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Santiago Ramón y Cajal |
Como es sabido, el capitalismo se caracteriza fundamentalmente por la explotación del trabajo asalariado. Según teoriza Marx, en el proceso de trabajo hay un tiempo que el trabajador emplea en la reproducción de su propia fuerza de trabajo (que logra a través del salario) y otro tiempo que, no destinándose a este fin, es objeto de apropiación por parte del capitalista. Este último es el que, transformado en valor, constituye la plusvalía. Dentro del primero, sin embargo, no se incluye únicamente la reproducción de la fuerza de trabajo estrictamente, sino también las necesidades de autoidentificación y de bienestar psicológico del trabajador, ello en función, naturalmente, del grado de desarrollo alcanzado por una sociedad.
El marxismo, sin embargo, no tiene en cuenta, en general, desde el punto de vista de la evolución del trabajo, la energía «excedente», aquella que es muy superior a la necesaria para reproducir su propia fuerza de trabajo, que posee el cuerpo humano (incluso en sociedades muy poco tecnificadas). Ese plus o excedente de energía es, para nosotros, el destinado al trabajo libre; esto es, el trabajo que realiza el ser humano para la afirmación de sí mismo como tal, sin que posea, por tanto, ningún fin externo, y que es inherente, pues, a la condición humana. Es por esta razón que puede denominarse, asimismo, trabajo esencial, auto referenciado o creativo.
La teoría marxista, sin embargo, contempla únicamente la naturaleza del trabajo como dependiente (para la producción de bienes o mercancías), pero nunca como libre. Si bien,afirma Marx en general, que la economía es la esencia del hombre, también enuncia, por otra parte, que su esencia viene constituida por el trabajo. Sin embargo, si esto último es realmente así, el trabajo no debería suponer ninguna carga para el ser humano, pues sólo lo que limita a la esencia es lo que nos niega en nuestra humanidad. Y es que, en efecto, el trabajo es expresión de nuestra esencia cuando a través de él nos realizamos y nuestra realización es, a su vez, necesaria a la realización de los otros. Es decir, cuando es libre.
Por lo tanto, puede decirse que lo que se apropia actualmente el capitalismo en aquellas áreas más tecnificadas es, fundamentalmente, la parte del trabajo destinada al trabajo libre. En cambio, en sus primeras fases, como las etapas de la primera industrialización, y en el Tercer Mundo, no sólo se apropia de este último, sino también de aquella parte del trabajo necesaria para la reproducción misma de la fuerza de trabajo. Con ello se produce, naturalmente, la extenuación del trabajador, e incluso su muerte física.
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Constantin Meunier, La mina (1901) |
En esencia, a lo que aspira el marxismo es a que no se explote «el trabajo dependiente», cosa que pretendió lograrse, básicamente, en el socialismo, si bien en este último continuará, de igual manera que en el capitalismo, la explotación del «trabajo libre». Su límite, pues, se encuentra en la justicia del trabajo dependiente, pero sin dar un paso más allá. Sin embargo, cuando hoy reivindicamos la realización del trabajo libre no nos referimos a la realización del ocio de cada cual, sino a
la creación de un modo de producción del trabajo libre, algo que no pudo ser concebido por el marxismo por su dependencia teórica casi absoluta al trabajo únicamente dependiente, y por una concepción del ser humano ciertamente aún limitada, a excepción de brillantes intuiciones que se manifiestan generalmente en lo que se ha dado en llamar etapa del joven Marx. Y ello es capital si tenemos en cuenta que
el trabajo libre -que, si es tal, responde a una vocación auténtica- es, como decimos, el esencial, pues es el único que es expresión de nuestra condición humana verdaderamente singular y solidaria, y como tal, nos libera de las servidumbres de fines externos a nosotros mismos que nos reducen al papel de meros medios: el dinero, el prestigio social, el consumo, el poder de control sobre otros, etcétera.
