Nos han llamado la atención, en un artículo aparecido el pasado 31 de mayo en el diario El País, las siguientes palabras de Josep Ramoneda:
«Una sociedad democrática es un espacio de responsabilidades
compartidas. Está regulada por una leyes y por unos principios que, en parte,
se plasman en los textos constitucionales. Pero se funda sobre un pacto no
escrito en torno a los límites que garantizan la mínima cohesión necesaria para
poder hablar de una comunidad. Las democracias en las sociedades capitalistas
se basan en la aceptación de la desigualdad económica con el contrapeso de la
igualdad política y de derechos. Es un equilibrio precario que requiere ciertas
dosis de equidad, si se quiere evitar una fractura que solo puede conducir al
conflicto o a la indiferencia».
Podemos comprobar cómo el autor nos muestra sin ambages que
nuestro tan defendido sistema, considerado como el mejor de los posibles, se basa
en un pacto no escrito de desigualdad económica. Ahora bien, no cabe menos que
preguntarse si puede hablarse de una verdadera igualdad política y de derechos
cuando ésta se encuentra condicionada a una desigualdad económica que nunca ha
sido refrendada democráticamente ni, por supuesto, tal y como está planteado,
pueda serlo.
De aquí se desprende que la democracia en las sociedades
capitalistas, tal y como nos dice el autor, no sería sino un instrumento para
hacer digeribles las desigualdades. Por tanto, el sentido de la igualdad no
estaría en el valor de la misma, sino en su instrumentalización para obtener
una supuesta legitimación de la desigualdad. O dicho en otras palabras, se nos
"hace iguales" para blindar la desigualdad, con lo que, ipso facto, dicha
igualdad queda absolutamente desvalorizada.
Asimismo, el autor nos recuerda que este «precario
equilibrio requiere ciertas dosis de equidad si se quiere evitar una fractura»...
etc., lo cual significa que la justicia está dosificada en función del mantenimiento
de unas relaciones esencialmente injustas. Quizá sin quererlo, J. Ramoneda
ha puesto de manifiesto la hipocresía que sirve de cimiento a este entramado de
intereses políticos y económicos que llaman democracia, en la que la
desigualdad no puede ser realmente igualdad desde el momento que sirve al
mantenimiento de una desigualdad por la que nunca se nos pregunta, y en la que
las dosis de equidad son más bien dosis de morfina para aligerar el peso de la
injusticia que se deriva de una falsa igualdad (que es el correlato de una
desigualdad bastante real).
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