miércoles, 8 de diciembre de 2010

EL OLIMPO FINANCIERO Y SUS SACERDOTES.

El Coloso, pintura negra de Goya
En un artículo del 28 de noviembre de 2010 de la sección económica del periódico El Mundo, Jordi Sevilla, ex ministro socialista del gobierno de Rodríguez Zapatero, vierte opiniones y expone argumentos que, a nuestro entender, suponen un salto importante e inquietante en relación a la legitimación del poder que el hipertrófico capital financiero ejerce, sin la más mínima traba legal, sobre el destino de pueblos enteros. No obstante, sus estados y gobiernos, más en concreto, no parecen estar preocupados sino por aplacar las iras que, desde ese Olimpo invisible que llaman los «mercados», sus olímpicos mercaderes nos hacen ostensibles lanzando fulminantes rayos sobre la llamada «deuda soberana». Una deuda que, paradójicamente, se adquirió cuando debido a la hybris (desmesura y soberbia) de tales divinidades, a la manera de Faetón, cayeron por su ceguera y arrogancia, e imploraron y aceptaron lo que sus representantes en el estado les ofrecieron. O sea: cantidades de dinero pertenecientes al erario público sólo comparables con la cosmología actual y la física de altas energías por la sucesión de ceros que requiere la cuantificación de ciertos fenómenos relativos a estas disciplinas.

Ahora bien, el Flamen Dialis o sacerdote jupiterino Jordi Sevilla, nos alecciona sobre el papel de este nuevo Panteón, cuya visibilidad nos está vetada. Pues, como se sabe, los dioses habitan en cumbres inaccesibles para la mirada de los simples mortales. Pero su voluntad y sus intenciones se comunican a través de sus sacerdotes oraculares: hombres de voluntad y mente ascética, adquirida a lo largo de numerosos masters, así como por el dominio de una ardua y sagrada jerga técnico-financiero. Lenguaje realmente hermético, por el que sin faltar nunca a la verdad -pues su forja ha sido el resultado de varias generaciones de hombres de auténtica fe abrahámica en la «Mano Invisible»- se nos dice, por ejemplo, que si la economía va bien no se debe subir los impuestos a los más ricos, ya que es debido a los bajos impuestos que éstos pagan por lo que la economía precisamente va bien. Pero cuando va mal, claro está, no es el momento tampoco, pues esto equivaldría a asfixiar la inversión necesaria. ¿Qué es lo que, de hecho, acaba por asfixiar? Es algo de mal gusto traerlo a colación, pues pertenece al lenguaje demagógico, prácticamente desterrado y hasta estigmatizado por los agentes sociales representantes del mundo del trabajo, hoy también iniciados en los esoterismos técnicos necesarios para ser admitidos en la Mesa Redonda del Diálogo y Concertación Social.

Pero dejemos hablar a Jordi Sevilla, al que le es de agradecer que nos diga en simple román paladino, para que no nos quepa dudas, la nueva situación en la que la soberanía popular se encuentra, sin que la soberanía popular, por supuesto, haya contado para nada a la hora de introducir esos nuevos actores invisibles, justicieros, fiscalizadores de nuestras malas acciones, a veces coléricos y hasta en ocasiones presos de cierta locura, muy propia por cierto de los dioses olímpicos. Recuérdese que el mismo Zeus padecía raptos de locura amorosa por ciertas mortales.

Tiziano, Rapto de Europa por Zeus (1559-62)

Dice Sevilla: «Hoy, en momentos de ataque de los mercados, no es la soberanía nacional la que se pone en cuestión, sino que la nueva soberanía compartida de que gozamos en este mundo globalizado incluye a los mercados como un elemento nuevo y adicional de control de las actividades de los gobiernos nacionales y que, en esta función, complementan a parlamentos y órganos regulares de supervisión cuando estos son demasiado imperfectos. ¿Hubiéramos conocido las mentiras contables del gobierno conservador griego sin las dudas expresadas por los mercados sobre dichas cuentas?
Sometidos al escrutinio de los prestamistas, los gobiernos nacionales deben de ser más cuidadosos en sus declaraciones y, sobre todo, en sus acciones. De hecho, podemos concluir que, salvo ataques transitorios de locura, los mercados penalizan precisamente la distancia existente entre lo que se dice por parte de los gobiernos endeudados y lo que se hace. Cuanto mayor sea esta distancia, mayor probabilidad de sufrir ataques existirá, porque lo que buscan los mercados de los responsables políticos nacionales es confianza, credibilidad y seriedad, no golpes de optimismo o de pesimismo.»

Resaltemos algunas de las ideas más significativas: «control de las actividades de los gobiernos nacionales». ¿Pero no son los parlamentos, en democracia, quienes controlan a los gobiernos, pues para eso han sido elegidos? Esto parece que pertenece a otra historia. Algún ingenuo podría preguntarse que quién ha elegido a “los mercados” para arrogarse dicho poder de control. No cae en la cuenta de que a los dioses nunca se les elige; sólo se les obedece.

«Sometidos al escrutinio de los prestamistas» -lapsus linguae, pues debería haber dicho, conforme al lenguaje políticamente correcto, "inversores"- «los gobiernos nacionales deben de ser más cuidadosos en sus declaraciones y, sobre todo, en sus acciones.» Remarquemos «y sobre todo en sus acciones», pues al sistema panóptico del Olimpo financiero nada se le escapa, muy al contrario que al pueblo soberano, cuyo papel es quedarse al margen de los secretos de los Olímpicos o de sus representantes en la tierra, como estamos viendo con el caso de WikiLeaks. Análogamente a Tiresias, que perdió la vista por revelar los secretos de los dioses a los mortales, Julian Assange perderá su honor y su libertad por cometer tan abominable sacrilegio.

Ya no es el pueblo el que castigará las acciones de sus representantes, sino los mercados: «podemos concluir que, salvo transitorios ataques de locura, los mercados penalizan precisamente la distancia entre lo que se dice por parte de los gobiernos endeudados»- porque así lo exigieron los olímpicos cuando en su locura dionisíaca de beneficios provocaron la mayor catástrofe financiera de la historia- «y lo que se hace».

Cuidado, por tanto, nos dice el sacerdote oracular, ya que a los dioses no se les puede engañar, y aunque a veces padezcan ataques transitorios de locura -cosa que a los humanos no nos toca juzgar, porque nuestra razón no alcanza a comprender las leyes de lo Trascendente- nunca dejarán pasar impunemente que sus representantes en este mundo pongan en riesgo el cobro de la deuda por motivos tan imperdonables como esa sensiblería humanista que se obstina en proteger, aunque sea de manera mezquina, a aquellos que por unas u otras razones son más vulnerables.

Dijo Jesús: «que allí donde está tu tesoro está también tu corazón». Pues bien, si los olímpicos son invisibles, sin embargo su corazón no lo es: basta mirar a Wall Street y los sístoles y diástoles de sus cotizaciones.

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