Presentamos aquí un extracto de la reflexión realizada por Aletheia acerca del planteamiento, trayectoria o nuevo rumbo -como se prefiera denominar- que pueda tomar la recién creada Red Consciencial de Andalucía, tras su encuentro el pasado día 19 de enero. Es el siguiente:
[...] Una red viene definida por el Diccionario como «Aparejo hecho con hilos, cuerdas o alambres, anulados o entrelazados, trabados en forma de mallas…». ¿Puede tal imagen trasladarse a la relación entre conciencias? Pensamos que es ideal, pues por ellas, en primer lugar, podemos visualizar perfectamente el hecho fundamental de la identidad sustancial de todas las conciencias. En segundo lugar, tenemos que cada nudo es una singularización, vinculada solidariamente con todas los demás. Esto es, cada conciencia es una singularización de Lo Uno, tan necesaria como cualquiera de las demás. Si un nudo se rompe, la red acabará por rasgarse. Aquí, la multiplicidad no deviene en conflicto o caos, ya que cada nudo está en la posición que le corresponde. Llevado esto al plano consciencial, cabe decir que la singularidad de cada conciencia no es independiente de la singularidad de las demás; y por ser ella la que es, las demás también son las que son.
¿Qué es, pues, la conciencia definida desde el punto de vista de la Red? Es, evidentemente, una Singularidad Solidaria. Como afirmación de su singularidad, es libertad; como vínculo que une a las demás conciencias, es unidad, y, por último, como afirmación de la singularidad de los otros nudos-conciencias, es amor. Pues el amor afirma la singularidad del Otro: es un querer desinteresado que el otro sea el que es.
[...]
Vemos, conforme a lo anterior, que la Red es una relación entre las conciencias que escapa a todo tiempo, y aunque, confundidos por el espejismo del aislamiento subjetivo, luchemos y compitamos unos con otros –pues en este mundo invertido se busca ser uno mismo impidiendo que los otros lo sean-, sin embargo, aun el peor enemigo es una conciencia necesaria para la afirmación de las demás.
Si la Red Consciencial es, en última instancia, la relación intemporal entre conciencias, y, ésta, a su vez, puede definirse como aquella relación en la que la afirmación de la singularidad de cada conciencia implica la afirmación de la singularidad de todas las demás, hemos formulado simultáneamente una relación ontológica y un imperativo ético. De tal manera que el Ser y el Deber Ser coinciden plenamente. Para los que ya son lo que son, la guía ética se ha convertido en meta vivida espontáneamente, porque su ser es al mismo tiempo un dar. Son para sí, en tanto que son para los otros. Viven, pues, en la inocencia, que no es otra cosa que la forma en la que la Transparencia se singulariza en cada conciencia. Pero para las conciencias que aún no se reconocen en la plenitud de lo que son, ha de ser un imperativo categórico que guíe su relación con las otras conciencias.
Si la Conciencia es, por otra parte, la realidad esencial de Lo Uno, tendremos que, como Red Consciencial, constituye la superestructura determinante de toda otra realidad. Quiere esto decir que esa otra realidad es relativa a la relación intemporal entre las Conciencias. Sin embargo, no basta reconocer esta verdad, pues como lo intemporal es ley de lo temporal, habrá de ejercer como tal. El sufrimiento es la prueba de la contradicción que supone el tomar lo temporal como ley de lo intemporal, así como de vivir en el aislamiento cuando nuestra condición es la solidaridad ontológica.
Conforme a lo anterior, somos, en primer lugar, una Sociedad espiritual, que, como tal, es eterna, pero que tiene una plasmación temporal en lo que entendemos comúnmente por sociedad humana. Y es en este espacio-tiempo de relaciones condicionadas donde se pierde la visión de nuestra auténtica unidad, fundada en la libertad y el amor. Ahora bien, si lo que realmente somos es Unidad en la Libertad y en el Amor, ¿no consistiría el auténtico dualismo en disociar lo temporal de lo intemporal? Si todo es Uno es porque lo temporal es relativo a lo que no lo es. Por lo tanto, todas las relaciones condicionadas por lo social contingente –o aquello que entendemos por relaciones económicas, políticas, lúdicas, etc.- deben ser relativas a nuestras relaciones trascendentes, que, como venimos diciendo, están fundadas en la Unidad, la Libertad (entendida como la afirmación de la propia Singularidad), y el Amor. Éstas constituyen la tridimensionalidad trascendente en relación a la cual todo ha de ser realizado.
