Sebastiao Salgado, Minas. |
«Y todavía me aventuraré a creer que en ninguna época, desde los orígenes de la sociedad, se haya dado una cantidad igual de trabajadores mudos, tan absolutamente insoportable, como la que se da en nuestros días. No es morir, o incluso morir colgado, lo que hace desdichado a un hombre; muchos hombres han muerto; todos los hombres han de morir; la última salida de todos nosotros será en el carro de fuego del dolor. Pero es vivir miserablemente sin saber por qué; trabajar penosamente y sin embargo no ganar nada; sentirse agobiado, cansado, incluso aislado, desconectado, atado a un frío laissez-faire universal: esto es morir lentamente a lo largo de toda nuestra vida, prisioneros de una sorda y muerta Infinita Injusticia, como en la panza atormentada y aherrojada de un toro de Phalaris. Esto es y permanece intolerable […].»
Cita que, aunque referida al siglo XIX, permanece penosamente incólume en nuestros días.
Thomas Carlyle, Past and Present. (Citado por George J. Stigler, El economista como predicador y otros ensayos, I, Orbis, 1988, p. 49).
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