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Independientemente de que se coincida o no con las tesis centrales del libro de Berdaiev, El sentido de la historia (publicado originalmente en 1920), esta pequeña (tomada desde el punto de vista de su extensión) obra de filosofía de la historia constituye una joya tanto desde el punto de vista de la profusión y riqueza de sus ideas como de la profundidad de las mismas. Algo que –desgraciadamente-, y al menos desde mi punto de vista, no suele ser hoy muy habitual. Si con más frecuencia de lo que sería deseable nos topamos con obras espléndidamente documentadas y con interminables referencias bibliográficas en las que resulta difícil hallar alguna idea verdaderamente original, en esta poderosa reflexión acerca del sentido global del decurso histórico no hay citas de cortesía ni de vanagloria personal, pero sí la voluntad de comprender lo esencial de algunas de las visiones de la andadura humana de mayor coherencia y capacidad de influencia posterior.
Lo fructífero del pensador ruso Berdaiev es tal que realizar aquí una apretada síntesis de sus ideas tendría siempre algo de injusto. Por ello es siempre recomendable reservarse al menos una ocasión para penetrar en sus páginas y darse la oportunidad de reflexionar sobre sus osadas, pero, no obstante, bien construidas tesis. Y ello, como digo, aunque pueda ocurrir que no se comparta el punto de partida del autor. Efectivamente, Berdaiev construye una interpretación de la historia partiendo de su propia cosmovisión cristiana, que es el eje fundamental a partir del cual se estructura su pensamiento, pero que no le impide reconocer la riqueza, fuerza creadora –uno de los vectores esenciales de su consideración de lo humano- e incluso capacidad reveladora (en sentido etimológico) de corrientes secularizantes, como el Renacimiento y algunas de las que considera que son consecuencias de un nuevo humanismo surgido a partir del mismo, como el revolucionarismo liberal o el marxismo, del cual él mismo recibió gran influencia.
En efecto, la inmensa capacidad creadora del espíritu humano es uno de los aspectos a su entender cruciales en el desenvolvimiento histórico del mismo. El ser humano está llamado a desplegar sus energías, que él llama espirituales, siempre que no se deje subyugar por fuerzas externas a él mismo o se abandone completamente a sí, sin reconocer su filiación divina. Si para Berdaiev Dios constituye una presencia objetivadora para el hombre que le resulta imprescindible para saber quién es –y, en consecuencia, para desarrollar todo su potencial-, en cambio, su sometimiento inconsciente a determinadas fuerzas a las que fetichiza (la Naturaleza en las primeras etapas de la Humanidad y la tecnología en las últimas, por citar solo dos) constituyen un freno a su desarrollo. Así pues, y ciñéndonos a los últimos tiempos, el ser humano habría experimentado, según nuestro autor, una progresiva pérdida de referentes colectivos o comunitarios –el sentido de arraigo en el mundo por la pertenencia a una comunidad fraternal o de fin-, a lo que habría contribuido mucho la típica atomización de intereses capitalista, que va desplegándose desde comienzos de los siglos modernos. A ello se habría unido la subordinación de su ser a la máquina, a la nueva tecnología a la que acabará por ceder el testigo de su propia función histórica de liberación, convirtiéndose pues el propio ser humano en un apéndice de ella (esto es, esclavizándose a la misma) y confiando en que en su mero perfeccionamiento se hallará, tarde o temprano, el secreto de su propia emancipación.
Fuente: Marmoleum+Ohmex |
Rosa María Almansa Pérez
Profesora universitaria de Historia Contemporánea
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