El Roto. Diario El País, 4 septiembre 2014. |
El economista Schumacher, del que hemos traído ya a este
blog algunas citas, sigue inspirándonos. De su libro Lo pequeño es hermoso o Tratado
de economía como si la persona importara, nos hace reflexionar de nuevo
acerca de la necesidad de la humanización del trabajo. Aquello que se separa de
su auténtica naturaleza (y así lo hacemos nosotros cuando permanentemente nos
vemos obligados a someternos a un trabajo fragmentado y empobrecedor) acaba
haciéndonos pagar un alto precio por ello. Una cuestión que ya en los años setenta planteaba como de pura supervivencia. Así lo expone él mismo, si bien
refiriéndose en esta ocasión únicamente al trabajo productivo de objetos:
«A pesar de que estas estimaciones no deben tomarse
demasiado literalmente, sirven bastante adecuadamente para mostrarnos lo que la
tecnología nos ha ayudado a hacer, es decir, reducir la cantidad de tiempo
realmente empleado en la producción en su sentido más elemental a un porcentaje
tan pequeño del total del tiempo social que resulta insignificante. […]
El proceso de limitar el tiempo productivo al 3,5 por ciento
del total del tiempo social ha tenido el efecto inevitable de eliminar todo
placer y satisfacción humana normales del tiempo empleado en este trabajo.
Virtualmente toda producción real ha sido transformada en una tarea inhumana
que no enriquece al hombre sino que lo vacía. “De la fábrica”, se ha dicho, “la
materia muerta sale mejorada, mientras que los hombres que allí trabajan salen
corrompidos y degradados”.
Podemos decir, por lo tanto, que la tecnología moderna ha
privado al hombre moderno de la clase de trabajo que él disfruta más, trabajo
creativo, útil, hecho con sus manos y su cerebro, y le ha dado abundante
trabajo de un tipo fragmentado, la mayor parte del cual no le produce
satisfacción. Ha multiplicado la cantidad de gente que se encuentra
extremadamente ocupada en hacer una clase de trabajo que si es realmente
productivo lo es sólo de manera indirecta y mucho del cual no sería necesario
en absoluto si la tecnología fuera bastante menos moderna. Karl Marx parece
haber anticipado mucho de esto cuando escribió: “Desean que la producción esté
limitada a cosas útiles, pero se olvidan de que la producción de demasiadas
cosas útiles da lugar a demasiada gente inútil”, a lo que nosotros podemos
agregar: particularmente cuando los procesos de producción son aburridos y
desprovistos de alegría. Todo esto confirma nuestra sospecha de que la tecnología
moderna, en la manera en que se ha desarrollado, se está desarrollando y
promete desarrollarse en el futuro, está mostrando un rostro cada vez más
inhumano y haríamos bien en analizar nuestra situación y reconsiderar nuestras
metas.
Analizando nuestra situación podemos decir que poseemos una
vasta acumulación de nuevos conocimientos, técnicas científicas espléndidas
para incrementarlos y una inmensa experiencia en su aplicación. Todo esto tiene
parte de verdad. Este conocimiento verdadero, como tal, no nos compromete a una tecnología del gigantismo, a la velocidad
supersónica, a la violencia y a la destrucción del trabajo agradable al hombre.
[…]
Como he mostrado, el tiempo directamente productivo en
nuestra sociedad ya ha sido reducido a alrededor del 3,5 por ciento del total
del tiempo social y el desarrollo de la tecnología moderna lo ha de reducir aún
más […]. Imaginemos que nos proponemos una meta en la dirección opuesta,
incrementarlo en seis veces, hasta alrededor del 20 por ciento, de modo que el
20 por ciento del total del tiempo social se utilizase para producir cosas,
empleando las manos y el cerebro y, naturalmente, herramientas excelentes. ¡Un
pensamiento increíble! Incluso los niños y los viejos podrían ser útiles. Con
un sexto de la productividad actual deberíamos producir tanto como ahora.
Habría seis veces más de tiempo por cada pieza que eligiésemos hacer,
suficiente como para hacer un buen trabajo, para disfrutar con él, para
producir calidad e incluso para hacer cosas hermosas. Pensemos en el valor
terapéutico del trabajo y en su valor educacional. […]. Todo el mundo tendría
acceso a lo que es ahora el más raro privilegio, la oportunidad de trabajar útil
y creativamente, con sus propias manos y cerebro, sin prisas, a su propio ritmo
y con herramientas excelentes. ¿Significaría esto una enorme extensión de las
horas de trabajo? No, la gente que trabaja de esta manera no conoce la
diferencia entre trabajo y ocio. A menos que duerman o coman o elijan
ocasionalmente no hacer nada, están siempre ocupados de una forma agradable y
productiva. Muchos de los “trabajos no productivos” desaparecerían y yo dejo a
la imaginación del lector el identificarlos. Habría muy poca necesidad de
entretenimientos vulgares e incuestionablemente menos enfermedades.
Podría decirse que ésta es una visión romántica, utópica. Es
verdad. Lo que tenemos hoy en la sociedad industrial moderna, no es romántico
ni ciertamente utópico, tal como vemos ante nosotros. Pero se encuentra en
tremendas dificultades y no promete sobrevivir. Vamos a necesitar el coraje
suficiente para soñar si es que deseamos sobrevivir y dar a nuestros hijos una
posibilidad de supervivencia. La triple crisis de la que he hablado no ha de
desaparecer si seguimos como antes. Llegará a ser peor y terminará en un
desastre, a menos que desarrollemos un nuevo estilo de vida que sea compatible
con las necesidades reales de la naturaleza humana, con la salud de la
naturaleza viva que nos rodea y con la dotación de recursos que tenemos en el
mundo.
Ahora bien, éstas son realmente palabras mayores, no porque
un nuevo estilo de vida que cumpla con estas exigencias sea imposible de
concebir, sino porque la presente sociedad de consumo es como un drogadicto que
a pesar de lo mal que pueda sentirse encuentra extremadamente difícil salir del
atolladero. Los hijos problema del mundo, desde este punto de vista […], son
las sociedades ricas y no las pobres».
Subido por Rosa Mª Almansa (Aletheia).
(De este mismo autor recomendamos otro artículo de nuestro blog: LAS PREOCUPACIONES ÉTICAS DE UN ECONOMISTA y EL TRABAJO DESHUMANIZADOR: E. F. SCHUMACHER.
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