El pasado día 13 de abril tuvo lugar la mesa redonda organizada por la Asociación Aletheia e IU de Códoba-distrito centro con el título "Causas del actual estancamiento de la izquierda y propuestas para su solución". Reproducimos a continuación la introducción de Rosa Mª Almansa, representante de Aletheia en esta mesa:
"Se nos ha invitado aquí para
reflexionar y debatir conjuntamente acerca de las causas del declive actual de
la izquierda y sus posibilidades de superación. Nuestra postura es que la
principal causa de dicho se produce porque ésta ha olvidado su propio proyecto,
que no era otro que crear una nueva sociedad. No mejorar esta, insistimos, sino
crear una nueva sociedad. Sin embargo, se da la paradoja de que la clase social
que construyó, en sus grandes líneas maestras, este régimen en el cual hoy
vivimos instalados, esto es, el de la Revolución Francesa de 1789, el de la
burguesía, no cree ya en su propio proyecto político: lo utiliza, le sirve de
legitimación, cubre con él las apariencias, sus vergüenzas, pero ya está.
Sin embargo, la izquierda en
general sigue creyendo en este régimen político del 89 (¡de 1789!): cree que es
válido si se le proporciona un adecuado contenido social. Y ese es el objetivo
general de la izquierda. Dotar de contenido social, con el fruto de las luchas
de clases habidas desde 1789 hasta hoy, un régimen político que nació de la
mano de la burguesía y, por tanto, por y para la burguesía. Pero se trata de un
sistema que no solo nace unido a una concepción muy determinada de la persona -la
persona como individuo abstracto o aislado, esto es, desligada de los lazos
sociales que le conforman como tal persona-, sino que, como todo sistema
político, no es independiente a una determinada economía. En este caso, el
sistema político democrático nacía inextricablemente unido a una forma de
economía vinculada a una forma de propiedad donde una parte posee lo necesario
para la vida de todos los demás. Es verdad que esto no era nuevo; que solo
había hecho, entonces, tomar nuevas formas, si cabe, más descarnadas en muchos
aspectos que las anteriores. Pero en esto consistía -y sigue consistiendo- el
poder efectivo de una sociedad; y este es el poder real que el Estado continúa
velando para que se mantenga. Por tanto, al parecer, somos todos nosotros muy
conservadores: mantenemos un sistema político vinculado a uno económico que es,
en aspectos esenciales, igual desde hace 5.000 años. Parece que hemos dado por
sentado que esto no se puede o no se debe cambiar. De esto ya, ni siquiera, hablamos.
No vamos a negar se que hayan
realizado progresos desde entonces, desde la Revolución Francesa, pero no nos
engañemos: esos no son méritos atribuibles a la burguesía como clase fundadora
de esta etapa, ni a su sistema político; son aspiraciones que nos pertenecen en
tanto que seres humanos, y que, por tanto, podemos encontrar en sociedades muy
distintas. Y son, además, logros y conquistas que, las más de las veces, se han
realizado a pesar de la propia
burguesía, cuyas reales aspiraciones de igualdad fueron, salvo unas pocas excepciones,
limitadas. Hay, pues, quién lo duda, aspectos universales, y por tanto
aprovechables, en el régimen democrático. Pero no debemos caer en el error de
atribuirlas al propio régimen político, sino al desarrollo de nuestra propia
humanidad. Recordemos, a este respecto, que Platón, ya en la antigüedad,
reivindicó en algunos aspectos la igualdad de la mujer. Aspiraciones de
igualdad se han dado en grupos disidentes desde siempre. En cambio, hasta 1971
la mujer no tuvo en Suiza derecho al voto, cuando, sin embargo, sí lo adquirió
ya en la República Democrática de Azerbaiyán en 1918. ¡Qué paradojas!
Ahora mismo queda claro que las
llamadas reglas de juego democráticas se utilizan, y si hacen falta
regresiones, se hacen. Y esto no está ocurriendo solo en España. Se está
haciendo en todo el mundo, porque las actuales reglas políticas ya no les
sirven, y no les sirven porque su economía no funciona. Nos encontramos, pues,
con unas fuerzas políticas que pertenecen cada vez más al pasado: formas de
expresión política, de opresión política, que no nos resultan ya tan
“postmodernas”. Que huelen cada vez más a rancio.
No podemos, sin embargo, pensar
que el problema consiste en que los que están al frente del poder político o económico
no son lo suficientemente honrados; esto es, que basta más honradez para que
las cosas funcionen como deben funcionar. Además, existe una idea, muy
extendida entre la izquierda, de que los únicos responsables de la actual
situación es una élite financiero-bancaria. Ella sería, junto con una “casta”
política, también reducida, la responsable de todos los desastres que
padecemos. Sin embargo, puede afirmarse que todo aquel que posee un determinado
nivel de bienes que es necesario para la vida de los otros es ya parte del
sistema. Y estos son unos cuantos, sí: unos cuantos millones, que están
interesados, de una u otra manera, en el mantenimiento del sistema. Richard V.