Las sociedad capitalista actual, en el Primer Mundo fundamentalmente, ha alcanzado un límite respecto a la compensación del trabajo dependiente (casi absoluto para este sistema) -y, por tanto, respecto a su capacidad de represión del propio trabajo libre. El primero crea condiciones de estrés y de sensación de sin sentido que no pueden compensarse ya sino con trabajo libre, apareciendo otros mecanismos sustitutorios como insuficientes o meros sucedáneos, puesto que, en nuestros días, lo psicológico y lo espiritual van cada vez más de la mano. Pero la represión de algo esencial supone siempre, como consecuencia, el traslado de esa energía (que no puede ser de ninguna manera eliminada) a esferas más contingentes, que toman una importancia desmesurada, como sucede con las formas compulsivas del trabajo o del consumo. Actualmente, pues, la exigencia que se impone es la consecución, no sólo del fin de la explotación del trabajo dependiente (que, por lo demás, tiene que mantenerse en sus justos términos), sino la del propio trabajo libre (que es casi absoluta), sólo posible mediante el fin de la apropiación privada de los recursos económicos, su consecuente distribución equitativa y el fin de la competencia.
Sin embargo, como se ha apuntado, la economía actual, denominada de libre mercado, es realmente una economía represiva en relación al fin último del trabajo. El fenómeno de la represión se produce cuando una instancia inferior impide el desarrollo normal de otra realidad que es relativamente independiente. Es por ello que la instancia represiva no puede pertenecer al sistema inmanente al cual reprime, sino que actúa desde «fuera» y «abajo», por así decirlo, dando lugar tanto a carencias (normalmente de elementos esenciales) como a hipertrofias (sobre todo en elementos contingentes). El capitalismo actual es una buena muestra de ello, al presentar, por un lado, un gran exceso de bienes y por otro, paradójicamente, carencias enormes. Hoy, la propia hipertrofia económica (todo en la actualidad parece tener una expresión económica), es el síntoma de que una instancia no económica está actuando y necesita de esa hipertrofia para desarrollarse y “alimentarse”.
Nuestra tesis es la siguiente: la ley que rige el capitalismo -la ley de la competencia para la obtención del mayor beneficio- no es una ley económica de esencia social, sino natural. La ley que se trata de imponer es una ley natural que funciona a nivel de individuos de una especie, si bien no al nivel del conjunto de las especies, las cuales no compiten entre sí, sino que se afirman unas a otras. Sin embargo, dicha ley se ha convertido en rectora de toda la economía y sirve de ley represiva para la objetivación de la verdadera naturaleza del trabajo y, por tanto, para el desarrollo del trabajo libre. Y ello fundamentalmente porque, pensamos,que lo que se reprime es la ley espiritual humana por excelencia, que no es otra que la de que «la afirmación de cada uno debe ser la condición de la afirmación de todos los demás».
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Karl Marx y Friedrich Engels |
Afirmar que la ley que rige la economía capitalista no es, en realidad, una ley económica, sino de naturaleza inferior, es, a nuestro parecer, de importancia capital, pues es la condición necesaria para eliminar su pretendida legitimidad y razón de ser. De esta forma, se muestra -cada vez más- como necesario eliminar la competencia a todos los niveles, porque ésta no revela sino un nivel ontológico inferior. En consecuencia, la esencia verdadera, y por tanto el fin último, de una sociedad libre es el trabajo libre, pues constituye, por un lado, el que da sentido al trabajo dependiente, o aquél por el que reproducimos nuestras condiciones materiales de vida, tanto sociales como biológicas, mientras que, por el otro, al ser el que tiene un fin en sí mismo, el ser humano se siente uno con su realización. Siendo bajo esta condición cuando, recordando las palabras de Machado, no se confunde precio con valor. Pues cuando este último es la expresión objetivada de lo mejor de nosotros mismos, es imposible tasarla, y sólo cabe ofrecerla como un presente a los otros. Y sólo así la economía del interés, o economía represora, aunque sea de la abundancia, pasa a ser la economía del amor, que no es sino la del trabajo libre y la generosidad.
Francisco Almansa González.