lunes, 29 de agosto de 2011

STEFAN ZWEIG: EL MISTERIO DE LA CREACIÓN ARTÍSTICA.



 «Estoy convencido de que ningún deleite artístico puede ser perfecto mientras sea sólo pasivo. Nunca comprenderemos una obra con solo mirarla. Donde no preguntamos, nada aprendemos, y donde no buscamos, no encontraremos nada. Ninguna obra de arte se manifiesta a primera vista en toda su grandeza y profundidad. No sólo quieren ser admiradas, sino también comprendidas. Cada obra de arte quiere ser conquistada, como una mujer, antes de ser amada. Más aún, llego hasta a decir que no tenemos ningún derecho moral a contemplar cómoda y tranquilamente la acción sacrosanta y más apasionada de otro hombre. Donde el artista estaba más agitado y ha dado lo mejor de sí, para hacernos accesible su visión, ahí nosotros también debemos brindar lo mejor para comprenderle. Cuanto más nos esforzamos por penetrar en su misterio personal, tanto más nos acercamos al arcano de su arte. Y, créanme ustedes, cuando seguimos, aunque sea a un solo artista, humildemente, a través de todas las etapas de sus obras, este esfuerzo nos enseña más, con respecto al carácter del arte, que cien libros y mil conferencias. Pero, sobre todo, no teman ustedes que al procurar introducirnos en el misterio más íntimo de la creación artística se pierda por ello nuestro respeto por ese misterio. La belleza de las estrellas no ha sufrido mengua porque nuestros sabios hallan procurado calcular las leyes de acuerdo con las cuales aquéllas se mueven, ni la majestad del firmamento ha perdido nada de su grandeza porque procuraran medir la velocidad de los rayos con que su argentino brillo llega hasta nuestros ojos. Al contrario, esas investigaciones nos han hecho aparecer más maravillosos todavía los milagros del cielo, el sol, la luna y las estrellas. Lo mismo reza para el firmamento espiritual. Cuanto más nos esforzamos por profundizar en los misterios del arte y del espíritu, tanto más los admiramos por su inconmensurabilidad. No tengo yo noticias de deleite y satisfacción más grandes que reconocer que también le es dado al hombre crear valores imperecederos, y que eternamente quedamos unidos al Eterno mediante nuestro esfuerzo supremo en la tierra: mediante el arte. (44)

Aun la paciencia puede ser genial, aun la minuciosidad y el método pueden expresar lo extraordinario. Por eso repito: el método no es nada, la perfección lo es todo […]. Todo camino que conduce a la perfección es acertado, y cada artista no debe ir más que por uno de esos caminos, el suyo propio. Debe ser creador y maestro de su propio arcano. (41)

Para él [Toscanini] no cuenta en el arte sino lo perfecto: he aquí su grandeza moral, su carga humana. Para su tenacidad de artista no existe -o sólo existe en el sentido de la adversidad- todo lo demás: lo bastante loable, lo casi perfecto, lo aproximativo. Toscanini odia la conciliación en todas sus formas. Desprecia tanto en el arte como en la vida la gentil conformidad, el compromiso, el mísero darse por satisfecho.

Es inútil hacerle ver, recordarle, avisarle que lo absoluto no es, en verdad, accesible dentro de nuestra esfera terrestre y que aun la voluntad más grandiosa no alcanza sino la extrema aproximación a la perfección, la que es atributo únicamente de Dios y no del hombre […]. Pero toda voluntad que se obstina continuamente en alcanzar lo inalcanzable y en hacer posible lo imposible, logra en el arte y en la vida un irresistible poder. (65)

Y todo el que venera el arte en sus formas más elevadas como manifestación de lo moral, percibe cual inolvidable lección el asistir a esa manera de transformar, por asimilación, una multitud en unidad, y de elevar lo informe, con fuerza tensísima, a la perfección. Pues únicamente a esas horas compréndese la actividad de Toscanini, no sólo como obra artística sino también como acción ética. (69)

Nunca se alcanza la suprema grada del arte si lo más difícil no impresiona como lo más natural y lo perfecto como normal. […] Como quizá ningún hombre lo sabe este gran impaciente, siempre disconforme: el arte es una lucha eterna, nunca es un fin, sino siempre un comienzo. [...] (75)

Tal severidad moral del concepto y del carácter es un acontecimiento dentro de nuestro arte y de nuestra existencia. […] Nada hay más peligroso para la dignidad y el ethos del arte que lo untado y cómodo de nuestra actividad artística ordinaria, que la ligereza con que, por obra del fonógrafo y de la radio, se pone lo más sublime al alcance aun del más despreocupado, a cada hora: pues esa comodidad hace olvidar a los más el esfuerzo de la creación y los induce a asimilar el arte sin tensión y sin respeto, como la cerveza y el pan. Es, por lo mismo, una bendición y un goce espiritual ver en este tiempo a un hombre que por la potencia de su personalidad, recuerda que el arte es una labor sacra, una misión apostólica por lo inalcanzablemente divino de nuestro mundo, y no un regalo del azar sino una merced justa, no un placer tibio, sino también una penosa creación. […] Sólo el hombre extraordinario reconduce siempre a los demás hacia el orden la subordinación, y nada nos inspira más respeto por ese gran abogado de la fidelidad para con la obra, que el hecho de que haya logrado enseñar a una época confusa e incrédula el respeto por los valores más sagrados.» (76, 77)

(Ed. Sequitur, 2010).

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