viernes, 5 de agosto de 2016

MANIFIESTO: LA MUJER COMO SUJETO ESENCIAL DE CAMBIO SOCIAL

  1. La mujer ha sido, seguramente, el colectivo más reprimido a lo largo de la Historia, porque ha sido a su vez sojuzgada entre los grupos sociales más oprimidos. Pero es precisamente esta situación la que, por su universalidad (se da prácticamente en todos los momentos históricos y entre todos los grupos sociales), puede convertir a la mujer en sujeto esencial del cambio social. Esto quiere decir que no sería el único, pero sí uno principal para alentar e impulsar dicho cambio.
No es esto de un simple alarde de voluntarismo. La mujer, al estar excluida de la participación y la toma de decisiones en buena parte del mundo, no se ha convertido tampoco, en un abrumador número de casos, en cómplice de un sistema opresor. No se trata, naturalmente, de dar por bueno este sistema de exclusión, sino de verlo como una situación objetiva que favorece que la mujer pueda convertirse en un sujeto de transformación social total. Hay que tener en cuenta, para ello, que todo sistema represivo ha buscado siempre la complicidad de aquellos grupos sociales a los que oprime otorgándoles mayores o menores oportunidades para su participación e implicación en el sistema, aunque manteniendo en esencia su situación subordinada.
  1. Ahora que la mujer lucha abiertamente por su liberación, es de crucial importancia que reflexione acerca de las causas que la han mantenido subordinada a lo largo de la Historia, con el fin de no perpetuar dichas causas inconscientemente. Entre ellas, seguramente la fundamental es la idea de mérito, que se encuentra siempre en función de una sociedad de clases. Dicha idea es creadora neta de privilegios y, por tanto, de desigualdades entre aquellos que se considera que tienen más «méritos» -entre los que se encuentran siempre los varones- y aquellos que supuestamente carecen de ellos o no los poseen en la misma medida -entre los que se encuentran siempre las mujeres. 
A lo largo de la historia, todas las clases dominantes han legitimado su poder sobre la base de unos supuestos méritos, que posteriormente se han demostrado falsos. Efectivamente, la historia posterior siempre ha mostrado cómo determinadas cualidades o capacidades no son propias exclusivamente de nadie, sino que son realmente universales. No obstante, aun a pesar de esta experiencia histórica, la mayoría sigue pensando que, hoy, nuestras clases dominantes poseen méritos especiales que justifican su posición preeminente. Sin embargo, no podemos olvidar que la justificación de determinadas acciones o cualidades supuestamente sobresalientes que se consideran propias de un grupo social determinado ha sido la forma de vincular a todos los demás grupos sociales a un proyecto social que, no obstante, pertenece verdaderamente solo a aquellos que poseen los medios fundamentales para la vida y el trabajo de la gran mayoría.
  1. Hoy, pues, continuamos viviendo en una sociedad profundamente meritocrática, donde la ley esencial, por tanto, es la de la competencia. Pero esta es, precisamente, la base de toda desigualdad, que se perpetúa porque se legitima en función de la idea de la existencia de diferentes méritos. Defender la dinámica de la competencia significa estar identificado con aquellos que supuestamente poseen más méritos y, por tanto, esperar, de una manera o de otra, poder ser como ellos para distinguirse frente a los que supuestamente poseen menos.

    La auténtica liberación de la mujer no consiste en alcanzar puestos de poder en una sociedad represora sino en la búsqueda de una igualdad real de todos los seres humanos. A través de numerosos ejemplos podemos comprobar cómo la mujer también va contra la mujer.

Hay que tener en cuenta que la competencia es la forma de relación propia de los sistemas cerrados, donde cada parte trata de imponerse sobre las otras sin que cuente tampoco la unidad y el equilibrio del todo. En cambio, en los sistemas vivos, que son sistemas abiertos, la unidad, equilibrio y perpetuación del todo se logra porque cada parte contribuye a la afirmación de todas las demás (cuerpo humano y del resto de organismos, equilibrio entre especies, entre ecosistemas, etc.). Así, el actual sistema de competencia no solo nos ha conducido a una peligrosa deriva ecocida, sino que destruye los necesarios vínculos solidarios entre seres humanos, conduciéndonos a una colisión permanente, a todos los niveles y prácticamente universal.
  1. Defendemos que una verdadera humanidad solo puede fundamentarse sobre la idea y el sentimiento de fraternidad, donde cada un@ es único e insustituible -a la vez que un@ más- en una realización social común y autoconsciente. La competencia y la idea de mérito reprimen y ahogan el sentimiento de fraternidad, según el cual el libre despliegue de cada un@ es condición indispensable para el libre despliegue de tod@s l@s demás y del conjunto. Así, en una sociedad fraterna deben afirmarse tod@s (y no unos a costa o por encima de otros), y la afirmación de los que todavía o ya no pueden debe hacerse con la ayuda desinteresada de aquellos que sí pueden. Por tanto, aquellos que, por la razón que sea, han gozado de mayores oportunidades (salud y constitución física, cohesión familiar, acceso a estudios, recursos económicos…) no deberían aspirar a ser a su vez recompensados por estas circunstancias favorables (a través de mejores sueldos, reconocimientos y honores, etc.), sino a que todos y todas puedan gozar de los todos los recursos necesarios para su completo desarrollo como personas.
Actualmente carecemos de una vinculación a una realización social común, con un fin claro de realización humana y natural, donde tod@s seamos necesari@s y podamos participar, controlar y contribuir conscientemente a una división social del trabajo que esté prioritariamente encaminada a dicho fin. Sin este objetivo común que esté dirigido a la afirmación de la singularidad tanto de las personas como de la naturaleza, no solo estaremos permanentemente sujet@s a una división social del trabajo que no comprendemos ni dominamos (lo que nos convierte en esclav@s de ella), sino que, por medio de la dinámica de la competencia, seguirán imponiéndose permanentemente proyectos particulares que de hecho nieguen la afirmación de la vida y la salud a todos sus niveles (biológica, cultural, familiar, psicológica, espiritual…).

La libertad de la mujer es la libertad de todos los seres humanos
  1. Solo si la mujer cuestiona los fundamentos de este tipo de sociedad competitiva podrá luchar eficazmente por su propia liberación y por la liberación de tod@s. En caso contrario, no hará sino contribuir al mantenimiento de una sociedad donde la afirmación de unos debe hacerse a costa de la negación de otros muchos. 

  2. Como se ha dicho, la mujer se encuentra en una situación privilegiada para transformarse en un sujeto esencial de cambio social. Entendemos por tal aquel que posee mayor consciencia para superar todas las relaciones de instrumentalización entre seres humanos (las cuales, justamente, encuentran en las relaciones de competencia una valiosa fuente de legitimación), y es capaz de aprehender al propio ser humano en su condición de patrón de todo valor y, por tanto, insustituible e ininstrumentalizable.
  3. Para ello la mujer debe asumir ese papel con valentía y decisión, pero con modestia y sin resentimiento. La superación de todo resentimiento y, por tanto, de toda culpabilización (sea propia o ajena) constituye, justamente, una de las bases para alcanzar la sociedad fraterna a la que aspiramos y sin la cual, pensamos, no podremos nunca ser verdaderamente nosotr@s mism@s, ni a nivel individual ni tampoco a nivel social o colectivo.

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