lunes, 16 de julio de 2012

PRESUPUESTOS ANTROPOLÓGICOS PARA UNA NUEVA ECONOMÍA (I)

Transcribimos en dos partes la ponencia realizada por Francisco Almansa el día 15 de junio en el Centro Indalo Loyola de Almería, en el contexto de la Mesa Redonda titulada "Alternativas a la economía capitalista: de la economía del tener a la del dar":


Claudio de Lorena, Puerto con el embarque de Santa Úrsula
(1824)


Antes de abordar cuáles, a nuestro parecer, han de ser estos presupuestos, es necesario preguntarse cuáles son, a su vez, los presupuestos antropológicos que nos han llevado a la situación en la que nos encontramos. Aun así, en uno y otro caso estamos hablando de nosotros mismos, sean cuales sean los presupuestos que se den. ¿Qué es, por tanto, aquello que nos hace identificables en el antes y el después y que, sin embargo, ha de cambiarse?

Nuestra respuesta es que el ser humano es un ser que valora y, lo que es más importante, que es el ser que se valora a sí mismo. Ahora bien, este atributo que nos identifica como humanos es también el que nos separa y hasta nos lleva a comportarnos como inhumanos. Por tanto, lo que hay que encontrar es la esencia misma del valor para, a partir de ella, establecer la jerarquización inherente a los valores, pues lo que hay que cambiar es precisamente la jerarquía de los mismos tal y como ahora rige -que es la que realmente se impone por encima de las rimbombantes declaraciones de derechos humanos, cada día más vaciadas de contenido y más instrumentalizadas al servicio de intereses inconfesables-.

En primer lugar hay que preguntarse, para entender algo de lo que nos está sucediendo, qué implica una crisis de valores, pues la jerarquización de los mismos realmente existente en estos momentos es la consecuencia de una crisis de valores que nosotros denominamos Valores del Ser. Esta crisis comenzó a gestarse hace ya muchos años y sus efectos han sido contrarrestados -o mejor dicho, enmascarados- por las expectativas de una prosperidad, en apariencia sin límite, que se ha vivido en el Primer Mundo. Sin embargo, con la actual coyuntura se ha puesto meridianamente claro, como en el cuento conocido de todos, que el rey está desnudo.

Una crisis de valores supone, por lo anteriormente dicho, una crisis en el mismo núcleo de la identidad humana[1]. Y puesto que somos seres que nos autovaloramos, la crisis es asimismo una crisis de autovaloración. A consecuencia de la misma, el naufragar de la Ética es inevitable como, al menos, aspiración de que «el deber ser» se fundamente en los mismos presupuestos racionales para todos.


Relativización de la Justicia y del Bien:
lo que está "mal" dentro de un país,
está "bien" si tiene lugar fuera de sus fronteras. 
Una crisis de valores supone que se ha perdido, por tanto, un patrón único de lo que es el Bien, y con ello tanto el Bien como su contrario, el Mal, se han vuelto, esta vez sí, relativos, es decir: dependiendo de los contextos. Pero cuando la ética y el bien se han relativizado surgen múltiples bienes incompatibles, lo que hace que los males aparezcan aún en mayor número, pues éstos se hacen más compatibles. Sin embargo, si sólo por el Bien se nos puede exigir que nos sacrifiquemos, está meridianamente claro que hoy el Bien es el Mercado[2].

¿QUÉ SUCEDE SI LA ÉTICA NAUFRAGA?

La relativización de la ética, así como del bien, lleva a una desvalorización general y, por lo tanto, todo se vuelve opinable; lo que hace que la justicia, asimismo, se vuelva arbitraria. Pero esta desvalorización favorece a los privilegiados porque, a la pregunta de si es bueno que unos tengan mejor aire que respirar, mejores alimentos, entornos urbanos no degradados, lujos como proyección de una imagen social, etc., frente a otros que, por supuesto, carecen de esto último y sufren de graves deficiencias en otros aspectos, ante esta pregunta, la respuesta, que hemos oído muchas veces, es de naturaleza puramente pragmática: acentuar las diferencias no es bueno para la «cohesión social».

Decíamos que el ser humano se valora a sí mismo y es por esto que lo consideramos un patrón de valoración. Pero, ¿cuál es la condición para que valore? Esta condición es que el ser humano sea conciencia. Es decir, que su dimensión esencial sea la conciencia, por la cual existir y no existir pueden diferenciarse. No olvidemos que para que algo tenga sentido es necesario que se diferencie de lo que no es.

¿Qué valor tiene un universo por inmenso que sea en el que, por no haber conciencia alguna, existir y no existir no puedan diferenciarse? El valor, por tanto, viene al mundo por la conciencia, que es, en el sentido anterior, un afirmarse del Ser frente a la nada. Al considerarse que la existencia del ser humano no tiene sentido en el universo, se elimina la misma fuente de sentido en él.

Ahora bien, si la ética, el bien, la justicia, el sentido, se desvalorizan, ¿qué sucede? Pues que son los valores instrumentales los que toman el relevo.

La única relación con sentido que nos lleva a la Vida Bella
es aquélla que se basa en La Gratuidad , conforme a
La Justicia del Ser.
Pero a los valores instrumentales se les pide eficiencia en relación a la función para la cual fueron concebidos y, como el espacio propio de la eficiencia a nivel de sociedad de los valores instrumentales es la economía, esta dimensión de la praxis social se convierte en la ley de las demás dimensiones sociales, dominando la conciencia de los hombres hasta tal punto que, como se ha dicho anteriormente, el Yo -que es precisamente la forma de conciencia que nos singulariza- es visto como algo manipulable -o sea, como un medio- que sirve a la eficiencia económica, medida esencialmente en términos de rentabilidad monetaria. Como sabemos, el dinero nada es en sí mismo pero, por mor del totalitarismo económico, se convierte en patrón de medida de la valoración del Yo.



[1] El médico y teórico Eugene Yates… nos comunicó por escrito que «el hecho de que sólo tengamos unos pocos genes más que un ratón (la diferencia estimada es de aproximadamente 300) [sugiere que] somos mayormente ratones». Scheneider, E. D., Sagan, D., La termodinámica de la Vida, p. 372.
-Paráfrasis de D. Sagan tomada de Tallulah Ban Khead: «Puede que seamos tan puros como el agua de cloaca».
[2] Si queremos salvaguardar los lugares de civilización llamados empresa, mercados, bancos…etc.


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