Antonio María Esquivel, Autorretrato con sus hijos (1843). |
«El hombre solo puede apetecer aquello que ama; el amor es el impulso único y al mismo tiempo infalible de su querer y de todas sus emociones e impulsos vitales. La política, hasta ahora en vigor, como autoeducación del hombre social, presuponía como regla segura y válida en todo momento el hecho de que todo el mundo ama y desea su propio bienestar material, y sirviéndose del temor y la esperanza unía artificialmente a este amor natural aquella buena predisposición que ella deseaba, a saber, el interés por la comunidad. Prescindiendo de que con este tipo de educación el individuo aparentemente se ha convertido ya en ciudadano inofensivo e idóneo, si bien de hecho sigue siendo en su intimidad una persona perversa -pues precisamente su maldad consiste en que solo ama el bienestar material y en que solo el temor a perderlo o la esperanza por conseguirlo pueden estimularle, sea en la vida presente o en la futura-, prescindiendo de esto, ya antes hemos observado que la medida no es aplicable a nuestro caso concreto, dado que el temor y la esperanza en nada nos favorecen, sino que, por el contrario, nos perjudican, y que el egoísmo de ninguna manera puede ser tenido en cuenta para beneficio nuestro. Por esta razón nos vemos necesariamente obligados a formar hombres en su interior y desde la base. (....) En consecuencia, tenemos que fijar en el ánimo de todos aquellos con quienes queramos contar dentro de nuestra nación un tipo de amor que nos lleve directamente y sin más al bien como tal y por sí mismo en lugar de ese egoísmo al que nada bueno puede unirnos por más tiempo.
Amar lo bueno, en cuanto tal y no por la utilidad que nos pueda reportar, se manifiesta, ya lo hemos visto, como complacencia; una complacencia tan íntima que impulsa a uno a manifestarla en la propia vida. En consecuencia, lo que la nueva educación tendría que proporcionar sería esta íntima complacencia como forma de ser firme e inmutable del educando; con ello establecería en él por sí misma las bases de una voluntad inquebrantable y buena».
J.G. FICHTE, Discursos a la nación alemana, Orbis, 1984, pp. 67-68.
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