«La enajenación entre hombre y
hombre tiene por resultado la pérdida de los vínculos generales y
sociales que caracterizaban a la sociedad medieval y a casi todas las
sociedades precapitalistas. [Cf. el concepto de Gemeinschaft
(comunidad) por oposición al de Gesellschaft (sociedad) (...)]. La
sociedad moderna está formada por “átomos” (para emplear el
equivalente griego de “individuo”), pequeñas partículas
extrañas la una a la otra, pero a las que mantienen juntas los
intereses egoístas y la necesidad de usarse mutuamente. Pero el
hombre es un ser social con una profunda necesidad de participar en
un grupo, de colaborar con él, de sentirse miembro de él. ¿Qué
les ha pasado a esas tendencias sociales del hombre? Se
manifiestan en la esfera especial del terreno público, que es
absolutamente independiente del terreno privado. Nuestros tratos
privados con nuestro prójimo están gobernados por el principio del
egoísmo: “Cada uno para sí, Dios para todos”, en flagrante
contradicción con las enseñanzas cristianas. El individuo se mueve
por intereses egoístas y no por solidaridad con su prójimo y amor
hacia él. Estos últimos pueden manifestarse secundariamente como
actos privados de filantropía o de bondad, pero no forman parte de
la estructura básica de nuestras relaciones sociales. El terreno de
nuestra vida social como “ciudadanos” es independiente de nuestra
vida privada como individuos. […] (120)
[…] [Los] asuntos sociales
no se sienten como una realidad personal, y de ahí que no sean
causa de preocupación, aunque sí de una buena dosis de
intolerancia. […] Lo que causa interés y preocupación es el
sector privado e independiente de la vida, no el sector social,
universal, que nos relaciona con nuestros semejantes.» (121)
«Lo que importa de verdad es
transformar los juicios de valor en cuestión de gustos, o de
opiniones, ya se trate de escuchar La flauta mágica o de
hablar de trapos, o bien de ser republicano o de ser demócrata. Todo
lo que importa es no tomar nada demasiado en serio,
intercambiar opiniones, y estar dispuesto a admitir que una
opinión o convicción (si es que tal cosa existe) vale tanto como
otra. En el mercado de opiniones se supone que todo el mundo
tiene una mercancía del mismo valor, y es indecoroso e injusto
dudarlo.» (136)
E.
Fromm, Psicoanálisis de la sociedad
contemporánea, Madrid, Fondo de Cultura
Económica, 1956.
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