«Desde el siglo X no ha habido etapa histórica en que Europa poseyese menos sensibilidad y saber filosófico que en los cincuenta últimos años del siglo XIX. Esto ha producido el caos mental que ahora, con sorpresa, encuentra el europeo dentro de sí. Y es que la cultura de los especialistas crea una forma específica de incultura más grande que otra alguna.
Nadie entienda que yo ataco al especialismo en lo que tiene de tal; indudablemente, uno de los imperativos de la ciencia es la progresiva especialización de su cultivo. Pero obedecer este solo imperativo es acarrear a la postre el estancamiento de la ciencia, y por un rodeo inesperado implantar una forma de barbarie. La ignorancia del que es por completo ignorante toma un cariz pasivo e inocuo. Pero el que es un buen ingeniero o un buen médico y sabe mucho de una cosa no se determinará a confesar su perfecto desconocimiento de las demás. Transportará el sentimiento dominador que, al andar por su especialidad, experimenta a los temas que ignore. Mas como los ignora, su soberbia -más gremial que individual- no le consiente otra actitud que la imperial negación de esos otros temas y esas otras ciencias. El buen ingeniero y el buen médico suelen ser en todo lo que no es ingeniería o medicina de una ignorancia agresiva o de una torpeza mental que causa pavor. Son representantes de la atroz incultura específica que ha engendrado la cultura demasiado especializada.
Nadie entienda que yo ataco al especialismo en lo que tiene de tal; indudablemente, uno de los imperativos de la ciencia es la progresiva especialización de su cultivo. Pero obedecer este solo imperativo es acarrear a la postre el estancamiento de la ciencia, y por un rodeo inesperado implantar una forma de barbarie. La ignorancia del que es por completo ignorante toma un cariz pasivo e inocuo. Pero el que es un buen ingeniero o un buen médico y sabe mucho de una cosa no se determinará a confesar su perfecto desconocimiento de las demás. Transportará el sentimiento dominador que, al andar por su especialidad, experimenta a los temas que ignore. Mas como los ignora, su soberbia -más gremial que individual- no le consiente otra actitud que la imperial negación de esos otros temas y esas otras ciencias. El buen ingeniero y el buen médico suelen ser en todo lo que no es ingeniería o medicina de una ignorancia agresiva o de una torpeza mental que causa pavor. Son representantes de la atroz incultura específica que ha engendrado la cultura demasiado especializada.
Hacia 1850 se perdió en Europa toda noción medianamente clara de filosofía. Uno de los partos de tal insciencia colectiva fue la afirmación completamente caprichosa de que en disciplina alguna habían discrepado tanto las opiniones como en la filosofía.
Hallar en el hecho de la discrepancia doctrinal una razón para el escepticismo es indiferencia tan vieja como plebeya y poco meditada. (.....). Se pretende, por lo visto, elevar a síntoma de la verdad la coincidencia entre los hombres, como si esta coincidencia no pudiese igualmente producirse en torno al error. Espumando la experiencia que la vida deposita en nosotros, más probable hallaremos que los hombres se pongan de acuerdo en un error que en una verdad. No faltan sospechas para creer que la verdad será siempre conquista dolorosa de unas cuantas almas solitarias y a menudo perseguidas. De todas suertes, el sufragio universal no decide de la verdad y es indiferente para la certidumbre del conocimiento toda estadística de coincidencias. (....)
Por lo tanto, el fenómeno social más extenso con que aún será preciso contar durante algún tiempo es el escepticismo innato con que el europeo actual se acerca a la filosofía.
En mi servicio universitario he observado con reiterada sorpresa que los principiantes son a nativitate escépticos. Recuerdo que Herbart decía sutilmente: "Todo buen principiante es un escéptico; pero todo escéptico no es sino un principiante". Pero en España y ahora no sólo son escépticos los buenos principiantes, sino también, y muy especialmente, los malos.»
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