Eludir, por tanto, el compromiso con lo social inmanente, o bien mantenerlo en un plano estrictamente personal, es, a nuestro entender, ignorar que cada uno es el que es por sí mismo y por los otros, y, como tal, ha de actuar. Dentro de la unidad del Proyecto de Ser Nosotros Mismos, o sea, el de reconocernos como Uno afirmando las singularidades que nos distinguen, ha de desenvolverse todo hacer en lo social inmanente. Y es precisamente en la lucha contra los condicionamientos de lo social temporal donde más se necesita la solidaridad espiritual, la presencia alentadora de la constelación de las Conciencias solidarias -y que son conscientes de ello-, para que cada uno acierte con el rumbo adecuado y lo mantenga con la seguridad de que también él forma parte de dicha constelación, y que su posición es a su vez necesaria para la mejor orientación de los demás.
[...]
La pregunta de qué hacer queda, por tanto, respondida: 1º) Descendamos a la inmanencia con la seguridad de que ésta nos espera para ser fecundada, pues los hijos del pasado, que son todos los que actualmente nos representan legalmente, tanto en las instituciones políticas, religiosas o económicas, han mostrado sobradamente, ante la crisis que estamos padeciendo, la esterilidad de su imaginación para encontrar nuevas soluciones, la falta de voluntad para iniciar un nuevo proceso de distribución real del poder temporal, así como su esclavitud a un pragmatismo, que siendo asumido como el único recurso inteligente para la realización de lo posible, acaba siempre reduciendo lo posible a cero. Presos de unas instituciones que no sirven sino para cosificarnos, pues qué es si no un mercado de trabajo: clasificarnos en solventes/insolventes; valorarnos como emprendedores o empleadores/subsidiados, pasivos, perezosos, etc., y que, por lo mismo, no hacen sino exacerbar el aislamiento subjetivo, tanto para los considerados triunfadores como para los presuntos perdedores. Todo esto constituye una espesa sombra que oculta el auténtico vínculo solidario que es el alfa y omega de la evolución espiritual.
2º) Clarifiquemos nuestra posición ante cuestiones cuya legitimidad se da por supuesta, puesto que son opciones abiertas a todos. Por ejemplo: la utilización de los hombres como medios para el enriquecimiento privado.
3º) Cómo hacer compatible nuestro concepto de Red Consciencial, que implica un destino compartido en la Libertad, el Amor y la Unidad, con la idea actualmente dominante de que nuestro destino es irreductiblemente individual, debido al libre albedrío. Una evolución espiritual no significa ser mejores de lo que éramos, sino ser en gran medida diferentes, porque, y he aquí la paradoja, llegamos a ser más Nosotros Mismos. Cuando las relaciones entre los hombres están mediadas esencialmente por las relaciones económicas, éstos acaban relacionándose unos con otros como medios para sus fines particulares. Pero ¿hay algo más alejado de la esencia de la Conciencia que ser un medio? Evolucionar no consiste de esta manera en no vernos “tanto” como medios, sino en absoluto vernos como tales.
4º) Como no queremos cansaros más, pues la enumeración de tareas y problemas puede parecer interminable. Y además estéril si antes no se asume decididamente lo que con Buda nosotros calificaríamos de «Camino intermedio»: ni transcendencia absoluta, pues ésta, a nuestro parecer, es siempre modeladora de la inmanencia espacio-temporal, ni por supuesto, inmanencia a secas; pues en su actual autofagocitación no nos es dado contemplar sino su hambre de espíritu. Lo Intemporal como Ley y Fin de lo Temporal. El Cuerpo como Templo del Espíritu.
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