamericana, lo que está pagando hoy Europa son también los pecados originales cometidos en el proceso de su construcción: pacto de estabilidad, reglas de la OMC, primacía del Banco Central Europeo, adopción de criterios del FMI, el timo de la llamada Constitución europea que, cuando se vio en peligro, fue retirada de las manos (o del voto) de los ciudadanos, para pasar a las manos de los parlamentos; ampliación irracional a los 27 por la obsesión de tener más mercados, cuando Europa no era todavía más que un feto de pocos meses que no podía soportar aquellas dimensiones… Todo eso corriendo; pero otras medidas como la «reestructura de la deuda pública, obligación de que cada banco posea una parte de la misma, control cambiario, gravar las rentas financieras por lo menos al mismo nivel que las rentas del trabajo, la imposición del capital y del patrimonio, la subordinación de los flujos comerciales a normas sociales y ecológicas, tasas globales» (1)… y hasta nacionalización al menos temporal de la Banca, de todo eso ni hablar. Y de aquellos polvos se traga ahora Europa estos lodos. Dije en otra ocasión que, durante el siglo pasado, asistimos a un nuevo «rapto de Europa», pero esta vez no por mano de Júpiter, como en el mito antiguo, sino por obra de los mercados mucho más temibles que aquel dios tonante. Creo que los grandes padres del sueño de Europa (Adenauer, Schumann y de Gasperi), maldecirían hoy lo que hemos hecho con su ideal.

Antaño se discutía si el capitalismo era intrínsecamente injusto (Helder Camara) […] Hoy, en cambio, ya no se discute nada de aquello; y sin embargo ya no estamos en un capitalismo de producción sino pura y simplemente de especulación: un sistema en el que los inversores pueden mandar a la miseria a miles de ciudadanos, no para producir ningún tipo de riqueza sino para que su dinero les produzca más dinero. Y además de una manera anónima: porque nunca verán la cara ni conocerán la historia de sus víctimas; y la injusticia no la cometerán ellos inmediatamente, sino a través de sus esbirros que resultan ser los políticos.
[…]
«Ay, Ignacio Ellacuría –digno de una emperatriz–»: acuérdate de repetirnos aquello que tanto decías: que este mundo no tiene solución más que en una «civilización de la pobreza». Entendiendo por pobreza no la necesidad auténtica sino la sobriedad compartida.

(1) Bernard Cassen en Le Monde Diplomatique, noviembre de 2010, p. 29.

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