Reeves, en un artículo publicado en Le
Monde Diplomatique de octubre de 2017 titulado «Clase sin riesgos» afirmaba
que «Con frecuencia, los detractores más vehementes del pequeño club encaramado
a la cumbre de la pirámide pertenecen a las clases sociales más próximas a
este: más de una tercera parte de los manifestantes que acudieron el 1 de mayo
de 2012 al llamamiento del movimiento Occupy Wall Street disponía de unos
ingresos anuales superiores a 100 000 dólares.» No seamos, pues, ingenuos: no
se trata de cuatro sinvergüenzas. Si así fuera, no existirían tantas
resistencias al cambio.
Estamos, pues, lidiando con -y
también sustentando- toda una clase social que ya no cree en su propio sistema:
es por ello que, cuando hace falta, se alía con quien sea. Salvador Allende, en
Chile, quiso respetar las reglas del juego. ¿Qué le pasó? Que lo echaron, a
pesar de que fue impecable: escrupuloso con las reglas de juego del sistema. Porque
esas reglas de juego no pueden cambiarse, no nos engañemos, desde dentro del
sistema mismo, utilizando esas mismas reglas: están indefectiblemente trucadas.
El historiador británico Mark Curtis lo ha mostrado recientemente en un libro
en el que pone al descubierto la total connivencia del gobierno y los
empresarios británicos con la sangrienta Junta Militar chilena que aplastó el
gobierno elegido democráticamente de Allende. El cinismo que muestran es tal
que todavía nos pone los pelos de punta. El ministro británico de asuntos
exteriores entonces dijo, por ejemplo: “Para los intereses británicos … no hay
duda de que Chile bajo las órdenes de la Junta ofrece mejores perspectivas que
el caótico camino de Allende hacia el socialismo; nuestras inversiones deberían
mejorar, nuestros préstamos se podrán reprogramar satisfactoriamente y los
créditos a la exportación se podrán retomar más adelante, y el estratosférico
precio del cobre (importante para nosotros) debería caer cuando se restablezca
la producción chilena”. «Todo esto se hizo en un contexto en el que los
estrategas británicos reconocían inequívocamente que “la tortura continúa en
Chile” y que “los nuevos líderes al parecer tienen tendencias cuasi
fascistas”.» Y ellos mismos concluían que una de las desventajas del éxito del
golpe militar iba a ser que se desconfiaría de las vías democráticas para
lograr un cambio social en Latinoamérica. Sin embargo, a pesar de sus propias
confesiones, nosotros seguimos ciegamente confiando en sus propias reglas de
juego.
Más ejemplos: Ya en 1823, la
propia Inglaterra ayudó a financiar a los Cien Mil Hijos de San Luis para
acabar con una experiencia liberal en España y restablecer el absolutismo, que
entonces le era más propicio. Gran Bretaña, como Holanda, Bélgica o Francia han
sido sostén de imperios coloniales donde nunca se concibió conceder derechos
democráticos a las naciones sometidas. Mucho más adelante, los países
democráticos contribuyeron a sostener el régimen del apartheid en Sudáfrica, y
solo cuando cayó el “otro régimen”, a partir de 1989, y ya que habían
disminuido significativamente los riesgos de verdadero cambio social, se empezó
a negociar el cambio de sistema, esta vez creando una elite negra privilegiada
y enriquecida que ayudara a mantener un sistema crónico de desigualdades.
Estados Unidos, paradigma del régimen democrático occidental, ha contribuido a
mantener e imponer más dictaduras y sistemas corruptos y sanguinarios que
ningún otro país de la historia. ¿Por qué no vinculamos un sistema político con
los resultados que produce?
Y aquí aparece a su vez otra
paradoja: quien más ha negado la existencia de formas sociales eternas, que no
ha sido otra que la izquierda, es la que más ha afirmado como eternas,
precisamente, las formas políticas nacidas en 1789. Si tanto decimos que todo
cambia, ¿por qué afirmamos que un determinado orden político es válido para
todos los cambios? En otras palabras: nos hemos vuelto conservadores, y parece
que todo es relativo menos lo que nos interesa.
Podemos afirmar, por tanto, que
la izquierda hoy no tiene proyecto propio, sino que ha tomado el de la
burguesía; porque su proyecto social no hace mucho era bien diferente: el
referente de transformación no era el individuo abstracto, sino el trabajador y
el Trabajo mismo. Un trabajador que debe ser, además, el máximo exponente de la
realización en el trabajo: esto es, no nos vale cualquier trabajo. Nos falta,
pues, el proyecto político propio de la sociedad del trabajo libre y creador.
Ese debe ser nuestro propio proyecto político. Parece que hemos renunciado a él
porque esta economía produce mucho, dejándonos, así, limitar por una economía
que produce guerras. Efectivamente, vivimos en una economía de guerra
permanente, que no ha hecho sino producirlas desde su creación, incluyendo las
dos grandes guerras mundiales, que fueron hijas suyas.
