Hemos querido traer aquí varios ejemplos de lenguaje
actual que nos instrumentaliza, tanto en el ámbito de la filosofía
como en el de la economía. El primero corresponde al de la filosofía
postmoderna, que más que filosofía es ideología
instrumentalista de mercado capitalista, que
rige actualmente nuestras vidas, y cuyo destino está ligado a los
intereses del capital. El autor es el ¿filósofo? francés J.F.
Lyotard, y la cita corresponde a su obra La
condición postmoderna. Por cierto, y para
sorpresa nuestra, participantes de las concentraciones del 15M
sentían verdadera admiración por dicho autor:
El Estado y/o la empresa abandona el relato de
legitimación idealista o humanista para justificar el nuevo
objetivo: […] el poder […].
La cuestión es saber en qué puede consistir el
discurso del poder, y si puede constituir una legitimación […] el
juego técnico, donde el criterio es eficiente/ineficiente. La
«fuerza» no parece derivarse más que de este último juego, que es
el de la técnica. (P. 98).
.
A partir del momento en que el saber ya no tiene un
fin en sí mismo, como realización de la idea o como
emancipación de los hombres, su transmisión escapa a la
responsabilidad exclusiva de los ilustrados y de los estudiantes. (P.
107).
Lyotard, La condición postmoderna, Barcelona, Planeta, 1993. (Las cursivas son nuestras)
Lyotard, La condición postmoderna, Barcelona, Planeta, 1993. (Las cursivas son nuestras)
Hablan
los economistas:
El economista Ludwig von Mises, en su libro Liberalismo, expone de una manera bien
clara cómo la libertad y, por tanto, otros valores, están
subordinados a la productividad del trabajo. Y no se nos debe olvidar
que quien aquí habla es un “liberal”:
Quienes
propugnaban la abolición de servidumbre, aduciendo argumentos de
tipo humanista, quedábanse dialécticamente desarmados cuando se les
probaba que, en muchos casos, la institución favorecía
e interesaba también a los pobres seres
esclavizados. Lógica era la perplejidad puesto que un solo
razonamiento válido hay contra la esclavitud […], a saber, que el
trabajo del hombre libre es incomparablemente más productivo que el
del esclavo. (P. 39).
L. Von Mises, Liberalismo, Barcelona, Planeta,
1994.
Aquí se expone bien a las claras que la mayor o menor
libertad del trabajador dependerá de la productividad de su trabajo
en relación a quien posee la propiedad
de los medios y recursos necesarios para el trabajo; y será el
Estado de los propietarios, se supone, el que en cada momento regule
el grado de libertad necesaria para incrementar la productividad.
En el artículo de Hernández
Iglesias «La remuneración
de los factores II», incluido en la Enciclopedia
práctica de Economía (Orbis, 1987), hay un
apartado que se titula «Inversiones de capital
humano». En él se nos dice:
La escuela es, sin abuso de lenguaje, una
verdadera factoría de capital humano. En
esta actividad productiva, los trabajadores son los maestros que
enseñan a los alumnos que aprenden. En muchos casos, el capital
físico complementario con las tareas educativas representa una parte
menor del coste total de la enseñanza. En este sector productivo
sucede también, como el resto del sistema económico en su conjunto,
que la mayor parte del coste corresponde a la retribución
del capital humano […].
Aquí se expone de una manera palmaria, aunque eso sí,
“sin abuso de lenguaje”,
cómo el instrumento capital,
pues el capital no tiene sentido por sí mismo, como cualquier otro
instrumento, ha vampirizado hasta lo que puede considerarse la
principal institución social, que, complementaria a la familia, no
tiene o no debería tener otro fin que motivarnos y enseñarnos a ser
lo que somos: humanos que no se comprenden
sino con los “otros”, y los “otros” siempre somos todos.
Y las habilidades técnicas o de cualquier otro tipo que han de ser
enseñadas no pueden tener otro fin que reforzar y desarrollar
nuestros sentimientos originales de sociabilidad.
Además, como sucede con la totalidad del lenguaje
actual de la economía, carga “la mayor parte del coste”, cómo
no, a la retribución del «capital
humano». Pero se ha quedado corto, pues, en definitiva, todo coste
puede ser reducido a retribución del trabajo
humano. Que sepamos, a los lápices no les pagamos para que trabajen;
y, asimismo, de igual manera que todo gasto es, en última instancia,
una retribución de trabajo humano, aunque algunos no lo merezcan,
todo lo producido en sociedad es también producto del trabajo
humano, directa o indirectamente.
La
separación entre costes de capital físico y costes en retribución
de “capital” humano puede tener sentido solo a efectos de una
técnica: la contabilidad; pero, como diferenciación científica, en
absoluto, pues no hace sino enmascarar la
fuente de todo valor: el
trabajo, a la vez que nos presenta a éste
como “la mayor parte del coste”.
Conforme a todo lo expuesto hasta aquí, vemos cómo el
lenguaje filosófico, por llamarlo así, otorga toda la legitimidad a
la técnica y, como se sabe, la técnica es
hoy el instrumento fundamental del capital,
tanto para competir entre sí como capitalistas, como para competir
entre sí como trabajadores para conseguir un puesto de trabajo. Es
de sobra conocido esta última competición que lleva inexorablemente
a la devaluación del trabajo, lo cual
significa lo mismo que la devaluación del trabajador.
Como contrapunto a lo anterior, vamos a transcribir dos
citas de los “tiempos oscuros” (como se suelen denominar, en
contraste con la “luminosidad” de los tiempos actuales, a la Edad
Media), donde de una forma breve se define a la mayoría de la clase
trabajadora, que en aquel tiempo eran los campesinos; así como de
dónde sale lo necesario de la vida y cómo realmente sale:
El código de Las Siete
Partidas de Alfonso X El Sabio define a los
campesinos como «los que labran la tierra et
facen en ella aquellas cosas porque los
homes han de vivir y
mantenerse». Indispensables, vamos.
Asimismo, se dirá, en el siglo XIV, en una reunión de
Las Cortes de Castilla y León, refiriéndose al origen de las rentas
de la corona: «Todo sale de cuestas e sudores de labradores». ¡Y
eso que faltaban cinco siglos para que naciese K. Marx!
Por último, citaremos a G. W. F. Hegel, filósofo de los
siglos XVIII y XIX, que ha sido estigmatizado como “totalitario”
por los postmodernos como Lyotard o los liberales como el citado L.
von Mises: «Este es el infinito derecho del
sujeto: que se encuentre satisfecho de sí mismo en una actividad y
trabajo». Claro está, está pensando en el
sujeto social, ya
que para Hegel el trabajo es tanto universal como singular, a
diferencia del individuo abstracto del totalitarismo instrumental del
capitalismo, para el cual el trabajo siempre es abstracto.
Francisco Almansa González
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