Marc Chagall, Florero delante de la ventana (1959) |
Desde Aletheia pensamos que, en este erial de utopías y proyectos transformadores en el que vivimos, ha llegado la hora de reflexionar sobre la inocencia. Por ello, queremos dedicar unas palabras a reivindicar una inocencia que, en su pleno significado, no se limite a la pura pasividad (el no haber hecho, el no haber cometido falta), sino que aparezca como fuerza transformadora.
Ser inocente es ese estado de ser por el que los otros son presenciados como Fines esenciales. La inocencia nos revela la necesidad de todos y cada uno de nosotros. Y una de las principales consecuencias de ello es la no utilización ni percepción del otro como un medio, sino como un fin en sí mismo. El inocente ama el presente, el futuro y el pasado porque lo acepta como Presente (también en el sentido de regalo); ese Presente generador de Futuro. Es decir, que para esta persona el Presente es un Fin para todos. Pero no se trata de un Fin estático y rígido que nos condiciona, sino un fin que admite el cambio; un cambio en relación a lo que se es. Estamos hablando de este Fin tan necesario en estos momentos de crisis global, pues un Fin es un límite por el cual nos autolimitamos. El verdadero Presente es el que permite la libertad como Fin. De esta manera, por medio de la inocencia es como vivimos plenamente el presente, abandonando de él sólo su parte más contingente.
La inocencia implica tanto el olvido como el comienzo. Y cuando se ama la originalidad del presente (“originalidad” en el doble sentido de ser origen y cambiante), son dos cosas las que se aman: este origen en sí mismo y la forma diferenciada en que se presencia (la Naturaleza, el arte ... o nosotros mismos). Por tanto, inocente es aquél que puede presenciarse como uno en todas sus diferencias y en todos sus cambios.
El inocente es el que nos descubre, pues él siempre nos afirma en nuestra singularidad al tratarnos como fines y no como medios. Pero, asimismo, también nos descubre en nuestro ocultamiento, ya que el que se relaciona con los otros como fines -y, por consiguiente, en relación a su singularidad-, nos puede descubrir también en nuestro estado de utilizadores, tanto de nosotros mismos como de los otros. La ontología y la ética se unen en la definición de Inocencia en este punto, pues cuando se presencia el otro como fin (“soy un presente que presencia y que tiene el poder de presenciar”) Original, lo presencia como libre.
La infancia de Iván, de A. Tarkovski. |
Y, en relación a la libertad, también sería necesario desbancar la actual relación establecida entre justicia e inocencia. No es la justicia la que decide qué es la inocencia, sino que es ésta la que determina la justicia. La Ley de la Inocencia es aquélla por la cual toda otra ley tiene que ser juzgada o evaluada, pues es la Ley de todas las otras leyes, ya que éstas legitiman la utilización, algo que debe ser desterrado en todo lo concerniente a la justicia. El hombre "culpable" (o, tal y como nosotros lo vamos a denominar a partir de ahora: “edípico”, pues “culpable” tampoco es lo que venimos denominando así) es el que nos presencia como medios utilizables.
Podemos concluir diciendo que Inocente es el que "quita los pecados", no sólo porque no nos utiliza, sino porque también trabaja para que no seamos medios. Con sus realizaciones nos presencia y contribuye a que seamos nosotros mismos. El "pecado" (por utilizar la terminología tradicional) es tomarte a ti mismo y a los otros como medios, lo que implica que el que "peca" no es plenamente él mismo. Eres “pecador” porque se vive en un estado, no porque se realice un acto aislado. Pero cuando te elevas a tu condición de Fin Original, se quita el pecado porque se es más uno mismo. Si uno mismo se utiliza, utiliza a los otros, pues no se piensa en ser uno mismo. Cuando vives en relación a fines que no son Originales, te utilizas, tú mismo te instrumentalizas y resulta que uno mismo es el patrón de utilización de los demás.
2 comentarios:
Hombres y mujeres, fueron creados inocentes. Y colocados en un ambiente ideal, son el medio y fin de todas las cosas, buenas y malas. El hombre tiene conciencia de esa inocencia, cuando pecó en sus orígenes.
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