Si el modelo de la izquierda
actual supone hacer más justicia social dentro del modelo político del régimen
del 89 y del modelo económico que le es propio, es que le falta su propio
modelo social. Corremos el peligro de querer vivificar una momia, y hemos
olvidado, además, que Estado del bienestar que tanto defendemos no fue sino el
resultado de un pacto interclasista que nace de la crisis del 29, de la II Guerra Mundial y de la amenaza del comunismo. Desde el
momento en que la alternativa al capitalismo se debilitó, a partir de los años
70, el Estado del bienestar empezó a aparecer como un estorbo sobre todo para
la clase propietaria, y empezó a denunciarse porque significaba detraer
recursos para la inversión.
Así pue, desde que nació el
sistema político democrático estamos viendo su subordinación a la economía: no
se trata, pues, de un rasgo característico propio de la etapa neoliberal, sino
del sistema capitalísitico-democrático mismo. En un determinado momento de su
historia, al capitalismo le viene, como anillo al dedo, unas formas políticas
democráticas, y la economía capitalista las ha venido utilizando desde hace al
menos dos siglos como su mejor forma de legitimación. Sin embargo, cuando no ha
interesado, no se han exportado esas formas políticas, sino solo las económicas,
porque siempre, a corto y a medio plazo, las formas políticas están al servicio
de las económicas. Por eso lo que hemos venido llamando el “mundo libre”, que
anda siempre rasgándose las vestiduras, apoya, por ejemplo, la dictadura de Al
Sisi en Egipto, o ha financiado y continúa financiando al yihadismo -en
Afganistán, en Libia, en Siria…-. Hemos destruidos regímenes laicos
(supuestamente más cercanos a nuestra sensibilidad democrática), siempre que
nos ha hecho falta. Y por ello también toda América Latina, durante décadas, ha
sido frustrada en el desarrollo de su organización política, porque se trata de
un sistema de intereses económicos de clase, vinculados a los políticos. Y todo
esto no ha sido gracias únicamente de cuatro políticos: sino a una base social
muy amplia, con mucho poder, interesada en que esto sea así. Convendría no
olvidarlo si no queremos caer en un populismo fácil que se ponga una venda en
los ojos ante los “intereses reales” de mucha gente. Con ello seguiremos
posponiendo nuestro proyecto real: la construcción de una sociedad nueva, sin
privilegios, sin clases, en la que no tenga que mendigarse por lo que es
nuestro en tanto que seres humanos: el trabajo que nos corresponde para
construir un mundo que, verdaderamente, nos pertenezca.
Pasamos ahora a las preguntas
elaboradas para el debate:
·
¿Qué es para nosotros la
izquierda?
La izquierda es un
planteamiento de la política desde la erradicación del privilegio. Es también
la defensa de la idea de que no podemos competir por aquello que nos
corresponde, que es nuestro en tanto que seres humanos, como el trabajo.
El trabajo tiene su propia
racionalidad, porque la vida misma es un trabajar. Pero tenemos que ejercitar
un trabajo que de verdad nos sea propio, que no entre en contradicción ni con
nosotros mismos ni con el resto de la vida: no un trabajar para otros.
En economía, la izquierda es la
que salva la brecha -que parece hoy insalvable- entre la economía de la empresa
y la macroeconomía. Hoy la macroeconomía aparece parcializada, falta de
integración, por la primacía de los intereses privados.
·
¿Existe la izquierda?
No, mientras que no se forje
realmente una sociedad nueva. Lo que hoy existe es el proyecto político de 1789,
asumiendo algunos elementos logrados por las luchas de clases posteriores a
esta fecha. Pero se trata de un proyecto político que nos agota, porque no es
capaz de crear auténtica igualdad, ni de darnos verdadero poder, y que por
tanto nos agota.
·
¿Es útil el concepto de
izquierda hoy?
Si lo que queremos es
referirnos en relación (y en contra) de los intereses y valores del capital
hoy, es muy útil.
· ¿Hemos tomado miedo a
determinadas palabras como “pueblo”, “clase” o “lucha de clases”?
Sí, en el mejor de los casos se
han transformado en términos eufemísticos o encubridores de la existencia de
las clases y sus intereses antagónicos, al reducir a las clases a grupos
reducidos que mueven hilos de poder económico y político. Es el sentido de
términos reintroducidos recientemente en la política, como “elites” y “castas”.
·
¿Existen los partidos de
izquierdas hoy?
Los partidos de derecha
responden bastante más al nombre que llevan que los partidos de izquierda, de
los que casi siempre nos quejamos porque suelen renegar de sus principios.
·
¿Son útiles?
Para el actual sistema,
utilísimos.
·
¿Cómo nos organizamos?
Para organizarse, hay que tener
previamente unos fines comunes muy definidos. Son los valores y los fines los
que dan la organización, y no al contrario. El pluralismo nace de la semilla;
pero de un conjunto de semillas dispares no nace una organización común.
·
¿Qué hacemos con las
instituciones?
¿Se puede pasar desde estas
instituciones a otras que sean propiamente las del pueblo trabajador? O dicho
de otra manera: ¿nos dejan? Y si no nos dejan, ¿no hay que decirlo?
·
¿Es conveniente una
confluencia?
No necesitamos más confluencias
para ganar votos y perderlos después. Como no haya confluencia de fines a largo
plazo, las confluencias son inútiles."
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