jueves, 19 de mayo de 2011

¡REACCIONA!




Parece que este título, así como el de Indignaos de Hessel, se encuentra en la base de las actuales reivindicaciones y movilizaciones que recorren el país, y que se recogen en el conocido lema de Democracia real Ya! Se hace necesaria, por tanto, una atenta lectura de ambos textos si queremos conocer al menos los planteamientos, aspiraciones y alcances iniciales del movimiento. Y eso es lo que vamos a intentar hacer aquí. Porque, nos parece, no basta con simpatizar y adherirse a una corriente que, efectivamente, trata de desenmascarar, por fin, múltiples y gravísimos abusos cometidos especialmente sobre los sectores más débiles de la población, y lo más importante: el carácter falaz de las llamadas “democracias” actuales. Con ser muy importante, no basta esto, no. Hay que ejercer una y otra vez el pensamiento crítico, saberse distanciar adecuadamente de los procesos sin caer en triunfalismos fáciles, porque corremos el serio riesgo de ser arrastrados por un voluntarismo que no haga, a la postre, sino fortalecer las posiciones reaccionarias. Ejemplos en la historia los hay de esto muy abundantes. Léase, por ejemplo, el 68 francés.

Llama muchísimo la atención, en primer lugar, que, salvo alguna excepción aislada, ninguno de ambos textos se sale del paradigma dominante. En general, tratan de re-moralizar el sistema, reconducir su rumbo, mitigar o incluso terminar con sus “excesos”, pero no se cuestionan sus fundamentos mismos. Se pone el dedo acusador sobre un capitalismo insaciable, carente de límites, pero la mercantilización de las relaciones humanas que supone por definición el capitalismo no se pone en solfa ni siquiera en una ocasión. Se pide trabajo, pero se olvida que el marxismo puso al descubierto que el trabajo en el capitalismo sigue suponiendo explotación aunque ésta se encuentre doblemente enmascarada en primer lugar por una relación contractual entre el que posee los medios de trabajo y el que no los posee; y en segundo lugar, porque la alta productividad alcanzada por el desarrollo técnico-científico hace que “toquemos a más” aunque la parte expoliada sea aún mayor. En resumen, que está renunciando a una de las aspiraciones esenciales de la izquierda: la reivindicación de la propiedad común de los medios de producción. Los recursos son de todos. ¡Estamos dando por bueno que sólo el egoísmo es capaz de hacer funcionar una sociedad!

No podemos seguir aspirando al rescate de los valores solidarios humanos si continuamos bendiciendo la competencia, que es el fundamento mismo de la lógica capitalista. No se puede continuar en la lógica del “más y el menos” dentro de los presupuestos mismos del sistema que niega y corrompe nuestra humanidad misma. Es significativo, a este respecto, esta reflexión de Rosa María Artal en Reacciona: «Pocos apuestan ya por el fracasado comunismo como alternativa. […] Libertad de mercado, pues, pero tiene que incluir otras libertades imprescindibles, de cumplimiento conminatorio […]. La libertad no puede ligarse únicamente al beneficio económico» (p. 109). Está claro, en esta cita, qué libertades se hacen depender de qué otras, y no al contrario. ¿Hasta cuándo vamos a considerar el beneficio económico un derecho, o incluirlo en el catálogo de libertades, cuando supone, inequívocamente, explotación de seres humanos y negación de todas las formas de vida? ¿Hasta cuándo vamos a seguir dando por buenos los presupuestos del liberalismo de los siglos XVIII y XIX?

El libro de Hessel recurre una y otra vez al “espíritu” del fin de la Segunda Guerra Mundial. O sea, a los supuestos valores fundadores de nuestras democracias. Algo parecido se trata de hacer en Reacciona. Y una y otra vez se legitima todo el sistema volviendo los ojos con nostalgia al llamado Estado del Bienestar. Decimos que hemos comenzado un movimiento revolucionario. Pues bien, afirmamos que no hemos visto nunca una revolución que cuestione el sistema hacia el cual reacciona calificándolo como «Estado del Bienestar». No seamos ingenuos: si se nos concedieron ciertos beneficios y servicios sociales no fue nunca por filantropía, sino para impedir que se propagara el ejemplo de los países del Este, lo cual no quiere decir ni mucho menos que los tomemos como modelo. Nuestro tan querido «Estado del Bienestar» se ha construido sobre el sacrificio y la explotación despiadada de las poblaciones del Tercer Mundo. Y nos ha dado las migajas de los inmensos recursos sociales haciéndonos santificar, así, un estado que es puramente de clase, y que, por tanto, toma como patrón las necesidades subjetivas de un determinado grupo social que no persigue sino reconocerse a sí mismo, en su propio paraíso privado. ¿Vamos a seguir asintiendo también con unas democracias basadas en la ideología del mérito según la cual los éxitos económicos o el nivel de vida son directamente dependientes del mérito personal?

No pidamos la regeneración de un sistema que no sólo es ya irrecuperable, está en fase de decadencia aguda y está haciendo naufragar a la humanidad entera, sino que, además, es inhumano por propia definición. No es posible una verdadera democracia partiendo de estas bases, ni una auténtica justicia social, ni mucho menos un verdadero desarrollo humano: sólo tendremos nuevos engaños, más idiotización, más explotación, aunque puedan seguir edulcorándonosla. Podrán hacer ciertas concesiones temporales, obligados por las circunstancias, pero volverán a las andadas. Y lo que es mucho más importante: conscienciémonos de que este sistema lo hemos estado manteniendo entre todos mientras estábamos en período de vacas gordas. No hay auténtica regeneración sin autocrítica. No es tiempo de intentar salvar al sistema nombrando sus virtudes: hay ya que trascenderlo.

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